familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Mujer o madre

Cuando mis hijos eran pequeños, y la dedicación a la crianza era intensiva e intensa, más de una vez me preguntaron ¿Y tú no tienes vida? Como si la vida con criaturas no fuera vida, como si no fuera LA vida.

Ahora que ha pasado el tiempo y el horizonte está empezando a abrirse otra vez, cuando ya comienza a haber ratos para otras cosas – y más se vislumbran en un futuro cercano, porque aunque ellos entran y salgan y tengan a sus amigos como prioridad absoluta, muchas veces estamos, como dice R., de guardia -, me ha resonado muy cercano este texto de Alicia Murillo.

Lo que de verdad me genera estrés es el imperativo de ser «mala madre». Ese que te empuja a decir que sí al ocio, a tu carrera, a tus amistades, a tu vida social… Destesto esa idea que se infiltró como feminista pero que venía del capitalismo que nos dijo: «Ha nacido tu criatura pero no debes renunciar a nada si quieres seguir siendo mujer».

¿El capitalismo puede incluso quitarte el título de mujer si no sigues produciendo y consumiendo? ¡Como si una pudiera ser madre sin ser mujer!

La maternidad transforma.

La maternidad te conecta con el ritmo vital real.

Todo se para, durante años, cuando eres madre y está bien que así sea. No hay prisa.

Las que intentamos ser buenas madres sabemos que podemos esperarnos a nosotras mismas porque nos amamos de forma pausada, infinita y profunda.

Es la sociedad la que debe adaptarse a nuestro calendario, no al revés.

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La mala costumbre

Una novela que empieza diciendo “Vi caer como ángeles terminales a una generación entera de muchachos” no hay más remedio que seguir leyéndola. Y a eso dediqué mi sábado: fui al mercado y cociné pescado y por la tarde acompañé a B. al cine pero no hacían la película que queríamos ver, y regresamos; y entre mercado y recoger al cocina y regresar del cine, me leí de un tirón en mi galería “La mala costumbre”, de Alana S. Portero.

Cuando empecé hacía sol y cuando me quedaban dos páginas para terminar el libro, tuve que levantarme a cerrar la ventana por la que entraba un aire frío que anunciaba una lluvia que no llegó a caer.

He leído ensayo pero donde he aprendido las cosas importantes es en las novelas. Y esta es una de esas novelas que te sumerge en un mundo tan cerca y tan lejos que lo reconoces y desconoces a la vez. Duele. Quieres abrazar a los personajes y decirles que todo irá bien, aunque tú misma no tienes ni idea de si irá bien.

“Los obreros nunca fueron vistos por el franquismo de otra forma que como bestias de carga que estabular en la periferia. Ese abandono generó una conciencia de clase en el barrio que las autoridades de la Transición democrática decidieron atajar a finales de los 70 y durante toda la década de los 80 con jeringazos de heroína casi regalados. La droga fue la última forma de ejecución sumarísima de disidentes de un régimen que había encontrado la forma de perpetuarse”.

Que bien describe el barrio: la violencia intramuros, solidaridad de las mujeres, la ternura clandestina de (algunos) hombres, la resistencia de las disidentes, las jeringuillas como banderillas a la rebeldía de extrarradio. La necesidad de huir y la inevitabilidad de terminar regresando.

Que bien describe la diferencia: “Que una acabará siendo mujer lo descubre a través de los ejemplos que tiene cerca, de la sed de referentes, de la necesidad de participar de las herencias que unas mujeres se dejan a otras y que es ajena a los hombres”.

“Mi experiencia trans y marica me obligaba a observar con detenimiento obsesivo cualquier habitación en la que ponía los pies: en cuanto entraba asimilaba la posición de los muebles, los cuadros o fotografías que hubiera, las posibles entradas y salidas, las ventanas y, sobre todo, procuraba memorizar, interpretar y contabilizar cada rostro humano que me encontrase dentro, así como sus expresiones, su forma de reír, de estar serios o de sorprenderse”.

Que duras y bellas y solitarias y esperanzadoras todas esas vidas en los márgenes de lo permitido. Que hermoso que la vida siempre se abra camino. Que siempre haya un lugar donde ser una misma.

Fragilidad blanca

«En esencia, la fragilidad blanca implica que, cuando a una persona blanca le señalan una conducta racista, esta se siente incómoda. Y, para reparar esa incomodidad, la persona a la que se la ha señalado va a desarrollar una serie de conductas (rabia, enfado, llanto, etc) que le permitan volver a recuperar su posición cómoda en la conversación sobre racismo. Las conversaciones sobre racismo, en mi opinión, tienen que incomodar a las personas blancas. Y punto. Es así. Y las personas blancas deben aprender a gestionar esa incomodidad».

Désirée Bela-Lobedde

Lo de Vinícius

Les resumo la polémica del día: el jugador del Real Madrid, Vinícius Jr, negro, brasileño, estalló en un partido contra el Valencia mientras una buena parte de la afición contraria le gritaba frases racistas. Se paró el partido. Se reanudó. Vinícius recibió una tarjeta roja y fue expulsado.

«No era la primera vez, ni la segunda, ni la tercera. El racismo es normal en LaLiga. La competición cree que es normal, la Federación también y los adversarios la alientan. Lo siento. El campeonato que alguna vez fue de Ronaldinho, Ronaldo, Cristiano y Messi hoy es de los racistas. Una hermosa nación, que me acogió y a la que amo, pero que accedió a exportar al mundo la imagen de un país racista. Lo siento por los españoles que no están de acuerdo, pero hoy, en Brasil, España es conocida como un país de racistas. Y desafortunadamente, para todo lo que sucede cada semana, no tengo defensa. Estoy de acuerdo. Soy fuerte y llegaré hasta el final contra los racistas. Aunque sea lejos de aquí», escribió en sus redes sociales.

Y a partir de este momento, reacciones de todo tipo: solidaridad de sus compañeros, especialmente los racializados; manifestaciones de autoridades y políticos, algunos condenando el racismo, pero otros mucho negándolo, minimizándolo; incluso gente acusándole a él de provocador.

Es que llevaba minifalda.

¿Dónde queda aquello de que no existe el racismo, lo que existe es – como dicen los pijos para no hablar de clases – aporofobia, cuando vemos domingo tras domingo los insultos y burlas a los jugadores negros?

Nada nuevo bajo el sol, como sabemos bien las que tenemos cerca jóvenes racializados.

En los campos de futbol, como en la escuela, el racismo no se ve, no se escucha, no se percibe; se niega, se discute, se minimiza. Se asume cuando hay un conflicto en el que están implicadas criaturas racializadas que son ellos, el chico negro o el magrebí, quien ha empezado el conflicto. Se les castiga más y con más fuerza.

Reciben comentarios e insultos racistas como un goteo de mala leche (sin mencionar la ausencia de referentes, los estereotipos, la ignorancia sobre sus lugares de origen) y un día estallan y entonces, tarjeta roja y para casa.

Hijos de la época

Somos hijos de la época,

la época es política.

Todos tus, nuestros, vuestros

asuntos diarios, asuntos nocturnos

son asuntos políticos.

Quieras o no lo quieras,

tus genes tienen un futuro político,

tu piel tiene una tonalidad política,

tus ojos un aspecto político.

Lo que dices, resuena,

lo que callas, tiene un sentido

de todas las formas, político.

Hasta yendo por la selva, por el bosque,

estás dando pasos políticos

con fundamentos políticos.

Los poemas apolíticos también son políticos,

y en lo alto brilla la luna,

un objeto ya no lunático.

Ser o no ser, he aquí la cuestión.

Qué, pregunta, dime, cariño.

Una pregunta política.

No hace falta que seas un ser humano,

para cobrar importancia política.

Basta con que seas petróleo,

pienso o materia reciclada.

O una mesa de debate, cuya forma

fue discutida durante meses:

¿en qué mesa pactar sobre la vida y la muerte?,

¿redonda o cuadrada?

Mientras tanto la gente se moría,

morían los animales,

ardían las casas

y los campos de cultivo se perdían

como en las épocas pretéritas

y menos políticas.

Wilslawa Szymborska, “Hijos de la época”, 1986

(Fotografía de Dani Gago)

Hermanxs

V. fue adoptada con 10 meses en un país del este de Europa. Tres de las familias que viajaron juntas hicieron mucha amistad y se fueron viendo, quedaban un par de veces al año, pero con la pandemia, aunque siguieron en contacto, llevaban años sin verse. Hace unas semanas, V., que ahora tiene 18 años, se encontró con L, una de esas compañeras de orfanato. Se vieron, se abrazaron, se contaron su vida en esos años.

Cuando L. se vue, los amigos de V. le preguntaron quién era esa niña (tan poco parecida a ella fenotípicamente, porque son de grupos étnicos distintos), y V. dijo: «Es… mi hermana».

Unos días más tarde, la madre de T., adoptada con 2 años en un país asiático, me contó que la niña le dijo que sus amigas del mismo lugar, con quien convivió en el orfanato, eran sus hermanas.

Lo mismo dice A. de Af, el niño que dormía en la cuna de al lado de la suya y al que hemos seguido viendo desde que llegamos.

Qué cosas.

Retorno a Seúl

Vuelvo al cine para ver «Retorno a Seúl», una película francesa (de un director franco-camboyano) que narra la historia del regreso de una joven adoptada en Corea a su país de origen.

Ella llega a Seúl casi por equivocación; iba a viajar a Japón pero cancelaron su vuelo, y ¡oh casualidad!, el primer avión que salía viajaba a Corea. Se acerca al centro de adopción porque se lo sugieren los amigos que ha hecho al llegar a la ciudad. Accede a buscar a su familia biológica porque se lo sugiere la mujer que la recibe en el centro.

Me ha hecho pensar mucho esto en estas familias adoptivas que sostienen sin fisuras que sus criaturas no tienen interés en sus orígenes, en el país en el que nacieron, en saber de sus primeras familias. Que sus hijos cambian de tema cuando ellos lo sacan. Pero que después les encuentran hojeando libros sobre su país de origen, rebuscando en los papeles de adopción, o usando su nombre de antes de ser adoptados en las redes sociales.

Es fácil pensar que en el viaje de retorno a los orígenes, todo termina cuando encuentran a sus familias biológicas; lo que esta película muestra es que allí empieza todo. Las emociones raras, la incomodidad de ser familia de gente que son extraños, la falta de conocimiento del idioma y de los códigos culturales, la diferencia de los tiempos, los ritmos y las distancias entre la familia que quedó allí y el hijo o la hija que se fue y luego regresó; la ambivalencia de querer pertenecer y querer huir al mismo tiempo. Y regresar después, una y otra vez.

El papel, la existencia, las emociones, del padre biológico, que tantas veces olvidamos; nuestras criaturas muchas veces no hablan de él, las familias adoptivas ni lo consideramos. Las hermanas que nacieron después. Los abuelos. Su necesidad de hacerse perdonar.

La lejanía de la familia adoptiva, al otro lado del teléfono.

Día del padre y trauma

Me había prometido a mi misma no volver a escribir sobre la celebración del Día del Padre en las escuelas. De verdad. Creía que estaba todo dicho, que era un debate que empezábamos a superar. Pero este año, no sé si porque un señoro famoso ha decidido soltar bilis por la decisión de algunas escuelas de no celebrarlo, o porque cada vez están los ánimos más calientes… la discusión me ha parecido más polarizada aún que otros años.

Y la discusión ha versado, sobre todo, sobre el trauma. “Nadie se ha traumatizado por celebrar el día del padre” (aunque no tuviera padre, o este le hubiera abandonado, o hubiera muerto recientemente, o fuera un maltratador).

Ni siquiera esta premisa es cierta: aunque algunas personas pueden haber vivido sin dolor que esta celebración no se ajustara a sus circunstancias personales, otras han sufrido por ello. Y que no genere un trauma no quiere decir que no sea doloroso.

Al respecto del trauma, A., madre monoparental de dos criaturas, he escrito esta reflexión que me ha permitido compartir aquí.

Hoy estaba pensando sobre el trauma, porque no sé, me parece que se usa de una forma muy alegre… por poner un ejemplo random se ve que celebrar el Día del Padre a mucha gente no le ha generado ningún trauma y pienso: normal, ¿no? quiero decir no es un hecho traumático, porque si miras en Google en cosas que ponen que pueden generar un trauma pone cosas como abuso sexual, violación, accidente de coche, desastre naturales… a ver, celebrar el día del padre no es nada de eso…

Me parece que definir qué se puede celebrar o no, en función de si genera un trauma o no, es un poco de psicópatas, quiero decir ¿hace falta asegurarte que algo ha generado un trauma a alguien para dejar de hacerlo? ¿tenemos que esperar que alguien se sienta una mierda, no pueda dormir, o acabe con una depresión para dejar de hacer algo?

Porque resulta que lo que si puede crear un trauma es la exposición repetida y prolongada a eventos estresantes… o sea, cada año el Día del Padre (o de la Madre), cada libro donde no sales representado, cada pregunta sobre tu modelo familiar, tus orígenes, cada comentario en el parque, cada bromita en la tele, cada vez que te hacen sentir que lo que eres no está bien, no es la norma, debería ser distinto, la sensación de que te falta algo, etc…

Y cómo vas a saber si esto realmente va a afectar a un menor si lo ves solo en la perspectiva de «menor» y no lo ves como lo que va a llegar a ser, un adulto. Quiero decir, ¿qué valor real puede tener decir: mi hijo no tiene un trauma cuando en realidad explicas lo que tú no tienes no lo que tu hijo tiene, o el hijo tiene 3 años…? Pero cuando sale un adulto contando que estas situaciones si le han supuesto un problema se le trata de loco/a o traumatizado (claro, está traumatizado… por todas estas situaciones, es esto el trauma)

Porque, esto lo copio directamente de internet: El trauma, sin importar su origen, lastima de tal manera la salud y salud mental, la seguridad y el bienestar de la persona, que esta puede  llegar a desarrollar creencias falsas y destructivas de sí misma y del  mundo. Estas creencias se pueden presentar en forma de pensamientos como: “soy un incapaz, soy un miedoso, estoy indefenso, me van a atacar,  soy malo, nadie me quiere, a nadie le importo”; u otros pensamientos  tales como: “soy incapaz de ser buen hijo, de cumplir mis horarios, de  hablar en público, no sirvo para escribir, no podré ser exitoso, no  tengo esperanza”. Estas creencias interfieren con la vida diaria y dificultan tu comportamiento.

¿Hace falta de verdad llegar a esto para ver que las cosas pequeñas también importan? Porque no todo el mundo delante de las mismas circunstancias desarrolla un trauma por suerte, pero leñe, ¿¿¿de verdad nos importan tan poco los demás???

Las redes arden por la noticia de que el vicepresidente de la Comunidad de Madrid (104.928,60 euros brutos al año y un patrimonio de un millón) cobra el bono social por tener Familia Numerosa; y que Mónica García, líder de la oposición en esa misma comunidad, después de pedir su dimisión, resulta que también lo está cobrando.

Unas reflexiones al respecto:

  1. Aunque Ossorio, que hace un año dijo que “no veía pobres en la Comunidad de Madrid”, se ha vanagloriado de recibir esta ayuda, mientras que Mónica García se ha disculpado y ha dicho que mirará de devolverla, todos tenemos claro que política y electoralmente a ella le pasará factura y a él ninguna.
  2. “A cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus posibilidades”, decía Marx. La izquierda pensamos que las ayudas deben ser para quien las necesitan. La derecha piensa que deben ser para quienes las merecen. ¿Y quienes las merecen? Los ricos. Que si son ricos es porque han hecho las cosas bien.
  3. Mateo 13:12. “Porque a cualquiera que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; pero a cualquiera que no tiene, aun lo poco necesario le será quitado”. El estado de Bienestar es, más veces de lo que querríamos, un trasvase de dinero de los pobres a los ricos.
  4. ¿Deben dejar de pedir las personas que no lo necesitan ayudas a las que tienen derecho? ¿Quién marca dónde está el límite de la necesidad? ¿De verdad hay que apuntar la bala a la decisión individual y no al sistema que lo permite?
  5. Yo no creo que lo que marque el listón de la moralidad sea el nivel de ingresos sino si has criticado la existencia de ayudas (o «paguitas», como las llaman ellos) o si has criticado que otras familias la cobren y tú lo estás haciendo
  6. Lo que es inmoral es que haya un colectivo que tenga derecho a ayudas sin límites de renta ni patrimonio mientras que otras familias en situación más vulnerable no reciben estas ayudas.
  7. El melón que hay que abrir es el de que las ayudas a las familias numerosas no estén sujetas a renta ni patrimonio. Esto implica que familias con ingresos altos o un patrimonio grande reciben ventajas que familias más necesitadas no reciben. Creo que es el único colectivo en España que tiene ese privilegio
  8. Yo sí creo que las ayudas deben estar sujetas a renta, y también que los límites de renta que hay ahora dejan fuera a muchas familias muy vulnerables. Y que debería valorarse a un nivel más global, porque puedes tener una renta no muy baja pero gastar mucho en vivienda, por ejemplo; o para cubrir las necesidades de conciliación.
  9. Por cierto, me acaban de conceder el bono social 😉 Ya soy como esos políticos que cobran millonadas (menos en lo de las millonadas).

Genes anónimos

El fin de semana pasado se emitió en TV3 un 30′ sobre la donación de gametos.

Me ha parecido interesantísimo: si podéis, vedlo (es en catalán pero se pueden poner subtítulos que probablemente ayudarán a entenderlo). Hay participación de adultos concebidos con gametos de donante (algunos, viejos conocidos de este blog), de madres que lo han sido por donación, de donantes, y también de profesionales que se dedican a la Reproducción Asistida. Incluso hay un caso de una mujer que fue donante hace años y que para tener sus propias criaturas ha necesitado una donación (de hecho dos, porque utiliza el método ROPA, pero solo la de esperma es anónima).

De todo lo que dice el documental me quedo con el testimonio de María Sellés, una mujer hija de madre monoparental y concebida a partir de esperma de un donante anónimo.

Maria cuenta que es el donante… de su madre. Para ella, es su padre biológico. Esto no quiere decir que no sepa quién es su familia: su familia, dice, son su madre y ella, y son una familia completa. Pero su padre biológico es parte de su identidad, el 50% de quien es. «La información de mi historial médico, de mi historia genealógica… me la han robado. Y me la han robado con la connivencia de mi padre biológico y de mi madre biológica.

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