familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para diciembre, 2010

Vida personal

Estos días, como yo trabajo, una amiga se queda algunos ratos con mis hijos. Ayer me dijo que su hermana le había preguntado si yo no tenía «nada» de vida personal.

 Y me puse a pensar. ¿Qué es tener vida personal? ¿La vida que hago junto a mis hijos no es vida personal? Es verdad que he tenido que renunciar a algunas cosas, como contaba en otro post… pero también es cierto que he ganado muchas, no me siento menos viva. Por ejemplo, en contra de lo que yo pensaba que sucedería, mi vida social se ha incrementado. Tengo más amigos, gente diferente a la de antes, gente que no tiene nada que ver con mi trabajo (¡y qué interesante es hablar de cosas distintas!). Mi radio de acción se ha reducido (ahora salgo menos de la ciudad, y menos del barrio), pero conozco mejor mi entorno. Después de años viviendo en la misma casa, en el mismo barrio, ahora saludo y me saludan los comerciantes y los vecinos. Después de años valiéndome por mi misma, estoy aprendiendo a vivir en red, a pedir ayuda cuando lo necesito y a intercambiar apoyo con otras madres y padres – e incluso con los que no tienen hijos. Ya no voy al cine, pero voy de excursión. Ya no salgo a cenar, pero he aprendido a hacer madalenas. Veo menos a mis amigos solteros – solteros de hijos-, pero me comunico por mail – y por el facebook. No voy de copas, pero invito a mis amigos a cenar.

Y luego está el trabajo. ¿La vida profesional, no es vida personal? En mi caso, sí lo es. Tengo la suerte – también me lo curré – de hacer un trabajo que me gusta, que me llena, con el que aprendo, en el que puedo aportar cosas, y con el que hago vida social con gente interesante. Cuando la gente sugiere que les gustaría trabajar desde casa, siempre pienso que mejor no… a mí caminar hasta el trabajo, pisar el centro de la ciudad, compartir ideas y charlar con adultos informados me aporta mucho.

Supongo que la hermana de mi amiga, cuando hablaba de vida personal, se refería a vida lejos de los niños. Y la verdad es que tengo poca. Dedico la mayor parte de mi tiempo diurno, cuando no estoy trabajando, a mis hijos. Desconecto poco… quizás debería hacerlo algo más, pero no es fácil, y pienso que es sólo una etapa, que con el tiempo irá siendo menos difícil. Sin embargo, sí tengo algunos tiempos para mí, libre de niños.

 

Casi cada día, mis hijos se acuestan – y se duermen – sobre las 9 de la noche. Y estas 2/3 horas que tengo hasta que me voy a dormir, son sólo mías. Quiero decir que no plancho, ni lavo platos, ni preparo mochilas, ni trabajo. Veo alguna peli, llamo a los amigos, leo… me pinto las uñas, me hago una mascarilla, hago zapping compulsivamente. O no hago nada.

 Y de vez en cuando – pero cada vez más a menudo – pido a una familia amiga – o a dos – que se queden con los niños una noche, y salgo sin pensar en lo que me va a cobrar la canguro, en la resaca del día siguiente, en la hora en la que me van a tocar diana.

Y me sucede como en aquella canción de Tom Waits llamada «San Diego Serenade», que dice «Nunca vi la mañana hasta que me quedé despierto toda la noche/ nunca vi la luz del sol hasta que apagué la luz/ nunca vi mi hogar hasta que estuve lejos/ nunca oí la melodía hasta que necesité la canción». No disfrutas de los pequeños placeres hasta el momento en los que te han faltado.

Ser diferente

«Happy feet» es una de las películas favoritas de mis hijos. Aunque en casa la llamamos «mumble», que es el nombre del protagonista, un pingüino que es… distinto a los demás. A diferencia de sus compañeros, Mumble no sabe cantar, y esto hace que sea marginado, mirado como raro, y hasta temido por sus iguales y también por los adultos del clan. Sin embargo, sabe hacer algo que no hace nadie: bailar zapateado. En la película vemos como ser distinto no tiene nada de malo si aprendemos a buscar nuestro camino, que incluso puede acabar girándose a favor si sabemos ver el lado positivo. Creo que es un buen mensaje para mis hijos, que son tan distintos en tantas cosas.

Otra película con un mensaje parecido es «Ratatouille».

Una película protagonizada también por alguien que se siente distinto, que destaca, que no es comprendido por sus pares, pero que no renuncia a perseguir sus sueños, que no se rinde a pesar de los mensajes negativos del resto del mundo. ¿Por qué tenemos que ponernos todavía más límites?

El azar y el destino

Este verano, oía a mi hijo mayor hablando con su hermano, le iba diciendo «mi madre esto, mi madre lo otro», de repente oigo que le dice «Pero no tu madre, eh? la mía. Mi madre de verdad». Se gira hacia mí y me dice. «La de África». 

Le pregunto si yo soy de mentira, se ríe y me dice, «no, ya me entiendes». Y sigue: «¿Y mi hermano tiene madre?» Le digo que sí, que yo soy su madre, la de los dos. Y dice, sacudiendo la cabeza: «No, quiero decir antes, en África». Le cuento. 
 
Esa misma tarde coincidi con dos amigas, ambas madres por adopción.  Me dicen, casi a la vez: «Esto lo ha oído». 
 
Y yo pienso que quizás sí, pero que puede que no. Que en cierta manera, mi hijo tiene razón. Que hay una verdad en lo genético a prueba de todos los discursos sobre vínculo, día a día y afecto. 
 
Y me dio por pensar en algo a lo que le vengo dando vueltas desde hace mucho: a lo que siento que falla en los rechazos de asignaciones. 
 
Es cierto que yo habría podido rechazar determinadas asignaciones (por cuestiones muy graves de salud, me refiero), pero esto no quita que el discurso oficial al respecto me chirríe por todos lados: «Yo quiero ser madre, no hacer una obra de caridad». «No estamos preparados para asumir determinadas circunstancias». Les entiendo, pero no veo a una parturienta soltandole algo así al obstetra mientras le devuelve la criatura discapacitada. 
 
En las adopciones hay mucho de azar. Nuestro hijo podría haber sido otro: el de la cuna de al lado, el de las otras familias que han viajado contigo, incluso podría haber nacido en otro país. O tener otra edad, o ser del sexo contrario. Así que, ¿por qué tenemos que quedarnos justamente este que está enfermo – o es demasiado mayor, o del sexo que no toca- cuando podría haber sido cualquier otro? En la maternidad biológica también hay mucho de azar, es cierto: si hubiéramos echado el polvo un par de horas antes, si el taladro del vecino no hubiera estropeado el encuentro sexual de la ovulación anterior, etc, etc, nuestro hijo sería otro: pero el hijo que hemos parido no podría pertenecer a otros de ninguna manera. 
 
Al menos, hasta que pasa el tiempo… y a esto que no es más que azar, le empezamos a llamar destino.

Bambi

El otro día, estábamos con mis hijos en el videoclub (sí, todavía existen!) buscando una película para el fin de semana, cuando apareció el mayor entusiasmado: «Mamá, ¡¡mira qué película he encontrado!! ¡¡Te va a encantar!!». Cuando vi la carátula me eché a temblar:

«¿Estás seguro de que quieres esta?… ¿Crees que te va a gustar?»

«Ya sé que la madre muere», me dijo en tono de paciencia… Y la cogimos.

Bambi no es una película que permita hablar de adopción, porque cuando el cervatillo pierde a  su madre (observé cuidadosamente a mis hijos mientras Bambi gritaba «mami, ¡¡mami!!», pero aunque aseguran que es una escena triste, no parecían angustiados), hace una elipse hasta la primavera siguiente, cuando ya es adulto.

Pero después de Bambi, hemos visto…

Que sucede, precisamente, en esa elipse que separa al cachorrillo del adulto. Bambi se queda a cargo de su padre («¿Es su padre?», pregunta mi hijo mayor, y él mismo se responde: «AHORA, es su padre»), y ver cómo se van aproximando estos desconocidos que al principio ni siquiera terminan de gustarse es muy ilustrador de cómo se crea el apego en la adopción. Hasta que llega otra cierva, porque el padre pensaba que él iba a ser incapaz de sacar adelante un hijo («necesita una madre»), y entonces mi hijo pregunta «¿Por qué? ¿Ya no quiere estar con él?».

Como sucede a menudo, más preguntas que respuestas

(y como dijo Benedetti, probablemente nos sucederá que «cuando ya teníamos todas las respuestas, nos cambiaron todas las preguntas»).

PD: No hemos visto todavía «El príncipe de Egipto», que tan bien se describe en este post del blog Al Kafala. Pero después de leer lo que nos cuentan, la buscaremos para cualquier fin de semana de estos.

Hablando de monoparentales

Esta semana se ha emitido en La 2 de TVE un debate sobre las familias monoparentales (empieza sobre el minuto 55 del vídeo y dura una media hora).

Es un debate que no me parece que aporte mucho al discurso ya conocido sobre monoparentalidad. Como suele suceder, denota mucha confusión sobre lo que es la monoparentalidad (o lo que yo entiendo que es, que no tiene nada que ver con lo que entienden los participantes). Extraigo dos frases para el recuerdo: «Un 40% de los padres no pagan las pensiones alimenticias» (¿¿¿Perdón??? ¿¿¿Si pagaran las pensiones alimenticias, no dejaríamos de considerarles familias monoparentales???); «El rendimiento escolar cambia mucho según el seguimiento que hace el padre ausente» (Si hay presencia del padre ausente – frase intrínsicamente contradictoria – ¿¿¿podemos hablar de monoparentalidad???)

Me parece curioso que una de las participantes, la presidenta de la Federació de Famílies Monoparentals de Catalunya, Sònia Bardají, se corrija en la frase «Las familias monoparentales no están reconocidas, perdón, reconocidos», porque la concordancia correcta es en femenino. ¿Hay ahí una traición de su subconsciente que piensa tal vez, que lo femenino es menor, que tiene más entidad si incluye también a los hombres?

Y, para variar, hablan de monoparentales separadas, viudas, abandonadas, solteras, por reproducción asistida… y a las adoptantes ni nos nombran. Ayyyy….

Para acabar con buen sabor de boca, me quedo con la frase con la que abre el debate el Sociólogo Pau Marí-Klose, que dice que «el aumento de familias monoparentales es un síntoma de convergencia con los países desarrollados».

Escoger un hijo

Me doy cuenta de que muchos de mis puntos de vista sobre la adopción han cambiado desde que empecé. Uno de ellos es el que se refiere a la posibilidad de escoger a nuestros hijos.

No soy partidaria de elegir, no lo he hecho (no he tenido que hacerlo), pero no lo veo tan mal como lo veía cuando me planté en el curso del CI y las psicólogas nos advirtieron sobre el tema.
 
Recuerdo que entonces, les recomendaron, a los que iban a países donde se hacía elegir a los niños (Ucrania es uno de los que citaron), que fueran con una idea pre-concebida. Es decir: «el más pequeño de los que me enseñen»; «la primera niña sana»… y ajustarse a esta idea. Decían que otras opciones podían ser muy duras emocionalmente.

Cuando nos lo contaban a mi me daba la sensación de que hablaban de estar escogiendo en el catálogo del Corte Inglés.
 
Mi hijo pequeño es de un país donde te es posible (y a veces obligado) escoger a los niños (cuando hay varios que podrían responder a tu perfil). Y he hablado con mucha gente que lo ha hecho, y lo que te cuentan no tiene nada que ver con la idea del catálogo. Una pareja amiga, entre dos expedientes, se quedó al niño cuya fecha de nacimiento coincidía con la de la madre; otra amiga preguntó si era adoptable el primer niño que había tenido en brazos al entrar en el orfanato; otra, preguntó si podía adoptar al niño de 5 años que se acercó a ella en el patio; otros escogieron por el nombre (significaba Esperanza).

Lo que te dicen es que tienes más la sensación de que el niño te escoge a ti que otra cosa. Porque es el que te mira, o el que te rehuye, el que más sonríe, o el que más llora, el más gracioso, o el más frágil. Que algo te llama. Que te parece inevitable.
 
Yo no tuve que hacerlo, pero creo que habría podido elegir en estas condiciones y no sentirme mal.
Lo que no entiendo, y de esto también hay mucho en la adopción internacional, es la gente que «selecciona». Que conocen a varios niños, se los miran del derecho y del revés, les hacen pruebas médicas varias, los van a ver varios días al orfanato… y luego descartan o escogen el que más les gusta. Me resulta difícil de imaginarme haciendo esto, haber tenido un niño en brazos, haberlo imaginado como mi hijo… y desecharlo por otro «en mejor estado», como si fuera una mercancía defectuosa.
 
A la gente que tiene miedo a la posibilidad de escoger, en algunos casos, lo que les echa para atrás es la idea de los niños que no escoges, los que se quedan. Qué difícil, dicen, que no se te queden clavados en el alma para los restos. Y tienen razón: pero esto no sólo sucede cuando escoges a tu hijo, sucede en todos los casos.

Yo recuerdo a muchos de los niños del orfanato de mi hijo pequeño, donde tantas horas pasé,  y hay uno de ellos (ahora tiene 5 años, y es un niño sano, inteligente y cariñoso, con un único «defecto» que ha hecho que no sea escogido por ninguna de las familias que en estos 5 años han pasado por allí: una mancha que le afea la cara), en el que todavía pienso muchas veces. A veces pienso que, si hubiera ido al centro a escoger, este niño podría haberse convertido en mi hijo pequeño. Y que cualquiera de los niños de la edad de mi hijo mayor que adoptaron otras familias que viajaron a la vez que yo habría podido ser mi hijo si la ecai hubiera asignado de otra manera.

Queridos Reyes Magos

 Por si alguien no se había dado cuenta, soy una fan de Quino… tiene viñetas adecuadas para todos los estados de ánimo (¡y con 40 años de adelanto!).

Tu padre está en China

Cuando decidí tener hijos sin pareja, pensé que uno de los temas cruciales sería la ausencia de padre. Sin embargo, paradójicamente, es un asunto bastante ausente de los foros de monoparentales. Las madres (y los padres en su caso), afirman que sus hijos muestran poco interés por el tema, y cuando preguntan, a menudo les despachan con respuestas, a mi entender, de lo más peregrinas.

Por ejemplo: “Claro que tienes padre, cariño, lo que pasa es que está en China”.

A mí muchas veces me han sugerido que responda parecido: que su padre es negro, o que está en África, pero, si su padre está en África… su madre está en África también, ¿no? ¿Y en qué me convierte a mi esto? ¿En la canguro?

“Todos los niños tienen papá y mamá”, es otra frase que he oído repetir muchas veces. Siempre me ha parecido que esta frase nace de la confusión entre parentalidad biológica y social. Desde lo biológico, obviamente, y mientras la genética no diga lo contrario, todos tenemos padre y madre. O progenitor y progenitora… usar para lo biológico los términos “papá” y “mamá”, que están cargados de connotaciones de afecto, me parece rayar lo cursi.

Pero cuando nuestros hijos – o alguien de nuestro entorno – nos pregunta por el papá, ¿se refieren al padre biológico? ¿O se refieren a alguien que ocupe un papel análogo al nuestro, que les cuide, les sostenga económicamente, les eduque, les vea crecer? ¿No son los padres los que tienen la responsabilidad sobre los hijos, la patria postestad, y la custodia?

Lo que me preocupa de la respuesta que ubica al padre en China (o en cualquier otro país), es la asimetría. Creo que despachar la pregunta de «yo no tengo padre» con, «claro, cariño, tienes un papá estupendo en China», no hace más que generar confusión. Porque estamos respondiendo una cosa distinta a la que están preguntando.

Como mi hijo mayor es negro y yo soy blanca, muy a menudo me preguntan si soy su madre (le miran a él, me miran a mi, le vuelven a mirar a él… y entonces sueltan la pregunta). La respuesta es, por supuesto, que sí. No se me ocurriría contestar otra cosa. A veces siguen las preguntas, como si es «tuyo tuyo» o «tuyo de verdad» (digo que sí a las dos cosas) o si es «tuyo o adoptado» (y digo que mío y adoptado; o simplemente, “es mi hijo”).

Otras veces, en cambio, dudan un momento y me preguntan… «¿Entonces, su padre es negro?» y ahí es donde yo digo «No», o «No, es adoptado», o «No, no tiene padre», depende de quién o cómo lo pregunte. Creo que igual que cuando me preguntan si yo soy su madre no se me ocurre decir «No, su madre es una mujer de África», tampoco tiene mucho sentido que diga que «su padre es un señor de África».

Otras veces, niños amigos nos preguntan «¿dónde está el padre de A y B?». Yo les digo que no tiene padre, que en casa somos madre e hijos y ya está. La mayoría entienden y aceptan una explicación tan simple. Creo que decir que tienen o tuvieron padres en África sin aclarar que también tiene allí madres, etc., es complicar la troca.

A veces son los adultos los que preguntan por los padres de mis hijos, generalmente, dando por supuesto que existen. Preguntas del tipo «¿A la reunión de la escuela vendrás tú o vendrá su padre?» Aquí también respondo que no tiene padre, porque creo que contestar «su padre está en África» se prestaría a confusiones y además, porque no me avergüenza el modelo de familia que somos.

Y aparte de todo esto, a veces la gente me pregunta por la familia biológica de mis hijos (ahí entrarían padre y madre), y yo les contesto, dependiendo de quién pregunta, que tengo información de ellos pero es privada o puedo entrar más en detalle. Y lógicamente, si son ellos quienes preguntan, le explico las cosas con tanto detalle como requieren.

Hay niños que tienen mamá y papá, otros que tienen sólo mamá, otros que tienen sólo papá, otros que tienen dos mamás y otros que tienen dos papás. Además, todo el mundo tiene padre y madre biológicos, que a veces coinciden con sus padres… otras veces no coinciden… y otras veces se relevan como es el caso de mis hijos (que de hecho tienen dos mamás… una en España y otra en África).

Familias de segunda

Cuando pones en google «adopción monoparental», uno de los primeros artículos que te salen es este. Un reportaje que desgrana todos los inconvenientes y riesgos de adoptar en solitario, que alude a la solidaridad o necesidad de compañía como motivaciones, y que por supuesto, asegura que ninguna familia monoparental puede superar la formada por «dos buenos padres».

El colofón del artículo es este: «Aunque parezca que no, soy un firme partidario de la adopción por parte de personas solas. Pero esto en los casos que el menor realmente no tiene otra oportunidad, ya que generalmente cuando pasan de ciertas edades, la realidad hace que sean inadoptables por las parejas, que generalmente prefieren niños muy pequeños. Este caso es el mejor un solo padre/madre, que ninguno».

O sea: sólo tenemos derecho a adoptar a los niños que no quiere nadie. Niños mayores, con problemas de salud, grupos de hermanos. Es decir, las adopciones más difíciles… ¿Tiene sentido esto? Se supone que la adopción no es buscar niños para familias que los desean, sino familias para niños que las necesitan, ¿por qué les damos las peores – en su opinión – familias a los niños que más apoyo necesitan? ¿Por qué colocamos a estos niños en familias que tienen un sólo sueldo, media familia extensa, ninguna posibilidad de dejar el trabajo o reducir jornada?

¿Somos familias de segunda y son por ello nuestros hijos, hijos de segunda?

Muchos países que dan a los niños en adopción internacional, comparten estas premisas – y dan a monoparentales sólo niños «que no tienen la posibilidad de salir en otras familias». Lo mismo sucede en muchas comunidades autónomas con la adopción nacional. «4 manos son mejor que 2», nos dicen. Pero, ¿cómo controlar que en las familias donde hay 4 manos no sean sólo 2 las que se ocupen de los niños? ¿Podemos sumar las madres de los abuelos, de los tíos, de los hermanos mayores? ¿Son las manos más importantes que otras partes del cuerpo, como por ejemplo, el cerebro?  Y si 4 manos son mejor que 2… ¿por qué no priorizar las familias donde hay 6, u 8, o 10 manos?

Al final, ¿importa más el número de manos que la capacidad que tienen estas de acoger otra mano más chiquita?

P.D.: Para que nadie me malinterprete: soy una firme defensora de las adopciones de niños mayores, con problemas de salud, de los niños difícilmente adoptables. Pero creo que estos tienen derecho a ir con personas que realmente deseen convertirse en sus familias, y no ser considerados un premio de consolación.

Niños robados

Cuando empecé mi camino en la adopción, hace ya unos cuantos años, estaba convencida de que, adoptando un niño, podría hacer realidad mi deseo de ser madre, y, además, darle una familia a un niño que la necesitaba.

En ningún momento se me ocurrió que hubiera niños en adopción que fueran robados de sus familias para entregarlos a otras, que la adopción fuera un negocio, y además, un crimen: el de tráfico de niños.

Hoy, el país publica un artículo demoledor sobre el robo de niños en la España del siglo XX, en algunos casos, en los ya democráticos años 80. Estas denuncias, ahora en Andalucía, se suman a las que se han vivido en Madrid alrededor de la Clínica San Ramón, a los robos denunciados en el documental Els nens perduts del franquisme y posiblemente a otros muchos aún por denunciar y documentar.

Esto mismo que sucedía en España hasta hace 30 años, no es muy distinto de lo que sucede hoy en la adopción internacional en muchos países del mundo. En Guatemala, hace algunos años, se cerró la adopción internacional después de descubrir granjas de niños destinados a familias de Estados Unidos y otros países. el convenio de adopción entre España y Vietnam ya nació lastrado por las denuncias de irregularidades – y la imposibilidad de controlarlas – y muchas familias adoptantes en Etiopía han denunciado que la documentación de sus hijos no era correcta, que los niños habían sido reclutados por buscadores de niños y, en algunos casos, que no había consentimiento de los padres biológicos. Podéis leer más sobre el tema aquí y aquí.

El dolor que implican los robos de niños para los padres biológicos y para sus (nuestros) hijos, está estupendamente reflejado en este blog. ¿Y para los padres adoptivos? Por ahora, tengo la impresión de que, igual que sucede en muchos otros asuntos, el grado de tolerancia con el asunto es muy distinta si salimos de nuestras fronteras. Que para la opinión pública es menos condenable si los niños robados proceden de países pobres («Están mejor aquí»; «Peor sería que los robaran para tráfico de órganos o para hacerles trabajar»)… igual que sucede con las mujeres traficadas para la prostitución, los diamantes o el coltán. Que no hay muchas diferencias entre el tráfico de niños y otros comercios injustos, sean legales o ilegales.