familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para la Categoría "Homosexualidad"

Pienso (luego existo (o no))

En la Italia gobernada por los fascistas, se ha decidido eliminar el reconocimiento de la filiación de la madre no gestante y el segundo apellido de una niña con dos madres.

Pienso en los niños y niñas que, cuando triunfó Franco, perdieron su nombre – porque se llamaban Libertad o Germinal; en los que pasaron a ser hijos de madre soltera porque los matrimonios civiles celebrados en la República dejaron de ser vigentes.

Pienso en las parejas homosexuales que compartieron su vida antes de que existiera la opción legal de casarse y que, al morir una de las partes, la otra quedó desprotegida, se le echó de su casa, se tuvo que ir con lo puesto, no pudo tomar decisiones sobre los últimos minutos de la persona con la que había compartido su vida y la familia que nunca les había aceptado lo tomaron todo, lo invadieron todo, lo ocuparon todo, lo arrasaron todo.

Pienso en aquel día que la novia de S. no regresó a casa y ella estuvo esperando hasta la noche sin saber que había tenido un accidente de moto y había muerto y nadie la había avisado, porque S. no era nadie, y nadie le guardó un sitio en la primera fila del funeral, y lloraba en secreto y cuando sus compañeras de trabajo la veíamos triste nos decía “ha muerto mi mejor amiga”.

Pienso en todas las personas trans que han tenido que vivir con una documentación y un nombre que no les representaba y que por ello no han podido optar a los trabajos que habrían podido hacer o a las vidas que habrían podido llevar.

Pienso en cuando se pusieron en marcha los registros de parejas de hecho y mi madre me dijo que ella nunca se registraría voluntariamente en una lista donde quedara constancia de su disidencia sexual, por lo que pudiera pasar.

Pienso en esa niña que ha visto borrada la mitad de su familia nuclear, la mitad de su nombre, de su identidad; y en quién la protegerá si su madre gestante muere o enferma.

La mala costumbre

Una novela que empieza diciendo “Vi caer como ángeles terminales a una generación entera de muchachos” no hay más remedio que seguir leyéndola. Y a eso dediqué mi sábado: fui al mercado y cociné pescado y por la tarde acompañé a B. al cine pero no hacían la película que queríamos ver, y regresamos; y entre mercado y recoger al cocina y regresar del cine, me leí de un tirón en mi galería “La mala costumbre”, de Alana S. Portero.

Cuando empecé hacía sol y cuando me quedaban dos páginas para terminar el libro, tuve que levantarme a cerrar la ventana por la que entraba un aire frío que anunciaba una lluvia que no llegó a caer.

He leído ensayo pero donde he aprendido las cosas importantes es en las novelas. Y esta es una de esas novelas que te sumerge en un mundo tan cerca y tan lejos que lo reconoces y desconoces a la vez. Duele. Quieres abrazar a los personajes y decirles que todo irá bien, aunque tú misma no tienes ni idea de si irá bien.

“Los obreros nunca fueron vistos por el franquismo de otra forma que como bestias de carga que estabular en la periferia. Ese abandono generó una conciencia de clase en el barrio que las autoridades de la Transición democrática decidieron atajar a finales de los 70 y durante toda la década de los 80 con jeringazos de heroína casi regalados. La droga fue la última forma de ejecución sumarísima de disidentes de un régimen que había encontrado la forma de perpetuarse”.

Que bien describe el barrio: la violencia intramuros, solidaridad de las mujeres, la ternura clandestina de (algunos) hombres, la resistencia de las disidentes, las jeringuillas como banderillas a la rebeldía de extrarradio. La necesidad de huir y la inevitabilidad de terminar regresando.

Que bien describe la diferencia: “Que una acabará siendo mujer lo descubre a través de los ejemplos que tiene cerca, de la sed de referentes, de la necesidad de participar de las herencias que unas mujeres se dejan a otras y que es ajena a los hombres”.

“Mi experiencia trans y marica me obligaba a observar con detenimiento obsesivo cualquier habitación en la que ponía los pies: en cuanto entraba asimilaba la posición de los muebles, los cuadros o fotografías que hubiera, las posibles entradas y salidas, las ventanas y, sobre todo, procuraba memorizar, interpretar y contabilizar cada rostro humano que me encontrase dentro, así como sus expresiones, su forma de reír, de estar serios o de sorprenderse”.

Que duras y bellas y solitarias y esperanzadoras todas esas vidas en los márgenes de lo permitido. Que hermoso que la vida siempre se abra camino. Que siempre haya un lugar donde ser una misma.

Día del padre y trauma

Me había prometido a mi misma no volver a escribir sobre la celebración del Día del Padre en las escuelas. De verdad. Creía que estaba todo dicho, que era un debate que empezábamos a superar. Pero este año, no sé si porque un señoro famoso ha decidido soltar bilis por la decisión de algunas escuelas de no celebrarlo, o porque cada vez están los ánimos más calientes… la discusión me ha parecido más polarizada aún que otros años.

Y la discusión ha versado, sobre todo, sobre el trauma. “Nadie se ha traumatizado por celebrar el día del padre” (aunque no tuviera padre, o este le hubiera abandonado, o hubiera muerto recientemente, o fuera un maltratador).

Ni siquiera esta premisa es cierta: aunque algunas personas pueden haber vivido sin dolor que esta celebración no se ajustara a sus circunstancias personales, otras han sufrido por ello. Y que no genere un trauma no quiere decir que no sea doloroso.

Al respecto del trauma, A., madre monoparental de dos criaturas, he escrito esta reflexión que me ha permitido compartir aquí.

Hoy estaba pensando sobre el trauma, porque no sé, me parece que se usa de una forma muy alegre… por poner un ejemplo random se ve que celebrar el Día del Padre a mucha gente no le ha generado ningún trauma y pienso: normal, ¿no? quiero decir no es un hecho traumático, porque si miras en Google en cosas que ponen que pueden generar un trauma pone cosas como abuso sexual, violación, accidente de coche, desastre naturales… a ver, celebrar el día del padre no es nada de eso…

Me parece que definir qué se puede celebrar o no, en función de si genera un trauma o no, es un poco de psicópatas, quiero decir ¿hace falta asegurarte que algo ha generado un trauma a alguien para dejar de hacerlo? ¿tenemos que esperar que alguien se sienta una mierda, no pueda dormir, o acabe con una depresión para dejar de hacer algo?

Porque resulta que lo que si puede crear un trauma es la exposición repetida y prolongada a eventos estresantes… o sea, cada año el Día del Padre (o de la Madre), cada libro donde no sales representado, cada pregunta sobre tu modelo familiar, tus orígenes, cada comentario en el parque, cada bromita en la tele, cada vez que te hacen sentir que lo que eres no está bien, no es la norma, debería ser distinto, la sensación de que te falta algo, etc…

Y cómo vas a saber si esto realmente va a afectar a un menor si lo ves solo en la perspectiva de «menor» y no lo ves como lo que va a llegar a ser, un adulto. Quiero decir, ¿qué valor real puede tener decir: mi hijo no tiene un trauma cuando en realidad explicas lo que tú no tienes no lo que tu hijo tiene, o el hijo tiene 3 años…? Pero cuando sale un adulto contando que estas situaciones si le han supuesto un problema se le trata de loco/a o traumatizado (claro, está traumatizado… por todas estas situaciones, es esto el trauma)

Porque, esto lo copio directamente de internet: El trauma, sin importar su origen, lastima de tal manera la salud y salud mental, la seguridad y el bienestar de la persona, que esta puede  llegar a desarrollar creencias falsas y destructivas de sí misma y del  mundo. Estas creencias se pueden presentar en forma de pensamientos como: “soy un incapaz, soy un miedoso, estoy indefenso, me van a atacar,  soy malo, nadie me quiere, a nadie le importo”; u otros pensamientos  tales como: “soy incapaz de ser buen hijo, de cumplir mis horarios, de  hablar en público, no sirvo para escribir, no podré ser exitoso, no  tengo esperanza”. Estas creencias interfieren con la vida diaria y dificultan tu comportamiento.

¿Hace falta de verdad llegar a esto para ver que las cosas pequeñas también importan? Porque no todo el mundo delante de las mismas circunstancias desarrolla un trauma por suerte, pero leñe, ¿¿¿de verdad nos importan tan poco los demás???

A vueltas sobre el bullying

Vuelvo una y otra vez la historia de las criaturas adolescentes de Sallent que saltaron por la ventana porque sufrían bullying. Por ser migrantes; por ser una de ellas transexual; en cualquier caso, porque les hacían la vida imposible.

Vuelvo sobre esta historia porque me parece el paradigma del bullying: la xenofobia, lo lgtbiq, la esencia de la diferencia, de la alteridad; de no ser, como suele decirse, “como uno”.

Leía ayer en un titular de la Vanguardia que aseguraban las amigas que le hacían bullying y castigaban a la víctima: “Porque eran pequeñas, recién llegadas y nada populares. Y porque Alana no se callaba, les plantaba cara, se defendía y al final siempre la acababan castigando a ella”.

Y además de los castigos y expulsiones, ¿qué más hicieron en el instituto? Cambiar a la víctima de clase, cambiar a la víctima de patio de recreo, negando que hubiera una situación de acoso, y en última instancia, prohibiendo “que tratemos el tema con periodistas”.

O sea, resumiendo, lo que suelen hacer en las escuelas, en los institutos: mirar hacia otro lado, en el mejor de los casos. Tolerar el acoso, en otros. En algunos, incluso alimentarlo.

Poner la carga sobre la víctima. “No les hagas caso”; “no les provoques”.

Y es que las personas adultas, el profesorado, las familias, también son parte del bullying.

Las criaturas que sufren bullying suelen ser criaturas que se salen de la norma, por uno o varios lados. Por el fenotipo, su lgtbiqidad, sus diferencias corporales, la discapacidad o una inteligencia que despunta, porque su comportamiento no se ajusta a lo establecido. Suelen ser sospechosas, antipáticas, raras; también para los adultos que las rodean, para las madres y padres de sus compañeros, para el profesorado.

No hay mecanismos que funcionen para atajar el bullying; al revés, los mecanismos son para borrar las diferencias y las disidencias. Para hacernos volver al redil. Para que no nos salgamos de las normas sociales que compartimos.

Si no fuera tan doloroso (incluso criminal), es muy interesante el fenómeno del bullying. permite entender las jerarquías de los centros, el lugar que ocupa cada uno, y cómo ve la sociedad todas las exclusiones y disidencias.

Los padres de las víctimas suelen ser gente sin poder en el entorno escolar. Personas migrantes, madres trabajadoras que no pueden participar en el AMPA, familias que se relacionan poco con otras (porque no quieren, porque no pueden, o porque no les aceptan), y muchas veces miradas con desconfianza y prejuicio por otras familias y por el equipo docente. Muchas veces también disidentes a nivel familiar, familias divorciadas o monoparentales.

La escuela no deja de ser un reflejo y un espejo de la sociedad en la que está inserta; a veces, un lugar peor, porque es obligatorio estar en él hasta los 16 años, sin posibilidad de instalarte en un entorno alternativo, seguro.

Y si piensas que en tu escuela no pasa, es posible que seas (o tus hijos) el agresor.

Las clínicas de reproducción humana asistida: la herramienta capitalista y patriarcal para el dominio de la maternidad.

Cuando hablamos con otras madres que lo han sido por adopción o por reproducción asistida, es habitual que estas -sobre todo cuando las criaturas son pequeñas, aunque a veces también sucede con madres de adolescentes o incluso jóvenes – descarten los temas más controvertidos o dolorosos, los que se relacionan por ejemplo con los orígenes o con la ética de nuestras decisiones, diciendo algo así como «yo se lo explicaré bien y mi criatura no dará importancia a este tema». Pero nuestros hijos e hijas crecen… y le dan importancia lo que consideran que la tiene. Como evidencia este artículo de Maria Sellés Vidal, integrantes de la Associació de Filles i Fills de Donant (AFID)

Con los años que hace que gritamos aquello de “patriarcado y capital, alianza criminal”, no sé si es la capacidad de adaptación al medio de las humanas inteligentes– aquel “somos hijas de nuestro tiempo” que he leído a alguna compañera – o si todo es un retrato de la derrota absoluta frente a los valores capitalistas y patriarcales, impregnados y filtrados por todos los espacios como agua por cualquier grieta. Desde mi punto de vista, es exactamente esto: tenemos la casa llena de goteras. Pero aún hay quien va más allá, como una compañera adoptada y activista por la abolición de la adopción internacional y transracial, cuando dice que “todas somos muy feministas y anticapitalistas hasta que una mujer quiere ser madre y no puede”.

No hay materialización más simbólica (¡y exitosa!) de la unión entre capitalismo y patriarcado que las clínicas de reproducción humana asistida (RHA, a partir de ahora) y, para mí, la lucha tiene un objetivo claro: el desmantelamiento de todas las clínicas privadas y la fuerte limitación de las biotecnologías reproductivas, evidentemente siempre sin gametos de terceras personas anónimas, para casos estrictamente de naturaleza médica en la sanidad pública.

Para el contexto necesario, me presento. Soy hija de madre soltera por elección y de un chico que, en su veintena, vendió su semen de forma anónima. Han pasado 31 años y el hombre sigue siendo una persona anónima para mí, su hija biológica. También lo es para todos sus hermanos y hermanas, sus otros hijos e hijas biológicas, a quien yo tampoco conozco: no sé quiénes son ni cuántos son. Esta realidad, que mi madre no escondió nunca (como sí lo hizo al resto de nuestro entorno), me ha causado siempre un gran malestar: cuando era pequeña porque no lo entendía y cuando fui mayor, justamente porque lo entendía.

Quizás me equivoco, pero ahora os imagino a muchas adelantándoos al texto y aventurando una explicación para todo esto que digo; una explicación para mí. Madre de dios la de diagnósticos que me han dejado escritos en mensajes públicos y privados. ¿Qué clase de historia oscura debe tener detrás? ¿Qué otra cosa le debe haber pasado? ¿Cómo de mal debió hacerlo mi madre? ¿Qué ganas de protagonismo debe tener? Supongo que para las que tenéis hijas como yo, encontrar la razón es encontrar también el confort de pensar que vuestras hijas no han tenido las mismas circunstancias que yo o que vosotras no habéis hecho aquello que mi madre sí hizo, y que, por lo tanto, ellas no crecerán para estar así de desorientadas y enfadadas. Quizás os costará creerlo – a mí me costó muchísimo -, pero mi malestar alrededor de mi concepción y situación actual no tiene las raíces en mí, no es individual ni aislado ni descontextualizado. Tampoco tiene la raíz en otras violencias que he sufrido, ni en los errores que haya podido cometer mi madre como cualquier madre del mundo. En definitiva: el problema no soy yo ni mi historia particular.

En cambio, mi malestar viene de ser concebida para satisfacer una demanda con lógicas capitalistas de mercado. Esto quiere decir que mi padre biológico vendió su semen – la materia prima – cuando apenas debía tener 20 años des de una inconsciencia e irresponsabilidad absoluta hacia las consecuencias de aquel acto: yo. Y que mi madre compró el semen de un desconocido desde la misma inconsciencia del impacto que aquello tendría sobre el desarrollo  la salud mental de la persona que tanto deseaba crear. Pero ¿quién tiene la responsabilidad final de tanta inconsciencia? Pues ni más ni menos que quien se lucra de ello. Las clínicas de RHA fomentan, por un lado, un discurso medicalizado, frío y deshumanizado de las partes implicadas: reducir los progenitores a células, equiparar la venta de gametos a la donación de cualquier órgano, no informar nunca a vendedores ni a familias receptoras sobre el derecho de las persona nacidas a conocer sus orígenes y a la identidad…; y por otro lado, uno romántico sobre amor y altruismo – aún más violento que el anterior, si me lo preguntáis -: los vendedores son personas generosas que solo quieren ayudar o todo lo que necesitan las personas nacidas es amor.

Puntualizo antes de seguir que sí: escribo vendedores en masculino expresamente. Lo hago así porque la venta de óvulos va más allá de la captación de chicas jóvenes a través de discursos manipuladores; es, de hecho, la captación de chicas jóvenes a menudo pobres para someterlas a un procedimiento médico de unos posibles efectos secundarios y complicaciones muy graves. Vaya, lo que se conoce como explotación reproductiva.

Mi malestar viene de desconocer mis orígenes, mi historial médico, mi genealogía, generaciones de historias que desembocan en mí y que llevo en mí. De ser intencionadamente creada para no conocer nunca una parte integral de mí; para no tener acceso a una información que me pertenece y que es fundamental para mi existencia. Y de tener conocimiento, además, de que esta información es actualmente propiedad de una empresa privada. De saber que por el bien del negocio, a mí se me ha robado la identidad y la integridad emocional y física y después aún haya tenido que escuchar constantemente desde que tengo memoria que todo se ha hecho en nombre de quererme mucho y desearme mucho. Y que tengo mucha suerte. Y que soy una desagradecida y que qué debe estar sintiendo mi madre, pobre, escuchándome decir todo esto. La perversión. ¿De verdad tú no estarías desorientada y enfadada? Pues ahora imagínate cómo se sentirán las personas nacidas de doble donación. ¿Y las de embriones donados?

Mi malestar, pues, viene de ser un producto privado de derechos desde el día que nací.  

Os traigo ahora a estos señores de la fotografía como estudio de caso. De izquierda a derecha tenéis a Carlos  Bertomeu, José Remohí y Antonio Pellicer, de la valenciana IVI, y a Richard T. Scott, Paul Bergh y Michael Drews, de la estadounidense RMANJ. Estos señores son algunos de los oligarcas de la industria de la RHA. La fotografía es del 2017 i están tan contentos porque aquel día se habían fusionado en una unión, IVI-RMA, valorada en 1.000 millones de euros.

En enero de 2022, fondos de inversión como KKR y Permira ya les hacían ofertas de compra por valor de 2.000 millones de euros. De momento, IVI-RMA sigue en manos de estos seis señores, entre ellos, el CEO y presidente de la aerolínea Air Nostrum. No sé si fue el tercero empezando por la izquierda el que dijo que “su objetivo era que todas las mujeres puedan ser madres.” Por favor, sobre todo que no  se nos ocurra cuestionar la lección tan bien aprendida de que mujer es sinónimo de madre.

IVI-RMA también es quien, el pasado mes de junio, pintó de arco iris su logotipo. Es indudable, toda la fotografía desborda lucha por la liberación del género y la sexualidad. Hasta aquí el caso. Solo dejadme añadir que IVI-RMA resista aún en manos de los empresarios originales es, cuánto menos, una sorpresa. No es el caso de GeneraLife por ejemplo, otro de los conglomerados de clínicas de RHA más grandes de Europa, que desde el año pasado ya pertenece al fondo de inversión KKR.

Llegadas aquí, me pasa que encuentro muy preocupante que desde el feminismo y la lucha LGTBIQA+ se reivindiquen unas maternidades dependientes de esta industria. Y que, además, muchas de estas se cataloguen como maternidades disidentes y emancipadoras. 

¿Quién te dice que puedes ser madre tardía? ¿O que puedes utilizar las células reproductivas de otras personas? ¿Tu cuerpo o tu cuenta bancaria? ¿En qué tipo de industria estamos participando que decide de acuerdo con el nivel de pobreza quién puede ser madre y quién no? En este estadio del debate, hay quien plantea el argumento del progreso y la igualdad. Pero es que el derecho a la maternidad no existe. Indistintamente del sexo, identidad de género, orientación sexual, modelo familiar o salud reproductiva. No existe para nadie. Y este feminismo y movimiento LGTBIQA+ que lo reivindica, más que una lucha por la liberación del género y la sexualidad, parece que se haya convertido en una lucha para tener acceso a las mimas instituciones capitalistas y patriarcales que han servido para oprimir pobres, mujeres y cualquier persona que no sea un hombre cis heterosexual. La realidad es que el acceso a la RHA actual solo se puede defender desde una cadena de pensamiento capitalista: “lo deseo – lo encuentro en el mercado – lo puedo pagar” sin otro cuestionamiento ideológico ni ético, con la libertad individual y una supuesta “plenitud personal” por bandera.

También me parece importante una reflexión desde el punto de vista de la propia vida. Hablamos de poner la vida y los cuidados en el centro, de recuperar los ritmos naturales y de una producción libre de explotación. Resistamos a esta herencia de los valores capitalistas que nos ha dejado una pérdida de consciencia colectiva y a humanas desconectadas del propio cuerpo y emociones, deseantes solamente de placer y comodidades materiales, intolerantes a los límites del propio cuerpo, de la naturaleza y la Tierra, intolerantes a la frustración y consumistas de la abundancia de variedad y cantidad. Mientras tanto, normalizamos forzar embarazos a costa de nuestra salud física y mental y la de la persona que nacerá, cuando el cuerpo nos ha dicho repetidas veces que no, o cuando tenemos 20 años más de la edad en la que estamos físicamente preparadas para gestar y parir. Normalizamos la intervención de la tecnología como opción ordinaria y no excepcional. Normalizamos mujeres que han vendido sus óvulos – su fertilidad – cuando tenían 20 años y que con 40 han tenido que comprar los óvulos – la fertilidad – de otra mujer de 20 años. Realmente, no hay como el capitalismo para robarte lo que es tuyo para vendértelo después.

Y todo esto, ¿por qué? ¿De dónde viene este deseo irrefrenable de ser madre, del que me hablan tantas compañeras? ¿Esta sensación de realización a través de la maternidad? Ya sé lo que me respondéis: que es animal, biológico. Pero es que se me hace complicado defender esto y, a la vez, rechazar los argumentos biologicistas que sustentas el machismo y el patriarcado. Bueno, en cualquier caso nos hemos quedado sin espacio ahora para debatir esto, quizás en otra ocasión. Pero no puedo evitar que me venga a la cabeza toda aquella historia del deseo irrefrenable de los hombres por tener sexo que nos explicaron para justificar la violencia sexual. Qué queréis que os diga, pienso en que biología más conveniente le ha quedado al patriarcado: unos hombres que no pueden evitar inseminar a diestro y siniestro y unas mujeres que no pueden evitar parir.

No eres español si no eres blanco

No pasarán': "Madrid tiene que dejar de ser la ciudad franquista por  excelencia para convertirse en referente de la lucha por la libertad" |  Público

«No eres español si no eres blanco», gritaban este fin de semana los nazis en la manifestación nazi de Chueca. La frase parece (es) muy bestia, pero de otras maneras (algo) más sutiles es lo que se les está diciendo a las personas racializadas todo el tiempo: cuando se les pregunta de dónde son (y si dicen una ciudad de este lado de la frontera, se les repregunta), cuando nos sorprendemos de lo bien que hablan castellano – o catalán – o cuando les hablamos lentamente, dando por hecho que no entienden lo que decimos, cuando se les pide el pasaporte o el NIE para hacer un trámite porque asumimos que no van a tener DNI, cuando les para la policía para pedirles la documentación (y no se la piden a las personas blancas), cuando justificamos la necesidad o la intrascendencia de que se les pida la documentación (y no se les pida a las personas blancas), cuando en las series españolas salen institutos donde el alumnado es homogéneamente blanco… 

 “Fuera maricas de nuestros barrios”, gritaban este fin de semana los nazis en la manifestación nazi de Chueca. Con este grito se apropiaban de las consignas antifascistas y hacían suyo un barrio en el que no son bienvenidos. También gritaban “fuera sidosos de Madrid”, utilizando una expresión que mis criaturas nos decían esta mañana con extrañeza que no habían escuchado nunca. No, ya no decimos “sidosos”, pero yo recuerdo, hace no tanto, manifestaciones de madres y padres de familia de todos los colores políticos que se negaban a llevar a su prole a la escuela si no echaban (¿a la calle? ¿A otra escuela donde se manifestarían otras familias?) a criaturas con VIH.  

La homofobia solo existe en la cabeza de la izquierda, aseguraba Ayuso hace unos días. Y que si te llaman fascista, estás en el lado bueno de la Historia.  

En Madrid nadie te pregunta de dónde eres, aseguraba Begoña Villacís.  

Diario del año de la peste, entrega 250

Me hace llegar esto M. Hay que grabárselo con cincel:

Cuando debates con alguien un tema que les afecta más que a ti, recuerda que implica mucho mayor peaje emocional para ellos que para ti. Para ti puede ser como un ejercicio académico, para ellos es poner al descubierto su dolor, solo para que hagas de menos su experiencia e incluso su humanidad. El hecho de que tú seas capaz de conservar la calma bajo esas circunstancias, es consecuencia de tu privilegio, no una muestra de tu objetividad. Sé humilde.

Diario del año de la peste, entrega 108

Casi sin darnos cuenta, hemos cruzado el ecuador de este 2020 tan raro, tan apocalíptico, que empezó con los incendios que devastaron Australia y siguió en esta pandemia que ha asolado ya tres continentes. Por no hablar del neoliberalismo salvaje, el racismo, Vox, Trump y Bolsonaro, que siguen ahí cual dinosaurios despiertos. Y el cambio climático. Si el 2020 fuera una película, sería apocalíptica.

Y todavía nos queda medio año.

Se han cumplido 15 años desde que se aprobó el matrimonio homosexual. No recuerdo ese día, aunque sí la lucha, y sobretodo el convencimiento de que en unos años, la gente que en aquellos momentos consideraba una aberración que se llamara «matrimonio» y que daban los argumentos tan peregrinos, se vería tan rara como la que medio siglo atrás luchaba contra los matrimonios interraciales.

Entonces no sabía que esa ley me iba a permitir un día oficializar mi familia; pero tenía muy claro que, en contra de lo que decían muchas personas de izquierdas, incluso del colectivo LGTBI, luchar por el derecho a casarse no era una opción conservadora y pro-sistema, sino que tenía que ver con la igualdad, la dignidad, el reconocimiento, la visibilidad, la normalización: los Derechos Humanos.

Cuenta Beatriz Gimeno que el presidente Zapatero dijo que la Ley de Matrimonio justificaba su vida política. Estoy de acuerdo. Solo con eso, dejó un país más vivible para todos. Le cambió la cara a ese país de mi infancia que siempre iba a la cola de todo.

Han pasado cuatro meses y medio desde la última vez que estuve en Barcelona.

Entonces no pensé que pasaría tanto tiempo lejos de mi ciudad, de los míos. Que me encontraría en una situación en la que no podía decidir cuándo volver a casa.

Ayer, después de 4 horas llamando a las puertas de las administraciones educativas, de una reunión telemática y un par de horas caóticas de coordinar cosas de trabajo con las maletas, la comida, dejar al gato bien provisto y las plantas regadas y las ventanas cerradas, nos montamos en el coche y viajamos a Barcelona.

Volvimos a hacer esta ruta que conocemos tan bien, entre el esplendor amarillo de la genista y el azul del cielo, bajo nubes como merengues que se tiñeron de dorado y luego de malva cuando un sol naranja como una yema de huevo se puso a nuestras espaldas. 627 kilómetros con sus hitos familiares: el siniestro kilómetro 103, con sus banderas rojigualdas y sus símbolos franquistas, donde siempre aceleramos; la salida hacia Calatayud, donde una vez tomamos un helado y compramos miel; la ciudad dormitorio donde paramos a poner gasolina y cenar bocadillos de tortilla de chorizo; el arco que marca el Meridiano de Greenwich y donde siempre les cuento una anécdota de un compañero de trabajo sobre el tema (una anécdota que tiene mucha menos gracia contada que cuando la vivimos, hace ya unos años); el cartel que indica que ya hemos entrado en Catalunya y «ya podemos hablar catalán»; el tramo junto a Igualada donde una vez pasamos varias horas esperando a que retiraran un camión volcado; la entrada a Barcelona, que nos hace pasar junto a 4 de las empresas en las que he trabajado.

Llegamos cerca de medianoche, y al bajar del coche nos asaltó el olor a mar.

Y ahora escribo en la galería de mi madre, rodeada de orquídeas en flor, en la penumbra que crean las persianas de listones verdes de madera por las que se cuela el aire mediterráneo.

Diario del año de la peste, entrega 83

Cuando nos conocimos N.  y yo, una de las cosas que más me llamó la atención es la sintonía en la crianza. Como nos regíamos por valores parecidos a la hora de educar, como armonizaban las normas e instrucciones que dábamos a las criaturas, cómo una terminaba la frase que había empezado la otra.

Recuerdo un día que salíamos de un vagón de metro con todas las criaturas, con sus bicicletas, y sin necesidad de hablar, nos organizamos para sacar todo y todos como si fuera una coreografía.

Han pasado un puñado de años y claro que ha habido malentendidos, diferencias de criterio, estrés, exceso de obligaciones, agendas apretadas… pero estos días en los que el confinamiento y la crisis lo han exacerbado todo y han hecho estallar las costuras de muchas cosas que se aguantaban con alfileres, estos días en los que leo las quejas de mis amigas por la carga mental que sus parejas hombres no comparten, por el agotamiento de tener que estar encima de todo, por cargar con la logística, lo escolar, el trabajo propio y el de sus cónyuges, no puedo dejar de pensar: que fácil es criar a pachas con otra mujer.

Nos hemos adaptado a la rutina. Levantarnos sin despertador, trabajar las primeras horas con las criaturas todavía dormidas, ayudarles a organizarse con las tareas escolares a lo largo de la mañana, comer juntos – en el patio cuando se puede. La película de después de comer, con sus turnos para escogerla; la salida de la tarde, la cena, el rato de descompresión cuando mandamos a la prole a la cama.

No es muy distinto de lo que haría si pudiera escoger.

Ayer, P. nos dijo que quiere hacer menos extraescolares el año que viene. Quiere dejar la natación sincronizada y el Wu-shu, dos cosas que hacía con gusto, contento, sin pereza.

-Me gustan – dice – pero es que también me gusta hacer otras cosas.

Parece que ha descubierto con esta temporada de parón que este ritmo más lento, más casero, se le ajusta bien; que no necesita llenar las horas.

 

Tone policing

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De un tiempo a esta parte, se oye mucho hablar del “Tone Policing”, traducido al español como “Fiscalización del Tono”

Es un argumento que intenta restar valor a una declaración atacando el tono (airado, faltón, poco educado) en el que se presenta en lugar de responder al mensaje en sí.  Es pues una herramienta para desviar la atención sobre las injusticias. Un cuestionamiento que se hace desde el privilegio.

Y es que la Fiscalización del Tono suele usarse para silenciar a las mujeres o a otros interlocutores que están más abajo en la «escala de privilegios»: las personas racializadas, las que pertenecen al colectivo LGTBI, las que tienen discapacidades, las de una clase social inferior.

“Eres una histérica”, “si no hablas con calma no te escucho”, “modera el tono”.

Mientras ellos, desde su privilegio, con buenas palabras y sin alzar la voz, desde la condescendencia, el paternalismo, el desprecio, la superioridad moral, son capaces de decir cosas tremendamente insultantes, irrespetuosas y desvalorizadoras

En su Carta desde la cárcel de Birmingham, el Dr. Martin Luther King Jr. condenó este modelo de enjuiciamiento, argumentando que se sentía decepcionado con el blanco moderado, más devoto al ‘orden’ que a la justicia.​

¿Y es que, cómo se puede responder a injusticias tan deshumanizantes como el racismo, el sexismo, el capacitismo, la LGTBIfobia, sin alzar la voz ni romper cosas?

Resultado de imagen de Audre Lorde

Así lo explicaba Audre Lorde:

Las mujeres racializadas de EE.UU. han crecido inmersas en una sinfonía de ira, la ira de quienes son silenciadas, de quienes son rechazadas, de quienes saben que cuando sobrevivimos, lo logramos a pesar de un mundo que da por sentada nuestra falta de humanidad y que detesta nuestra existencia misma cuando no está a su servicio. Y digo sinfonía en lugar de cacofonía porque hemos tenido que aprender a armonizar la rabia para que no nos destrozara. Hemos tenido que aprender a movernos en ella, a sacar de ella fortaleza, resistencia y comprensión para nuestra vida cotidiana. Aquéllas de nosotras que no aprendieron esta lección, no han sobrevivido. Y una parte de mi ira es siempre una ofrenda por mis hermanas caídas.

La ira es la reacción apropiada ante las actitudes racistas, tal como lo es la rabia cuando los hechos derivados de dichas actitudes no cambian. A las mujeres que temen más la ira de las mujeres racializadas que sus propias actitudes racistas no analizadas, les pregunto: ¿Es más amenazadora la ira de las mujeres racializadas que el odio a la mujer que tiñe todos los aspectos de nuestras vidas?

Yo no puedo ocultar mi ira para evitaros el sentimiento de culpa, la susceptibilidad herida, la ira que desencadeno en vosotras: ocultarla sería menospreciar y trivializar nuestros esfuerzos. El sentimiento de culpa no es una respuesta a la ira; es una respuesta a la propia manera de actuar o de no actuar. En la medida en que conduzca a un cambio puede ser útil, puesto que en ese caso deja de ser culpabilidad y se convierte en punto de arranque del conocimiento. Pero muchas veces el sentimiento de culpa no es más que el nombre que se le da a la impotencia, a la actitud defensiva que destruye la comunicación; entonces se convierte en instrumento para preservar la ignorancia y la continuidad de la situación, en instrumento fundamental para preservar el inmovilismo.

Sin embargo, hay veces en las que se le intenta dar la vuelta y usar el argumento del tone policing para poder seguir insultando.

Por ejemplo, alguien utiliza un insulto capacitista, homófobo, machista, racista, y cuando se le llama la atención, se le señala que es doloroso y por qué, no solo se minimiza este dolor sino que se ahonda en el uso. “Es que ya no se puede hablar de nada”, “ya han salido lxs ofendiditxs”, «no me fiscalices el tono»…

Dice Brigitte Vasallo que el humor tiene que ser siempre hacia dentro y hacia arriba, de lo contrario es opresión; lo mismo se puede aplicar al tone policing, algo que se utiliza para  silenciar las voces de colectivos oprimidos. Usar este concepto para defender el derecho de los grupos privilegiados a negar el derecho a los grupos oprimidos a quejarse cuando son oprimidos, lo pervierte