familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para julio, 2011

Encerrados con un solo juguete

L. y M. son dos mujeres que viven a cientos de quilómetros de distancia. Ambas tienen 3 hijos. Ambas tienen una hija cuya relación con ellas es especialmente difícil. Ambas me han dicho que «empezaban las vacaciones… o mejor dicho, dejaban de trabajar: porque tal y cómo están las cosas en su casa, quedarse con los críos todo el día no son exactamente vacaciones».

Nunca he sido la clase de madre que desea que termine el fin de semana para descansar de los hijos mandándolos a la escuela. Ni de la que busca campamentos para colocarlos cuando puede estar con ellos. No me sobran mis hijos, no me sobran nada. Me gusta pasar con ellos todas las horas posibles… Y sin embargo…

Esta iba a ser una semana de vacaciones-vacaciones. Yo había terminado el trabajo pero los niños aún tenían casal. No tenía claro si les llevaría todos los días, pero algunos sí… me había organizado citas con el dentista, con la esteticiene. Y sobretodo, pensaba descansar. Dormir larguísimas siestas. Y leer.

Y llega el lunes y amanecemos enfermos mi hijo pequeño y yo. Y el mayor dice que él también se queda en casa.

La nuestra es una familia muy callejera,  incluso lloviendo buscamos opciones para salir, así que en las ocasiones (casi siempre por temas de salud) en las que nos vemos obligados a pasar varios días en casa (o en un hospital, en alguna de ellas), se nos echa la casa encima… aunque a la vez, descubro cosas que el salir me hace perderme.

Estar tantas horas con ellas me permite – y me obliga – a hacer cosas, a buscar recursos para entretenernos que nos acaban haciendo conocernos mejor, descubrir cosas de nosotros que aún no habían salido.

En esta ocasión, hemos explorado nuevas cotas de independencia para mi hijo mayor: ha empezado a salir solo a la calle a comprar el pan, a tirar la basura. Y nuevas cotas de creatividad: su cuento con animales. Y nuevas cotas de perfeccionamiento de su viraje de patinete (deporte de interior).

Hemos redescubierto la vida desde el balcón. La tormenta de ayer fue mejor que una película, sobretodo por la llegada de los bomberos después de la riada.

 

Y sobretodo, he vivido el acercamiento de los dos hermanos, cómo se han ido creando lazos y complicidades al estar tantas horas juntos y sin otros niños con los que jugar.

El dentista… habrá que dejarlo para septiembre.

Familias

B. está aprovechando estos primeros días de vacaciones para dibujar un cuento. Un cuento muy colorido, repleto de animales, cuyo argumento todavía no he desentrañado del todo.

Esta es la página 2: en ella sale la zebra, con su abuelo, el buitre.

Respetar los ritmos

«Hay que respetar el ritmo del niño». Es una frase muy usada por familias adoptivas – y también por psicólogos – cuando se habla de contar los orígenes.

Yo soy totalmente partidaria de respetar los ritmos de los niños… sin embargo, tengo la sensación de que en general lo hacemos poco, excepto cuando se trata de hablar de sus orígenes: les metemos en la guardería o el colegio cuando nos conviene, no cuando están preparados, les hacemos dejar la teta, el bibe o el chupete, les quitamos el pañal con 2 años, estén o no preparados para controlar esfínteres, les obligamos a empezar a escribir con 4 o 5 años y si no están lo bastante maduros decimos que son ellos quiénes no siguen el ritmo… en fin.


Con la excusa de «respetar los ritmos», hay familias que nunca hablan de su historia con sus hijos… porque ellos no preguntan.

¿Por qué no preguntan los niños? ¿Por qué no sacan un tema tan fundamental en sus vidas?  Es difícil que sea porque no le interesa…

Todos los adoptados adultos que conozco o que he leído coinciden en que es fundamental sacar el tema, porque muchos de ellos tienen miedo a sacarlo. Que no hablen del tema no quiere decir que no les interese.

En algunos casos, puede que tengan muchas otras cosas que asimilar antes de enfrentarse a ello, si acaban de llegar.. pero también puede ser que perciba que es un tema tabú en casa. Que a los padres les duele. Que les da miedo. Que no se debe tratar… 

D. es madre soltera de una niña concebida por reproducción asistida. Nunca le había hablado del tema. Decía que la niña no preguntaba… un día la llamaron del colegio para decirle que por favor le explicara a la niña su historia, que ella iba contando que su padre había muerto… Había inventado una historia para rellenar ese vacío que su madre se sentía incapaz de llenar. Una historia políticamente correcta que , probablemente, pensaba que a la madre le gustaría… D. vivía como un fracaso no haber tenido hijos en pareja y sin duda, la niña lo percibía.

Creo que a veces  nos escudamos tras la idea de que el niño no quiere hablarlo, de estar respetándole, cuando somos nosotros los que, por las razones que sean, tenemos el asunto poco elaborado. Si es así, hay que hacer examen de conciencia y ver qué aspectos de nuestra historia adoptiva hay que trabajar.

Personalmente, además, soy partidaria de hablar de ello incluso cuando aún no les interesa (hablo de bebés, por ejemplo), para que, cuando les interese, el asunto ya les suene… y nosotros estemos entrenados a hablar de ello.

Lágrimas en la lluvia

Hace 5 años me convertí en la madre de B.

Era un 28 de julio, aproximadamente a esta hora del mediodía, yo caminaba de regreso a casa desde mi último día de trabajo, y recibí una llamada de la ecai al móvil.

– Esta mañana se ha celebrado el juicio y todo ha ido bien. Ya eres oficialmente la madre de B.

Sentí extrañeza, una vez más, por todos los acontecimientos que se iban cumpliendo sin respetar mis plazos emocionales. Cierta alegría. Tranquilidad. La sensación de que ya estaba hecho.

Dicen que las familias adoptantes tenemos muchas fechas para celebrar. Yo no soy demasiado partidaria de celebrar estas cosas, me produce una sensación de incomodidad que no soy demasiado capaz de explicar.

Pero sí me gusta recordarlas.

Siempre llevaré conmigo la imagen del sol filtrándose entre las hojas de los plátanos, mientras volvía a casa, convertida ya en madre.

África-África

Esta semana hemos añadido una nueva versión a la pregunta:

¿Es tu hijo? ¿Pero tuyo-tuyo?

Estábamos en la sala de Urgencias del hospital, y la doctora que auscultaba a mi hijo A. preguntó por los antecedentes familiares.

– Antecedentes desconocidos, es adoptado.

Minutos más tarde, señala a mi otro hijo, B., y me pregunta:

¿Él es adoptado en África?

Ambos son adoptados en África, digo yo.

Pues el pequeño no lo parece.

Sí que lo parece. En el Norte de África hay mucha gente que se parece a él. Es de Marruecos.

Ah… pero el mayor es de África-África, ¿no?

Tal cómo éramos

Restaurante Addis Abeba - Comedor

Todos los años, más o menos por estas fechas, nos reunimos las 8 familias que viajamos juntas a Etiopía a buscar a nuestros hijos. No somos un grupo cohesionado, más allá de algunas relaciones bilaterales, pero nos gusta encontrarnos cuando se acerca el aniversario, no tanto para celebrar (no me acabo de sentir cómoda con la idea de celebrar el encuentro) sino para ponernos al día.

Para tener una referencia, como dijo una de las madres.

Así que allí estábamos, en el restaurante etíope Addis Abeba, 6 de las 8 familias (creo que nunca hemos conseguido un pleno; aunque todos hemos estado alguna vez), y la madre de T. nos contó el fantástico viaje a la ciudad natal de su hija, donde habían conocido a sus tíos y a las amigas de su madre, y habían conseguido fotos de ella cuando era bebé, de su madre, de sus abuelos; los padres de S. nos volvieron a contar las dificultades de encaje entre éste y su hijo mayor y sus dificultades académicas; el padre de P. explicó que su madre y él se habían separado, pero que ejercía de padre a tiempo parcial a pesar de vivir en otro país; conocimos a la hermana pequeña de B., un bicho de 2 años llegado hace 9 meses de la misma ciudad que su hermano; y la madre de Y., el único hijo único del grupo, confesó que sigue dándole vueltas a la posibilidad de ir a buscar un hermano.

Mientras los mayores compartíamos noticias, dudas, recuerdos y progresos, los niños se pelearon, tejieron complicidades, se quejaron porque no había más niñas en la comida, porque los mayores les chinchaban, porque los pequeños les molestaban…

Pensé que el encuentro daría para una entrada en el blog, que habría alguna anécdota que hiciera pensar, o reír, o emocionar.

Pero lo cierto es que no sucedió nada reseñable.

Y quizás esta es la noticia, la buena noticia: la normalidad de ir viendo crecer a estos niños que comparten un pedacito de historia con los míos.

Una chica terrible

Cuando mi abuela enfermó de la enfermedad que la llevaría a la tumba, fui a verla, y supe que era algo grave (y que ella sabía que era algo grave) cuando me dijo: «me habría encantado conocer a mis bisnietos».

Pero, ¿le habría gustado realmente?

 

La primera persona adoptada a quien conocí fui I., la hija de unos amigos de mis abuelos, una chica algo más joven que mis padres.

Mi abuela sólo decía pestes de ella. ¡¡Esta chica es terrible!! ¡¡Lleva a sus padres por el camino de la amargura!! ¡¡Es desagradecida y maleducada!!

Si preguntabas un poco, descubrías que no hacía cosas muy distintas a la mayoría de las adolescentes, y que desde luego, era mucho más pacífica que mi madre. Pero como era hija biológica, al parecer, no contaba.

Supongo que simplemente se consideraba que lo que podías aguantar a tu descendencia de sangre, era inaguantable cuando lo hacía alguien con quién no compartías genética.

Porque en esa época se hablaba con pavor de la genética de los niños adoptados… niños con mácula, niños que heredaban de sus desconocidas madres el pecado original.

En 3 décadas, el concepto de la adopción ha dado un vuelco de 180º. Ahora es un concepto bien visto, ha pasado de ser un secreto de familia a algo que goza de visibilidad, los padres adoptantes ya no somos desgraciados incapaces de tener nuestros propios hijos, sino gente preparada y generosa capaz de incorporar a sus vidas alguien nacido en el otro lado del mundo, y los niños no son hijos del pecado sino chiquillos con mala suerte.

Sin embargo… ¿De verdad es posible que en 3 décadas algo cambie de forma tan diametral? Tras la mirada con la que la sociedad ve la adopción, ¿no sigue habiendo mucho del antiguo prejuicio, incluso entre algunos padres? Cuando buscamos semejanzas con nuestros hijos, como si las diferencias fueran malas, cuando tomamos decisiones para facilitarles la vida que pasan por borrar las señales de la adopción…

I. creció como cualquier otra adolescente y hoy es una mujer corriente, sensata, trabajadora, que cuida de sus padres y se ocupa de su hijo que, paradójicamente, sí es considerado un miembro de la familia de pleno derecho. Como si la ilegitimidad de sus genes se hubiera limpiado con una sola generación.

Mi abuela no llegó a conocer a sus bisnietos. No sé si les habría considerado bisnietos de segunda, si habría observado sus andanzas con distancia, recelo y algo de desapego, o si su visión respecto a este asunto habría cambiado tanto como cambió su percepción de las parejas de hecho

(creo que mi abuela habría desheredado a mi madre si no se hubiera casado de blanco y por la Iglesia. Durante toda mi infancia, estuve convencida de que «fulana» era el nombre correcto para «segunda mujer», porque así era como mi abuela se refería a las esposas en segundas nupcias de sus conocidos: «vive con la fulana». Cuando yo me fui a vivir con mi chico, en cambio, consideraba que era mucho mejor no comprometerse hasta no estar segura del todo…)

Mi abuelo sí llegó a conocer el mayor, un par de años, antes de morir a los 90. Y siempre me hicieron reír (de placer) las discusiones que tenía con su hermana mayor respecto a cual de los bisnietos era más guapo,… y más negro. Porque mi prima, y esto tampoco lo habrían aceptado en la familia algunas décadas atrás, tuvo un hijo mestizo con su novio cubano.

20 cosas que aprendí en el primer mes de maternidad

1. Todos los que me decían «no sabes cuánto te cambiará la vida», tenían razón.

2. Tener un hijo de 2 años que todo lo toca, todo lo desmonta, a todo se sube es mejor que ninguna dieta o plan de gimnasia. (2 bis: Los quilos que se pierden en esta fase, por desgracia, se recuperan después).  

3. La plancha es absolutamente supérflua. La camiseta de tu hijo durará 5 minutos puesta antes de que tengas que volver a echarla a lavar por manchas (probablemente indelebles) de chocolate, pintura o grasa de persiana, y lo mismo sucede con tu camisa limpia.

4. Cuando los niños duermen, no hay que hacer ninguna tarea doméstica. Se puede cocinar, tender y limpiar con un niño enredado en tus piernas, así que cuando él duerma, saca un libro y lee. O hazte una mascarilla. O llama llorando a tu mejor amiga. O chatea compulsivamente. O no hagas nada. O ¡¡duerme tú también!!

5. Es imprescindible llevar siempre en el carrito agua, galletas, pañales de recambio, una muda de ropa, un plástico para la lluvia, y un libro. Cuando el niño que en casa tarda cada día ¾ de hora en dormirse caiga rendido en la primera esquina, busca un banco, o mejor un bar, y lee.

6. Nadie entiende las decisiones de crianza que tomas. Siempre parecerás demasiado blanda a algunos y demasiado sargento a otros.

7. No se puede improvisar con niños pequeños. Hay que tener siempre un plan B. preparado que incluya una comida que pueda ingerirse de forma inmediata (y un lugar donde depositar al niño cuando se duerma).

8. El tiempo que antes te permitía hacer 4 o 5 recados, ahora te alcanzará para hacer uno o ninguno.

9. Encontrar una buena canguro es infinitamente más difícil (e imprescindible) que encontrar un buen novio.

10. Es fundamental tener en la agenda 4 o 5 buenas (o regulares) canguros para emergencias. El día que tengas una reunión inaplazable se levantará a 40 de fiebre y no encontrarás a nadie que pueda ir a tu casa.

11. El dinero que cuesta la limpieza semanal (hecha por otra persona, claro) es el dinero mejor gastado de todos.

12. Te pasarás las noches que salgas calculando a) el precio que te va a cobrar la canguro, y b) la hora de la madrugada a la que te va a despertar tu churumbel. 

13. Casi todos los objetos que crees necesarios para un niño no lo son. Casi todos los objetos que crees imprescindibles para tí, tampoco (te das cuenta cuando se rompen o se pierden y terminas por no reemplazarlos).

14. Hay una guerra irreconciliable entre las familias partidarias de la crianza natural y las que no lo son. Se etiquetan como «gonzalistas» y «estivillistas» (según si son partidarios de los manuales del pediatra Carlos González o los métodos para dormir del dr. Estivill). La buena noticia es que puedes no estar en ninguno de los bandos.

15. No se puede salir a comer fuera con un niño a no ser que estés dispuesta a pasarte la hora de la comida en el parque más cercano.

16. La familia oscila entre meterse en tu casa y criar un niño colectivo o desaparecer completamente y dejarte sola ante el peligro. No siempre es fácil discernir cuál de las dos cosas es mejor.

17. Lo que parecen síntomas gravísimos de enfermedades mortales pueden ser tonterías sin importancia, y lo que parecen tonterías sin importancia pueden terminar en hospitalización. Ve al médico cuando tengas la más mínima duda. Como me dijo un médico de Urgencias cuando me disculpé por ser una madre histérica, «le cuesta más a usted traérmelo que a mí mirármelo».

18. Es fundamental conseguir que te resbalen las opiniones y miradas de los extraños cuando tu hijo tiene una rabieta en el supermercado o el autobús.

19. Hay que hacer un esfuerzo para hablar de temas que no tengan relación con deposiciones, marcas de cereales o la última gracia de tu hijo. Al resto del mundo no le parece ni de lejos tan interesante como a ti.

20. Nunca más, bajo ninguna circunstancia, volverás a preguntarte qué sentido tiene la vida. Tener hijos le da sentido a la vida.

En serio.

Hace 5 años

Cuando esperaba la asignación de mi primer hijo, imaginaba que un día me llamarían, me darían cuatro datos de la criatura (sexo, edad, quizás el nombre) y yo cogería un taxi para plantarme en la ecai y llorar a mares al ver la foto.

 La realidad fue algo más fría: durante varios días estuvieron diciéndome que sí pero no, que llamara al día siguiente o al cabo de 3 días o el lunes, hasta que, finalmente, una tarde me convocaron para el mediodía siguiente.

 Cuando entré en la ecai, salía otra familia (una pareja que viajaría conmigo), y la mujer me dijo: prepárate para llorar.

 Pero no lloré.

 Me dieron los datos de mi hijo («es un niño», como con prevención, como si tuviera algo de malo: «es que como todas preferís niñas…»), una brevísima historia familiar, un todavía más breve informe médico, y la foto, donde un niño diminuto de 2 años lloraba como una magdalena.

 Ninguna de las emociones que esperaba llegaron en ese momento. No me emocioné, ni lloré, ni me sentí madre de golpe, aunque en los días que siguieron fingí, fingí estar contenta e ilusionada, fingí querer ya a ese niño que lloraba en la foto (y que miraba con ojos de desconsuelo en las fotos que llegaron días más tarde por mail).

 

 Pero lo único que sentía realmente era desconcierto y miedo.

 Sólo 10 días me separaban de la fecha en la que debía viajar a conocer, a recoger a mi hijo, y los invertí en comprar algo de ropa, organizar su habitación, avisar al resto del mundo de que me acababa de convertir en madre.

 Y seguí fingiendo.

 Y sólo me tranquilicé cuando, ya en Addis, otra madre del grupo, que adoptaba a su segundo hijo, comentó, como de pasada: «a veces, las emociones tardan en llegar, y hay que actuar como si estuvieran».

 Y confié en que todo iría bien.

 Y es ahora, 5 años después de aquel día, cuando todas las emociones que esperaba sentir entonces me erizan la piel.

 P.D: esta mañana le he contado a mi hijo que un día exactamente como hoy, hace 5 años, vi su foto por primera vez. Ha seguido jugando con su hermano. Le he preguntado: ¿no te interesa lo que te estoy contando? Y me ha dicho: No. No me interesa para nada.

Magdalenas de verano

1.

Por las mañanas pasamos delante de una tienda de neumáticos, y cada día aspiro el olor a plástico que sale de ella.

– ¿Te gusta este olor, mamá?, me preguntan mis hijos,

y yo les respondo que en realidad no me gusta pero que me encanta porque me transporta a mi infancia, cuando todos los meses de julio lo primero que hacíamos al llegar a Menorca (después de desayunar un cacaolat y una media luna en el American Bar de Mahón) era ir a reponer nuestros pies de pato, gafas de bucear y tubos en una tienda que olía exactamente igual.

2.

El olor a petróleo y agua salada que hacen algunos barcos.

Me vuelve a situar a bordo del barco que nos llevaba a Menorca, me veo acodada en la barandilla, tirando rollos de papel higiénico a los parientes que nos despedían desde abajo.

La primera vez que fuimos, los coches eran izados al barco a través de una grúa rudimentaria que los depositaba en la cubierta. Estuvimos mirando la operación hasta la 1 de la madrugada.

No hay nada comparable a un viaje nocturno en el Ferry que te lleva a Menorca. A despertarse de madrugada y ver salir el sol en el mar. A ver aparecer la isla en el fondo, y adivinar cómo se van dibujando sus playas y acantilados, cada vez un poco más cerca.

Y luego, subir las escaleras del puerto de Mahón.

Con la promesa de un verano entero por delante.

3.

El olor a lejía me transporta al patio de atrás de la casa del pueblo de mis abuelos, correteando con mi hermana entre sábanas blancas recién lavadas y tendidas al sol.

En esas dos horas sagradas entre el desayuno y la piscina para la digestión.

Y 4: una madalena de otoño.

Con el olor a galletas de coco o café recién molido me siento otra vez dentro de la tienda que había al lado del colegio, estas tardes lluviosas en las que el agua arrastraba las hojas de plátano muertas.

Como dijo alguien, la infancia era un lugar en el que siempre llovía.

Por lo menos, en otoño.