familia monoparental, diversidad familiar y adopción

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#YNoPasaNada

A los potentísimos hashtags con los que las mujeres hemos denunciado el acoso (El #MeToo que nos hizo ver que no estábamos solas, el indignadísimo #SeAcabó de las futbolistas este verano), se suma ahora el #YNoPasaNada, un hashtag con el que la madre de una niña neurodivergente ha empezado a denunciar las malas prácticas docentes en relación a las criaturas con necesidades educativas especiales.

Criaturas que no han pisado jamás el aula de referencia, que no han podido participar en las excursiones escolares, a las que se niegan las adaptaciones, o se les hacen adaptaciones que se limitan a darles fichas o libros 3 o 4 años por debajo de su edad; madres a las que dicen que sus hijos no tienen autismo (o tdah o la etiqueta que toque) sino que les faltan límites, que no saben, que están ciegas, que están locas; chiquillería a los que se da plastilina o se pone delante de un ordenador para que no molesten mientras sus compañeros aprenden; chavales a los que se aparta para la foto de grupo, a quienes no se protege del bullying, a quienes se exige que les mediquen, se les amenaza con castigos, expulsiones o repetición de curso, se les llama tontos, inútiles o retrasados, se les aparca o se insiste en recomendarles que en otro centro estarán mejor.

Familias que sienten que la maestra, el curso, el aprendizaje, es una especie de lotería a la que vuelven a jugar todos los años.

Todas esas historias del hashtag #YNoPasaNada me han desbloqueado recuerdos de la vida escolar de mis hijos que había sepultado y me están removiendo mucho.

Año, tras año, esa sensación de jugar a la lotería, este ver la diferencia con el trato que reciben otras criaturas sin dificultades ni diferencias notables, este peregrinaje de reuniones, adaptaciones, tutorías, partes, discriminaciones, exabruptos, consejos paternalistas, desconfianzas, esta angustia cada vez que arranca el curso, cada vez que suena el teléfono y es el número de la escuela. Esta sensación de suelo que se tambalea y de impotencia.

#YNoPasaNada. Excepto todas las secuelas que ha dejado en nuestras almas.

Neurodivergencia



En nuestra cultura, vemos la neurodivergencia como algo que hay que arreglar. Estos rasgos son en realidad superpoderes: la habilidad para concentrarte profundamente en algo, la habilidad para ver patrones, la habilidad de saber cuando has tenido suficiente y llegado a tu límite.

Dra. Nicole LePera

Graduaciones

Este curso que B. y tantos de sus amigxs llegan a los 18, han provocado que en las últimas semanas no pare de ver publicaciones de familias amigas con adolescentes que se gradúan: como en las películas americanas, ellas vestidas de largo y con recogidos de peluquería, ellos con traje. Todxs lanzadxs al futuro, con la Evau en el horizonte próximo y luego la universidad…

Me pregunto cómo ha pasado tan rápido y cómo hemos cambiado tanto: a los de mi generación ni se nos pasaba por la cabeza celebrar el final del Bachillerato (entonces COU), no hacíamos fiestas y menos aún nos disfrazábamos para la ocasión. Y nos habríamos muerto si a nuestros padres y madres se les hubiera ocurrido venir a hacer fotos.

Pero las fotos de las graduaciones me generan también una sensación agridulce porque B., que también se graduará y ya me ha pedido un traje, no irá a la universidad. Y me digo que no pasa nada, que no por todas las vidas pasa una carrera universitaria, que también tiene un futuro prometedor y será lo que quiera… me sé la teoría, pero no puedo evitar dolerme.

Y me jode, y también me jode que me joda.

Diario del año de la peste, entrega 250

Me hace llegar esto M. Hay que grabárselo con cincel:

Cuando debates con alguien un tema que les afecta más que a ti, recuerda que implica mucho mayor peaje emocional para ellos que para ti. Para ti puede ser como un ejercicio académico, para ellos es poner al descubierto su dolor, solo para que hagas de menos su experiencia e incluso su humanidad. El hecho de que tú seas capaz de conservar la calma bajo esas circunstancias, es consecuencia de tu privilegio, no una muestra de tu objetividad. Sé humilde.

Diario del año de la peste, entrega 79

Cuando B. era pequeño, convertimos el parque de la esquina en nuestra segunda casa. Estaba en la acera central de un bulevard con grandes árboles que daban sombra a unas y otras zonas del parque, según la hora que fuera, y la época del año. Llegué a pensar que se podría haber un estudio de cómo se mueve el sol según avanzan las estaciones por las zonas de sombra de ese parque, pero nunca lo hice. Sin embargo, sí me aprendí cuáles eran las mejores horas para bajar según fuera primavera, verano, otoño o invierno.

Ahora frecuentamos los parques con menos asiduidad, pero en nuestro patio sucede lo mismo; por la mañanas, el sol baña nuestra mesa, así que es una buena hora para tender y para comer en invierno; cuando hace calor, se puede salir a desayunar si no se ha hecho muy tarde y es ideal para cenar, pero a mediodía es impracticable; y las noches de verano es el lugar más maravilloso del mundo.

Oh, these summer nights, que cantaban Travolta y Olivia Newton John.

Ayer fue nuestra primera noche de patio. Como la iluminación de esa zona sigue siendo tarea pendiente, sacamos por la ventana de la cocina y por la habitación de P. unas lámparas de estudio que tenemos infrautilizadas y cuando las criaturas se fueron a la cama, N. sacó su punto y yo mi libro y nos quedamos en el exterior hasta que nos caímos de sueño.

Oh, these summer nights.

Y la paz y la alegría de esas noches de patio contrastan con lo que leemos en la prensa, en las redes.

Del otro lado del Atlántico llegan dos historias que se han convertido en portada – y que pronto caerán en el olvido – y que son tratadas como acontecimientos aislados aunque ambas responden a un patrón clarísimo.

Por un lado, tenemos la muerte, mejor dicho, el homicidio, de George Floyd, un hombre afroamericano que fue detenido, sospechoso de haber pagado con un billete falso, inmovilizado por un policía contra el suelo con una rodilla en su garganta durante 8 minutos, que no soltó su presa a pesar de sus gritos de que no podía respirar.

Y las manifestaciones, y los disturbios, y Black Lives Matter, y los edificios incendiados, y titulares como «Detenido el policía que presionó con la rodilla el cuello de George Floyd, quien perdió la conciencia y murió minutos después».

Como nos pasa a las mujeres, a las personas racializadas no las matan: se mueren solitas, no se sabe bien por qué.

No solo en Estados Unidos: en nuestras tierras también.

No puedo respirar.

La otra noticia es la del abandono por parte de una pareja norteamericana – youtuber ella, y por esa razón en el ojo del huracán, aunque su marido participó igualmente – de uno de sus 5 hijos, el único adoptado, un niño de origen chino con necesidades especiales. Después de años mostrando – y monetarizando – la intimidad de su hijo, de abogar por la adopción de criaturas con dificultades, de fotos de familia con toda la prole conjuntada, de repente el niño desapareció de su canal, y quedaron solo las cuatro criaturas rubias gestadas en su vientre, engendradas por ellos. Finalmente, un vídeo en el que con ojos llorosos contaban que habían sido engañados, que el niño tenía más dificultades de las que podían gestionar y que ahora estaba en su «nueva familia para siempre». No se pierdan el oximoron.

Otra vez los mismos patrones repetidos, y las mismas justificaciones por parte de las familias adoptivas, «no se puede juzgar, nadie sabe por lo que ha pasado esta familia». Otra vez la misma empatía peligrosísima con las familias que reabandonan a los hijos que prometieron cuidar y proteger. Curiosamente, muchos son a la vez incapaces de empatizar con las familias biológicas que abandonaron a sus criaturas; y lo que es más grave, tampoco empatizan con los niños y niñas, que ya han sufrido como mínimo una pérdida y que no tomaron ninguna decisión; pero nunca dejan de intentar comprender y justificar a los adoptantes que les han convertido en mercancía de usar y tirar. 
No puedo respirar.

Más sobre el control de calidad

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La entrada anterior encendió el debate en la página de Facebook de este blog. Algunos de los comentarios eran testimonios de familias que habían aceptado asignaciones que sobre el papel no habían previsto, y que habían asumido las consecuencias, en forma de terapias, gastos, peleas con la escuela, rebaja de expectativas.

Otros, en cambio, cuestionaban lo que se decía en la entrada. Algunos de los cuestionamientos creo que merecen una reflexión larga.

Cuando yo me inicié en el camino de la adopción, decía muchas de las cosas que he leído en esos comentarios. Decía que quería una criatura sana, como la querría si estuviera embarazada; que igual que si estuviera embarazada, me haría las pruebas pertinentes para descartar determinadas discapacidades o síndromes, perfilaba mi certificado de idoneidad para ser la madre normal de una criatura normal.

Quería garantías.

Garantías que llegaron, o ese pensé, en forma de un certificado médico que describía someramente a mi primer hijo, y que descartaba algunas enfermedades graves.

Han sido los años y el camino que he transitado desde esa maternidad soñada e imaginada (e idealizada) las que me han hecho cuestionarme y replantearme muchas cosas.

Por ejemplo, que no es lo mismo un aborto que un rechazo. Que no es lo mismo que una criatura no llegue a formarse y nacer que rechazar y abandonar a una criatura que, hagas lo que hagas, seguirá en este mundo.

Por ejemplo, que no hay garantías. Que las criaturas sanas enferman, que las cosas que no se detectan en la primera infancia, dan la cara después, que es difícil distinguir entre los efectos de la institucionalización – y de la separación de la madre – de síndromes y condiciones que afectan a la criatura y a la familia en muchos sentidos.

Por ejemplo, que mucha gente asume los argumentos que te pueden llevar a rechazar la adopción de criaturas con discapacidades gravísimas y necesidades enormes para justificar el rechazo de patologías menores. Como la sordera de la niña que no se convirtió en la hija de M; o los anticuerpos de hepatitis de la niña que no se convirtió en la hija de R; o la psoriasis del pequeño que compartía crèche con A. y que decidió dejar allí la familia que viajó después que yo; o la discapacidad visual que tenía la que sí fue la hija de D. O la pluridiscapacidad de la segunda hija de Z, que ahora es una adolescente funcional y feliz. Situaciones que lógicamente precisan de una intervención y dan más trabajo del que daría tener hijxs sin estas circunstancias. Pero que, a mi entender, no justifican un rechazo.

Por ejemplo, que la adopción es buscar familias a las criaturas que lo necesitan. Mi opinión personal es que algunas negativas y rechazos te hacen poco idóneo para adoptar, no solo a las criaturas con determinadas características, sino a cualquier criatura.

Es de rigor que te informen de qué le pasa a la criatura que te vas a ahijar. Pero para saberlo y afrontarlo, no para rechazarlo. Las personas que paren criaturas con discapacidad, síndromes o enfermedades (o que adquieren estas en enfermedades o discapacidades a posteriori) tampoco están preparadas para ello. No es ser un padre o madre mejor, es simplemente, lo que hay. Te atas los machos y sigues adelante.

No es lo mismo asumir en tu certificado de idoneidad determinadas situaciones que rechazar una asignación de una criatura concreta, a la que conoces, a la que pones cara y nombre.

Volvimos a ver “La Adopción” y me volvió a revolver cada expediente apartado, algunos con cosas muy difíciles de asumir, otros que habrían merecido una segunda mirada; me volvió a revolver que haya familias que sean capaces de someter a exámenes médicos a criaturas a las que ya han abrazado, y en función de lo que salga, seguir adelante o buscar otra criatura que les convenza más. Como quien escoge cabezas de ganado.

Los niños dormían mientras vimos la película. Y pensé en cómo les explicaría a ellos una historia como de la película, si hubiera pasado por ella; cómo les explicaría cómo les seleccioné para que pasaran el control de calidad.

Y sí, sé que no tiene que ser una decisión fácil rechazar una asignación. Que tiene que generar dudas profundas y sentimientos encontrados.

Pero también sé que para las criaturas que son rechazadas esto implica mucho más daño. Porque en algunos casos, serán asignados a otra familia, quizás mejor, más preparada, más adecuada; pero en otros, permanecerán más tiempo en orfanatos que agravarán su condición y su desconexión, y en algunos casos, les obligará a permanecer en él.

Quizás podría empatizar con las familias que han tenido que tomar esas decisiones, si no quisiera a criaturas que consideran tan legítimo rechazar. Y si no conviviera con las consecuencias de esos rechazos.

Es difícil saber qué haríamos si nos encontráramos en esta situación, dicen. Quizás reaccionaríamos mucho peor de lo que deseamos imaginar, quizás mucho mejor de lo que habríamos pensado. Son las decisiones que tomamos en circunstancias difíciles las que dan la medida de lo que somos. Si tenemos suerte, no viviremos guerras ni dictaduras que nos pongan a prueba. Solo nos ponen a prueba este tipo de tomas de decisiones.

Niños que no pasan el control de calidad

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Me llega esta historia durísima sobre una madre que pensaba dar a su hija en adopción pero se quedó con ella después de que los «padres» adoptivos desparecieran al descubrir que la niña nació con un problema de salud. Obviamente, la niña no respondía a sus expectativas… La madre biológica también debía tener la expectativa de tener una hija sana… pero la madre adoptiva (y el padre) creen que pueden desentenderse de la niña. Que no es nada suyo.

¿Qué opinión nos merecen estos «padres» adoptivos que se largaron al ver que la niña no respondía a sus expectativas? ¿Les veis mucha diferencia con las madres y padres que no aceptan según qué asignaciones?

Es algo que en adopción pasa mucho y se «tapa». ¿Qué es el rechazo de una asignación o la elección de una criatura como vimos en la película «La adopción»? ¿Qué es el rechazo de un niño con una patología leve bajo el argumento de que «yo quiero ser madre, no hacer caridad»? ¿O el de una patología menos leve bajo el argumento de «no estoy preparada, estará mejor con una familia que sí lo esté»? 

Hay rechazos por problemas de salud graves y los hay por problemas de salud leves. Ambos existen… y ambos se justifican.

Se justifican desde la necesidad de evitar confundir adopción con caridad. Se justifican desde la idea de que el bien superior de este menor es estar con una familia más preparada.

Se justifican desde el hecho de que también hay familias biológicas que rechazan a sus hijos con problemas de salud o con discapacidades.

Pero para mí hay dos diferencias:

1. Yo he visto rechazos en adopción que estoy segura que no se habrían dado de ser sus hijos biológicos. Niños sordos, con pie zambo, con hepatitis b, con una enfermedad parecida a la psoriasis… niños «demasiado grandes» o del sexo «equivocado». Cosas que no habrían hecho que sus madres abortaran, y mucho menos que se negaran a aceptarlos de manos del obstetra.

2. La consideración social que reciben no es la misma. Una madre que abandona a un recién nacido enfermo o discapacitado es una mala madre, un monstruo, antinatura… una madre o un padre que rechaza una asignación recibe la comprensión de muchos.

Pero para el niño no hay ninguna diferencia. Es el niño el que se queda abandonado, el que no ve cubiertas sus necesidades, el que crece en un orfanato de mierda.

Es muy duro rechazar una asignación, me dicen los que lo han hecho, los que conocen a gente que lo ha hecho.

Y sí, seguro que lo es.

Pero puedes escoger ponerte en el lugar de los adoptantes que rechazan o del niño que es rechazado. Y el lugar que escoges te define.

Tone policing

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De un tiempo a esta parte, se oye mucho hablar del “Tone Policing”, traducido al español como “Fiscalización del Tono”

Es un argumento que intenta restar valor a una declaración atacando el tono (airado, faltón, poco educado) en el que se presenta en lugar de responder al mensaje en sí.  Es pues una herramienta para desviar la atención sobre las injusticias. Un cuestionamiento que se hace desde el privilegio.

Y es que la Fiscalización del Tono suele usarse para silenciar a las mujeres o a otros interlocutores que están más abajo en la «escala de privilegios»: las personas racializadas, las que pertenecen al colectivo LGTBI, las que tienen discapacidades, las de una clase social inferior.

“Eres una histérica”, “si no hablas con calma no te escucho”, “modera el tono”.

Mientras ellos, desde su privilegio, con buenas palabras y sin alzar la voz, desde la condescendencia, el paternalismo, el desprecio, la superioridad moral, son capaces de decir cosas tremendamente insultantes, irrespetuosas y desvalorizadoras

En su Carta desde la cárcel de Birmingham, el Dr. Martin Luther King Jr. condenó este modelo de enjuiciamiento, argumentando que se sentía decepcionado con el blanco moderado, más devoto al ‘orden’ que a la justicia.​

¿Y es que, cómo se puede responder a injusticias tan deshumanizantes como el racismo, el sexismo, el capacitismo, la LGTBIfobia, sin alzar la voz ni romper cosas?

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Así lo explicaba Audre Lorde:

Las mujeres racializadas de EE.UU. han crecido inmersas en una sinfonía de ira, la ira de quienes son silenciadas, de quienes son rechazadas, de quienes saben que cuando sobrevivimos, lo logramos a pesar de un mundo que da por sentada nuestra falta de humanidad y que detesta nuestra existencia misma cuando no está a su servicio. Y digo sinfonía en lugar de cacofonía porque hemos tenido que aprender a armonizar la rabia para que no nos destrozara. Hemos tenido que aprender a movernos en ella, a sacar de ella fortaleza, resistencia y comprensión para nuestra vida cotidiana. Aquéllas de nosotras que no aprendieron esta lección, no han sobrevivido. Y una parte de mi ira es siempre una ofrenda por mis hermanas caídas.

La ira es la reacción apropiada ante las actitudes racistas, tal como lo es la rabia cuando los hechos derivados de dichas actitudes no cambian. A las mujeres que temen más la ira de las mujeres racializadas que sus propias actitudes racistas no analizadas, les pregunto: ¿Es más amenazadora la ira de las mujeres racializadas que el odio a la mujer que tiñe todos los aspectos de nuestras vidas?

Yo no puedo ocultar mi ira para evitaros el sentimiento de culpa, la susceptibilidad herida, la ira que desencadeno en vosotras: ocultarla sería menospreciar y trivializar nuestros esfuerzos. El sentimiento de culpa no es una respuesta a la ira; es una respuesta a la propia manera de actuar o de no actuar. En la medida en que conduzca a un cambio puede ser útil, puesto que en ese caso deja de ser culpabilidad y se convierte en punto de arranque del conocimiento. Pero muchas veces el sentimiento de culpa no es más que el nombre que se le da a la impotencia, a la actitud defensiva que destruye la comunicación; entonces se convierte en instrumento para preservar la ignorancia y la continuidad de la situación, en instrumento fundamental para preservar el inmovilismo.

Sin embargo, hay veces en las que se le intenta dar la vuelta y usar el argumento del tone policing para poder seguir insultando.

Por ejemplo, alguien utiliza un insulto capacitista, homófobo, machista, racista, y cuando se le llama la atención, se le señala que es doloroso y por qué, no solo se minimiza este dolor sino que se ahonda en el uso. “Es que ya no se puede hablar de nada”, “ya han salido lxs ofendiditxs”, «no me fiscalices el tono»…

Dice Brigitte Vasallo que el humor tiene que ser siempre hacia dentro y hacia arriba, de lo contrario es opresión; lo mismo se puede aplicar al tone policing, algo que se utiliza para  silenciar las voces de colectivos oprimidos. Usar este concepto para defender el derecho de los grupos privilegiados a negar el derecho a los grupos oprimidos a quejarse cuando son oprimidos, lo pervierte

La estructura y los síntomas

Cuando leí «¿Todo niño viene con un pan bajo el brazo?», de José Luis Gonzalo Marrodán, me iluminó la metáfora que hace sobre las criaturas y las casas: Un niño, nos dice, es como una casa: los cimientos se ponen los primeros años. Si los cimientos no están bien puestos, fácilmente saldrán grietas en los pisos superiores… o se hundirán. A no ser que tengan otras casas a su alrededor que le ayuden a sostenerse. Y este es el papel de los que rodeamos a los niños cuyos cimientos no fueron puestos en su día: actuar como sostén, como contención externa, para que los pisos, y las ventanas, y el tejado, puedan cumplir su labor.

Me acordé de esta metáfora cuando hace nos días, A. hacía esta comparación entre su trabajo de arquitecta y la estructura de nuestrxs hijxs, e, igual de importante, la nuestra propia:

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Cada vez que leo un informe de algún psicólogx pienso lo mismo: no están escritos pensando en quien lo tiene que leer, una  familia sin conocimientos de psicología. Es como si yo le mando a mi abuela un informe donde sólo salen cálculos. Y se explican los síntomas, cómo si los síntomas no los sufriéramos cada día y no los conociéramos.

Pocas veces llegan a la patología de origen…. Básicamente se exponen más síntomas y se explican de una forma de manual. 

Los trastornos de apego son un síntoma.

Es como cuando se inspeccionan edificios: grietas, humedades, etc .. sí, pero eso son solo síntomas, no son el problema. El problema es una mala cimentación, la presencia de termitas, una estructura mal dimensionada.

Y nosotros nos encontramos con una cimentación de mierda, tanto en nuestros hijxs como en nosotrxs.

Yo personalmente soy una estructura mal dimensionada y estoy al límite del colapso. Siempre. 

Independientemente de las criaturas.

Lo estaba antes. Pensaba que era algo puntual por problemas sentimentales, porque en el trabajo no me estaban valorando…. Pero no, soy yo.

Y todos tenemos nuestras cosas.

Los síntomas se reparan, sabemos cómo hacerlo, el albañil del pueblo sabe cómo hacerlo.

Pero lo que hay detrás seguirá generando más síntomas.

Y la reparación nunca es fácil, nunca es barata y siempre implica técnicos especializados.

Tanto para detectarla cómo para arreglarla.

Y además puede que no funcione al 100%.

Si yo no puedo emitir un informe estructural con un 100% de seguridad, ¿cómo pueden emitirlo ellos de estas formas tan categóricas cuando los humanos somos mil veces más complicados que un edificio?

En buenas manos

Anoche tuve ocasión de ver «En buena manos», una película que se estrenará la semana que viene, en un pase especial organizado por CORA , Federación de Asociaciones de Familias Adoptivas y Acogedoras. Es francesa y narra los entresijos del proceso de adopción de un bebé, desde el punto de vista de los profesionales que lo gestionan. Desde el personal sanitario que en el hospital recibe a la madre que llega de parto diciendo que no quiere quedarse con su hijo, a la trabajadora social que la acompaña y gestiona la información que ella decide dejar, la familia que acoge al niño y los técnicos que le apoyan, la psicóloga que da el Certificado de Idoneidad a la futura madre adoptiva (una adoptante monoparental que, por primera vez, según cuentan, va a ser considerada en igualdad a las familias biparentales), el consejo que toma la decisión de asignarle a esta criatura y los profesionales que hacen todo el seguimiento.

No sé si narra lo que sucede… o lo que debería suceder: este respeto exquisito por la madre biológica, esta meticulosidad a la hora de decidir sobre la idoneidad, este cuidado escrupuloso sobre todos los tránsitos que vive el bebé: de la madre biológica al padre de acogida, del padre de acogida, a la madre adoptiva.

Aunque mis asignaciones y procesos de acoplamiento no tuvieron nada que ver con lo que muestra la película, el proceso de idoneidad fue curiosamente parecido al mío, y el tono del certificado de idoneidad, prácticamente idéntico.

En general me pareció una buena película, muy interesante, no tanto quizás como retrato (creo que la realidad está muchas veces lejos del ideal que muestra el film) sino como objetivo a conseguir. Pero hubo dos cosas que me chirriaron: la primera, cuando la madre biológica está decidiendo qué datos dejar por si su hijo quiere encontrarle algún día, le dicen que «la mayoría de los adoptados nunca buscan». No es la impresión que tengo: creo que muchos buscan, muchos buscarían y que incluso los que deciden no buscar, se preguntan. La otra, cuando le preguntan a la madre adoptiva qué nombre le va a poner al bebé, y ella dice que el niño ya tiene nombre y la convencen de que se lo cambie, porque es «su derecho como madre».

La persona que hizo la presentación de la película dijo que lo más importante de lo que habla esta película es de aprender a mirar, a mirar a la criatura que es, o debería estar, en el centro de todo. Buscar su mirada y mirarle para entender qué necesita, para que pueda ser tenido en cuenta. Pero yo creo que otra cosa importante que enseña es lo importante que es la palabra: hablarle a la criatura desde el primer momento, tenerla en cuenta, explicarle cada parte del proceso aunque parezca que no entienda, contar con él aunque él no pueda expresar lo que quiere.

Es la palabra lo que sana las heridas.