Estos días ha llegado a mí por varias vías referencias respecto al documental danés «Adoptionens pris» («El precio de la adopción»).
Adoptionens pris
No he encontrado ninguna versión ni subtitulada ni doblada a ningún idioma que conozca, aunque las imágenes hablan por si solas, así que os pongo el resumen del blog Camino a Etiopía:
He visto recientemente el documental «Mercy Mercy – A Portrait of a True Adoption» («Mercy Mercy – Adoptionens pris» es el titulo original) de la directora danesa Katrine W. Kjær que documenta en un periodo de cinco años, la adopción de dos niños etíopes.
Es imposible mirarlo y no conmoverse con la historia de Mosho, y de lo mal que fue manejada su adopción.
No hablo danés, sin embargo entendí su sufrimiento y el sufrimiento de sus padres biológicos. No quiero juzgar duramente a sus padres adoptivos, pero todavía no entiendo lo que han hecho.
Teniendo yo misma tres niños adoptados, sé lo difícil que pueden ser las adopciones, pero yo nunca dejaría a ninguno de mis hijos, adoptado o biológico.
La historia de estos niños es algo así: Una pareja en Etiopía es informada por médicos que tienen SIDA y que no vivirán más de dos años. Para asegurar el futuro de sus hijos más pequeños deciden ponerlos en adopción antes de que alguno de ellos muera. Los niños son adoptados por una pareja de Dinamarca y llevados fuera de Etiopía.
Debido a varios malentendidos, los padres etíopes piensan que seguirán en contacto con sus hijos, pero la familia adoptiva piensa que será una adopción cerrada y rompe los lazos con la familia biológica.
De los dos niños adoptados, la niña mayor tiene problemas para adaptarse a la nueva familia y sufre terriblemente. Los nuevos padres se sienten sobrepasados por la situación y ya que carecen de experiencia buscan ayuda con profesionales de la adopción. Pero todo sale mal, y en lugar de ayudar a la niña, quien debería ser la mayor preocupación, finalmente la remueven de la familia y entra en el sistema de acogida de Dinamarca soportando un nuevo abandono en su vida y sufriendo probablemente daños irreversibles.
En Etiopia, los padres biológicos en lugar de la muerte predecida, siguen vivos y bien, pero con sus corazones completamente destrozados.
¿Es esta una historia excepcional en la adopción? ¿Una entre un millón? Es posible. Es posible que la mayoría de historias de adopción no tengan nada que ver con una realidad tan amarga como la que narra este documental (aunque estoy más que segura de que la escena de la niña tirando cosas y llorando en la habitación del hotel le es familiar a más de una familia)… pero a mí me trajo a la cabeza otra historia, más cercana en lo geográfico, que tiene muchos paralelismos con la de Masho.
Es la historia del pequeño Ángel, tal y como nos la narraba Beatriz San Román en el reportaje Cuando las adopciones fallan:
Los cuatro primeros años de la vida de Ángel transcurrieron como los de muchos otros niños de Wollo, la región etíope que le vio nacer. Aprendió a andar y a jugar en la ciudad de Dessie, y allí hubiera crecido si no hubiera sido porque la aparición de un personaje siniestro, que cobraba por encontrar niños adoptables para un orfanato de la capital, cambió su vida. Él fue quien convenció a la madre de Ángel de que su futuro estaba en Europa. Allí podría acceder a una educación y una vida mejores.
Dos meses después, el pequeño se encontraría con su nueva familia: papá, mamá y sus dos nuevos hermanitos mayores. La ilusión con que habían iniciado la aventura de la adopción se fue diluyendo poco a poco en una situación cada vez más agobiante para todos. La llegada de Ángel supuso un auténtico cataclismo en la vida de esta familia, en la que los profesionales encargados de evaluarla habían encontrado unos candidatos idóneos para la adopción. Nada fue como esperaban. Ángel les pareció un niño difícil, inquieto, irascible y desafiante. Les costaba entender cómo, después de todo lo que habían pasado para llegar hasta él, el pequeño se negaba a quererlos y a integrarse en la familia. Quince días después de su llegada, acudieron a los servicios de Bienestar Social buscando una solución.
¿Y Ángel? Hemos de suponer que no fue fácil para él. De pronto, todo su mundo había desaparecido, y se encontraba en un lugar extraño, donde nadie entendía sus palabras, donde todo funcionaba muy rápido y con normas distintas. No entendía por qué estaba allí ni cuándo iba a volver a casa. ¿O acaso no iba a volver nunca? A ratos, disfrutaba de aquello, de los juegos, de la atención de unos adultos que se esforzaban en hacerle sentir querido y atendido, aunque se empeñaran en llamarle por un nombre raro. Pero también había momentos en que se sentía completamente perdido, en que no entendía lo que estaba pasando ni por qué sus nuevos papás le miraban tan serios o le reprendían. Incapaz de darles otra vía de escape, su frustración y su malestar se abrían paso con un comportamiento explosivo. Los gritos y las reprimendas aumentaban su sensación de soledad y reavivaban los escasos recuerdos de su lugar natal, ese pequeño mundo que había perdido y en el que tenía claro quién estaba de su lado. «Era un niño asustado, al que se le estaba exigiendo demasiado», resume un técnico que intervino en el caso.
Tres meses después de su llegada a España, Ángel estaba viviendo en un centro de menores. Los técnicos de la administración habían tenido que tirar la toalla y reconocer que la separación era necesaria. Había demasiadas heridas abiertas en todos: en los padres, en los otros dos niños y en el pequeño Ángel.
El brillante sueño de una vida mejor que habían prometido a su madre biológica se había truncado. Ella no lo sabe, y a buen seguro trata a veces de imaginar a su hijo creciendo feliz en el primer mundo. Pero Ángel no ha conseguido de momento esa vida feliz sino un calvario de experiencias dolorosas a las que todavía no puede poner nombre. Diez meses después de su llegada a España, Ángel sigue viviendo en un centro. Algún día quizás comprenda por qué las dos madres que ha tenido no se ocuparon de él. Algún día quizás encuentre una familia que le ayude a sanar sus heridas invisibles y que sea, esta vez sí, su familia para siempre. De momento, sólo entiende que no te puedes fiar de nadie y que está solo en el mundo.
¿Cómo se puede tirar la toalla tan sólo 3 meses después de la llegada de tu hijo? ¿Nadie les había explicado lo larga y complicada que puede ser la adaptación? ¿Qué esperaban encontrarse? Para muchos de nosotros, la realidad de la maternidad ha sido muy distinta a lo que imaginábamos, pero, ¿no tenemos clarísimo que es irreversible?
Yo no conocí a la familia del pequeño Ángel, pero a veces pienso en ellos y me imagino qué pensarán. ¿Se sentirán víctimas? ¿Recibirán el apoyo de su entorno por la «difícil decisión» tomada? ¿Pensarán en el niño alguna vez? ¿Se habrán arrepentido? ¿Habrán aprendido algo de sus errores?
Yo no les conocí, pero sí conozco a gente que coincidió con ellos antes de que fueron a buscarlo a Etiopía, y me cuentan que estaban convencidos de que el hecho de tener hijos biológicos les convertía en personas preparadas para adoptar, y que veían el Certificado de Idoneidad como un trámite engorroso y perfectamente innecesario.
Su historia demuestra lo equivocados que estaban.
Que pena que haya tenido que pagarlo un niño que es el único en esta historia que no tomó ninguna decisión.