familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para diciembre, 2014

2014

 

Quería hacer balance de este año que empezó con una separación, la última, y termina con otra separación, una de muchas. Un año en el que pasamos de ser 3 + 3 a ser 6. Un año en el que hemos ganado muchas cosas y hemos perdido algunas. Porque escoger siempre es renunciar a algo. Año de mudanzas y adaptaciones, con un verano extraño en el que nos despedimos muchas veces y un otoño largo y caluroso en el que aprendimos muchas cosas. De gente nueva, calles nuevas, rutinas nuevas. Un año en el que celebramos cumpleaños a destiempo, algunos en varias ciudades. En el que cambiamos una mala profesora por un buen colegio y viajes en AVE por un coche abarrotado. En el que hemos hecho menos fotos, pero salimos más sonrientes.

En el que aprendimos que convivir no es siempre fácil, pero sí es enriquecedor todos los días.

Había pensado hacer balance…

…pero prefiero hacer prospección. Y me atrevo a asegurar que el 2015 será ¡todavía mejor!

¡Feliz año!

Unas navidades diferentes

Terminado el primer round de unas Navidades con … más tropa, fechas señaladas con unos y otros, menús distintos a los que se hacían en mi casa, pensar regalos para todos, escribir 4 cartas a los Reyes, acordarnos de alimentar el tió, ¿qué luces ponemos al árbol, las tuyas o las mías? ¿Qué bolas colgamos al árbol de aquí y cuáles a los de allí? el viaje cruzando la península el día de Navidad, los preparativos de la comida en una casa medio vacía, ¿de dónde sacamos las sillas? ¿quién traía el vino? el reencuentro, el Belén con el niño pintado de negro con rotulador (C.: ¡Esto es intolerable!, un error mayúsculo! Sabemos que no fue adoptado y ni el padre ni la madre son negros… Yo: ¿Pero quién te ha dicho a ti que San José sea el padre?), los villancicos, el aguinaldo, el verso, los encuentros con amigos, las nostalgias, las distancias…

…y esas nuevas tradiciones que se van convirtiendo en viejas…

A mí tampoco me gustó el anuncio de Ikea

El mundo se divide en dos grupos: los que se emocionan con el último anuncio de Ikea… y los que lo detestan.

Bueno, y los que no lo han visto. Si pertenecéis a este grupo, podéis resolverlo ahora mismo:

No es lo ñoño del anuncio… ni lo falso que me parece (leí en algún sitio que son familias reales, enfrentadas realmente a esta situación… a mí no dejan de parecerme actores, tanto los padres como los niños).

Es esta necesidad de hacernos  sentir culpables por no pasar (más) tiempo con nuestros hijos.

Me molesta que parezca que no queremos pasar tiempo con ellos… y no que no podemos. Que trabajamos por vicio, para enriquecernos, para pagar lujos. Que escogemos horarios de mierda, empresas que nos despiden si pedimos reducción de jornada, contratos precarios, sectores donde se cierra a las 10 de la noche, sueldos mínimos que nos obligan al pluriempleo…

Que no hacemos ningún esfuerzo por conciliar.

Que preferimos el vil dinero a pasar tiempo con nuestros hijos.

Con 5 millones y medios de parados en la calle, me parece un insulto decirle a los padres – y a las madres – que podrían escoger otro horario, otro trabajo, otras prioridades.

La mayoría de padres (y sobretodo madres) que conozco pasan todo el tiempo que pueden con sus hijos. Sacan minutos de debajo de las piedras para jugar con ellos, ayudarles con los deberes, hablar. Aunque tengan que dormir menos, aunque tengan la casa sucia, aunque vayan sacando la lengua, aunque llegar a la escuela a la hora les suponga quedarse sin comer.

La mayoría de padres (y sobretodo madres) que conozco, sufren por los horarios laborales, querrían dedicar menos horas (u organizarse de otra manera) para llegar a todo, dejar a los niños por la mañana después de desayunar con ellos, esperarles en la puerta de la escuela con pan con chocolate, no perderse ninguna de las actuaciones, ninguno de los partidos, ninguna de las fiestas de cumpleaños. Por aburridas que sean, por poco que les interesen los otros padres.

Me cansa este rollo de mantenernos eternamente insatisfechas como madres… que no nos sintamos jamás lo suficientemente capaces, lo suficientemente competentes.

Me pregunto a qué responde. ¿Es una campaña en tiempo de crisis para que las mujeres vuelvan a ser amas de casa? ¿O es tan simple como que las personas insatisfechas consumimos más… incluso cuando nos dicen que no lo hagamos?

 

Juguetes

Se acercan los Reyes… y las mismas dudas de todos los años.

¿Cómo huir de los estereotipos, del sexismo, de los tópicos, del rosa-para-ellas y los coches-para-ellos?

Fácil:

Y, afortunadamente, parece que está calando hasta entre los que venden juguetes.

Y dudas y preguntas nuevas:

Me pasa B., madre adoptiva de dos niños nacidos en África, y una de las mayores expertas españolas en muñecas negras, la noticia de esta nueva muñeca que ha llegado a las estanterías de las jugueterías:

Es una Nancy-Médica-Por-El-Mundo, con su equipación y los niños negritos de rigor… otra imagen estereotipada, desde las cabañas con texto de paja a los negritos-felices-aunque-no-tengan-nada, aunque se agradece que sea una doctora y no un doctor y que los niños no parezcan especialmente famélicos, descuidados ni rodeados de moscas.

Me cuenta B.:

Hay gente que ya ha hecho una petición en Change para que la retiren. Yo no he firmado para que la retiren, no fomenta mis valores y no se la regalaré a mis hijos, porque refleja unos estereotipos y unos valores que no me gustan, pero yo no soy nadie para decir que los valores que mueven a Medicos sin fronteras o ONGs con voluntarios en Africa son «malos valores» y los mios los buenos. Y la mayoría de los juguetes se basan en estereotipos, la muñeca que pasea a su hijo en el carrito o cuida perritos o el superhéroe y no hay campaña de retirada. ¿Estamos hipersensibilizados los padres adoptivos? ¿No es una imagen real un médico blanco en el rural africano? Por supuesto que queremos transmitir que África es más que el rural y sus chozas, pero, ¿nos resulta ofensivo que lo reflejen?

A mí lo que me molesta de esta muñeca no es solo el estereotipo – reflejar una imagen de los países africanos que existe, pero que dista mucho de ser la única – sino la jerarquía: la posición en la que está la persona blanca y el lugar que ocupan los negros en esta imagen, quién tiene el protagonismo y la mirada que nos hace tener sobre la escena.

Pero, ¿es más necesaria su retirada que la de cientos de juguetes que fomentan el sexismo, la anorexia, la belleza como valor supremo, la violencia, la competitividad? ¿Deberíamos pedir también que desaparezcan las barbies, los kits de maquillaje, las pistolas? ¿Se puede luchar contra los elementos… o es mejor usarlos para explicar lo que pensamos de las cosas que no nos gustan?

P.D. Del anuncio de Ikea podemos debatir, si queréis, otro día.

Gotcha day

La primera vez que oí la expresión “Gotcha day” me quedó muy mal cuerpo. “Gotcha day” es cómo los americanos llaman a la celebración del aniversario de la adopción, y significa, literalmente, “el día en que te pillé”, o “el día en que te conseguí”. Como si nuestros hijos fueran objetos.

Una madre adoptiva afincada en Estados Unidos me dijo que allí no tiene la connotación negativa que yo le veía, pero lo cierto es que con el tiempo, he ido leyendo artículos que demuestran que allí también hay mucha controversia tanto respecto a la celebración de este día, como al nombre que se le da.

Algunas están resumidas en este artículo:

El “Gotcha Day” tiene sus críticos. Y lo que podría parecer una forma benevolente de señalar la unión de una familia con su nuevo hijo es el origen de una controversia creciente en la comunidad adoptiva.

Mientras muchos padres adoran celebrar el momento en el que su hijo o hija adoptiva llegó a sus brazos, hay otros que creen que el “Gotcha Day” degrada el proceso de adopción – y pone el foco unilateralmente en la experiencia adulta de los acontecimientos. A medida que la criatura crece, los expertos en adopción también están preocupados de que enfatizar esta fecha pueda aumentar o detonar sentimientos profundos de pérdida en el adolescente o joven.

(…)

Para Karen Moline, miembro de “Parents For Ethical Adoption”, la palabra “Gotcha” is profundamente insultante, especialmente a la luz de la falta de ética de las agencias de adopción internacional. No importa como sean de puros tus sueños de convertirte en padre, “un niño no es algo que se consiga como un coche o una computadora”.

Y en este artículo leemos la opinión de Sophie Johnson, una chica nacida de 17 años nacida en China y adoptada por una familia norteamericana:

Tenía 5 años cuando mis padres me adoptaron en China y me trajeron a mi nuevo hogar en América. Como mi madre suele decir, me lancé a sus brazos ansiosamente, y allí me he quedado los últimos 12 años. Es mi madre, mi mejor amiga, la mujer a quien más admiro del mundo. Pero durante mucho tiempo, mi familia señaló el día que nos encontramos en China como algo que en los círculos de adopción se conoce como “Gotcha Day”.

Muchas familias celebran el día que conocieron a sus hijos adoptados y se convirtieron en familia. Pero aunque valoro el cariño y todo lo que mis parientes me han dado, el Gotcha Day puede ser un cajón de sastre – uno que nos deja a los niños como yo tristes y confusos. Lo que falta en el Gotcha Day es esto: El reconocimiento de que la adopción trata también sobre la pérdida.

Mientras que los padres adoptivos pueden estar celebrando el día en el que el niño tan deseado finalmente llegó a sus vidas, el niño que tienen en brazos ha sufrido abandono o han renunciado a él por razones que quizás nunca conocerá o comprenderá. Hay mucho que procesar. Y a veces, mientras los niños adoptados lo están procesando, sus sentimientos de pérdida anulan sus sentimientos de felicidad. El Gotcha Day es uno de estos días en los que pensamos sobre nuestro pasado y lo poco que sabemos de él muchos de nosotros. Pensamos en nuestros padres biológicos y deseamos haberles conocido y poderles preguntar por qué no se quedaron con nosotros. Pensamos en lo que nuestras vidas podrían haber sido, dónde estaríamos y cómo serían nuestros futuros, si no hubiera Gotcha Day.

Se ha dicho que la pérdida de la adopción es el único trauma del mundo en el que todo el mundo espera que las víctimas estén agradecidas. Yo estoy agradecida, pero también quiero recordarle a la gente que la felicidad de alguien que construye su familia a través de la adopción, también puede ser el dolor de otra persona que ha perdido a su hijo por circunstancias que no estaban bajo su control. Gotcha Day suena a día de sonrisas falsas si no reconocemos que también habla de pérdida, no sólo de ganancias.

En mi familia, ahora celebramos el Día de la Familia. Mis padres nos enseñan a mi hermano y a mí las fotos de nuestro primer encuentro. Hablamos de cómo me alimentó con una enorme bolsa de M&M’s (aún son mis chuches favoritas; ¿cómo lo supo?) que yo vomité inmediatamente en el trayecto en taxi hacia el hotel. Le digo en cada Día de la Familia que no debería haber permitido que nuestro guía tirara la sudadera amarilla en la que vomité. Era la única cosa con la que mis cuidadoras me vistieron y era una parte tangible de un pasado que tiene muchas zonas oscuras. (La perdono; estaba con jet-lag y el guía tiró a la basura la ropa sucia sabiendo que mi madre tenía una maleta llena de cosas nuevas para ponerme en América).

Cada Día de la Familia, nos reímos de cómo Elvis, mi hermano pequeño, se confunde respecto a los acontecimientos del día en el que lo recogimos. Nos reímos de cómo – yo tenía 7 años y había vivido en América 2 – le eché un vistazo y le pregunté a mi madre si no podíamos cambiarlo por un cachorro. Recordamos cómo mientras ellos estaban ocupados rellenando papeles, él y yo nos sentamos a colorear y mi padre le lanzó una pelota. Mi madre gritó y mi hermano, sin ni siquiera levantar la vista, levantó su mano izquierda y la cogió perfectamente. “¡Un zurdo! ¡Sí!”, gritó mi padre, que fan de los Cubs de toda la vida. No sé si a los funcionarios chinos les pareció gracioso, pero les aseguro que nosotros nos reímos cada Día de la Familia.

Adoro nuestro Día de la Familia. Es la celebración de nuestro amor mutuo, tan simple como esto. Y siempre terminamos encendiendo una vela por nuestras primeras familias y saliendo a hablar con la luna.

Creciendo

R. es madre de 3 hijos, de 6, 4 y 2 años, el mayor, E., adoptado. Esta es una escena de cotidianedad familiar que vivieron hace unos días y que me ha permitido compartir aquí.

 

Hoy cenamos viendo «Lilo y sticht», la película.

Como la mayoria de protagonistas infantiles de cine, Lilo es huérfana.

E. se concentra en los tiroteos, sin prestar mucha atención a los vínculos de los protagonistas (¡Mira mamá! ¡La nave espacial tiene rayos laser! ¡Uhalaaaaa!). M. se regodea en el lenguaje (¿Qué quiere decir aloha? ¿cuál era la palabra que significaba eso de somos una familia para siempre? ¿Qué son los servicios sociales?).
L., por su parte, se limita a comer el arroz en silencio mirando a la pantalla.

Al acabar la película pises, pijamas, dientes, cama, luz apagada.

Discusiones habituales antes de dormir: ¡Yo en este lado! ¡No, me toca a mí, tú estuviste ayer! ¡Mamá me duele el pié! E., no me des patadas. Mamá, ¡me dejé la moneda en el pantalón!. Mamá, que no se me olviden mañana las invitaciones de mi cumpleaños. ¡E.! ¡Échate para allá, que no quepo!. ¡M.! ¡no me quites la manta!. Mamá, ¿sabes que unas niñas el otro día se llevaron dinero a clase?…

Voy contestando a E. y a M. e intento poner orden. Termino todas mis intervenciones con un «Cerrad los ojos ya, que es tarde y mañana hay cole. Dejad dormir a la hermana».

L. está en silencio tumbada a mi lado, como cada noche. Una mano bajo su mejilla y otra en mi cara. De vez en cuando presiona mi rostro y recibe un beso en la frente, a demanda.

Los mayores van espaciado sus intervenciones, según aumenta la irritación en mi tono de voz. Baja también la frecuencia de los besos poco a poco. Quedan apenas unos minutos para que todos por fin se duerman…

De repente un sollozo intempestivo. L. angustiada levanta la cabeza de mi hombro y pega su frente a mis labios. Sube un poco más y se abraza con fuerza a mi cuello.

– ¿Qué pasa, hija, te duele algo, has tenido una pesadilla?

-¡Mamáaaaa, no quiedo que te muedas!

…………………

Y así, mi bebé de dos años y medio, se ha hecho un poquito más mayor esta noche.

Historia de Ruthie

Ruthie es una niña de 5 o 6 años. Es el centro de la vida de sus padres, que no se atreven a contradecirla por miedo a traumatizarla. La vida de sus padres – y de los adultos que les rodean – gira en torno no a las necesidades de la niña (que sería lógico), sino a sus deseos y caprichos. Ella marca los ritmos, dirige las conversaciones, exige – y consigue – cualquier cosa que se le ocurra, por absurda que sea … Sus padres no la regañan nunca, no importa lo peregrina que sea su actitud, y jamás se atreven a contrariarla. Cuando hace algo manifiestamente grosero, la justifican, le echan la culpa a cualquier persona que esté cerca.

Es difícil definirla con otra palabra que “malcriada”.

Descubrí a Ruthie volviendo a ver “Dos en la carretera”, es magnífica película de Stanley Donen, que es mucho más agridulce de lo que la recordaba.

Y me sorprendió que el retrato de esta niña caprichosa, mimada y tiránica, fuera del año 1967, tanto tiempo antes de los hijos únicos y los padres mayores, que han convertido a las criaturas en un bien tan preciado que hay que protegerlo aún a costa de su educación.

Lo afro no era afro

Hace mucho tiempo que leo a Alicia Murillo, una de las más interesantes pensadoras (y activistas) feministas del momento. De las más provocadoras. De las que más hacen pensar, y tambalearse los cimientos de lo que pensamos. En las últimas semanas, su blog ha tomado una dimensión más personal… con la llegada de un nuevo miembro a su familia: Y. Sigo con deleite las entradas en las que habla de ella… me parece que, más allá de la ternura de la historia personal, tienen reflexiones tan interesantes como estas, en las que habla de lo afro, el cabello, la otra madre de su hija. Estas preocupaciones que todas las madres (y padres) adoptivas (o acogedoras), las madres (y padres) blancas de niños negros, compartimos. O deberíamos compartir. Y me he permitido la licencia de reproducirlas aquí:

Al verla con las trenzas, se puso muy contenta y quiso saber si la había peinado “una blanca o una negra”. Le dijo que papá iba a ir a hacerse un análisis de sangre y así iban dejar que Y*** lo conociese. Al despedirse, cogió las manos de mi niña y juntas rezaron una oración preciosa para que Dios la protegiera, porque está muy preocupada de que no le hablemos nunca de Dios y de que la eduquemos como a una blanca… y es verdad. Yo no estaba, claro, me lo ha contado la trabajadora social. En realidad tiene razón en todo. Yo no sé peinarla y al final se la tuve que llevar a una señora de Senegal que vende bolsos en la calle, cerca de casa, para que le hiciera las trenzas. La señora nos riñó mucho a David y a mí. Lo del pelo a lo afro no es afro, es americano, por lo visto. Yo no lo sabía. Lo del pelo a lo afro es como no cuidar de la niña. Nos riñó y nos dijo que nos iba a traer un líquido, que si hacía falta lo pagaba ella, pero que el pelo así no podía llevarlo, que había que alisarlo, que dónde iba la niña con el pelo así…

Fue lo primero que Y*** me dijo al conocerme: “Tengo una pregunta ¿Quién me va a peinar?” Yo no sé peinarla pero voy a aprender. Si su madre estuviera aquí podríamos peinarla juntas y así yo aprendía. Es raro esto porque siento que si ella no está no voy a saber qué hacer con Y***. Es muy difícil que eso pase pero yo se lo voy a pedir al Dios de las niñas negras, al que ellas me digan. No voy a poder hacerlo bien si ella no está, sueño con poder mirarla y que me mire. Ella tampoco puede hacerlo sin mí, sin nosotrxs.

Yo soy la madre de las espinacas. Ella es la madre de los donuts. Yo soy la madre que se enfada normal. Ella es la madre que se enfada mucho. Yo soy la madre que cuida. Ella es la madre que debe ser cuidada. Yo soy la madre de todos los días. Ella es la madre de una vez al mes. Yo la de ir al cole. Ella la de rezar con las manos cogidas. Yo la madre de las dudas, ella la de las respuestas.

Hoy se me puso la boca grande mientras estábamos sentadxs, a la hora de comer:

-¿Por qué se te ha puesto la boca grande, mamá?

-Porque estaba pensando en ti, mi vida.

-Me gusta cuando ríes con tu boca grande.

De perros, niños, abandonos, adopciones

Hemos debatido en un par de ocasiones sobre abandono y adopción de perros y sobre si esa palabra (adopción) es o no adecuada cuando se aplica a animales. Trazamos paralelismos entre ambas cosas, y yo, en aquel momento, confesé que estos paralelismos no siempre me parecían inadecuados.

Pero sí me lo parecen en este spot, que pertenece a una campaña para que la gente no regale cachorros en Navidad – y para que los “adopte” en vez de comprarlos.

La primera vez que lo vi se me giró el estómago. Luego no he querido volver a verlo.

¿Se puede comparar el abandono de un niño con el de un perro? ¿Tiene la misma dimensión moral tirar a la carretera a un animal, por muy “de la familia” que haya sido, que a tu propio hijo? Cuando a alguien le abandonan “mal” (si es que se puede abandonar de otra manera), se suele decir que “le han abandonado como a un perro”, pero, ¿existe la posibilidad de hacer la frase al contrario? ¿Decir que al perro “le han abandonado como a un niño”? ¿No es esto frivolizar con el dolor que causa el abandono?

¿Cómo se siente un niño que ha sido abandonado – un adulto que fue abandonado de niño – cuando ve estas imágenes?

Libros, mundos

Una de las cosas que me ha aportado la mudanza, las distancias inabarcables y los largos trayectos, es tiempo para leer. Nunca he dejado de leer, ni en los momentos más exigentes de la crianza (siempre he sido una mujer que lee), pero sí es cierto que últimamente, el poco tiempo que me dejaban la vida y el trabajo, me daba apenas para leer novelas de evasión. Fast food literario, material poco exigente, historias que me engancharan y no me soltaran e hicieran que no me dolieran prendas por robarle horas al sueño.

Ahora, los largos trayectos en metro y tren me han regalado, no solo tiempo de lectura, sino calidad de lectura. Tener por delante un rato suficiente, sin interrupciones, me ha permitido meterme en novelas más complejas, más profundas.

Los dos últimos libros que me he leído me han gustado mucho. Ambos están escritos por mujeres de países alejados de Europa, nacidas alrededor de 1980.

El primero es “Algo alrededor de tu cuello”, de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. Un libro lleno de relatos que retratan la vida de mujeres (y de hombres) divididos entre dos mundos, entre el África donde nacieron y pasaron su infancia y la América donde llegaron de adultos, entre la tradición y lo que quieren ser. Retratos de momentos que dicen tanto en tan poco, y que me han permitido conocer realidades muy ajenas a mi experiencia. Y recordar que hay otros mundos, y están en este.

El segundo es “A la sombra del árbol violeta”, de Sahar Delijani, y también narra un lugar a muchos kilómetros de aquí: el Irán de los años 80, con la represión y el fundamentalismo, la vigilancia sobre la moral de las mujeres y la lucha idealista de un puñado de jóvenes que se lo juegan todo por hacer un mundo mejor. La mirada de los niños sobre esas cosas de mayores que no entienden: padres a los que no llegan a conocer porque han sido enterrado s en fosas comunes, abuelos que se ocupan de su crianza, madres que regresan de la cárcel siendo desconocidas, el miedo, el silencio, los secretos, las mentiras. Y sin embargo, no se me ha hecho nada lejano: esa lucha, esas cárceles, esas fosas comunes, esos miedos… no me parecen ajenos, se parecen sospechosamente a las luchas, las cárceles, las fosas y los miedos de mis abuelos y mis padres.

Porque a veces leemos para conocer mundos nuevos, y otras lo hacemos para reconocer el nuestro.