familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para agosto, 2012

Laura Gutman

Hace algún tiempo cayó en mis manos un libro de Laura Gutman. Me pareció muy interesante, una de las cosas más interesantes que había leído en tiempo. Pero también desazonador.

Por lo que tiene de verdad.

Y porque, ¿cómo estar a la altura?

He vuelto a encontrar ese libro, y estas son algunas de las ideas que subrayé entonces:

–«Este es el momento en el que se divide la humanidad: entre quienes han recibido seguridad, contención, contacto corporal… y quienes no lo han recibido».

— «Lo que nuestros padres – o quienes se han ocupado de criarnos- hayan dicho se ha constituido necesariamente en lo más sólido de nuestra identidad»

— «Para dar de mamar hay que estar dispuesta a perder toda autonomía, libertad y tiempo para una misma. Lactancia y libertad no son compatibles» .

–«No estamos diseñadas para criar solas a nuestros hijos».

— «En otros vínculos hemos podido vencer al enemigo o nos hemos retirado de la escena. Pero con un niño en brazos estamos atrapadas, no podemos abandonar esta relación».

— «El nombre muerte súbita está mal elegido. Tendríamos que llamarla muerte en la cuna. Ningún bebé sano muere súbitamente en brazos de una persona maternal».

— «Los adolescentes puede decir lo que sienten y lo que piensan porque ya no nos tienen miedo. Saben que pueden sobrevivir quizás en mejores condiciones entre iguales que bajo la rigidez y la incomprensión de sus familias».

— «El niño nos sumerge en un mar de tinieblas, nos arroja al destierro, lejos del mundo donde suceden las cosas interesantes, perdemos el tren de lo que habíamos asumido que era la verdadera vida. Desaparecen el mundo social, el tiempo, las conversaciones entre adultos, el dinero, la autonomía, la libertad, en fin, desaparecemos como individuos valorados por los demás».

— «Damos por hecho que la maternidad no podría ser más compleja que cualquier desafío que ya hayamos asumido. Sin embargo, al final comprobamos que se trata de otro nivel de complejidad».

Se terminó…

…no el verano, pero sí las vacaciones.

Espero que las experiencias de este verano pródigo sirvan de alimento para el alma hasta que llegue el próximo!!

Encajes

Todos los años, cuando se acerca la fecha en que nos conocimos y les conocimos, las familias que viajamos juntas a Addis Abeba 6 años atrás nos reunimos a comer injera.

Es un encuentro informal, sin fecha fija ni comensales fijos: unas veces somos 6 familias, otras 3, otras 5… yo tengo la esperanza que para el 2016 podamos encontrarnos las 8.

Recordamos algunos momentos del viaje, nos decimos unos a otros lo grandes que están los niños, nos preguntamos qué tal (es una buena noticia si no hay muchos que respondan:  «más o menos»)…

La última vez que los vimos, una de las familias que estaban era una pareja que adoptó en Etiopía a su segundo hijo.

El mayor había llegado anteriormente de Nepal y es un chico que ahora tiene oficialmente 16 años aunque probablemente está más cerca de los 20 que de los 18… Un chaval que nunca ha sido fácil, nunca lo ha puesto fácil, para él no ha sido nada fácil.

No conozco los detalles ni me los contaron esta vez, pero en un momento dado, la madre dijo «estamos empezando a pensar que hay algunos encajes que no vamos a conseguir hacerlos nunca».

Esta frase me golpeó. Me pregunté si sólo había rendición ante una asunción de este calibre, o también una cierta dosis de alivio.

Y pensé que todavía es pronto para pensar algo así de mi propio hijo, pero que seis años son tiempo suficiente para que yo sea capaz de entender esa frase.

Desde lo emocional, me refiero.

Pienso en ese día, hace 6 años, en el que cogí a ese ser diminuto (apenas 9 kilos y medio con más de dos años), que se aferró a mí como una de esas tortugas que no sueltan su presa ni que las maten, en todas las esperanzas y expectativas que tenía ese día, en el convencimiento de que lograría, lograríamos, cualquier cosa que nos propusiéramos.

Ahora miro atrás y me sorprende lo ingenua que pude llegar a ser, como desoí todas las voces que me hablaron de dificultades de adaptación y me creí sólo las historias que me convino escuchar, las que hablaban de sanación y experiencias redentoras, de tiempos difíciles que eran sólo el prólogo de verse convertidos en una familia normal.

Cuando le cogí en brazos, hace 6 años, yo sólo quería ser capaz de que ese niño, que ya era mi hijo aunque yo todavía no le sentía como tal, fuera feliz.

Ahora le quiero infinitamente más que entonces, le siento parte de mi, de mi cuerpo, de mi ser.

Y sin embargo, estoy mucho más perdida que entonces en casi todos los aspectos.

Y más de un día me pregunto si es feliz.

La vida y los planes

Decía John Lennon que la vida es lo que nos sucede mientras hacemos planes…

Los sueños no tienen límite y la vida sí… y es difícil que lo que acaba siendo nuestra vida se ajuste realmente a lo que imaginamos que llegaría a ser.

Tengo una amiga que es una triunfadora a todos los efectos: vida familiar, dinero, un trabajo que la hace conocida y reconocida, influencia… y hace unos años (ella tendría 40 y tantos) me decía con tristeza (y cierta angustia): Ha llegado ese momento en el que mi vida es ya lo que va a ser. No habrá más.

Yo no estoy de acuerdo, creo que siempre tenemos tiempo a reinventarnos… Que nos hacemos viejos cuando dejamos de plantearnos retos nuevos, objetivos en la vida.

No podemos hacer todo lo que hemos imaginado… pero sí creo que debemos aferrarnos al menos a uno de nuestros sueños, el que sea, el más importante, el más fuerte… y luchar con todas nuestras fuerzas.

Me gusta mucho una escritora que se llama Anne Tyler. Sus historias suelen ser de personas mayores que pasan revista a su vida, recuerdan lo que imaginaron, y lo comparan con lo que ha sido… y acaban llegando a la conclusión de que no cambiarían lo que han vivido.

Yo aspiro a que me pase esto. Que a pesar de que mi vida haya sido más pequeña que muchos de mis sueños, acabe llegando a la conclusión de que ha sido plena. Y suficiente.

Cuento para D. / Viaje en el tiempo

CUENTO PARA D.

Hace años, pensé en escribir un cuento sobre D.

El cuento tenía varias escenas.

En la primera, D. era un adolescente rebelde, de pelo largo, que hacía pellas en el instituto y jugaba al futbolín en los bares. Un chico guapo, ¿qué digo?, guapísimo. Con cara de cherokee, esta mirada intensa, estas ganas de comerse el mundo.

Y cuando llegaba a casa, se encontraba con una realidad que pocos conocían: un hermano con una gran discapacidad, y una madre, tan joven que parecía la hermana de su hijo adolescente, que cuidaba con mimo y paciencia a aquel crío incapaz de comer solo o controlar esfínteres.

Esta era la única escena que tenía clara. Bueno, esta y la última.

Luego, el hermano murió, y D. creció. Y se convirtió en un joven interesante e intenso.

Y heroinómano. Era el principio de los 90, ¿recuerdan?

D. trabajaba en lo que podía, mayormente de mensajero. Tenía una gran habilidad para caer de pie: era un chico al que todos querían, que siempre conseguía hacerse perdonar los errores, que siempre conseguía segundas oportunidades. Y terceras.

D. trapicheaba a ratos. Compraba heroína, se tomaba una parte, revendía la otra cortada con bicarbonato o aspirina.

D. era un buen amigo. Tenía una pandilla que le aceptaba como era, y le respaldaba, pero tenía un mejor amigo.

Al amigo le llamaban «el Rizos». También era heroinómano, pero a diferencia de D., era un tipo de los bajos fondos, con una familia dudosa, una reputación peor que dudosa.

Se fueron a vivir juntos, y lo compartían todo: las drogas, las chicas, el dinero, la comida, cuando se acordaban de comer.

Seguían viniendo por los bares.

Un día supimos que habían atracado a un tipo… con tan mala suerte que el tipo era un policía de la secreta. El Rizos huyó y D. fue a parar a la cárcel. Allí se desintoxicó, no recuerda cómo. Sólo sabe que tuvo muy claro que pincharse en la cárcel era un billete directo al SIDA. Hizo mucha gimnasia, se puso fuerte… y como no podía ser de otra manera, se ganó a una de las trabajadoras sociales, que le ayudó todo lo que pudo. Le ayudó a recomponerse, a estudiar, a buscar trabajo, a replantearse las cosas.

Hasta que salió.

Y volvió a ir con el Rizos, y la noche, y las drogas, y los bares.

Aquella amistad terminó fatal, en un bar, donde D. se quedó dormido – o desmayado- en día de cobro… y cuando amaneció, tirado en la calle, le faltaba la mitad del dinero.

Se lo comentó a su amigo del alma, el Rizos, el que le había dejado tirado en aquel bar, y el otro le dijo:

Que fuerte, ¿quién puede ser tan mala gente de atracar a un tipo que está desmayado?

Y D. le contestó: ¿qué atracador sería tan gilipollas de llevarse sólo la mitad del dinero?

Y unos días más tarde, la casa donde vivía el Rizos ardía.

Así habría terminado aquel cuento, con un gran fuego purificador, al filo del cambio de siglo.

Si me hubiera decidido a escribirlo.

VIAJE EN EL TIEMPO

Hoy me aparece en el FB un chico al que conocí hace 25 años.

Por pura casualidad, porque tenemos 2 amigos en común, que no eran amigos de ninguno de los dos en esa época. Una época muy intensa, allá en los 90, que terminó cuando me separé y decidí hacer un corte limpio no sólo con mi ex, sino con todo lo que había alrededor suyo. 
 
Le envío una solicitud de amistad… me acepta… y lo primero que veo en su muro es que pocos días atrás ha muerto D. 

Le encontraron en su cama, llevaba 3 días muerto. Le hicieron una autopsia, pero no fue concluyente.

Le enterraron, y ya está.

¿De dónde somos o de dónde venimos?

 

Me hace llegar Bone esta noticia. Habla de Ana Peleteiro, una atleta gallega a la que se considera una de las esperanzas del atletismo… iba a poner «esperanza blanca», pero es obvio que la chica es negra. Lo que no es obvio, pero lo cuenta la noticia, es que es adoptada.

Como suele suceder, lo más interesante (y espeluznante) son los comentarios que siguen a la noticia. Hay decenas (y van degenerando)… pero digamos que un buen porcentaje cuestiona que la muchacha en cuestión sea gallega, o española (hay comentarios para todos los gustos).

Y vuelvo a preguntarme por la identidad. ¿Quiénes somos, de dónde somos, qué somos?

Si una chica nacida en A Coruña (fue adoptada en nacional), criada por una familia gallega, que ha ido a la escuela en Galicia, que habla (presuntamente) gallego, no es gallega… ¿Qué es ser gallego? ¿Es sólo una cuestión de color de piel? ¿Considerarían gallega a una chica en las mismas circunstancias pero que fuera blanca (y que tuviera, por ejemplo, ascendencia genética francesa, o portuguesa)?

Mientras me hago estas preguntas, Raquel me hace llegar un vídeo que me pone los pelos de punta:

Me siento agredida, y no estoy allí…

El último día

En alguna ocasión he contado cómo fue mi primer día en Addis Abeba.

Pero también recuerdo el último.

Volvimos a la casa cuna donde B. había pasado 3 semanas, con cosas para ellos según una lista que no habían dado (macarrones, detergente, etc).

Pensé que sería una buena ocasión para despedirnos de las cuidadoras, con las que apenas hablé el primer día, y para ver (y fotografiar) la habitación donde B. dormía.

Sólo bajar del taxi, B. se puso a llorar. Cuando nos acercamos a su habitación, se puso a chillar. Y se negó a estar a menos de dos metros de ninguna cuidadora.

No le molestaba que se le acercaran los niños (muchos fueron a abrazarlo, saludarlo, cogerlo en brazos…), pero no dejó que se acercara ninguna cuidadora.

Una de ellas, medio enfadada, medio en broma, le dijo que se iba a quedar allí.

Él me cogió del brazo, me hizo subir al taxi y no nos movimos hasta que fue la hora de marcharnos.

Y luego estuvo llorando toda la tarde.

Y me quedé sin foto de la habitación donde durmió aquellas semanas.

Sobre prejuicios y estereotipos

V. me pasa este corto sobre prejuicios y estereotipos. Es la historia de un negro cubano que busca trabajo de camarero en un restaurante chino en España…

Un ferengi en Etiopía

R. me ha descubierto un blog interesantísimo de un ferengi (blanco) afincado en Etiopía que trata de darnos (bueno: y lo consigue) otra imagen del país.

La verdad es que aunque pretendamos acercarnos a la tierra donde nacieron nuestros hijos, la distancia cultural es tan grande que en ocasiones no se mide en kilómetros: se mide en décadas.

Siempre es de agradecer una ventana que nos permite mirar, y más importante, interpretar, ese mundo que nuestros hijos han dejado atrás y que nosotros nunca conoceremos lo suficientemente bien.

El blog tiene poquitas entradas, pero ninguna de ellas tiene desperdicio. Os dejo un fragmento de una de ellas, la que habla de los niños de Etiopía.

(La foto está sacada del mismo blog).

Es que hablar de niños, en Etiopía, no es tarea fácil, y no se puede simplificar ni sobretodo estigmatizar según nuestros patrones.

Desde nuestro punto de vista occidental los niños etíopes se puede ver desatendidos, explotados y maltratados.

No cabe duda que la vida para ellos es más dura que para los niños europeos, pero creo que no para esto va a ser necesariamente mucho peor.

 Cuando viajas por la campaña ves chavalillos, a partir de 5 años, yendo arriba y abajo detrás de los rebaños, o incluso llevando jarras de agua. Es una vida dura, cansada, se pasan varias horas dando vueltas en el campo… pero es esta una vida mucho peor que estar muchas horas enganchado a una videoconsola?

Yo me imagino mis niños, y, con toda sinceridad, los prefiero dando vueltas por la campaña, y teniendo que caminar unas horas para llegar a la escuela, que enchufados a videojuegos y Facebook, y catapultados en motos trucadas.

Y cuando a veces tengo que discutirme con ellos porqué se niegan a recoger los juguetes que han esparcido por toda la casa, me viene a la cabeza otra foto que no he hecho, la de una madre con tres hijas de distintas edades, caminando al largo de la carretera, cada una con una bidón de agua proporcionado a su altura… había la pesadumbre de un trabajo muy duro,  pero también la hermandad del trabajo compartido.

¿Es peor tener que trabajar duro, aprendiendo que todo cuesta esfuerzo, o tenerlo todo con solo pedirlo, aprendiendo que todo tiene un precio que alguien puede pagar por ti?

¿Es peor tener 18 años y no poder dejar de trabajar para ayudar  tu familia a ir adelante, o tener 18 años y tener una depresión de caballo porqué no sabes que hacer de tu vida?

Aniversario

Hoy se cumplen 6 años de la primera vez que vi a B., mi hijo mayor.

Lo hemos recordado juntos.

Sigo sin encontrar las palabras que expliquen por qué me incomodan las celebraciones de este tipo de fechas.