Primos
Los jueves de mi infancia eran días de primos.
Nos venía a buscar mi abuelo en coche al colegio y nos llevaba a su casa, donde todas las tardes del mundo mi abuela y su hermana, que vivía dos pisos más arriba, se sentaban en el salón a coser y charlar.
Mientras, los primos merendábamos, jugábamos en el jardín, hacíamos los deberes, leíamos la revista Cavall Fort (¡¡qué batalla por ser los primeros, el día que llegaba!!), mirábamos la tele, nos peleábamos…
Le escribíamos cartas a P. el año que se fue a trabajar a Estados Unidos.
Nos sentábamos debajo de la mesa a escuchar las fascinantes conversaciones de los mayores.
Crecíamos.
Mis primos fueron una parte importante de mi infancia. No sólo de las tardes de los jueves, también de las vacaciones y los fines de semana, que a menudo compartíamos en casa de los abuelos. Primos, y primos segundos, y hasta algún tío joven, porque la clasificación se hacía por edades y no por el parentesco estricto.
Una de las cosas que más tristeza me producen es que mis hijos (por ahora) no tengan primos.
Mis primos y yo nos perdimos de vista cuando la abuela murió. El abuelo vivió muchos años más, y todos los nietos seguimos manteniendo relación con él, pero el pegamento que nos aglutinaba desapareció con la muerte de la abuela.
Las primeras Navidades, una de mis tías intentó heredar la tradición de reunirnos en su casa, pero fue la última vez que sucedió. Al año siguiente cada familia nuclear comió en su casa, en petit comité.
Los hermanos, la generación de mi padre, siguieron en contacto: sabían unos de otros, se pedían consejos y ayuda, se veían de vez en cuando. Pero cada uno hacía su vida y pasaron muchos años sin que viera a mis primos.
Hace dos años, mi prima C. se casó. Y nos invitó a todos a la boda. Nos sorprendió que prefiriera invitarnos a nosotros, después de 20 años sin saber unos de otros, en vez de a sus amigos. Pero nos gustó reencontrarnos y reconocernos, poder hablar como si el tiempo no hubiera pasado, ver en los demás gestos y rasgos de los abuelos, gustarnos.
Porque nos caímos bien.
Y decidimos organizar, como mínimo, una calçotada anual.
Así que, una vez al año, los primos, que nos seguimos los unos a los otros por Facebook, proponemos una cita y organizamos a tres generaciones de la familia (nuestros padres y nuestros hijos… que de momento son solo 3, mis dos enanos y el hijo de 2 años de mi prima pequeña), hacemos un excel para repartir responsabilidades, intercambiamos recetas y rutas… y finalmente, después de unas semanas muy intensas de epístolas cibernéticas…
…nos encontramos.
El fin de semana pasado fue la calçotada. No estábamos todos, porque a alguno le tocó trabajar, pero sí éramos la mayoría y había representantes de todas las ramas familiares. Me sorprendió ver a las tías casi iguales que hace 20 años, y a los tíos, los hermanos, convertidos en abuelos, y casi idénticos entre si: las canas y las décadas les han hecho ganar en similitudes y ahora son copias de su padre. Los primos no cambiamos mucho de año en año, pero aún así, siempre descubres cosas nuevas: trabajos, aficiones, parejas, gustos.
Somos muy distintos los unos de los otros. 8 primos de entre 20 y 40 años, desde la fashion victim al perro flauta, desde el becario de ciencias al parado, desde la madre de familia al soltero de oro… pero, ¡¡que parecidos somos a la vez!!
Cuando terminó la calçotada familiar, les pregunté a mis hijos qué les había gustado más del día. A. me dijo que jugar al pilla con sus (mis) primos mayores y el fuego. B. me dijo que el partido de futbol que jugaron representantes de las 3 generaciones, los calçots con la salsa de su tía H. y…
…y tener un primo pequeño.