familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para diciembre, 2019

Feliz Navidad, donde quiera que estés

Cerramos por vacaciones de Navidad con estas imágenes del Belén de la Iglesia Metodista Unitaria de Claremont, que tan bien ilustra que los 2020 años que han pasado no han cambiado mucho las cosas.

 

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15 años

Yo también tuve 15 años. Yo también me creí que era muy mayor. Yo también tuve curiosidad por el sexo. Yo también pensé que el sexo era una rito de iniciación a esa vida adulta que se pintaba más apetecible. Yo también me sentí deslumbrada por chicos mayores, a veces bastante mayores (aunque prefería a los rockeros que a los futbolistas). Yo también tomé decisiones equivocadas. Yo también presumí de mis decisiones equivocadas porque así dolían menos. Yo también me puse en riesgo. Yo también me metí en casa ajenas, en coches ajenos, de los que podría haber vuelto escaldada. O no haber vuelto. Yo también me chuleé con mis amigas de las primeras veces que me trasladaban automáticamente al lado de las mayores, las expertas, las admirables. Yo también no sabía nada. Yo también me creía que lo sabía todo.

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Frágiles

«Todas las mañanas salto de la cama y piso una mina. La mina soy yo. Después de la explosión, me paso el resto del día juntando los pedazos.»

(Ray Bradbury)

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Ella se lo pierde

Una de las cosas que tuve que aprender de la adopción, a base de escuchar muchísimas voces de personas adoptadas, también las de mis hijos, es que, a diferencia de lo que pensaba cuando empecé a pensar en ello, la adopción, el abandono, la pérdida, no es como una enfermedad más o menos severa, que una vez encontrado el tratamiento solo precisa de seguir las pautas y la medicación adecuada, guardar un tiempo prudencial de convalecencia y la recuperación pertinente, y una vez hecho esto, ya está superada, se pasa página.

La adopción, como otras vivencias traumáticas, se parece más a que te amputen una pierna. Puedes volver a andar, hay prótesis estupendas, hacer vida normal, incluso convertirte en un campeón del atletismo paralímpico; pero nunca te vuelve a crecer la pierna, nunca olvidas que la perdiste, nunca dejas de imaginar cómo habría sido tu vida si la hubieras conservado, y hay momentos en los que las terminaciones nerviosas duelen y te hacen echar de menos este miembro fantasma.

Todo esto me vino ayer a la cabeza cuando leí este tweet de Juan Gómez Jurado:

Y cuando, más tarde, escuché la explicación más extensa que dio en un programa de radio.

Y no puedo dejar de preguntarme cuántas de estas certezas se convertirán en nuevas preguntas a medida que el tiempo pase y las terminaciones nerviosas sigan recordándole que hay algo que se perdió.

Palabras para Julia

Ojalá alguien me hubiera dicho esto en muchos momentos. Que bien que hubo quien me lo dijo en muchos momentos.

La vida es bella, ya verás / como a pesar de los pesares / tendrás amigos, tendrás amor, / tendrás amigos.

Si la adopción es hermosa…

Casi todo en la vida lo he procesado a través de la lectura y la literatura (que se parece pero no es exactamente lo mismo). También la adopción. Y como en muchas otras cosas, he vivido un proceso respecto a este tema: empecé buscando iguales, leyendo la experiencia de los adoptantes, para acabar leyendo básicamente las experiencias de los adoptados, los que pueden acercarme al punto de vista del otro.

Los puntos de de vista: porque no es solo uno. No hay una sola voz de los adoptados, hay muchas. Como la de la autora de este blog que se plantea todas estas preguntas dolorosas pero muy pertinentes.

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¿Por qué la gente miente al respecto?

¿Por qué no es la primera opción para las parejas que quieren tener criaturas?

¿Por qué ha existido tal y como es menos de 100 años?

¿Por qué no todo el mundo abandona a una criatura para los que no pueden tener?

¿Por qué la recolocación no solo sucede sino que es completamente legal?

¿Por qué las escrituras Bíblicas deben retorcerse para justificarla?

¿Por qué el Corán la condena?

¿Por qué no se hace en todo el mundo?

¿Por qué la gente en otros países se horroriza cuando entienden qué significa la adopción aquí?

¿Por qué tantos países «de origen» han prohibido la adopción internacional?

¿Por qué las agencias de adopción son demandadas o forzadas a cerrar?

¿Por qué los adoptados se hacen tests de ADN para no salir con sus hermanos?

¿Por qué la historia médica familiar es lo primero que piden en las citas médicas?

¿Por qué se niegan los registros a las personas a las que pertenecen?

¿Por qué se necesita una orden judicial para ver los registros?

¿Por qué los adoptados están aterrorizados de preguntar a sus padres sobre el tema?

¿Por qué los padres adoptivos piden a sus familias que les guarden el secreto?

¿Por qué la Iglesia Católica se ha hecho rica con su corrupción?

¿Por qué las coerción se emplea rutinariamente para que las madres biológicas cedan a sus criaturas?

¿Por qué hay permanentemente más de 100.000 criaturas disponibles esperando sus «familias para siempre»?

¿Por qué los niños blancos cuestan más que los niños negros?

¿Por qué es correcto pensar en los niños como mercancía en la frase anterior?

¿Por qué existen organizaciones como the American Adoption Congress, Adoptee’s Liberty Movement Association, Bastard Nation o Concerned United Birthparents?

¿Por qué tantas personas adoptadas buscan?

¿Por qué el Gobierno australiano pidió disculpas oficialmente por su papel en el asunto?

¿Por qué los adoptados que han sido asesinados por sus padres adoptivos se siguen considerando «afortunados»?

¿Por qué los adoptados son utilizados para experimentos médicos y psicológicos?

¿Por qué se hacen chistes con la adopción?

¿Por qué se reconoce como un trauma infantil?

¿Por qué si los adoptados se consideran como si fueran hijos biológicos, los casos de incesto no están tan mal vistos como cuando hay relación genética?  

¿Por qué en los casos en los que la criatura vuelve con su madre natural se llaman «fracasos»?

¿Por qué hay tantos adolescentes adoptados sobrerrepresentados en los servicios de salud mental?

¿Por qué tantos reciben ayudas del sistema?

¿Por qué se inspiró en el sistema que desarrolló Georgia Tann – conocida secuestradora, traficante, asesina de criaturas y pedófila?

¿Por qué se utiliza como herramienta de guerra y genocidio cultural?

¿Por qué hay adoptados que no pueden conseguir un pasaporte? ¿Por qué otros son deportados?

¿Por qué los adoptados tienen 4 veces más probabilidades de intentar suicidarse?

¿Por qué no podemos tener esta conversación?

¿Por qué no podemos tener esta conversación?

Elle Cuardaigh, autora de «The Tangled Red Thread».

Desenredando el tema del pelo

Angel Davis

Una de las primeras cosas que pensé cuando recibí la asignación de B. fue «Menos mal que es un chico. No sabría cómo encargarme del pelo afro de una niña».

Entonces no sabía todavía toooodo lo que puede dar de sí el tema del pelo en las personas africanas y afrodescendientes (también los hombres).

El cuidado del pelo afro es complejo y delicado, no sólo por cuestiones prácticas (desde el desenredado a los piojos pasando por la hidratación) sino también por razones culturales y de racismo. Las redes están llenas de grupos en los que se habla del tema, qué estilos son apropiados para cada edad, qué implicaciones tiene alisarse el pelo, qué reacciones puede provocar en la comunidad afrodescendiente que nuestras criaturas no vayan  correctamente peinadas, qué peinados son apropiación cultural y por qué cuando estos peinados los llevan personas blancas son «modernos» y «alternativos» pero en el caso de las personas negras implican «suciedad», «descuido» y pueden vetar el acceso a determinados puestos de trabajo. En las familias, el cuidado del pelo se transmite de generación en generación y el desenredado y el trenzado crea un espacio de intimidad entre madres e hijas. Y las peluquerías afro se convierten en muchas ciudades en lugar de reunión donde se teje comunidad. Y la negativa a dejarse tocar el pelo por propios y extraños, una forma de proteger el cuerpo y empoderarse.

Por no hablar de las connotaciones históricas: el pelo afro fue en la esclavitud, que estableció leyes que obligaban a ocultarlo, un símbolo de lucha y resistencia, no solo simbólica; con las trenzas se dibujaban los mapas para que los siguieran los esclavos que huían en busca de la libertad.

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Una de las primeras personas a quién oí hablar del tema fue a Désirée Béla-Lobedde, que hablaba de la importancia de todo lo relacionado con el pelo afro mucho antes de que esto se denominara «activismo estético».

“Históricamente venimos aceptando unos cánones de belleza blancos, para mujeres negras. El canon de belleza blanco ensalza la piel clara y el pelo liso, imagínate el nivel de violencia que implica para una persona negra intentar encajar en ese canon. Venimos creyendo que el pelo afro es malo, seco, duro, que no se puede peinar, etc. Efectos todos ellos de la colonización y la esclavitud.

Mucha gente dice que eso ya pasó, pero queda tanto poso a día de hoy que no podemos olvidarlo. Ese poso que queda también afecta a la imagen de las personas racializadas. Yo ofrezco contenido a las personas negras para que aprendan a valorar y a cuidar su pelo. Al final esto constituye una forma de descolonizarse el cuerpo, de aceptar que tu canon de belleza es otro, que tu pelo es muy rizado y crece alrededor de la cabeza, que es versátil y hay que valorarlo porque tiene que ver con nuestra identidad y la construcción de la misma.

Por otro lado, para las personas blancas mi activismo estético sirve para intentar derribar todos esos prejuicios, esa marcianización que hay en torno al pelo afro y crear un acercamiento y una normalidad, que se entienda de dónde venimos y porqué estamos donde estamos. Lo que pretendo es romper esas barreras y derribar mitos. Respecto a las empresas y marcas lo que hago es dar collejas. Cuando se habla de pelo afro se mete mucho la pata, lo que demuestra la poca gente negra que hay en los medios de comunicación”.

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También en Americanah, Chimamanda Ngozi Adichie escribía sobre el pelo como «la metáfora perfecta para la raza en América» y sobre cómo su cuidado se convierte en una seña de identidad para la protagonista:

«El pelo es algo que vemos, pero no entendemos lo que hay detrás con respecto a la raza. Es algo que parece sencillo pero es realmente complicado. Por ejemplo, cuando vemos a una mujer blanca de mediana edad que se tiñe el pelo, no es algo que necesariamente todo el mundo entienda, sobre todo si es porque ella lo hace para cubrir sus canas. O si eres una mujer negra, a veces la manera en que tu cabello crece se considera descuidado por las personas que no conocen el pelo afro. No creo que las personas sean malintencionadas, creo que simplemente algunas personas no conocen el pelo afro y la belleza del mismo» (de una entrevista con la escritora).

La activista Superfunkie Nath da una vuelta de tuerca más al tema del pelo afro en el Blog Afronomadness (que por otro lado, no tiene desperdicio): la importancia de la concienciación para proteger los derechos de nuestros niños Afrodescendientes, y por esto ha iniciado una campaña en contra de los químicos tóxicos presentes en los productos capilares que hacen peligrar su salud y que han sido específicamente comercializados para ellos.

 

Testimonio de una adopción transracial

Saludé a Laia hace algunos meses en el Festival Afroconciencia, pero llevo años leyéndola y conversando con ella en las redes sociales. En este vídeo explica los procesos y las dificultades de la adopción transracial en estos tiempos, en estos lares.

Proteger a lxs niñxs

Esta semana, alguien ha lanzado una granada a un centro de menores de Madrid, un centro que la ultraderecha puso en la diana con criminalización de los menores migranes, a los que han acusado de generar inseguridad, hacer aumentar la delincuencia y ser culpables de la violencia sexual que hay en el país. La derecha, además se ha negado a condenar este atentado en la Asamblea de Madrid.

¿Somos conscientes de lo grave que es que tiren un explosivo a un sitio donde viven menores, y que no es menos grave porque estos menores sean extranjeros, racializados o estén desamparados?

¿Os imagináis que alguien hubiera lanzado un explosivo contra un instituto donde van hijos de guardias civiles, por ejemplo, y que alguien como Otegi no lo hubiera condenado? No solo esto, sino que antes hubiera hecho una manifestación en la puerta azuzando a agredir a esas criaturas?

¿Por qué consideramos menos personas a estos a los que algunos llaman MENAS, despersonalizándolos con este acrónimo, quitándoles la humanidad, convirtiéndolos en «los otros»?

A este respecto, me ha gustado mucho (como siempre) lo que ha escrito Gerardo Tecé sobre proteger a los niños:

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Matar a un ruiseñor, la novela de Harper Lee que Gregory Peck protagonizó en el cine, cuenta una historia sobre la moral y la pérdida de la inocencia. El abogado Atticus Finch decide defender a un negro en la Alabama de los años 30. Al tiempo que se enfrenta a sus vecinos por “ser el amigo de los negros”, el abogado, que también es padre viudo, tiene que educar y proteger a sus dos hijos en mitad de esa sociedad enferma de racismo. Setenta años después, este clásico del cine y la literatura sería acusado de adoctrinamiento por algunos que salen representados en la historia como esos vecinos armados que pretenden ajusticiar al negro sin juicio previo. Con los hijos del abogado como testigos y víctimas de todo aquello.

Intentar proteger a los niños a pesar de los pesares es una constante en toda sociedad civilizada. Un pacto tácito que se respeta incluso en tiempos de guerra, cuando todo se desmorona. Protegemos a los niños, aunque sean de otros, si los vemos acercarse demasiado al borde de la carretera. Los protegemos de la muerte y hasta de su existencia –el abuelo se ha ido de viaje–. Los protegemos de los naufragios –papá y mamá van a vivir en casas distintas, pero se quieren mucho– y de los problemas económicos –los Reyes Magos este año están en crisis–. Los protegemos de los problemas sociales –el telediario es para los mayores– y de quienes no quieren proteger a los niños, sino todo lo contrario –a ver con quién chateas–. Protegemos a los niños de ellos mismos –prohibido vender alcohol y tabaco a menores– y de cualquier sombra que los rodee, aunque el mundo esté lleno. Se llama instinto de protección con el más débil. Quien no lo tiene está enfermo o es el peligro del que hay que protegerlos.

Hay niños que no pueden ser protegidos. Hay naufragios sociales tan grandes que acaban con algunos subidos a una patera o escondidos en el remolque de un camión, alejándose de una casa que no los protege. Son niños de otros. Esos que siempre, siempre, están al borde de la carretera. Ayer, el centro de menores de Hortaleza, en Madrid, fue atacado. Y no como debería haber sido atacado, por la falta de inversión, por incumplir las medidas de bienestar de los niños que allí viven. Fue atacado con una granada. Un arma de guerra contra niños que días atrás fueron atacados con dedos que los señalaban como potenciales delincuentes a las puertas de su casa de acogida. Hasta en la Alabama racista de los años 30 de Matar a un ruiseñor, los niños negros eran protegidos porque, al fin y al cabo, negros o blancos, eran niños. Toca proteger más que nunca. Los depredadores infantiles están al acecho.

Hijo en el invierno

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El tren se detenía antes del alba
en la estación desierta. Caminábamos
sintiendo el aire frío
por las calles oscuras y vacías
hasta que se encendieron las luces de un café.
Allí esperamos a que amaneciera
y a que se abriera la Maternidad.
En una madrugada fuimos ricos.
Al fondo de nosotros podemos ver aún
amanecer en las estrechas calles
y la hilera de cunas en penumbra.
Hoy aquel niño es músico de jazz.
Mientras escucho cómo toca el saxo
en este club de Ciutat Vella,
se iluminan al fondo del pequeño escenario
los cristales de un tren o de un café al alba:
la luz tenue que aún sigue encendida
allí donde empezó,
tímidamente, nuestro amor por él.

Joan Margarit