familia monoparental, diversidad familiar y adopción

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La banalidad del mal

La filósofa alemana (y luego norteamericana, y siempre judía) Hannah Arendt publicó en 1963 el libro “Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal”, después de seguir durante la primavera de 1961 el proceso contra el nazo Adolf Eichman, responsable de la logística para la organización y distribución de los campos de concentración.

En este libro, Arendt se planteó una pregunta fundamental: ¿por qué Eichamn no parecía malvado si había contribuido al genocidio más espantoso de la Historia reciente? Y en respuesta acuñó el concepto de “la banalidad del mal”. Un concepto que explica cómo un sistema político puede trivializar el exterminio de seres humanos convirtiéndolo en un procedimiento burocrático ejecutado por funcionarios que se limitan a cumplir órdenes, sin pensar si lo que hacen está bien o mal o qué consecuencias tienen sus acciones.

Es inevitable pensar en la banalidad del mal cuando ves “La zona de interés”, una película que retrata la vida cotidiana de la familia de Rüdolf Höss en su casa adosada al campo de Auschwitch.

Los niños juegan en el jardín y se bañan en la piscina, las criadas sirven el te o remiendan prendas de ropa, el jardinero rastrilla, las calabazas crecen en el huerto, los soldados cortan flores – y son castigados si estropean la planta en la que crecen. Hay besos, regalos de cumpleaños, se fuma, se llama por teléfono, se reciben visitas, se leen cuentos por la noche. Y de fondo, al otro lado del muro, la humareda, los gritos amortiguados, los golpes, algún disparo, los objetos que algún día conformaron la vida cotidiana de personas que ya no son consideradas humanas.

Esto pasaba a 1.239 kilómetros de aquí, hace 80 años, mientras miles de ciudadanos europeos lo ignoraban, o miraban hacia otro lado.

Igual que hacen ahora, cuando algunos de los descendientes de los judíos que entonces fueron asesinados en los campos de exterminio ejecutan miles de personas, muchas de ellas criaturas, y les niegan la humanidad que un día se negó a sus ancestros.

Y pongo palabras

Quisiera poner el hombro / y pongo palabras / que casi siempre acaban en nada /cuando se enfrentan al ancho mar

Y a veces, ni palabras tenemos.

Pero hay que escarbar para buscarlas, por gastadas que estén, hay que resignificarlas, dotarlas de carga.

Aunque duela.

La revolución no será televisada, recitaba hace 50 años el poeta afroamericano Gil Scott-Heron. Pero el genocidio sí. Televisado, tuiteado, anunciado, mientras lo miramos, con impotencia.

Y blanqueado.

¿Cómo pudo pasar el holocausto?, se ha preguntado la humanidad durante los últimos tres cuartos de siglo.

Así.

Sin que pudiéramos hacer nada.

Y las palabras.

Bombas que estallan, sin que nadie las haya lanzado. Gente que muere, sin que nadie les haya asesinado. Personas que son evacuadas, sin que nadie las expulse de sus casas.

Y les asesine mientras huyen.

Ya no quedan casas en el campo de concentración a cielo abierto más denso del mundo.

El éxodo, la destrucción, el dolor, la muerte, la demagogia y las vidas que no importan.

Como dice el antropólogo Manuel Delgado, Todo lo que está pasando en Gaza se representa como las películas de indios antiguas, en las que los pieles rojas  atacan por sorpresa a los colonos blancos, matan, violan y secuestran, y al final llega el Séptimo de Caballería, en este caso la Sexta Flota.

La animalización del otro, la deshumanización del otro.

La banalidad del mal.

Fragilidad blanca

«En esencia, la fragilidad blanca implica que, cuando a una persona blanca le señalan una conducta racista, esta se siente incómoda. Y, para reparar esa incomodidad, la persona a la que se la ha señalado va a desarrollar una serie de conductas (rabia, enfado, llanto, etc) que le permitan volver a recuperar su posición cómoda en la conversación sobre racismo. Las conversaciones sobre racismo, en mi opinión, tienen que incomodar a las personas blancas. Y punto. Es así. Y las personas blancas deben aprender a gestionar esa incomodidad».

Désirée Bela-Lobedde

Lo de Vinícius

Les resumo la polémica del día: el jugador del Real Madrid, Vinícius Jr, negro, brasileño, estalló en un partido contra el Valencia mientras una buena parte de la afición contraria le gritaba frases racistas. Se paró el partido. Se reanudó. Vinícius recibió una tarjeta roja y fue expulsado.

«No era la primera vez, ni la segunda, ni la tercera. El racismo es normal en LaLiga. La competición cree que es normal, la Federación también y los adversarios la alientan. Lo siento. El campeonato que alguna vez fue de Ronaldinho, Ronaldo, Cristiano y Messi hoy es de los racistas. Una hermosa nación, que me acogió y a la que amo, pero que accedió a exportar al mundo la imagen de un país racista. Lo siento por los españoles que no están de acuerdo, pero hoy, en Brasil, España es conocida como un país de racistas. Y desafortunadamente, para todo lo que sucede cada semana, no tengo defensa. Estoy de acuerdo. Soy fuerte y llegaré hasta el final contra los racistas. Aunque sea lejos de aquí», escribió en sus redes sociales.

Y a partir de este momento, reacciones de todo tipo: solidaridad de sus compañeros, especialmente los racializados; manifestaciones de autoridades y políticos, algunos condenando el racismo, pero otros mucho negándolo, minimizándolo; incluso gente acusándole a él de provocador.

Es que llevaba minifalda.

¿Dónde queda aquello de que no existe el racismo, lo que existe es – como dicen los pijos para no hablar de clases – aporofobia, cuando vemos domingo tras domingo los insultos y burlas a los jugadores negros?

Nada nuevo bajo el sol, como sabemos bien las que tenemos cerca jóvenes racializados.

En los campos de futbol, como en la escuela, el racismo no se ve, no se escucha, no se percibe; se niega, se discute, se minimiza. Se asume cuando hay un conflicto en el que están implicadas criaturas racializadas que son ellos, el chico negro o el magrebí, quien ha empezado el conflicto. Se les castiga más y con más fuerza.

Reciben comentarios e insultos racistas como un goteo de mala leche (sin mencionar la ausencia de referentes, los estereotipos, la ignorancia sobre sus lugares de origen) y un día estallan y entonces, tarjeta roja y para casa.

A vueltas sobre el bullying

Vuelvo una y otra vez la historia de las criaturas adolescentes de Sallent que saltaron por la ventana porque sufrían bullying. Por ser migrantes; por ser una de ellas transexual; en cualquier caso, porque les hacían la vida imposible.

Vuelvo sobre esta historia porque me parece el paradigma del bullying: la xenofobia, lo lgtbiq, la esencia de la diferencia, de la alteridad; de no ser, como suele decirse, “como uno”.

Leía ayer en un titular de la Vanguardia que aseguraban las amigas que le hacían bullying y castigaban a la víctima: “Porque eran pequeñas, recién llegadas y nada populares. Y porque Alana no se callaba, les plantaba cara, se defendía y al final siempre la acababan castigando a ella”.

Y además de los castigos y expulsiones, ¿qué más hicieron en el instituto? Cambiar a la víctima de clase, cambiar a la víctima de patio de recreo, negando que hubiera una situación de acoso, y en última instancia, prohibiendo “que tratemos el tema con periodistas”.

O sea, resumiendo, lo que suelen hacer en las escuelas, en los institutos: mirar hacia otro lado, en el mejor de los casos. Tolerar el acoso, en otros. En algunos, incluso alimentarlo.

Poner la carga sobre la víctima. “No les hagas caso”; “no les provoques”.

Y es que las personas adultas, el profesorado, las familias, también son parte del bullying.

Las criaturas que sufren bullying suelen ser criaturas que se salen de la norma, por uno o varios lados. Por el fenotipo, su lgtbiqidad, sus diferencias corporales, la discapacidad o una inteligencia que despunta, porque su comportamiento no se ajusta a lo establecido. Suelen ser sospechosas, antipáticas, raras; también para los adultos que las rodean, para las madres y padres de sus compañeros, para el profesorado.

No hay mecanismos que funcionen para atajar el bullying; al revés, los mecanismos son para borrar las diferencias y las disidencias. Para hacernos volver al redil. Para que no nos salgamos de las normas sociales que compartimos.

Si no fuera tan doloroso (incluso criminal), es muy interesante el fenómeno del bullying. permite entender las jerarquías de los centros, el lugar que ocupa cada uno, y cómo ve la sociedad todas las exclusiones y disidencias.

Los padres de las víctimas suelen ser gente sin poder en el entorno escolar. Personas migrantes, madres trabajadoras que no pueden participar en el AMPA, familias que se relacionan poco con otras (porque no quieren, porque no pueden, o porque no les aceptan), y muchas veces miradas con desconfianza y prejuicio por otras familias y por el equipo docente. Muchas veces también disidentes a nivel familiar, familias divorciadas o monoparentales.

La escuela no deja de ser un reflejo y un espejo de la sociedad en la que está inserta; a veces, un lugar peor, porque es obligatorio estar en él hasta los 16 años, sin posibilidad de instalarte en un entorno alternativo, seguro.

Y si piensas que en tu escuela no pasa, es posible que seas (o tus hijos) el agresor.

Las madres migrantes

Aunque no me gusta demasiado el futbol (solo lo veo obligada por el sándwich que hacen mi madre y B., futboleros ambos), vuelvo una y otra vez sobre los análisis que hacen las personas migrantes de la actuación de la Selección marroquí.

Ayer leía en un artículo que la clave de la victoria es la presencia de las madres de los jugadores: es el único equipo que se las ha llevado a Qatar, y son magnéticas esas imágenes de los jugadores con sus madres después de marcar un gol, ganar un partido: los abrazos, los besos, las caricias, los bailes. Hoy quiero compartir este texto de Wadia N Duhni compartido por el Colectivo Afrofeminista:

ESAS MADRES que dejaron su país de origen sin jamás haberlo querido, casi forzosamente y a lágrimas, tras despedir todo lo que una vez habían conocido y amado, lo sagrado de un hogar, el calor de una familia, o el olor de las calles que las vieron crecer.

ESAS MADRES que viajaron casi con lo puesto y con pocas más ilusiones que darles a sus hijos e hijas un futuro mejor, que se olvidaron de sí mismas para proveer a sus familias limpiando casas, baños; trabajando en cocinas o de sol a sol en los campos, sin contratos y en condiciones infrahumanas en una Europa blanca, racista y colonial que, ni con esas, pudo jamás doblegarlas.

ESAS MADRES que lloraron, rieron, batallaron, desesperaron y criaron solas, a muchos kilómetros de casa; que aprendieron a sostener a los demás sin ninguna red que las sostuviera a ellas, que hicieron malabares con las miserias que ganaban rompiéndose las espaldas los siete días de la semana; y que mantuvieron no solo a sus hijos e hijas, sino también a sus padres, hermanas y hermanos que se quedaron en sus países de origen.

ESAS MADRES que de verdad movieron montañas con su fe y con su tawakkul y que pusieron sus cuerpos para que a sus familias no les faltara de nada dentro y fuera; que no daban a basto con los cuidados, que sobrevivieron a todo tipo de violencias que las atravesaban transversalmente, que fueron aprendiendo el idioma a trompicones por mera supervivencia; y que, a pesar de la miseria, de la precariedad, de los márgenes, de la periferia; no faltaban a las reuniones del cole y luego del insti porque la educación de sus hijos e hijas no era negociable.

ESAS MADRES sin estudios que se enfrentaron como LOBAS a la academia y a lo que les echaran, que lucharon sin cuartel ni representación alguna porque se respetara su identidad y la de sus criaturas, que negociaron sin idioma el nacimiento de los comedores con opciones halal o el derecho de sus hijas a ponerse el hijab en las aulas si eso querían; que educaron desde y para la comunidad en sociedades europeas profundamente individualistas; que mantuvieron intactas sus raíces, que criaron y siguieron criando con unos principios y creencias históricamente machacadas en esta Europa occidentalocéntrica; y que no solo consiguieron eso; sino también que sus hijos e hijas portaran esas creencias con mucho orgullo identitario y con raudales de dignidad, a pesar de todo.

ESAS MADRES con hijab que tuvieron que enfrentarse a las miradas y comentarios de otras madres o de los profesores en el patio del colegio, y que aun así se presentaban siempre que podían para abrazar a sus hijos con una dignidad, reafirmación y empoderamiento que ya quisieran muchas.

ESAS MADRES que enseñaron más resiliencia que todos los gurús de la psicología positiva. Y que lo hicieron a través de lecciones de vida.

ESAS MADRES cuyos hijos fueron excluidos de los cumpleaños, que fueron construyendo puentes y alianzas poco a poco y que, si no quedaba otra; se enfrentaron cuerpo a cuerpo con el bullying y el racismo cuando todo el mundo lo llamaba «cosas de críos».

ESAS MADRES que llegaron a denunciar la islamofobia en las instituciones cuando aun no existía el término, y que se llevaron a casa la victoria de los ojos orgullosos de sus criaturas, aunque luego perdieran.

ESAS MADRES que jamás renunciaron a sí mismas ni a su fe, aunque eso les complicara la vida considerablemente por estos lares; y que fueron sembrando precedentes solo con existir y resistir. Existir y resistir.

ESAS MADRES que ponían platos calientes sobre la mesa todas las noches, sin excepción; aunque ellas a veces no cenaran, y que, a pesar de la crudeza real y exasperante de sus vidas; jamás dejaron de servir amor y ternura.

Cómo no iba a estar el paraíso bajo vuestros pies.

Por ESAS MADRES. La victoria, hoy y siempre, es VUESTRA.

El reggaetton es el nuevo punk

Nuestros hijos nos obligan a revisarnos y deconstruirnos. Lo pensaba hace unos días a propósito del futbol, que en este Mundial se ha revelado como un factor identitario fascinante (nuestras criaturas marroquíes no se identifican fácilmente con su país de origen, que desconocen y en el que no les quedan afectos; pero tampoco se les permite siempre identificarse con su país de acogida, cuando se les identifica y se les (mal)trata como extranjeros. En cambio, sí pueden identificarse con toda esa comunidad que sigue, admira y vibra con esta selección marroquí hecha de gente que nació o tiene sus raíces en Marruecos pero nunca – o escasamente – ha vivido allí; pueden identificarse con la diáspora); y lo mismo pasa con esta música que les identifica generacionalmente, el reggaetton.

Ya hace mucho que tuve que revisar mis prejuicios sobre el reggaetton. Hace mucho que asumí que las críticas que la gente de mi generación, mi clase, mi color, siente hacia este estilo tienen mucho de racismo y clasismo. Y también de ser viejos, claro: como me dijo un día R., el reggaetton es el nuevo punk, y los de mi edad lo miramos con el mismo resquemor y desconfianza con los que mi abuela miraba a los Sex Pistols.

Me ha encantado lo que dice sobre todo esto un músico cuyo estilo se ajusta mucho más a mi edad e idiosincrasia: Jorge Drexler

El presente tiene unas características musicales que me generan curiosidad. Si tengo unos días libres en Puerto Rico, me voy a La Perla para ver dónde se origina el reguetón y entender el rollo que tiene allí como música identitaria de la que están muy orgullosos porque ha tenido un alcance mundial como ninguna otra en español, salvo quizás el tango.

No hay que olvidar que el país tiene un conflicto identitario y esta es una canción de protesta, que pide que se vayan los estadounidenses o critica la privatización de la red eléctrica. Puerto Rico es un país muy castigado, pero siento admiración hacia su pueblo porque su vitalidad es enorme y ha sabido transformar el conflicto en cosas muy buenas. El Apagón es una canción histórica para definir a esa generación.

La gente que no conoce el reguetón y le parece espantoso porque no entiende nada debería informarse. Tendrá cosas muy deplorables, como todos los géneros, pero que tire la primera piedra el género que no haya sido misógino. ¿El rock and roll, el tango o la cumbia nunca lo han sido? Pero se dio la evolución, por suerte y tuvo que retractarse. Lo vemos en las mujeres que retrata Bad Bunny en Ella perrea sola o Marcela. Son fuertes, autónomas y muy sexuales, siendo dueñas de su sexualidad.

Ya se ha infiltrado en todos los estratos sociales, en un bar del underground de Puerto Rico ves perrear a los universitarios con otros sectores sociales más bajos. Y aquí también se perrea en todos los lados ya, rápidamente se ha impregnado. La barrera más difícil de saltar es la de la edad: que mi generación entienda que cumple el mismo rol que la cumbia hace 15 años, o que el rock hace 30, y también lo rechazaban por los padres.

Yo hablo de neofobia: empiezas a desconfiar de lo nuevo y a decir lo mismo de la música que bailan los de 20 que lo que decían los viejos sobre el punk. Lo mismo que se decía sobre el punk hace 40 años se dice ahora del reguetón. De lo poco bueno que tiene hacerse mayor es ver los ciclos repetirse porque si tienes un poco de autocrítica y de visión analítica te cuesta repetir la frase de que la música de ahora es una mierda y la buena era la de antes.

Ese chovinismo puede ser muy grave cuando enferma de xenofobia: pensar que tú eres lo bueno de la humanidad y el resto lo malo. Eso ha desembocado en guerras, y es lo primero que hay que combatir en la música. Para eso es importante escuchar a los hijos.

Sobre racismo, goles y pertenencia

En casa, el futbolero es B.; es del Barça y no se pierde un partido. Sufre cuando su equipo pierde y es pone eufórico cuando uno de sus jugadores favoritos (Ansu Fati, Valde, Mbappé) marcan gol. A. suele pasar del futbol: le echa un ojo si está puesto, sabe más o menos cómo va la clasificación y no le emocionan demasiado las victorias ni las derrotas.

Hasta ayer.

Mientras B., P., y otros amigos, iban a favor de la Selección Española, él tenía muy claro que iba con Marruecos. A pesar de no conocer el nombre de ninguno de los jugadores. A pesar de no haber pisado el país donde nació desde que tenía 5 años, y no tener especiales ganas de volver. A pesar de que la mayoría de sus amigos, casi toda su familia, son blancos y de apellidos autóctonos.

Decía Manuel Vázquez Montalbán que los equipos de fútbol son los ejércitos desarmados de los pueblos; aunque estos ejércitos, hoy, llenan sus filas con jugadores nacidos lejos del lugar que representan. Los equipos españoles están llenos de futbolistas racializados que han nacido en otros países; o lo hicieron sus padres; pero también la selección marroquí está llena de jugadores que hace muchos años abandonaron Marruecos. Como Achraf Hakim, el artífice del gol de la victoria, que nació y creció en Getafe y pudo jugar al futbol gracias a los esfuerzos y sacrificios propios y de sus padres, vendedor ambulante y limpiadora.

Chicos que han crecido en los contextos racistas de la diáspora, entre miradas de sospecha preventiva y prejuicios, entre chistes sobre terroristas y “vete a tu país”, a veces incluso recibidos de fuego amigo. De compañeros de clase que no piensan que cuando escriben “Leña al moro”, esto afecte de alguna manera a estos amigos con los que comparten tardes de plaza y respuestas a los deberes.

Jóvenes que, a menudo, escogen como patria no el país en el que han crecido sino este en el que nacieron sus padres, sus abuelos.

Y que ayer estaban de celebración.

Hola, soy Franklin

Cuando era pequeña, pasaba horas sentada en la pequeña biblioteca de M., la vecina del rellano (que tenía un agua del grifo infinitamente más rica que la de mi casa), leyendo unos libritos apaisados de tiras cómicas de Mafalda y Charlie Brown. Aunque Snoopy aún no se había convertido en el icono de los pijos, me resultaba más interesante y rico el universo de Mafalda; pero recuerdo con cariño las aventuras cotidianas de Charlie y su perro Snoopy, Lucy, Linus, Peppermint Patty… y Franklin.

Lo que ignoraba, claro, es lo revolucionaria que fue en su país de origen la aparición de Franklin, el primer personaje negro del cómic de Charles M. Schulz, hasta que lo leí hace unos pocos días.

El 31 de julio de 1968, un joven negro estaba leyendo el periódico cuando vio algo que nunca había visto antes. Con lágrimas en los ojos, empezó a correr y gritar por toda la casa, llamando a su madre. Se lo mostró, y ella jadeó al ver algo que pensó que no vería en toda su vida. Alrededor del país, hubo reacciones similares.

Lo que vieron fue la primera aparición de Franklin Armstrong en la icónica tira cómica “Peanuts”.

Franklin “nació” después de que una maestra de escuela, Harriet Glickman, escribió una letra a su creador, Charles M. Schulz, después de que Martin Luther King fuera asesinado a la salida de su habitación de hotel en Memphis.

Glickman, que tenía hijos y había trabajado con menores, era especialmente consciente de la fuerza de los cómics entre los jóvenes. “Y lo que veía es que las criaturas negras y las criaturas blancas nunca se veían representadas juntas en la clase”, dijo.

Escribió: “Desde la muerte de Martin Luther King, me he preguntado a mí misma qué puedo hacer para ayudar a cambiar las circunstancias en nuestra sociedad que llevaron a su asesinato, y que contribución al inmenso mar de los malentendidos, el odio, el miedo y la violencia”.

Glickman le preguntó a Schulz si consideraría añadir un personaje negro a su popular tira cómica, que esperaba que ayudaría a unir al país y mostrar a la gente negra que no estaban excluidos de la sociedad norteamericana.

Había escrito a otros autores, pero ellos temían que fuera demasiado pronto, que podía tener un coste para sus carreras y que el sindicato les dejaría de lado si hacían algo así.

Charles Schulz podría no haber respondido a su carta, podría haber ignorado y todo el mundo se habría olvidado del tema. Pero Schulz se tomó tiempo para responder, diciendo que le interesaba la idea, pero que no estaba seguro de que fuera correcto viniendo de él, no quería empeorar las cosas, temía que pudiera sonar condescendiente para la población negra.

Glickman no renunció, y continuó escribiéndose con Schulz, y él siguió respondiéndole cada vez. Incluso consiguió que algunos amigos negros escribieran a Schulz y le explicarán que habría significado para ellos y que le dieran ideas de cómo presentar el personaje sin ofender a nadie. La conversación continuó hasta que un día, Schulz le dijo a Glickman que mirara el periódico del 31 de julio de 1968.

Ese día, el cómic creado por Schulz muestra cómo Linus conoce un nuevo personaje, llamado Franklin. A parte del color, Franklin era un niño corriente que se hizo amigo de Linus y le ayudó. Franklin mencionaba que su padre estaba “lejos en Vietnam”. Al final de la serie, que ocupaba 3 tiras, Linus invitaba a Franklin a dormir una noche en su casa para que su amistad crezca. Pensé que era una buena reintroducción de Franklin al resto del mundo: “Estoy encantado de conocerte”.

No hubo un gran anuncio, no fue gran cosa, solo una conversación natural entre dos chavales cuyas diferencias obvias no les importaban. Y el hecho de que el padre de Franklin estuviera luchando por su país, también era una declaración importante por parte de Schulz.

Aunque Schulz nunca dio importancia a la inclusión de Franklin, hubo muchos seguidos, especialmente en el Sur, que estaban disgustado por ello, y hubo polémica. Un editor sureño incluso dijo: “No me importa que haya un personaje negro, pero por favor no los muestres juntos en la escuela”.

Incluso hubo una conversación entre Schulz y el presidente de la distribuidora de cómic, que estaba preocupado por la aparición de Franklin y cómo podía afectar a la popularidad de Schulz. Varios periódicos amenazaron con dejar de publicar la tira.

La respuesta de Schulz: “Recuerdo contarle a Larry sobre Franklin – él quería que lo cambiara y hablamos sobre ello mucho rato al teléfono y finalmente yo suspiré y le dje: Mira, Larry, así son las cosa: O lo imprimes tal y cómo está o lo dejo. ¿Qué te parece?”

Franklin se convirtió en un personaje habitual en la tira cómica y, a pesar de las quejas, se le pudo ver sentado delante de Peppermint Patty en la escuela y jugando en el equipo de beisbol del centro.

Lo de Jada Pinkett-Smith

Tengo que confesar algo: soy lenta. Necesito tiempo para procesar las cosas, comprenderlas y conseguir tener una opinión sobre ellas. Necesito leer a otra gente, escuchar otras opiniones, darle vueltas, rumiar, para conseguir colocar en el sitio que toca algo que quizás me hace ruido pero no sé por qué.

Hago todo esto mientras otra gente se lanza a opinar y sentar cátedra y siempre acabo llegando tarde; como cuando me toca responder a una inconveniencia, que siempre se me ocurre la respuesta oportuna cuando he vuelto a casa.

De lo de Will Smith y Chris Rock, lo primero que vi es el machismo. El machismo del “chiste” y el machismo de la reacción del marido ofendido. Una reacción que en aquel momento me hizo pensar en los pistoleros de las películas del Oeste, en las luchas de espadachines del siglo XIX, en el concepto medieval de la honra, que reside siempre en el comportamiento y el cuerpo de la mujer. Donde ella es una propiedad, nunca sujeto.

El machismo que los ponía a ellos en escena y la invisibilizaba a ella.

No, no me molestó la bofetada. Me molestó que no fuera ella quien la diera.

No me molestó la bofetada porque lo que vi fue una cosa que vemos muchas veces en las dinámicas de grupo, en las escuelas, en el bullying: el chaval que estalla después de aguantar agresiones pseudo soterradas, pseudo disfrazadas de bromas y “cosas de niños” de forma continua e insoportable; y que siempre termina con la criatura que reacciona castigada y los provocadores yéndose de rositas.

Estamos hartos de las bromas de mal gusto, de los chistes racistas, machistas, homófobos, de la risa colectiva que te deja con cara de pasmo y la imposibilidad de contestar; y que cuando eres capaz de reaccionar te hace quedar como el idiota sin sentido del humor al que descalifican con el epíteto “ofendidito”. Los que siempre se ríen de los de abajo, de los vulnerables, de los que no tienen la posibilidad de alzar la voz.

Si no hubiera habido esta bofetada, si no hubiera habido esta escena, si ella (o él) se hubiera quejado verbalmente de lo ofensivo y doloroso que fue escuchar un chiste sobre una cuestión estética provocada por un problema de salud, ¿no les habrían despachado con un “ya no se puede hacer humor de nada”?

No me molestó la bofetada: si hubiera sido ella la que la hubiera dado, habríamos hablado de autodefensa, pero, si es el marido el que sale a defender a su mujer, ¿no nos convierte en damiselas desvalidas, no nos niega capacidad de decidir nuestra respuesta, no nos infantiliza?

Y entonces leo a alguien que dice

Feminismo blanco: Nos tocan a una y quemamos todo

*violentan a una mujer negra*

Feminismo blanco: Ella se puede defender sola, la violencia no es la solución

Y sí, me  hace ruido. Si hubiera sido otra mujer, otra compañera, quien hubiera salido en su defensa, lo llamaríamos sororidad, pero si lo hace su marido, ¿debería haberse quedado callado? Consideramos que hay que salir en defensa de quien tiene menos privilegios, ¿excepto si una unión conyugal nos une a esta persona?

Por no hablar de lo que estarían diciendo de Jada Pinkett-Smith si hubiera saltado: histérica, descontrolada, incontrolable, ofendidita.

Y entonces leo este artículo de Désirée Béla-Lobedde y asumo, otra vez, lo mucho que me queda por aprender para poder empezar a opinar.