familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para enero, 2015

Y los bomboncitos crecen

Hace unos días, reproduje un par de entradas de blogs americanos explicando qué pasa cuando los bomboncitos crecen. Hoy quiero compartir una experiencia mucho más cercana. Ha sucedido en Cambrils, cerca de Tarragona. La víctima es Elian, un chico de 15 años, adoptado en República Dominicana con 8 meses, que ha sido detenido 6 veces en los últimos meses. Cuando lleva su bicicleta, le preguntan dónde la ha robado. A quién le ha quitado su móvil.

Su familia se ha puesto las pilas, ha presentado quejas, ha conseguido disculpas. ¿Se habrían disculpado con ellos si los padres hubieran sido negros? ¿Habrían llegado siquiera a quejarse… si fueran negros? ¿O la queja es parte del White Privilege?

Generación Mei Ming

Finalmente, después de tanto oír hablar de él, pude ver el documental Generación Mei Ming, que el otro día emitieron en Documentos TVE:

Generación Mei Ming

Es la historia de varias niñas adoptadas en China por familias españolas que han llegado a la adolescencia. ¿Cómo ven su vida? ¿Cómo se sienten teniendo rasgos chinos pero crianza española? ¿Cómo las ven en su entorno? ¿Tienen ganas de regresar a su país natal, de encontrar a sus familias biológicas?

Por lo que había leído, me esperaba encontrar un documento muy light, que profundizaba poco en los temas y que mostraba la cara amable de la adopción. En cierta manera, así es… pero si leemos entre líneas vemos que hay mucho más. Problemas de autoestima, agresiones verabales en la escuela, cierto rechazo, deseo y miedo de conocer los orígenes… en una época convulsa y compleja como es la adolescencia.

Merece la pena verlo.

Grecia 2015

 

En la escuela nos dicen…

…que nuestros hijos tienen que hacer deporte todos los días; y merendar bien, suficiente y sano. Y cenar. Por las mañanas, desayunar bien antes de salir de casa. Que tienen que ser aseados, ducharse y no olvidarse de lavarse los dientes; que tienen que hacer actividades con los padres. Que es bueno estudiar música y afianzar el inglés. Que deberían cultivar sus aficiones y habilidades; que son buenas para ellos las manualidades y las actividades culturales: llevémosles al cine, a la biblioteca, al teatro. Que es necesario conocer su barrio. Que deben empezar a adquirir autonomía y responsabilidades en la familia: hacerse la cama, poner la mesa, colaborar. Organizar su mochila y planificar su agenda. Que las extraescolares les ayudan a socializarse. Que tienen que tener tiempo libre. Tiempo para jugar, desde luego, y tiempo para aburrirse. Que necesitan naturaleza: salir al campo, subirse a los árboles, descubrir que la leche no crece en los tetrabriks. Por supuesto, que no se nos olvide leer, por gusto, al menos 20 minutos cada día… y que necesitan como mínimo 10 horas de sueño.

Al margen de lo surrealista que es que en la escuela nos organicen la agenda y la vida…

… todo esto, ¿cuándo lo hacen? ¿antes o después de las 2 horas diarias de deberes?

Paddington

Estos días fríos (hemos descubierto que la puerta de nuestro patio trasero da directamente al invierno eterno y escarchado de Narnia) hemos ido al cine. Una de las películas que hemos visto es Paddington, la historia de un osito originario del recóndito Perú que llega a Londres.

No tenía muchas expectativas puestas en la película, pero lo cierto es que me gustó.

Me gustó el mensaje sobre el colonialismo: la relación de los europeos y estas recónditas civilizaciones a las que consideramos “inferiores” y que muchas veces nos dan sopas con honda.

Me gustó el mensaje sobre el respeto, encarnado en esta familia tan distintos unos de otros pero que conviven, se quieren y se gustan tal y cómo son.

Me gustó el mensaje sobre la confianza, no tener miedo a relacionarnos con desconocidos, esperar lo mejor de los demás. Aquello de que el hogar es donde uno va, y nos tienen que dejar entrar.

Me gustó el mensaje sobre cómo nos cambia convertirnos en padres, simbolizado en una sola escena: esta pareja de padres primerizos que llega al hospital en una Harley y sale de él en una ranchera.

Me gustó el mensaje sobre (cómo no) la adopción: que aunque seamos distintos y hayamos nacido en lugares muy alejados, querernos nos convierte en familia.

Y, aunque es una película eminentemente blanca (los únicos negros son los músicos callejeros que aportan la magnífica banda sonora), me gustó el mensaje sobre la aceptación, la integración de lo diferente en el Londres multicultural. Algo que he oído a más de un adoptado adulto: cuando llegué a Londres dejé, por primera vez, de sentirme distinto.

La ciudad muerta

Hará… ¿35? años, un porrón ya, la madre de una niña de mi colegio fue detenida de forma arbitraria, junto a un puñado de personas más, y se le aplicó la ley antiterrorista. Estuvo incomunicada el máximo de días que permitía la ley, y no sufrió precisamente buenos tratos. Recuerdo el día que la liberaron, un niño de mi clase acompañó a sus padres en la comitiva que fue a recibirla y estuvimos hablando de lo que había sucedido.

Cuando llegamos a casa, mi abuela dijo: «algo habría hecho».

Mi estupor no fue menor cuando el sábado por la noche vi, por fin, el documental «Ciutat Morta». Narra unas detenciones igualmente arbitrarias, una policía igual de corrupta y carente de escrúpulos, un funcionamiento de la justicia igual de surrealista… no podía dejar de imaginarme en la piel de estas personas, convencidas de que vivían en un Estado de Derecho, embarcados en un proceso del que no comprendían nada, del que no podían defenderse, del que ninguna prueba les servía para defenderse… como personajes de Kafka, que terminan descubriendo que el Estado de Derecho es para los otros, los que visten de forma convencional, los que tienen apellidos catalanes, los que pagan hipotecas.

Que descubren que son no-ciudadanos.

No debéis dejar de verlo.

Podéis hacerlo aquí.

Y aquí podéis ver los 5 minutos que un juez obligó a censurar cuando se emitió por la televisión catalana, a petición del protagonista del fragmento. Nunca 5 minutos han circulado tanto como lo han hecho estos este fin de semana:

De este historia yo recordaba sólo el inicio. La fiesta okupa, la llegada de la Guardia Urbana, los objetos volando desde el tejado, el policía local en coma. Las detenciones. Ahí me quedé, nunca más supe nada. ¿Por qué? Igual que se preguntan en este artículo de Cafè amb Llet, yo también me digo que «no puedo evadir mi responsabilidad por no haber conocido nunca esta historia. Porque desde el mismo día en que sucedieron los hechos, cientos de personas se movilizaron intentando que todo el mundo supiera lo que estaba pasando. Primero fueron los familiares y amigos de las víctimas del montaje que desmonta Ciutat Morta: manifestaciones, huelgas de hambre, actos, charlas… ¿Por qué no vi nada? Quizás porque los manifestantes llevaban rastas? ¿Caí en la trampa de los prejuicios? ¿Cómo hice para no ver a aquellos jóvenes que se plantaban con pancartas a las puertas del ayuntamiento diciendo que Patricia Heras había sido “asesinada por el Estado”? ¿El aspecto “antisistema” de Patricia? ¿El origen sudamericano de los condenados? ¿Puede haber sido eso? No puedo evitar preguntármelo porque Ciutat Morta nos interpela a este nivel. ¿Hasta qué punto una historia terrorífica como ésta se hubiera podido producir sin el consenso social de sospecha ante lo que es diferente, lo que se peina y viste de otro modo?»

 

Vuelta a los orígenes

Aunque muchos profesionales de la adopción siguen advirtiendo contra los viajes de retorno al país de origen – o contra los viajes cuando los adoptados son aún niños; o contra los viajes sin mediación especializada, que ellos mismos suelen ofrecerse a suministrar – lo cierto es que cada vez hay más familias que hacen estos viajes, y las experiencias (al menos hasta dónde se cuentan) son enormemente positivas.

Este es el viaje que hizo M. con su hija, nacida en Etiopía, y que ahora tiene 10 años.

 

El viaje de vuelta a sus orígenes ha sido enormemente positivo para mi hija de diez años.

Le gusta Etiopía y se ha sentido muy cómoda allí. Ahora ya sabe que contestar a los despropósitos o dudas de la gente. Porque ha estado allí y sabe lo que es. Pudo ver y saborear Etiopia con sus propios ojos.

Hemos tenido la suerte de estar con gente encantadora y educada que le han hecho reírse de los comentarios estereotipados e ignorantes de personas de aquí, que no han viajado más allá de Villaburros, o si lo han hecho, ha sido a destinos standard o en grupo borreguil.

Se ha sentido muy a gusto entre gente que es igual que ella físicamente, allí la única diferente era yo. De hecho hubieron momentos muy graciosos cuando se recochineaban ella y un amigo -de buen rollo- de mí por ser blanca…

Es cierto que muchos no entendían que pudiésemos ser madre e hija, en los términos y significados que encierran estas palabras.

Porque allí la población en general no entiende la adopción internacional. Y los desmanes cometidos en este tema por los involucrados en la adopción, no han ayudado precisamente a ello, sino que han distorsionado todo mucho más.

Se ha engañado a los bios diciéndoles que los niños iban a estudiar a Addis, o en el caso de que se les dijese que iban al extranjero, que volverían de mayores y que mientras tanto les enviarían regalitos y dinero, que habría un contacto. En entornos pobres e ignorantes, la gente es muy manipulable, y buscan soluciones a sus problemas, y esa les parece una muy buena opción. Aunque desde un punto de vista lógico resulte inverosímil que alguien se haga cargo de la educación de sus hijos cuando aún son bebés (¿por qué habrían de hacerlo?) y al mismo tiempo les hagan firmar un papel haciéndose pasar por tíos o abuelos y diciendo que el niño es huérfano, porque si no, no puede ir a un orfanato/ residencia donde dicen que les cuidan y les dan estudios…

Casi siempre reciben algo a cambio de dar a sus hijos, un granito de arena pensando en lo que cuesta una adopción internacional. Puede ser desde una manta, 25 dólares…

Pero sé de un testimonio de primera mano de una mujer de clase media (y con apoyo familiar) a la que le ofrecieron un buen dinero a cambio de dar a su bebé (estaba recién viuda), en palabras textuales le dijeron “si das a tu hijo en adopción te daremos un buen dinero porque es muy guapo y claro”, así que parece que según eres tienes un precio u otro… El tipo era un vecino, ocurrió hace 7 años y ella no le volvió a hablar desde entonces. Mientras tanto y a lo largo de estos años, han ido viendo como él tenía varios coches caros a la vez, sus hijos crecían yendo a colegios internacionales, adquiria dos “guest houses”…etc. etc.

Los que trabajan en adopción se convierten en nuevos ricos , y la gente no es tonta.

Corren bulos ente la población acerca de que los queremos para criados, para cogerles los órganos, para volverles homosexuales… dicen cada cosa que no veas.

Y la mayoría de bios, como parte que son de la población, tampoco entienden la adopción internacional. Creen que sus hijos siguen llevando sus apellidos (normal, porque en Etiopía la adopción es simple). Creen que somos sus cuidadores y benefactores, pero no entienden que podamos quererlos como los queremos ni que nos quieran a nosotros como nos quieren (sí lo entienden cuando lo ven).

Sin absoluto centrar cátedra, y sin que lo que yo diga a continuación se aplique en absolutamente todos los puntos a nuestra situación, me gustaría dejar algunos apuntes por si algún día le sirven a alguien de algo:

– Conocer primero el país antes de hacer un viaje de orígenes. Y no vale el viaje de adopción, porque en ese viaje no se entera uno de nada.

– Conocer primero a los bios, sin el niño. Eso nos da una idea de lo que el niño/a se puede encontrar, aunque nunca vamos a tener la certeza de que nos vamos a encontrar en el momento que vayamos.

– Estar allí con alguien del país de entera confianza, mente abierta y buen carácter. Por las traducciones (vital), porque el niño o niña puede tener sus momentos difíciles, porque no es un tiempo de relax, por todo.

– Tener un buen vínculo afectivo con nuestro hijo o hija antes de viajar. Esto es primordial. Mejor aplazar el viaje que hacerlo cuando el niño aún no está seguro/a con nosotros, o cuando no está estable emocionalmente.

– Ir cuando el niño o niña quiera ir, pero valorar nosotros si está preparado o preparada para ello (dentro de lo difícil que pueda resultar a veces evaluar algo así). El niño o niña deben ser maduros a nivel emocional.

– No mitificar a los bios. Los hay de todo tipo. Y nosotros los padres adoptivos somos el puro ejemplo de como la sangre es solo un tejido líquido que recorre nuestro organismo…

– No hemos de esperar que nuestros hijos se vuelvan locos al verlos (hablo particularmente de niños que ni los recuerdan). Hasta pueden mostrar rechazo o indiferencia. No obligarles a tener contacto físico con ellos porque los bios nos den pena. Los importantes del encuentro son los niños, ni nosotros ni los padres bio. Y si nuestros hijos se sienten incomodos, abreviar la estancia.

– No hay que tener miedo del encuentro. Nosotros somos los padres y ellos los desconocidos. De hecho es un viaje quita-miedos.

– Dejar – si el niño tiene la madurez para ello- que les haga preguntas y así conocer las respuestas de primera mano.

– Intentar que lleven un diario de viaje. Esto no es fácil porque el día está lleno de cosas y no siempre tienen ganas de escribir. Pero animarles a hacerlo, para que cuando pase el tiempo puedan leerlo y así recordar lo olvidado.

Es mejor no centrar el viaje solo en los bios. Hacer turismo, ver y visitar sitios y bonitos, y proyectos interesantes si así se desea; quedar con amigos allí si se tienen o se conocen y que los niños puedan vivir el día a día real fuera de un hotel (que no quiere decir mísero ni penoso, porque en África también hay gente muy educada a todos los niveles y con una vida normalizada).

Cada niño es un mundo y cada familia también. No hay dogmas en la adopción, como no los hay en nada.

Disociación

Estuve ayer en la Charla sobre “Disociación, ¿por qué mi hijo cambia de Doctor Jeckyll a Mr. Hyde?”, impartida por Anna Badía en la sede de Madop. Coincidimos en él un puñado de padres y (sobretodo) madres que, aunque no tuvimos tiempo de intimar mucho, nos reconocimos como personas que ejercen una parentalidad complicada.

(Anna Badia es la de la izquierda. La foto pertenece a otra charla).

Me gustó conocer a Anna Badia, psicóloga especializada en niños con trauma y vicepresidenta de la Voz de los Adoptados, una persona sobre quién había oído hablar mucho. Dijo cosas muy interesantes, aunque me habría gustado que fuera algo menos técnica.

Nos contó que la Disociación es un mecanismo adaptativo que sirve para sobrevivir a situaciones que nos abruman. Es una salida, una forma de proteger la psique, de desconectarnos de cosas que no podemos soportar.

Nos habló de dos tipos de desconexión: la del cuerpo (por esto muchos de nuestros hijos son altamente resistentes al dolor físico, sólo lloran si se han roto algo) y la desconexión del entorno.

Pasó este video, conocido como Still Face Experiment (Experimento de la cara impasible), en el que vemos las reacciones de una criatura cuando su madre no interactúa con ella.

En primer lugar vemos el apego evitativo (“no me importa que no me hagas caso”, la niña sigue actuando como si no pasara nada), luego el apego ansioso (intentos repetidos de llamar la atención) y finalmente, el apego desorganizado (cuando la criatura llora).

Nos explicó que el apego desorganizado es el que nos da la vía de entrada a la disociación: cuando tenemos miedo, cuando nos ponemos en alerta, nuestro cerebro recibe adrenalina y cortisol, sustancias necesarias para sobrevivir. Cuando estas sustancias están de forma permanente, el cerebro se desconecta: ahí tenemos la disociación.

Cuando hay disociación, el “yo” del niño se fragmenta. Por un lado están las partes aparentemente normales (el juego, por ejemplo, aunque en niños “disociados” este puede ser anormalmente imaginativo y creativo… otra forma de evadirse), que no conectan con las emociones negativas, y por otra, las partes fragmentadas, relacionadas con sistemas de defensa. Estos sistemas son 4: el enfrentamiento, la huida, la congelación y la sumisión total.

La disociación, según ella, es una circunstancia altamente desconocida incluso entre los profesionales, que a menudo diagnostican trastornos como el TDAH, Trastorno Negativista-Desafiante… Cuanto más tiempo y experiencias retraumatizantes viva la criatura, más se establece la disociación.

Sus síntomas son:

– Amnesia : los niños pueden no recordar (o no recordar con precisión) cosas que han hecho, dicho… durante los períodos de disociación.

– Cambios bruscos de humor

– Trance: chuparse el dedo, regresiones (actuar como un bebé), relajar el control de esfínteres.

– Alucinaciones visuales y auditivas.

– Reacciones desproporcionadas y desorbitadas al estímulo causante.

Para que haya disociación, siempre hay un estímulo detonante, aunque pase desapercibido. Puede ser externo o interno.

Hay que procurar que la disociación no derive en un trastorno disociativo, sino que se integre. ¿Cómo? Conectando y entendiendo estas formas de reaccionar, conectando con lo que le ha sucedido.

Malos

¿Qué es lo que hace que alguien se convierta en malo?, le ha dado por preguntar estos días a A.

Me lo pensé y le respondí:

No estoy segura, pero creo que lo que hace que alguien se vuelva malo es que no le hayan querido cuando era un niño.

No he podido evitar pensar en esta idea cuando he leído que los dos asesinos de la matanza de Charlie Hebdo se criaron en un orfanato. Como recoge Ibone Olza en esta entrada de su blog,

¿Qué lleva a alguien a coger una metralleta y matar a otros seres humanos a los que no conoce? En estos días no paro de leer explicaciones y teorías políticas, sociológicas, y hasta antropológicas…Para mi se olvidan de una pregunta crucial, que es ¿cómo fueron criadas estas personas?¿Cómo fue su nacimiento?¿Qué pasó con ellos cuando eran bebés, niños pequeños, chavales, adolescentes? ¿Cuantos abrazos recibieron, cuanto tiempo pasaron en piel con piel o en brazos?¿Cuanta atención recibieron de su padre o de su madre?¿Donde estaban sus abuelos?¿Quien les esperaba al salir de la escuela, quien les cuidaba cuando estaban enfermos?

(Para reflexiones de calado político sobre el atentado, no se pierdan este magnífico artículo de Brigitte Vasallo: Nunca más en nuestro nombre).

 

Padres helicóptero

Cuando G. tenía 18 años nos dijo M., su madre, que no podía quedar con las amigas un fin de semana porque tenía que llevarlo el sábado pronto a un festival de Rock en los Monegros y regresar el domingo por la tarde a recogerlo. Se metió casi 400 kilómetros entre pecho y espalda en menos de 48 horas para que el chaval disfrutara de un fin de semana “alternativo” con sus amigos.

Recuerdo que me sorprendió… no tanto que M. accediera a perder un fin de semana para llevar a su hijo, adulto, a un festival de rock, como que él, con sus 18 años y sus piernas llenas de pelos accediera a que su madre le trasladara hasta allí. Recordaba mis 18 años, cuando los padres eran casi los enemigos, cuando jamás les habría contado nada importante… y me habría dejado matar antes de dejarme que ver con ellos en un sitio tan ajeno al mundo adulto como un Festival de Rock.

Es lo que llaman “madres helicóptero”. Un fenómeno del que habla este artículo:

Hay cada vez más padres helicóptero, padres apisonadora (que allanan el camino para que su hijo no tenga dificultades) y padres guardaespaldas (que se convierten en la sombra de sus hijos para que nada ni nadie pueda dañarles). Lo hacen con buena intención y con mucho cariño, pero, en ese afán por controlarlo todo, acaban anulando la independencia y la autonomía de los críos. Según los expertos, éste es «uno de los mayores errores en la educación de los hijos».

«Los niños con padres sobreprotectores desarrollan menos competencias emocionales y a la larga son más inseguros», advierte la psicóloga Silvia Álava, autora del libro «Queremos hijos felices».

Javier Urra, ex Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, constata que el fenómeno de la hiperprotección va en aumento. «Los padres están para ayudar a caminar a los hijos, no para vivir por ellos. Doy clases en la universidad y he visto a un padre ir con su hijo, de segundo curso de carrera, a entregar la solicitud de ingreso. ‘Es por echar una mano’, se justificaba el padre. Pero está haciendo a su hijo incapaz. Si un chico, a esa edad, no sabe gestionar su matrícula, no debería estar en la universidad».

Una directora de Recursos Humanos entrevista a un chico que aspira a un trabajo. Al día siguiente, el padre del entrevistado le telefonea para preguntarle qué tal ha ido. Ella le responde: «¿No cree que esta llamada que acaba de hacer es tan contraproducente que sólo por eso no voy a contratar a su hijo?».

La historia (real y reciente) la cuenta el filósofo José Antonio Marina, pero cualquier educador, psicólogo o persona que trabaje con jóvenes puede contar ejemplos parecidos de ‘padres helicóptero’. La psicóloga Silvia Álava constata que hay progenitores que acompañan a sus hijos a entrevistas de trabajo y que incluso quieren estar presentes durante el momento en que se realiza la prueba. «Yo he regañado a un padre porque acompañó a su hijo a una entrevista. Al chico no le van a coger en la vida, porque da la imagen de que no está capacitado. Incluso sé de padres que admiten que cada día llevan a sus hijos en coche al lugar en el que éstos trabajan».

Álava sabe más casos de ‘padres helicóptero’. Recuerda que, cuando daba clase en la Universidad Autónoma de Madrid, se encontraba con progenitores que acudían a entrevistarse con el profesor para revisar exámenes que habían realizado sus hijos y que no habían obtenido la nota esperada.

«Vas a cualquier universidad madrileña el día en que tiene lugar la Prueba de Acceso a la Universidad y no veas la cantidad de padres que hay comiendo con sus hijos. En mi época, cuando era la Selectividad, no había ningún padre y los que la hacíamos comíamos con los amigos. El año pasado pasé por la Universidad Complutense y vi cómo los padres llevaban a los chicos a hacer el examen».

¿Y no les da vergüenza a esos jóvenes, muchos de ellos ya mayores de edad, el hecho de ser vistos en público junto a sus progenitores? «Es un perfil de chicos sobreprotegidos», responde Álava. «No se sienten seguros ni se sienten autónomos. No han desarrollado competencias de seguridad y muchas veces son ellos mismos los que les dicen a sus padres: ‘No me dejes solo, no me dejes’. Pero hay que dejarles que vuelen».

«Ahora que ha terminado el primer trimestre y vienen las notas, muchos padres hacen lo posible y lo imposible para que sus hijos aprueben, aunque no hayan estudiado. Hasta llegan a justificar ante los profesores, mintiendo delante de los hijos, el que no hayan trabajado lo suficiente. Dicen incluso que han estado malos…», cuenta el pedagogo Jerónimo García Ugarte, profesor desde hace muchos años en un colegio de la zona norte de Madrid.

«Yo les preguntaría a estos padres: ‘¿Qué es mejor? ¿Que su hijo de nueve años apruebe el trimestre de Matemáticas o Lengua o que aprenda que no cumplir con sus responsabilidades tiene unas determinadas consecuencias?’ Al final, la sobreprotección tiene mucho que ver con el modo en que miramos la educación de nuestros hijos. Si miramos solamente a corto plazo, a lo que es mejor para ellos hoy, nos acercamos más a esa sobreprotección. En cambio, si miramos más allá, a lo que será mejor para ellos el día de mañana, cuando tengan que tomar definitivamente las riendas de su futuro, estaremos más cerca de ser cada día mejores padres», reflexiona García Ugarte.

Han pasado 10 años, y G. sigue siendo un chaval muy majo, alternativo… y algo perdido. Lleva tiempo sin trabajo y muy desubicado. M. nos decía hace algunos días que los chicos de la generación de su hijo “no saben hacer nada. Se lo hemos hecho todo y ahora no saben espabilarse… ¡cuánto nos hemos equivocado!”.