familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para enero, 2011

El sueldo

Hace poco se publicó este artículo en ABC, que explica que en los últimos 4 años se han cuadruplicado las mujeres que optan por ser madres solas a través de la reproducción asistida y que tiene un título llamativo: «Si echo en falta una pareja es por su sueldo».

Como suele pasar en este tipo de artículos, lo más jugoso son los comentarios. En este caso, muchos atacan al título… llaman a la protagonista «egoísta», dicen que «ve a los hombres como proveedores», que vive «la maternidad como capricho»…

A mí, en cambio, el titular no me parece tan escandaloso. Yo entiendo que lo que quiere decir, simplemente, es que puede criar a sus hijas ella sola, sin un padre, sin que por ello sufran carencias. Que no se siente una familia coja por no tener padre.

Yo no diría que echo de menos el sueldo de una pareja; quizás sí la tranquilidad que da no depender solamente de mis ingresos. Pero lo que echo de menos realmente es poder compartir con alguien las decisiones y las responsabilidades en igualdad de condiciones. Poder desconectar de vez en cuando sin tener que pedir favores (o pagar!)

Ah… y que alguien se ocupe del bricolaje… ¡¡¡y de la cocina!!! Mi próximo novio me lo pido que sepa cocinar…

Y por supuesto, lo otro, claro que sí.


Si lo encuentro, os cuento.

Privilegios

La semana pasada, mi hijo pequeño estuvo enfermo. A la angustia por el dignóstico (que requirió varias visitas a distintos médicos y varias pruebas para llegar a la conclusión de que no era nada grave), se le sumó el descalabro logístico.

En primer lugar, necesité recurrir a todas las categorías de gente cercana para que atendieran a mi hijo mayor mientras yo iba de médico en médico: padres del colegio, vecinos, familiares y amigos.

En segundo lugar, me encontré con que a las canguros a las que recurro habitualmente en estos casos, les resultó imposible venir, así que tuve que localizar una persona nueva para que se hiciera cargo del pequeño mientras yo atendía mi trabajo.

Así conocí a S.

S. es una mujer de 36 años, que nació en un país del Cono Sur de América. Estudió, se casó, quedó embarazada… y descubrió en la primera ecografía que su hija tenía una malformació gravísima que ponía en peligro su vida y su salud.

En el país de S., no existe el aborto terapéutico. Los médicos le dijeron que tenía que seguir adelante con su embarazo, y si veían que la niña no era viable, decidir no sacarla adelante una vez hubiera nacido.

La niña nació viva, y sus padres, S. y su marido, no se sintieron capaces de «no sacarla adelante», a pesar de saber que necesitaría una silla de ruedas toda su vida. Y una serie de operaciones que sólo se hacían en dos lugares del mundo: uno de ellos era Barcelona.

Así que S. y su marido vendieron todo lo que tenían, casa incluída, dejaron sus trabajos, y se fueron a Barcelona en busca de esta operación que permitiría a su hija vivir. Llegaron con visado de turista, sin dinero, sin ingresos, sin amigos. Dispuestos a construir desde cero una vida nueva. Tenían poco más de 20 años, una edad en la que muchos chicos occidentales todavía no toman decisiones importantes sin consultar a sus padres.

Hoy, S, su marido, su hija L. y M., una niña nacida algunos años más tarde (afortunadamente sana), viven y trabajan en Barcelona, donde L., que ahora tiene 13 años, va al instituto en su silla de ruedas. Es una adolescente normal, que estudia, se queja de los maestros, habla de chicos con sus amigas y escucha música a todo volumen. Y lógicamente, piensa que su madre nunca tiene razón, y que no sabe nada de nada.

La historia de S. y su familia me ha hecho pensar en lo privilegiados que somos los que tenemos la suerte de nacer en esta época y en este rincón de mundo. Como a menudo damos por sentado este estado del Bienestar que hace que nadie se muera de hambre, se quede sin ir al colegio o no pueda acceder a una operación necesaria por pobre que sea.

Rumana

Estoy comiendo en el comedor del trabajo, y oigo la conversación que sostienen algunos de mis compañeros, que se supone que son personas cultas, preparadas y leídas.

Están bromeando sobre una noticia bastante macabra, la historia de una chica que se quemó el 30% de su cuerpo por fumar mientras se despintaba las uñas con acetona.

De repente, uno de ellos da el dato de que la chica es rumano, y los comentarios cambian de tono:

– ¡¡Seguro que no estaba despintándose las uñas, debía estar chupando gasolina de un coche con una goma!!

– O se lo hizo el manso y le dijo que si contaba la verdad le quemaba la otra mitad…

Intervengo: ¿Y esto lo sabéis sólo con que sea rumana?

Se ríen, y otra, que tampoco había entrado en la conversación hasta el momento, dice: «Sois un poco racistas, no?».

Después, alguien pregunta en voz alta si tiene mucho sentido dar la nacionalidad de los implicados en las noticias, si el hecho de que la chica sea rumana, como en este caso, añade mucha información a la noticia.

A la vista de esta conversación, esta claro que no añade información: lo que añade es prejuicio.

2 años

Dicen que las familias adoptivas tenemos muchas fechas que recordar: la asignación, el encuentro, el juicio, el regreso a casa…

Rosanna es una buena amiga, madre de un niño nacido en el mismo orfanato que mi hijo pequeño, y que llegó a España más o menos a la vez. Hoy recuerda el día en el que, después de varias semanas visitando a su hijo, después del juicio en el que ese niño al que ya sentía su hijos adquirió este cargo legalmente, pudo llevárselo a su casa. Un momento cargado de emoción, que yo viví desde la distancia del correo electrónico…

Hoy hace 2 años que A. salió de la crèche. Salimos en taxi con una de las cuidadoras, lo pusieron guapo para la ocasión, nos hicimos una fotos «oficiales», subimos al taxi y nos fuimos para el juzgado. Llegamos pronto, así que nos sentamos en la cafeteria de delante, zumo de naranja, y té. Esperamos a la abogada. Después al reprentante de la Mukataa. A. en mis brazos … entramos al Juzgado y esperamos más de dos horas a que llegara el asistente social.

Me dio tiempo de darle un potito, creo que desde aquel día le gustaron …

Trámites, fotocopias, de un lado para otro, todos arriba y abajo, A. y yo sentaditos en un banco del patio. Y así se durmió (fue la única vez en su vida porque decidió que nunca más sería así imagino) Todavía quedaba papeleo y me dijeron que yo me lo llevara y se quedara D., mi marido. Llegué a casa con él en brazos, dormido. Lo puse en la cama y me quedé a su lado, mirándolo, dándole besos…

¡A la escuela!

¿Cuando hay que escolarizar a los niños adoptados? El debate está abierto entre las familias, aunque la mayor parte de psicólogos coinciden en que hay que retrasar la escolarización todo lo posible, incluso aunque parezca que los niños lo necesitan, quizás más todavía cuando parece que lo necesitan: les gusta ir a la escuela porque es lo que les resulta familiar, pero lo que tienen que aprender es lo contrario de los niños criados en familia: a des-socializarse, a tener atención en exclusiva, a ser el centro del mundo para alguien durante todo el tiempo.


A este respecto, me ha encantado la reflexión y la historia – un punto triste – que escribe Amanda:

Mi hijo tiene ahora 3 años recién cumplidos, lleva 1,5 años conmigo en casa y este setiembre empezó P2. Hoy hemos ido a unas jornadas de puertas abiertas, ya que el año que viene empieza P3 y estamos mirando escuelas, y aunque por el camino le he contado lo que íbamos a hacer (igual que le digo cada mañana que volveré a buscarle por al tarde) cuando entrabamos a la escuela me ha preguntado: ¿Después vendrás a buscarme?

Por mucho que se lo diga, y aunque sepa que voy a irle a buscar a al escuela, de alguna forma sigue sin estar seguro… yo creo que por eso esa sorpresa al verme cada día cuando entro en su clase y sale corriendo a decirle a su profe: «¡mira! ha venido mi mama a buscarme».

Mi hijo está vinculado, yo creo que bien vinculado, pero otra cosa es sentirse seguro… y yo no creo que ayude nada la escolarización pronta a esto… no tiene nada que ver con la socialización y estas cosas de las que se habla para escolarizarlos recién llegados a casa… Quizás a un niño más mayor se le puede explicar y puede realmente auto-convencerse de ello, quizás un niño que no tiene muy vivo su abandono también… no sé, mi hijo no.

Por cierto, esto es una de las cosas que a los profesores también les cuesta entender, me dicen: todos los niños tienen la fantasía que van a ser abandonados… sí, pero resulta que para el mío no es una fantasía.

Si os interesa leer sobre adopción y escuela, no os perdáis los magníficos artículos sobre el tema del Blog de Postadopcion de Beatriz San Román (¡¡ni su libro!!)

Memoria

Hace algunas semanas, estaba con mi hijo pequeño viendo fotos de cuando fuimos a buscarle. De repente, ve un niño del orfanato y grita: «¡K!». Inmediatamente, se tapa la boca, y me pregunta: «¿Quién es este?». Yo le digo que, efectivamente, es K., y le pregunto si se acuerda. Me dice que sí con los ojos bajos.

Seguimos mirando fotos, no me dice recordar nada más (hasta que ve a su hermano), y hablamos del orfanato, de su pueblo, de si un día volveremos… Me dice: «A la playa sí, a la casa donde yo vivía no». Le digo que si vamos, iremos sólo de visita, a que vean cómo ha crecido y que tiene una familia que le cuida, pero me dice que ni hablar.

K. es un niño de su edad, del que no recuerdo haberle hablado jamás (de otros niños sí hemos hablado). De hecho, ni siquiera recordaba su nombre hasta que él lo dijo. Mi hijo llegó de su país de origen sin hablar, no recuerda su idioma de origen, jamás había dicho el nombre de K.

Qué curiosa es la memoria, ¿verdad?

Violación correctiva

Victoria, una mujer comprometida con las causas importantes de la vida, me pasa una noticia que me pone los pelos de punta: En Sudafrica (ese país donde circula el bulo de que violar vírgenes, incluso bebés, sirve para curar el SIDA) aplican la violación como método de «curación» para las lesbianas. Se llama violación correctiva.

  

 

Por ejemplo, esta mujer de la foto, se llama Millicent Gaika y fue violada, torturada, herida y estrangulada durante 5 horas por un hombre que pretendía estar «curándola» de su lesbianismo. Es un crimen recurrente en Suráfrica, sobretodo entre las mujeres negras más pobres, es decir, triplemente marginadas: por la pobreza, por su condición de mujeres y por su orientación sexual. Los culpables casi nunca son condenados.

Hay una ONG que está intentando cambiar esta barbaridad. Han reunido 140.000 firmas. De momento, no han obtenido respuesta del ministro de Justicia. Si quieren unirse a la campaña, pueden firmar siguiendo este enlace.

Educar al hijo distinto

Este fin de semana hemos estado viendo «En busca del Valle Encantado VIII» (¿cuántas hay?), y en ellas hemos encontrado, una vez más, un buen argumento para hablar de adopción.

(Por cierto, usa explícitamente la palabra adopción. Mi hijo mayor también la ha usado explícitamente por primera vez: «es adoptado, como yo»).

Uno de los personajes de la película es «Púas», un pequeño estegosaurio que ha sido adoptado y es criado por una familia de hadrosáuridos, y se siente diferente porque, a diferencia de su hermano, él no sabe nadar, por ejemplo. Un día, llega al Valle una manada de estegosaurios, que le invitan a visitarles… enseguida se siente cómodo con ellos, y la madre hadrosáurida se plantea si, siendo tan distintos, es la madre adecuada para criar al pequeño.

Esta pregunta nos la hacemos también muchos padres que tenemos hijos de otras etnias. ¿Cómo podemos educar a nuestros hijos sobre lo que implica tener un color de piel distinto a la de la mayoría? ¿Cómo podemos enseñarles a defenderse contra el racismo? ¿Cómo podemos transmitirles el amor y el orgullo por sus países de origen, que muchas veces no conocemos más que a un nivel simbólico?

En el fantástico blog de postadopción Adopción por dentro acaban de publicar una entrada que habla precisamente de estrategias para educar a hijos de culturas distintas. Más interesante todavía que la misma entrada, es el tono de la mayoría de los comentarios. Muy parecido a comentarios que yo he oído a padres adoptantes: «El burro no es de donde nace sino de donde pace», «hay que respetar los origenes y, si el niño quiere, ahondar en ellos pero no obligarlo, no recordarle constantemente que es diferente a nosotros», «nos empeñamos en cosas que a veces nuestros hijos no desean», «me han aconsejado que no insista en el tema ya que provocaré más rechazo», «yo tambien queria que se sintiera identificada con sus orígenes pero encuentro lógico que no lo esté»…

El debate que se ha generado me parece muy interesante. Y me parece clave algo que dice la autora del blog: si a nuestros hijos no les gusta la fruta, o las matemáticas, ¿tiramos la toalla o buscamos maneras de que les entren? Tengo la sensación de que a algunos padres adoptivos ya les viene bien que a sus hijos no les interese su país de origen, quizás ellos mismos piensan en cierta manera que ser chino (o de donde sea) es menos bueno.

Creo además que se puede dar la situación contraria: conozco una niña adoptada en China, hoy adolescente, que en secreto firma sus cosas con su nombre chino, asegura que cuando sea mayor se cambiará el nombre español por el chino y que viajará a China a buscar su madre de allí… y sus padres están convencidos de que se siente de aquí y no tiene ningún interés en China. ¿Por qué les oculta esto a sus padres (y no a sus amigas)? ¿Quizás porque lo que percibe de ellos es que es de aquí y que ya está bien que se sienta poco china?

Nuestros hijos a menudo sienten la cultura de su país de origen como algo ajeno. Porque sus padres, sus referencias, no siempre tenemos herramientas para transmitírsela. Pero cuando dejan de ir a de nuestra mano, cuando no está nuestra presencia para blanquearlos, el mundo les trata como lo que parecen: inmigrantes de África o Asia que han venido aquí a robarnos el trabajo y aprovecharse del Estado del Bienestar.

Son, como dijo dolorosamente una adoptada asiático-europa adulta, «blancos atrapados en un cuerpo chino».

Madre de dos hijos

Me pregunta una amiga: ¿Cómo es ser monoparental con 2?

En realidad, no muy distinto de ser monoparental con uno. Hay más gastos, claro, más complicaciones logísticas – por ejemplo, si un niño va al colegio y el otro todavía va a la guardería, o si uno se pone enfermo y el otro no – pero en realidad, y una vez superadas las tensiones de la adaptación (que no son peores que la adaptación a tener y convivir con un primer hijo), no es más que añadir algo de equipaje a una dinámica que ya rodaba.

 Lo difícil es el primero: aprender a convivir con un extraño ¡¡que lo coloniza todo!!, sin dejarte un solo resquicio de tiempo o espacio para ti misma.

 Las desventajas, gastos y tiempo aparte, son básicamente la dificultad para encontrar un espacio en exclusiva para cada niño, y que les obligas a ajustarse al ritmo del otro. Si con el primero mimaste el momento de empezar a dejarle ver tele, y los minutos que se lo permitías, con el segundo ya no tienes opción de pensarlo mucho: hace lo mismo que el mayor. Pero el mayor también tiene que ajustarse a los ritmos del pequeño y tiene menos cines y espectáculos infantiles de lo que le correspondería por edad.

 Las ventajas, que también las hay, son que el segundo aprende solo, lo bueno y lo malo. Si con el mayor tuviste que ir 15 veces hasta la puerta del colegio, explicarle lo que era y qué iba a hacer allí, el pequeño, cuando le toca, ya está harto de ir a recoger al hermano, y hasta le apetece. Y descubres que se entretienen solos: puedes hacer cosas en casa sin esperar que estén dormidos, o sin tener un niño pegado a las piernas, porque están jugando y no necesitan que les distraigas tú.

 También se pelean, claro. Gestionar las peleas es quizás lo más difícil de ser madre de dos.

 Con el segundo tienes menos manías… te miras menos al ombligo y tiras más por la directa. Ya no te piensas que se va a morir cada vez que tiene décimas, y asumes que muchos de sus comportamientos son simplemente etapas que pasarán cuando maduren lo suficiente.

 Tener un hermano hace al mayor responsable… quizás les hacemos crecer demasiado rápido, pero en un mundo de hijos únicos (a menudo de padres mayores), un poquito de responsabilidad no le viene mal a nadie.

Para mí, lo más difícil de convertirme en madre de dos no tuvo que ver con la monoparentalidad sino con la adopción. Todos los niños tienen celos, es cierto, todos temen ser desplazados. Pero yo descubrí con mi hijo que él no temía ser desplazado, sino SUSTITUÍDO. Ahora que tenía ese chiquitín tan bueno, tan dulce, tan guapo, tan blanco… ¿no iba a dejar de quererle a él? ¿No iba a devolverle a su país de origen, por ejemplo? ¿Qué tiene de inverosímil… ya le sucedió una vez… Convencerle de que no era así, de que él seguía teniendo su lugar en la familia llegaran los niños que llegaran, ha sido la tarea más árdua de los últimos dos años.

Ahora puedo decir que ha merecido la pena.

 El primer hijo es como enamorarte por primera vez: algo mágico. Con el segundo, parte de esta magia desaparece, pero como lo vives con mucha más tranquilidad, también lo disfrutas más.

Adolescentes

Este fin de semana se emitió en Cuatro el primer capítulo de la temporada de «Hermano Mayor», un espacio dirigido a reconciliar a padres con adolescentes imposibles, y se estrenó con un capítulo protagonizado por una chica adoptada, ahora de 20 años.

El programa me pareció muy fuerte.

Fuerte que una adolescente pegue a sus padres. Fuerte que estos se lo permitan durante 5 años. Fuerte que con 20 años la tengan en casa, haciendo lo que hace. Fuerte lo que poquísimo preparados que estaban los padres para la adopción… pero lo que me parece peor, es el enfoque «profesional» que se da al tema. Este tipo, el supernanny de adolescentes, debería estar inhabilitado profesionalmente,… si esto fuera posible en la profesión que ejerce, que es eso que llaman coach. ¿Tan fácil es resolver un problema que lleva años enquistado y en el que ambas partes tienen su dosis de responsabilidad?

Hace algunos días, el psicólogo Jaume Funes (podéis leer sobre él aquí) dio una charla sobre adopción y adolescencia. Noèlia estuvo en ella y ha hecho el siguiente resumen:

Dos conceptos básicos: 
1. Primero son adolescentes, después adoptados, después (quizás) tienen alguna dificultad singular. NO olvidar este orden al contemplar su comportamiento
 
2. ¿Qué tienen de especial los adolescentes adoptados? necesitan mayores dosis de paciencia y esperanza que un adolescente estandard
 
A continuación, os anoto una ráfaga de ideas que fue apuntando el orador: 
 
-Ver con qué tipos de adolescentes se identificará. Es fácil que tenga tendencia a buscar compañías complicadas, ya que se harán presentes los fantasmas del pasado. Se cuestionará las razones de su abandono y, además, se sentirá mal por creer que está siendo desagradecido con su familia adoptiva.
 
-La guerra de todo adolescente es ser libre ante unos adultos que lo siguen viendo como un niño. El mayor interés de un adolescente es vivir la vida sin pensar en los peligros (y a la mínima contradicción, se rebota)
 
-La pregunta ¿y a mi por qué me abandonaron? les lleva a incrementar las conductas de riesgo habituales en los adolescentes.
 
-Los adolescentes ponen en tela de juicio todo lo que han aprendido, pero pasada esta etapa, lo recuperan, así que es imprescindible que los padres sigamos echando moneditas en la hucha, que algún día las encontrarán. 
 
-La adolescencia es un tiempo para divertirse, para descubrir, así que es imposible protegerlo de todo mal. Los padres solo podemos poden redes de seguridad, enseñarles a protegerse, pero no eliminar los peligros. 
 
-La adolescencia dura mucho, pero se acaba 
 
A continuación, os resumo el catálogo de criterios optimistas que nos ofreció: 
 
1.¿Con qué mirada nos acercamos a nuestros hijos? Hay que esforzarse por buscar las cosas positivas. Además, como todos, en casa suelen sacar su cara más negativa, pero no dejan de tener una positiva.
 
2. Aprender a mirar, observar y saber preguntar sobre lo que sienten y viven.
 
3. Tener conflictos no es tener problemas. En general, a los padres adoptivos nos tocará una mayor ración de conflicto. Los chicos necesitan rebotarse y nosotros somos su pared de frontón. Con ellos no sirve cualquier respuesta. A veces tenemos solo una y esta no es válida…
 
4. No olvidar que la adolescencia es un tiempo de malestar per se. Todo se vive con una gran intensidad y se pasa de un extremo al otro en un plis plas
 
5. La escuela es un territorio adolescente. Ir a estudiar no es la prioridad, sino que van a relacionarse con sus iguales y a vivir
 
6. Hay que construir espacios de confluencia educativa a su alrededor. Necesitamos personas muy diversas a su alrededor. Hay muchos aspectos que nuestros hijos difícilmente van a hablar con total libertad con nosotros (sexualidad, temores…), a veces por vergüenza, a veces por temor a herirnos. Funes proponía que tuvieran adultos de referencia con quien puedan hablar con total libertad.
 
7.Suprimir la distancia, construir la proximidad. Aceptar convertirse en adultos cercanos, demostrando interés por su mundo más que interrogando. Respetar siempre su tempo de disponibilidad, que a menudo no es «práctico» para los padres
 
8.Querer acompañar. Pensar que estamos haciendo una inversión a medio plazo y que los resultados no serán inmediatos
 
9. Controlar la angustia que nos producen sus riesgos, pero garantizando que no se destruyan
 
10. Dejar de tratarlos como menores, tratarlos como sujetos responsables, ayudarlos a marcarse sus propios límites. Yo añado también una frase que leí en algun sitio: enseñarles a ser capaces a decir «no» a lo que piensa el grupo.