familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para enero, 2021

Diario del año de la peste, entrega 237

 

“Aún conservo sin merma la furia que me enfrentó y me enfrenta a la idiotez, a la violencia y al hierro que imponen los hombres sobre los hombres y contra las mujeres”

“Fingen imbrinadas leyes sobre ritos y mitos cuando en realidad se trata de los cuerpos. La propiedad de los cuerpos”.

“Un profeta es un ser humano que tiene tiempo. ¿Qué mujer tendría tiempo entre parto y teta para intentar elucubraciones que para mayor gravedad no suponen alimento alguno para la prole?”

«Aquellos hombres predicaban el amor, como el propio Nazareno, y me pregunto qué pensaban que significa el amor. ¿De qué se trataba amar, según ellos, si no se alimenta, se cría y se teje, si no se cuida la higiene y la enfermedad?»

“No existe sobre esta tierra arma más poderosa que un pensamiento contrario al poder, a la injusticia. Contra el poderoso basta armar con una sola idea al oprimido, la esperanza y la posibilidad de participar en la lucha”

El Evangelio según María Magdalena, Cristina Fallarás

Diario del año de la peste, entrega 236

El tren, la estación casi vacía, la botellita de hidrogel que te dan en vez de los auriculares, el asiento de al lado libre, las conversaciones en voz baja por el móvil, los rostros enmascarados, la megafonía avisando de los riesgos y las precauciones.

Los papeles que nadie me ha pedido.

Las calles desiertas del toque de queda.

Los espacios conocidos, la calidez de la decoración, el olor de la cena tardía, el silencio y la penumbra que envuelven el murmullo de nuestras conversaciones.

El café urgente de la mañana en una terraza del barrio con B. y N., apurado por el toque de queda que cierra los bares a las 9:30.  La charla telegráfica para intentar ponernos al día sin olvidarnos de nada. Lo que se ha quedado sin contar.

El cuerpo pequeño de T., mi sobrina, su calor, la manera con la que me sube las gafas y me mira los ojos. Las horas inacabables de juego en la cocinita, la casita que hacemos en el sofá, la tienda en la que se convierte su caja registradora de madera.

El camino hacia la casa de mi madre, las calles conocidas, los recuerdos, la casa de mi familia, de mi infancia, subir esa escalera a la que mi abuela se asomaba siempre cuando nos íbamos, y nunca se olvidaba de gritarnos «tingues enteniment!».

La comida comprada con mimo, preparada con mimo, la memoria de mis preferencias, el paquete para llevar a casa con el queso, los barquillos, los tomates para el pan.

El camino de vuelta, el cansancio en el tren, la noche. El toque de queda.

La maleta que arrastro por la calle mojada.

La llamada de mi hermana contándome que T. se quedó triste y estaba un poco triste esta mañana todavía.

La añoranza, el deseo de volver.

 

 

Diario del año de la peste, entrega 235

Semana nueva, restricciones nuevas.

En Madrid todo tiene que cerrar a las 9 y se impone un toque de queda a las 10.

Lo del toque de queda no lo entiendo. ¿El virus es más contagioso de noche? ¿Qué ganamos encerrando a la gente en casa? ¿Y reduciendo los horarios de los restaurantes, las tiendas, los polideportivos? ¿No va a tener como consecuencia que la gente se aglomere? ¿No sería más lógico esponjarlos? Si no hay que ir a las tiendas, a los bares, ¿no es más lógico cerrarlos?

Otros absurdos:

No se puede recibir en casa a personas no convivientes… pero sí podemos quedar con ellos en bares y restaurantes. Eso sí, siempre que no seamos más de 4, lo que para mi familia significa de facto que no podemos ir a una terraza.

Igualmente no hacemos todas estas cosas, pero el absurdo de muchas medidas me subleva.

Entiendo que el objetivo es minimizar los contagios, pero me pregunto si no sería más efectivo para ello invertir en educación, hacer escuelas mejor ventiladas, con una buena calefacción que permita tener las ventanas abiertas, con clases con ratios mucho más pequeñas, más abiertas al exterior; usar recursos municipales, bibliotecas, parques, polideportivos, museos; invertir en el transporte público, más frecuencia de paso, más hidrogel;  mascarillas gratis a disposición de toda la población; poner normas que favorezcan el teletrabajo donde es posible.

Y para minimizar las consecuencias de los contagios inevitables, invertir en sanidad, en pagar bien al personal sanitario, en poner medios, en dar material para la protección. Invertir en investigación.

 

Diario del año de la peste, entrega 234

Dice el filósofo esloveno Slavoj Žižek (el mismo que dijo que es más fácil imaginar el final del mundo que el final del capitalismo) que «necesitamos Estados fuertes y eficientes, pero no hay que subestimar la autogestión de las redes locales. Se dice que la crisis sacó lo peor de nosotros. Disiento. Yo tuve problemas de salud durante el confinamiento y recibí tanta ayuda, no solo de médicos y enfermeras, vecinos, asociaciones… Empecé a creer en la ética de la gente corriente. La decencia de pensar “esto tiene que hacerse y yo estoy aquí”. La izquierda debería usar, que no manipular, este despertar de la solidaridad».

Así lo estoy viviendo yo: la brecha entre la clase política y la gente del barrio se ve cada día más grande. Con todo lo que esto implica de preocupante y esperanzador, de miedo al caos y de oportunidad de cambiar a mejor.

No sé si veremos el fin del mundo, pero parece claro que estamos viendo el fin de una civilización. Y es aterrador y fascinante a la vez.

Diario del año de la peste, entrega 233

El viento ha limpiado toda la nieve. Nos acostamos una noche con el patio blanco, y al día siguiente estaba limpio. También las calles: solo quedan montones de nieve sucia en algunas esquinas.

Anunciaban tormentas de lluvia, como un nuevo diluvio; hubo gente que no mandó a las criaturas a la escuela por si acaso. Al final no llovió, o apenas: pero el vendaval arrancó tejados de casas aquí en el barrio. Antes, leímos sobre un cometa que creó una bola de fuego que al parecer se vio de madrugada, una explosión de gas que mató a cuatro personas. Ah!, y ha nevado en el Sáhara.

Lo de pensar que el Apocalipsis ha empezado es casi inevitable.

Hemos perdido la cuenta de las olas de la pandemia. No sabemos si estamos en la tercera o hemos seguido avanzando; o si deberíamos llamarles tsunami. Pico de contagios, hospitales abarrotados, UCIs desbordadas. Como en un apocalipsis, el miedo se extiende.

Leo a A. en Facebook: ¿Habéis visto todos esos posts sobre fulanito que fue a una fiesta o a tomar café con unos amigos y al final por su culpa la abuela del primo del cuñado de su vecino acabó en la UCI? Todavía no he visto ninguno que empiece con un jefe de recursos humanos que se niega a que los empleados teletrabajen.

Añado: o sobre el metro lleno hasta la barrera… o los centros comerciales abarrotados… o las residencias de mayores sin recursos… o los hospitales sin material de protección suficiente… o una presidenta random de Comunidad Autónoma diciendo “hay que hay salvar a la hostelería”

Muy cansada de la atribución de responsabilidades individuales. Una parte de la responsabilidad tiene que ver con las empresas. Otra, con que hacemos lo que las autoridades nos dicen no solo lo que podemos sino lo que debemos hacer. Se vende la responsabilidad como una cuestión de decisiones particulares, y no se apunta más arriba, ni a las empresas, ni a los que hacen las leyes que permiten que las empresas tomen esas decisiones sobre nuestras vidas, ni a las administraciones que no toman medidas para minimizar las consecuencias de la pandemia, que no invierten en los hospitales ni en las escuelas ni en el transporte público, ni en nada público en general.

Que apuestan por el «Sálvese quien pueda».

Se ha cumplido un año desde que se decretó el confinamiento en Wuhan. Que raro nos parecía entonces ver esas imágenes de las calles desiertas, las tiendas cerradas. Qué poco imaginábamos que, como la pandemia, el confinamiento arrasaría nuestras ciudades.

Leo que en Wuhan este aniversario ha pasado sin pena ni gloria. “En cuanto ha vuelto la normalidad, han pasado página y ya no quieren saber nada (…) Las autoridades están convencidas de que han apagado el incendio y rechazan escuchar opiniones contrarias, escondiendo la cabeza en la arena. Este aniversario se ha convertido en un tabú”.

 

Diario del año de la peste, entrega 232

El futuro del pasado:

Hace casi 60 años, en 1962, William Hannah y Joseph Barbera crearon la serie «Los supersónicos», una especie de versión futurista de los Picapiedra. Estaba situada en el año 2020 y era preocupantemente premonitoria: teletrabajo, deporte online, videollamadas, videoconsultas, mascarillas.

Resulta curioso – y estremecedor – que algo pensado hace más de medio siglo haya atinado tanto. Pero lo más llamativo – y es algo en lo que pienso muchas veces cuando leo o veo ciencia ficcion pensada hace décadas – es que sus autores hayan sido capaces de imaginar futuros con viajes espaciales, tecnología puntera, avances científicos… pero no consiguieran imaginar familias distintas a la tradicionalmente aceptada, con el pater familia como único aporte de dinero y la madre ocupándose de las criaturas, la casa y siempre impecablemente peinadas.

Diario del año de la peste, entrega 231

Hace unos días, P. nos dijo que él de mayor «se iría a vivir a Andorra porque allí no se pagan impuestos».

Nos quedamos muy paradas hasta que descubrimos que al parecer hay youtubers que están trasladando su domicilio fiscal a Andorra. Le intentamos explicar para qué sirven los impuestos, pero parece que le quedó claro cuando otro youtuber (al que yo no conocía hasta ese preciso momento) llamado Ibai Llanos hizo un video explicando que a él le parecía bien pagar muchos impuestos si ganas mucho dinero.

Luego vimos un capítulo de Cobra Kai, la serie familiar que estamos viendo después de cenar, en el que (¡¡SPOILER, SPOILER!!) toda la pandilla adolescente trabaja para conseguir fondos para pagar la operación de uno de los protagonistas, que ha quedado parapléjico en una pelea. Y aprovechamos para explicarle(s) que esto es lo que pasa cuando no pagas impuestos, o pagas pocos, o los pagas en un paraíso fiscal.

Por no hablar del desastre de la gestión de la nevada en la comunidad que de más rebajas de impuestos ha alardeado en los últimos años.

La mezcla de Youtubers Andorra, impuestos, Cobra Kai y caos en Madrid está dando mucho juego.

 

Diario del año de la peste, entrega 230

Finalmente he terminado el último libro de la Trilogía de Maddaddam, de Margaret Atwood.

Son tres novelas en las que se retrata el fin del mundo, si es que se puede llamar así al fin de la civilización. Y ahí está todo: los experimentos genéticos, los virus de laboratorios que gracias a la globalización llegan a todos los rincones del mundo, la desigualdad creciente, la segregación de la población en zonas protegidas para personas ricas, controladas por los laboratorios farmacéuticos, y amplios barrios de pobres donde rige la ley de la selva, la privatización de casi todo, la depredación y la devastación del planeta y la naturaleza, la voracidad sin fin de la humanidad capitalista, el cambio climático, la aparición de grupos que se organizan para vivir al margen de, la proliferación de los animales cuando los humanos (prácticamente) desaparecemos. La convicción de que el planeta solo se salva si nosotros nos sacrificamos.

Leo en la última página que todas las cuestiones científicas existen en la realidad; también las sociales, pienso. Como siempre, la Ciencia Ficción no nos habla de nuestro futuro, sino de nuestro presente.

Diario del año de la peste, entrega 229

Han pasado 10 días desde la gran nevada. Algunas calles están limpias, con la nieve amontonada en las esquinas; otras siguen intransitables. No se ha recogido la basura. Hay coches en las rotondas, donde los dejaron los que se encontraron en medio del temporal.

Las escuelas siguen cerradas, y esta vez el telecole me pesa más que el curso pasado: estoy deseando que reabran los centros y poder dejar de hacer de maestra y agenda portátil. Tenían que haber empezado el lunes, pero finalmente lo han retrasado para el miércoles/jueves, depende de las etapas. Aunque en la escuela de P. reventó una tubería y ha estado impracticable, y no me extrañaría que tardaran todavía más en abrir.

El alcalde de Madrid ha reclamado que se declare la ciudad “zona catastrófica”, y cuantifica los daños en 1.400 millones de euros; alcaldes de todo el Estado se han alzado contra esta petición, dicen que el problema no es el temporal sino la gestión del mismo, que en otros lugares donde la nevada también ha sido excepcional hace días que tienen las escuelas abiertas y las carreteras transitables.

Oía en la radio que la cantidad que piden como compensación por el temporal es desorbitada:  estos 1.400 millones son mucho más dinero que otras catástrofes recientes: la gota fría del Levante del pasado otoño se cifró en 20 millones de euros, la borrasca Gloria del año pasado, 97 y las inundaciones de Baleares de hace dos, 26 millones. El Terremoto de Lorca, en el que murieron 13 personas y des destruyeron decenas de edificios, se compensó con 451 millones de euros. El Ayuntamiento de Madrid pretende facturar al Estado el dinero que han dejado de ingresar comercio y hostelería, pero los números no salen: según ellos, la hostelería madrileña ingresa el equivalente al 10% del PIB de todo el Estado.

Por no hablar de los despefectos, que en muchos casos se deben a la dejación de responsabilidades del propio Ayuntamiento.

El truco es siempre el mismo: se cargan el sector público, aseguran que lo público se gestiona mal y le regalan el dinero de los impuestos de todos a las empresas amigas. Y nos piden que salgamos con palas a hacer el trabajo.

Privatizan los beneficios, y socializan las pérdidas.

Como Robin Hood, pero al revés.

Diario del año de la peste, entrega 228 (hablemos de permisos parentales)

Hace un año, los personajes del momento eran Greta Thünberg, Marie Kondo. Cada una a su manera intentaban hacernos poner orden. ¿Dónde están ahora? Dice M. que quizás Marie Kondo se colapsó cuando nos vio almacenar papel higiénico, harina y levadura en el primer confinamiento; el coronavirus ha borrado la emergencia climática, a pesar de que lo que nos ha llevado a esta pandemia que ha alcanzado en décimas de segundo cualquier rincón del planeta es lo mismo que denunciaba Greta Thünberg: la voracidad sin fin de esta humanidad que se han confundida a si misma con el capitalismo.

Es más fácil imaginar el fin del mundo que el capitalismo, dijo un filósofo (la frase se ha atribuido a dos de ellos, Fredric Jameson y Slavoj Žižek).

Un año más tarde, sigue habiendo temas de debate más allá del Covid-19 (y la nevada que sigue teniéndolo todo colapsado: mientras las autoridades madrileñas piden que se declare zona catastrófica, en la escuela nos piden que vayamos a quitar nieve y que llevemos nuestras palas).

Uno de los temas de los que antes de ya habría escrito hace muchos días, es el de los permisos parentales. Un artículo que se publicó ayer me inspiró estas reflexiones:

Mucho que desenredar en este artículo…

Se agradece el esfuerzo por usar un lenguaje inclusivo, pero hablar de «parejas, madres no gestantes o padres» deja fuera a las familias en las que ninguna de las personas progenitoras somos madres gestantes.

La maternidad es mucho más que «parto, puerperio, leche materna, cambios corporales», incluso cuando estos existen.

«Nacer viene con premio para uno de los progenitores»… bueno, el doble de cuidados es un premio para ambas personas progenitoras, y también para la criatura.

¿Por qué damos por buena la idea de que “Cuando tienes hijos, uno de los dos va a ver jodida su carrera»? ¿No es más lógico que, cuando hay dos personas progenitoras, ambas pierdan un poco y ninguna pierda del todo? Hay un estudio muy interesante, escandinavo, claro, que analiza que en las parejas heterosexuales, la parentalidad implica para la madre un descalabro profesional del que nunca se recupera mientras que al padre apenas le pasa factura; en el caso de parejas de dos madres, ambas pierden comba al principio, pero ambas recuperan el paso a los pocos años… a ver si el problema no va a ser la maternidad.

¿Por qué damos por bueno que Petra, la plataforma que reclama que los permisos paternos puedan transferirse a las madres, se arrogue el calificativo de «feminista», como si otras opciones y miradas no lo fueran? Por cierto, aseguran que llevan años reivindicando el aumento del permiso de maternidad (que sí, es ridículo), pero, si no lo recuerdo mal, Petra nació no cuando los permisos eran de 16 semanas sino cuando a estas 16 semanas se les sumaron las 16 de la segunda persona progenitora… ¿les molesta que los permisos de las madres sean escasos o que los de los padres – otras madres – parejas – sean iguales a los de ellas?