Lo vivido / lo contado
Los que leéis habitualmente sabéis que soy fan entregada de Tarike. De vez en cuando comparto sus historias (solo algunas, porque tampoco estaría bien compartirlas todas). Y a esta no me he podido resistir… Una historia de A. y B. que no tienen nada que ver con mi B. y mi A…. y aún así…
La historia de hoy comienza con dos gemelos, que llamaremos A. y B. Iguales en todo, menos en su sangre: uno seropositivo y el otro no. A la muerte de sus padres, el gemelo A. (seropositivo) fue ingresado en el centro residencial para huérfanos seropositivos donde trabajaba la Doctora. Su gemelo, B., negativo, después de un año junto a A., fue dado en adopción a una familia europea. Tenían cuatro años.
Los años pasaron y, cuando los niños tenían como ocho años, la familia europea y B. vinieron a ver a A. Pasaron dos semanas en el centro. Los hermanos jugaban cada día juntos. Aparentemente, todo iba bien.
Y llegó el final de las vacaciones. El mismo día que B. se fue, A. destrozó una habitación entera. Como digo, tenía ocho años. Lo que pareció un episodio de “escape” debido a la tensión emocional, se fue repitiendo cada vez con más frecuencia.
Por su parte, su gemelo europeo, empezó también a mostrar problemas de conducta, comenzando a rechazar a su familia adoptiva.
A lo largo de los siguientes años, el gemelo A. fue rulando de centro en centro. Unas veces se escapaba y otras veces lo expulsaban por problemas que iban desde los robos hasta los abusos (sexuales también), pero no sólo a otros menores de los distintos centros.
B., en Europa, fue distanciándose más y más de su familia adoptiva, que intentó recrear un vínculo entre los hermanos a través de una persona que trabajaba en uno de los centros donde estaba A. No era fácil, porque B. había olvidado el amárico y no podía hablar directamente con su hermano, por lo que, tras algunos tentativos, dejaron de hablar.
De centro en centro y tiro porque me toca, A. dejó de tomar los antirretrovirales y pasó a vivir en la calle cuando tenía quince años. La familia adoptiva de B. se lo dijo, y este desapareció de su casa durante siete días.
A. falleció en el patio de un hospital de Addis Abeba cuando tenía dieciséis años. Llevaba tres días tirado. El día de su funeral, la familia de B. llamó para decir que el día anterior B. había vuelto a desaparecer de casa. Que, cuando lo encontraran, habían decidido tirar la toalla y dar su tutela a los servicios sociales. No sabían que A. había fallecido. No sé si llegaron a decírselo.
Tampoco sé si, cuando descubrieron que su hijo tenía un gemelo, no quisieron adoptarlo o no pudieron (hay países que no permiten o no permitían la adopción de niños seropositivos). B. fue dado en adopción en un período en el que todos pensaban que lo mejor era encontrar familias para los niños huérfanos, aunque fuera a costa de separar hermanos. Sólo una vez conocí a A.: él también pasó un período en uno de los centros donde estuvo mi Nena. Me pareció un chaval normal y corriente. Seguí sus andanzas a través de amigos míos que intentaron salvarlo una y mil veces, empezando por la Doctora, cuya consulta destrozó cuando sólo tenía ocho años.
Hay muchas cosas que no sé en esta historia. Pero hay días en que no puedo sacármela de la cabeza. Supongo que será porque plantea preguntas bastante terribles y porque la muerte es siempre la peor de las respuestas. Porque está llena de incógnitas: a lo mejor si nunca hubieran vuelto a encontrarse, ¿las cosas habrían sido diferentes? ¿Es más fácil vivir no sabiendo dónde está tu hermano o sabiendo que está mucho mejor/peor que tú sin ningún motivo aparente y sin que puedas hacer nada para remediarlo? Supongo que, si es un hermano menor, que has cuidado, te alegras de que esté bien (si está bien). Pero…. ¿qué pasa cuando es exactamente igual que tú?
Las respuestas sólo las tienen A. y B. Por desgracia, uno de ellos ya no puede hablar. Ni siquiera con el otro. De verdad, que hay días en que no hago más que pensar en ellos.
Pocos días después de leer esta historia, me llegó esta otra en forma de comentario. Igualmente devastadora:
Mi hija tiene ahora 15 años, la adoptamos a los dos meses, cuando recibió el alta en el hospital, durante esos dos meses, médicos y enfermeras se desvivieron por salvar su vida. Estuvo en coma 17 días, su madre biológica, durante el parto intento matarla, causándole gravísimas heridas. Yo no sabía que iba a ser nuestra hija, así que no pude visitarla en el hospital durante ese tiempo. Cuando llegó a nuestra casa, su mirada era muy triste y sus ojos no tenían vida, poquito a poco se fue convirtiendo en una niña maravillosa, contenta y siempre dispuesta a agradar a los demás y también con problemas en el control de impulsos. A los 10 años empezó con crisis de epilepsia y a partir de ese momento, sus problemas de control de impulsos han ido creciendo. Lleva dos años con tratamiento psicológico, un año con antidepresivo, un intento de suicidio, tiene un vacío enorme, su único deseo es morir. Se está autolesionando con el cutter, y vomita,el instituto va mal y el conservatorio tan mal, nos miente, y ha cometido algún acto delictivo. Siempre supo que era adoptada, pero nosotros no le dijimos exactamente qué fue lo que su madre intento hacerle, pues los técnicos de atención al niño no sabían decirnos si era conveniente decírselo o no por la gravedad. En una revisión médica, cuando tenía 12 años, ella cogió su informe y lo leyó y así se enteró. Estamos luchando por ella, pero hay días que la situación es muy complicada, tengo que registrarle diariamente para quitarle las cuchillas con las que se corta. esta siendo tratada de manera intensiva por psiquiatras, psicóloga, orientadora del instituto. Estamos volcados con ella. No queremos perderla. Ella dice que tiene miedo, y que no sabe lo que le pasa. No paramos de darle amor pero está cerrada en banda.
¿Qué tienen en común estas dos historias, además de la dureza del principio y del final? El hecho de que la situación empeora al conocer su historia. ¿Pesa más lo vivido o lo contado?