familia monoparental, diversidad familiar y adopción

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15 años

Hace 15 años llevaba 10 días en Marruecos.

Hacía mucho frío aquellas primeras semanas, hacía frío en la calle y hacía frío en el interior de los edificios sin calefacción. Es una de las cosas que mejor recuerdo, entrar en una cafetería para intentar calentarte y no poderte quitar el abrigo, dormir con el forro polar puesto. La nariz y la punta de los dedos congelados.

Los petit-taxis que nos llevaban cada día hasta la crèche, por la mañana, donde A. nos recibía con su digna indiferencia. En su cuna, en silencio, se dejaba coger, acunar, llevar en brazos arriba y abajo, pero parecía que le daba lo mismo que le cogieras o no, que le hablaras o no. Miraba siempre hacia otro lado y lo único que parecía hacer salir su ferocidad eran los biberones, que cogía con ambas manos y deglutía vorazmente.

Quizás otros brazos le había cogido antes que los míos, quizás se había acostumbrado a visitas que un día dejaron de volver, quizás había decidido que para qué.

Me empeñaba en salir al patio, no solo con A. y B., sino también con los otros niños “mayores” de la crèche. Un patio que estaba lleno de trastos, hierros oxidados que yo escondía en los alfeizares más altos y cristales rotos, hasta que un día una de las cuidadoras lo baldeó para que pudiéramos jugar sin riesgo.

Cada día el mismo recorrido, el taxi que nos dejaba en la puerta del hospital, la vuelta a la manzana, los carros con fresas e higos chumbos, la puerta azul. Las cuidadoras esforzadas y sonrientes, las cunas llenas de niños que habían renunciado a llorar, las señoras de la junta directiva que dejaban sus abrigos elegantes para dar el biberón a los bebés que habían escogido. La ausencia de juguetes. La patata y la zanahoria chafadas para comer y el petit suisse de postre, que a veces, cuando A. estaba desganado, le mezclaban para que el sabor dulce maquillara la monotonía de comer lo mismo día tras día.

La burocracia que nos llevaba de un organismo de la administración a otro, fotocopias, sellos, vuelva usted mañana, las secretarias amables, los funcionarios circunspectos pero atentos, las colas, los tiempos de espera, los bancos en el exterior del despacho, los viajes a Rabat y Casablanca para entregar documentos o recoger traducciones juradas.

Las tardes en la playa, las gaviotas, la marea que convertía una franja mínima en un arenal infinito, las mariquitas que un día llenaron toda la arena de rojo y al día siguiente se habían ido volando, las cenas en el kebab de la esquina, las charlas con S. y H., convertidas en ancla y báculo en aquellas semanas interminables, antes de las redes sociales, antes del WhatsApp y de las llamadas sin coste.

El invierno que se iba convirtiendo en primavera.

Cuando volvimos a casa le pregunté a mi hermana qué había pasado esos días, si había muerto alguien, y me dijo que sí, que había muerto Pepe Rubianes, y me pareció tan raro pensar que llevaba días muerto y yo no lo sabía.

Han pasado 15 años de todo aquello, vuelve a hacer frío pero no ya casi nunca hace tanto frío, vuelve a haber fresas y aquel bebé que me observaba con indiferencia cuando me acercaba a su cuna es un adolescente que empieza mañana sus prácticas en la primera empresa.

Hermanxs

V. fue adoptada con 10 meses en un país del este de Europa. Tres de las familias que viajaron juntas hicieron mucha amistad y se fueron viendo, quedaban un par de veces al año, pero con la pandemia, aunque siguieron en contacto, llevaban años sin verse. Hace unas semanas, V., que ahora tiene 18 años, se encontró con L, una de esas compañeras de orfanato. Se vieron, se abrazaron, se contaron su vida en esos años.

Cuando L. se vue, los amigos de V. le preguntaron quién era esa niña (tan poco parecida a ella fenotípicamente, porque son de grupos étnicos distintos), y V. dijo: «Es… mi hermana».

Unos días más tarde, la madre de T., adoptada con 2 años en un país asiático, me contó que la niña le dijo que sus amigas del mismo lugar, con quien convivió en el orfanato, eran sus hermanas.

Lo mismo dice A. de Af, el niño que dormía en la cuna de al lado de la suya y al que hemos seguido viendo desde que llegamos.

Qué cosas.

Retorno a Seúl

Vuelvo al cine para ver «Retorno a Seúl», una película francesa (de un director franco-camboyano) que narra la historia del regreso de una joven adoptada en Corea a su país de origen.

Ella llega a Seúl casi por equivocación; iba a viajar a Japón pero cancelaron su vuelo, y ¡oh casualidad!, el primer avión que salía viajaba a Corea. Se acerca al centro de adopción porque se lo sugieren los amigos que ha hecho al llegar a la ciudad. Accede a buscar a su familia biológica porque se lo sugiere la mujer que la recibe en el centro.

Me ha hecho pensar mucho esto en estas familias adoptivas que sostienen sin fisuras que sus criaturas no tienen interés en sus orígenes, en el país en el que nacieron, en saber de sus primeras familias. Que sus hijos cambian de tema cuando ellos lo sacan. Pero que después les encuentran hojeando libros sobre su país de origen, rebuscando en los papeles de adopción, o usando su nombre de antes de ser adoptados en las redes sociales.

Es fácil pensar que en el viaje de retorno a los orígenes, todo termina cuando encuentran a sus familias biológicas; lo que esta película muestra es que allí empieza todo. Las emociones raras, la incomodidad de ser familia de gente que son extraños, la falta de conocimiento del idioma y de los códigos culturales, la diferencia de los tiempos, los ritmos y las distancias entre la familia que quedó allí y el hijo o la hija que se fue y luego regresó; la ambivalencia de querer pertenecer y querer huir al mismo tiempo. Y regresar después, una y otra vez.

El papel, la existencia, las emociones, del padre biológico, que tantas veces olvidamos; nuestras criaturas muchas veces no hablan de él, las familias adoptivas ni lo consideramos. Las hermanas que nacieron después. Los abuelos. Su necesidad de hacerse perdonar.

La lejanía de la familia adoptiva, al otro lado del teléfono.

Genes anónimos

El fin de semana pasado se emitió en TV3 un 30′ sobre la donación de gametos.

Me ha parecido interesantísimo: si podéis, vedlo (es en catalán pero se pueden poner subtítulos que probablemente ayudarán a entenderlo). Hay participación de adultos concebidos con gametos de donante (algunos, viejos conocidos de este blog), de madres que lo han sido por donación, de donantes, y también de profesionales que se dedican a la Reproducción Asistida. Incluso hay un caso de una mujer que fue donante hace años y que para tener sus propias criaturas ha necesitado una donación (de hecho dos, porque utiliza el método ROPA, pero solo la de esperma es anónima).

De todo lo que dice el documental me quedo con el testimonio de María Sellés, una mujer hija de madre monoparental y concebida a partir de esperma de un donante anónimo.

Maria cuenta que es el donante… de su madre. Para ella, es su padre biológico. Esto no quiere decir que no sepa quién es su familia: su familia, dice, son su madre y ella, y son una familia completa. Pero su padre biológico es parte de su identidad, el 50% de quien es. «La información de mi historial médico, de mi historia genealógica… me la han robado. Y me la han robado con la connivencia de mi padre biológico y de mi madre biológica.

Las clínicas de reproducción humana asistida: la herramienta capitalista y patriarcal para el dominio de la maternidad.

Cuando hablamos con otras madres que lo han sido por adopción o por reproducción asistida, es habitual que estas -sobre todo cuando las criaturas son pequeñas, aunque a veces también sucede con madres de adolescentes o incluso jóvenes – descarten los temas más controvertidos o dolorosos, los que se relacionan por ejemplo con los orígenes o con la ética de nuestras decisiones, diciendo algo así como «yo se lo explicaré bien y mi criatura no dará importancia a este tema». Pero nuestros hijos e hijas crecen… y le dan importancia lo que consideran que la tiene. Como evidencia este artículo de Maria Sellés Vidal, integrantes de la Associació de Filles i Fills de Donant (AFID)

Con los años que hace que gritamos aquello de “patriarcado y capital, alianza criminal”, no sé si es la capacidad de adaptación al medio de las humanas inteligentes– aquel “somos hijas de nuestro tiempo” que he leído a alguna compañera – o si todo es un retrato de la derrota absoluta frente a los valores capitalistas y patriarcales, impregnados y filtrados por todos los espacios como agua por cualquier grieta. Desde mi punto de vista, es exactamente esto: tenemos la casa llena de goteras. Pero aún hay quien va más allá, como una compañera adoptada y activista por la abolición de la adopción internacional y transracial, cuando dice que “todas somos muy feministas y anticapitalistas hasta que una mujer quiere ser madre y no puede”.

No hay materialización más simbólica (¡y exitosa!) de la unión entre capitalismo y patriarcado que las clínicas de reproducción humana asistida (RHA, a partir de ahora) y, para mí, la lucha tiene un objetivo claro: el desmantelamiento de todas las clínicas privadas y la fuerte limitación de las biotecnologías reproductivas, evidentemente siempre sin gametos de terceras personas anónimas, para casos estrictamente de naturaleza médica en la sanidad pública.

Para el contexto necesario, me presento. Soy hija de madre soltera por elección y de un chico que, en su veintena, vendió su semen de forma anónima. Han pasado 31 años y el hombre sigue siendo una persona anónima para mí, su hija biológica. También lo es para todos sus hermanos y hermanas, sus otros hijos e hijas biológicas, a quien yo tampoco conozco: no sé quiénes son ni cuántos son. Esta realidad, que mi madre no escondió nunca (como sí lo hizo al resto de nuestro entorno), me ha causado siempre un gran malestar: cuando era pequeña porque no lo entendía y cuando fui mayor, justamente porque lo entendía.

Quizás me equivoco, pero ahora os imagino a muchas adelantándoos al texto y aventurando una explicación para todo esto que digo; una explicación para mí. Madre de dios la de diagnósticos que me han dejado escritos en mensajes públicos y privados. ¿Qué clase de historia oscura debe tener detrás? ¿Qué otra cosa le debe haber pasado? ¿Cómo de mal debió hacerlo mi madre? ¿Qué ganas de protagonismo debe tener? Supongo que para las que tenéis hijas como yo, encontrar la razón es encontrar también el confort de pensar que vuestras hijas no han tenido las mismas circunstancias que yo o que vosotras no habéis hecho aquello que mi madre sí hizo, y que, por lo tanto, ellas no crecerán para estar así de desorientadas y enfadadas. Quizás os costará creerlo – a mí me costó muchísimo -, pero mi malestar alrededor de mi concepción y situación actual no tiene las raíces en mí, no es individual ni aislado ni descontextualizado. Tampoco tiene la raíz en otras violencias que he sufrido, ni en los errores que haya podido cometer mi madre como cualquier madre del mundo. En definitiva: el problema no soy yo ni mi historia particular.

En cambio, mi malestar viene de ser concebida para satisfacer una demanda con lógicas capitalistas de mercado. Esto quiere decir que mi padre biológico vendió su semen – la materia prima – cuando apenas debía tener 20 años des de una inconsciencia e irresponsabilidad absoluta hacia las consecuencias de aquel acto: yo. Y que mi madre compró el semen de un desconocido desde la misma inconsciencia del impacto que aquello tendría sobre el desarrollo  la salud mental de la persona que tanto deseaba crear. Pero ¿quién tiene la responsabilidad final de tanta inconsciencia? Pues ni más ni menos que quien se lucra de ello. Las clínicas de RHA fomentan, por un lado, un discurso medicalizado, frío y deshumanizado de las partes implicadas: reducir los progenitores a células, equiparar la venta de gametos a la donación de cualquier órgano, no informar nunca a vendedores ni a familias receptoras sobre el derecho de las persona nacidas a conocer sus orígenes y a la identidad…; y por otro lado, uno romántico sobre amor y altruismo – aún más violento que el anterior, si me lo preguntáis -: los vendedores son personas generosas que solo quieren ayudar o todo lo que necesitan las personas nacidas es amor.

Puntualizo antes de seguir que sí: escribo vendedores en masculino expresamente. Lo hago así porque la venta de óvulos va más allá de la captación de chicas jóvenes a través de discursos manipuladores; es, de hecho, la captación de chicas jóvenes a menudo pobres para someterlas a un procedimiento médico de unos posibles efectos secundarios y complicaciones muy graves. Vaya, lo que se conoce como explotación reproductiva.

Mi malestar viene de desconocer mis orígenes, mi historial médico, mi genealogía, generaciones de historias que desembocan en mí y que llevo en mí. De ser intencionadamente creada para no conocer nunca una parte integral de mí; para no tener acceso a una información que me pertenece y que es fundamental para mi existencia. Y de tener conocimiento, además, de que esta información es actualmente propiedad de una empresa privada. De saber que por el bien del negocio, a mí se me ha robado la identidad y la integridad emocional y física y después aún haya tenido que escuchar constantemente desde que tengo memoria que todo se ha hecho en nombre de quererme mucho y desearme mucho. Y que tengo mucha suerte. Y que soy una desagradecida y que qué debe estar sintiendo mi madre, pobre, escuchándome decir todo esto. La perversión. ¿De verdad tú no estarías desorientada y enfadada? Pues ahora imagínate cómo se sentirán las personas nacidas de doble donación. ¿Y las de embriones donados?

Mi malestar, pues, viene de ser un producto privado de derechos desde el día que nací.  

Os traigo ahora a estos señores de la fotografía como estudio de caso. De izquierda a derecha tenéis a Carlos  Bertomeu, José Remohí y Antonio Pellicer, de la valenciana IVI, y a Richard T. Scott, Paul Bergh y Michael Drews, de la estadounidense RMANJ. Estos señores son algunos de los oligarcas de la industria de la RHA. La fotografía es del 2017 i están tan contentos porque aquel día se habían fusionado en una unión, IVI-RMA, valorada en 1.000 millones de euros.

En enero de 2022, fondos de inversión como KKR y Permira ya les hacían ofertas de compra por valor de 2.000 millones de euros. De momento, IVI-RMA sigue en manos de estos seis señores, entre ellos, el CEO y presidente de la aerolínea Air Nostrum. No sé si fue el tercero empezando por la izquierda el que dijo que “su objetivo era que todas las mujeres puedan ser madres.” Por favor, sobre todo que no  se nos ocurra cuestionar la lección tan bien aprendida de que mujer es sinónimo de madre.

IVI-RMA también es quien, el pasado mes de junio, pintó de arco iris su logotipo. Es indudable, toda la fotografía desborda lucha por la liberación del género y la sexualidad. Hasta aquí el caso. Solo dejadme añadir que IVI-RMA resista aún en manos de los empresarios originales es, cuánto menos, una sorpresa. No es el caso de GeneraLife por ejemplo, otro de los conglomerados de clínicas de RHA más grandes de Europa, que desde el año pasado ya pertenece al fondo de inversión KKR.

Llegadas aquí, me pasa que encuentro muy preocupante que desde el feminismo y la lucha LGTBIQA+ se reivindiquen unas maternidades dependientes de esta industria. Y que, además, muchas de estas se cataloguen como maternidades disidentes y emancipadoras. 

¿Quién te dice que puedes ser madre tardía? ¿O que puedes utilizar las células reproductivas de otras personas? ¿Tu cuerpo o tu cuenta bancaria? ¿En qué tipo de industria estamos participando que decide de acuerdo con el nivel de pobreza quién puede ser madre y quién no? En este estadio del debate, hay quien plantea el argumento del progreso y la igualdad. Pero es que el derecho a la maternidad no existe. Indistintamente del sexo, identidad de género, orientación sexual, modelo familiar o salud reproductiva. No existe para nadie. Y este feminismo y movimiento LGTBIQA+ que lo reivindica, más que una lucha por la liberación del género y la sexualidad, parece que se haya convertido en una lucha para tener acceso a las mimas instituciones capitalistas y patriarcales que han servido para oprimir pobres, mujeres y cualquier persona que no sea un hombre cis heterosexual. La realidad es que el acceso a la RHA actual solo se puede defender desde una cadena de pensamiento capitalista: “lo deseo – lo encuentro en el mercado – lo puedo pagar” sin otro cuestionamiento ideológico ni ético, con la libertad individual y una supuesta “plenitud personal” por bandera.

También me parece importante una reflexión desde el punto de vista de la propia vida. Hablamos de poner la vida y los cuidados en el centro, de recuperar los ritmos naturales y de una producción libre de explotación. Resistamos a esta herencia de los valores capitalistas que nos ha dejado una pérdida de consciencia colectiva y a humanas desconectadas del propio cuerpo y emociones, deseantes solamente de placer y comodidades materiales, intolerantes a los límites del propio cuerpo, de la naturaleza y la Tierra, intolerantes a la frustración y consumistas de la abundancia de variedad y cantidad. Mientras tanto, normalizamos forzar embarazos a costa de nuestra salud física y mental y la de la persona que nacerá, cuando el cuerpo nos ha dicho repetidas veces que no, o cuando tenemos 20 años más de la edad en la que estamos físicamente preparadas para gestar y parir. Normalizamos la intervención de la tecnología como opción ordinaria y no excepcional. Normalizamos mujeres que han vendido sus óvulos – su fertilidad – cuando tenían 20 años y que con 40 han tenido que comprar los óvulos – la fertilidad – de otra mujer de 20 años. Realmente, no hay como el capitalismo para robarte lo que es tuyo para vendértelo después.

Y todo esto, ¿por qué? ¿De dónde viene este deseo irrefrenable de ser madre, del que me hablan tantas compañeras? ¿Esta sensación de realización a través de la maternidad? Ya sé lo que me respondéis: que es animal, biológico. Pero es que se me hace complicado defender esto y, a la vez, rechazar los argumentos biologicistas que sustentas el machismo y el patriarcado. Bueno, en cualquier caso nos hemos quedado sin espacio ahora para debatir esto, quizás en otra ocasión. Pero no puedo evitar que me venga a la cabeza toda aquella historia del deseo irrefrenable de los hombres por tener sexo que nos explicaron para justificar la violencia sexual. Qué queréis que os diga, pienso en que biología más conveniente le ha quedado al patriarcado: unos hombres que no pueden evitar inseminar a diestro y siniestro y unas mujeres que no pueden evitar parir.

Las madres migrantes

Aunque no me gusta demasiado el futbol (solo lo veo obligada por el sándwich que hacen mi madre y B., futboleros ambos), vuelvo una y otra vez sobre los análisis que hacen las personas migrantes de la actuación de la Selección marroquí.

Ayer leía en un artículo que la clave de la victoria es la presencia de las madres de los jugadores: es el único equipo que se las ha llevado a Qatar, y son magnéticas esas imágenes de los jugadores con sus madres después de marcar un gol, ganar un partido: los abrazos, los besos, las caricias, los bailes. Hoy quiero compartir este texto de Wadia N Duhni compartido por el Colectivo Afrofeminista:

ESAS MADRES que dejaron su país de origen sin jamás haberlo querido, casi forzosamente y a lágrimas, tras despedir todo lo que una vez habían conocido y amado, lo sagrado de un hogar, el calor de una familia, o el olor de las calles que las vieron crecer.

ESAS MADRES que viajaron casi con lo puesto y con pocas más ilusiones que darles a sus hijos e hijas un futuro mejor, que se olvidaron de sí mismas para proveer a sus familias limpiando casas, baños; trabajando en cocinas o de sol a sol en los campos, sin contratos y en condiciones infrahumanas en una Europa blanca, racista y colonial que, ni con esas, pudo jamás doblegarlas.

ESAS MADRES que lloraron, rieron, batallaron, desesperaron y criaron solas, a muchos kilómetros de casa; que aprendieron a sostener a los demás sin ninguna red que las sostuviera a ellas, que hicieron malabares con las miserias que ganaban rompiéndose las espaldas los siete días de la semana; y que mantuvieron no solo a sus hijos e hijas, sino también a sus padres, hermanas y hermanos que se quedaron en sus países de origen.

ESAS MADRES que de verdad movieron montañas con su fe y con su tawakkul y que pusieron sus cuerpos para que a sus familias no les faltara de nada dentro y fuera; que no daban a basto con los cuidados, que sobrevivieron a todo tipo de violencias que las atravesaban transversalmente, que fueron aprendiendo el idioma a trompicones por mera supervivencia; y que, a pesar de la miseria, de la precariedad, de los márgenes, de la periferia; no faltaban a las reuniones del cole y luego del insti porque la educación de sus hijos e hijas no era negociable.

ESAS MADRES sin estudios que se enfrentaron como LOBAS a la academia y a lo que les echaran, que lucharon sin cuartel ni representación alguna porque se respetara su identidad y la de sus criaturas, que negociaron sin idioma el nacimiento de los comedores con opciones halal o el derecho de sus hijas a ponerse el hijab en las aulas si eso querían; que educaron desde y para la comunidad en sociedades europeas profundamente individualistas; que mantuvieron intactas sus raíces, que criaron y siguieron criando con unos principios y creencias históricamente machacadas en esta Europa occidentalocéntrica; y que no solo consiguieron eso; sino también que sus hijos e hijas portaran esas creencias con mucho orgullo identitario y con raudales de dignidad, a pesar de todo.

ESAS MADRES con hijab que tuvieron que enfrentarse a las miradas y comentarios de otras madres o de los profesores en el patio del colegio, y que aun así se presentaban siempre que podían para abrazar a sus hijos con una dignidad, reafirmación y empoderamiento que ya quisieran muchas.

ESAS MADRES que enseñaron más resiliencia que todos los gurús de la psicología positiva. Y que lo hicieron a través de lecciones de vida.

ESAS MADRES cuyos hijos fueron excluidos de los cumpleaños, que fueron construyendo puentes y alianzas poco a poco y que, si no quedaba otra; se enfrentaron cuerpo a cuerpo con el bullying y el racismo cuando todo el mundo lo llamaba «cosas de críos».

ESAS MADRES que llegaron a denunciar la islamofobia en las instituciones cuando aun no existía el término, y que se llevaron a casa la victoria de los ojos orgullosos de sus criaturas, aunque luego perdieran.

ESAS MADRES que jamás renunciaron a sí mismas ni a su fe, aunque eso les complicara la vida considerablemente por estos lares; y que fueron sembrando precedentes solo con existir y resistir. Existir y resistir.

ESAS MADRES que ponían platos calientes sobre la mesa todas las noches, sin excepción; aunque ellas a veces no cenaran, y que, a pesar de la crudeza real y exasperante de sus vidas; jamás dejaron de servir amor y ternura.

Cómo no iba a estar el paraíso bajo vuestros pies.

Por ESAS MADRES. La victoria, hoy y siempre, es VUESTRA.

Sobre racismo, goles y pertenencia

En casa, el futbolero es B.; es del Barça y no se pierde un partido. Sufre cuando su equipo pierde y es pone eufórico cuando uno de sus jugadores favoritos (Ansu Fati, Valde, Mbappé) marcan gol. A. suele pasar del futbol: le echa un ojo si está puesto, sabe más o menos cómo va la clasificación y no le emocionan demasiado las victorias ni las derrotas.

Hasta ayer.

Mientras B., P., y otros amigos, iban a favor de la Selección Española, él tenía muy claro que iba con Marruecos. A pesar de no conocer el nombre de ninguno de los jugadores. A pesar de no haber pisado el país donde nació desde que tenía 5 años, y no tener especiales ganas de volver. A pesar de que la mayoría de sus amigos, casi toda su familia, son blancos y de apellidos autóctonos.

Decía Manuel Vázquez Montalbán que los equipos de fútbol son los ejércitos desarmados de los pueblos; aunque estos ejércitos, hoy, llenan sus filas con jugadores nacidos lejos del lugar que representan. Los equipos españoles están llenos de futbolistas racializados que han nacido en otros países; o lo hicieron sus padres; pero también la selección marroquí está llena de jugadores que hace muchos años abandonaron Marruecos. Como Achraf Hakim, el artífice del gol de la victoria, que nació y creció en Getafe y pudo jugar al futbol gracias a los esfuerzos y sacrificios propios y de sus padres, vendedor ambulante y limpiadora.

Chicos que han crecido en los contextos racistas de la diáspora, entre miradas de sospecha preventiva y prejuicios, entre chistes sobre terroristas y “vete a tu país”, a veces incluso recibidos de fuego amigo. De compañeros de clase que no piensan que cuando escriben “Leña al moro”, esto afecte de alguna manera a estos amigos con los que comparten tardes de plaza y respuestas a los deberes.

Jóvenes que, a menudo, escogen como patria no el país en el que han crecido sino este en el que nacieron sus padres, sus abuelos.

Y que ayer estaban de celebración.

La originalidad de volver al origen

La adopción hace curiosos compañeros (compañeras, casi siempre) de viaje. Conocí a V. hace muchos años, a través de los foros con los que entonces nos comunicábamos las familias adoptivas, donde intercambiábamos información, angustias y esperanzas. Desde entonces, nos hemos mantenido más o menos en contacto y, a distancia, hemos visto crecer a las criaturas que llegaron desde miles de kilómetros.

Como la hija de V., que ya es adulta (muy joven) y que está a punto de empezar un nuevo reto vital que la devolverá a las geografías que la vieron nacer y donde pasó la primera etapa de su vida. Y así la vive (y relata) su madre:

(Fotografía: Eric Lafforgue)

Mi hija fue adoptada con 10 meses y es de origen chino.

En la actualidad tiene 20 años.

Ella siempre ha sido original en prácticamente todo.

Cuando tenía 18 meses señalo unos palillos que había colgados en la cocina, y aprendió ella sola a usarlos con sus pequeños deditos.

Cuando tenía 2 años tenía una compañera – también china y adoptada – en la guardería que negaba ser china. Me acuerdo de que mi hija me decía: “Mama, ¿es que no tendrá espejos en su casa? “

Claro está, los papas de la niña (ahora mujer) son de esos adoptivos para los cuales su hija se había originado por combustión espontanea…

Cuando tenía 4 años, se quejó en el comedor del colegio diciendo que por qué tenía que comer con tenedor cuando ella quería comer con palillos, que ella era china.  Y por supuesto según la mentalidad estrecha imperante en casi todos los colegios, se le dijo:” Tú a comer con cubiertos como todo el mundo (sic)”.

Cuando tenía 11 años decidió que quería aprender mandarín. Tomó clases particulares unos cuatro o cinco años, hasta que el profe (supermajo), y que no era profe como tal – sino que hablaba mandarín por ser  nacido en España de  padres chinos-  le dijo que ya no tenía bastante nivel de escritura como para seguir dándole clases. Había empatizado mucho con él, porque no solo le enseñó mandarín, sino que le ayudó a encontrarse a sí misma; y a saber más de su país de origen.

Él fue el primer vinculo real de mi hija con China.

A partir de ahí no sé cómo se lo montó, pero conoce chinos en todas partes.

Conoce bares regentados por chinos con clientela nacional, donde en la trastienda le preparan bebidas típicas de allí.

Estuvo en China cuando tenía 16 años y durante un mes, para saber si tenía un buen “feeling” con su país de origen. Y parece ser que lo tuvo.

En el 2021 fue admitida en una de las universidades públicas de la “Ivy League” china para estudiar Biotecnología.  La Universidad le ha dado una beca por la cual solo paga la mitad de la matricula. Estudia en inglés y en mandarín.

La política Covid en China ha hecho que vaya por su tercer semestre “online”, le quedan 5. 

Después de esos 3 semestres online y en horario chino (hay una diferencia de 7 horas) y si la política Covid no lo impide (que nunca se sabe), próximamente   viajara a China (ya le han enviado la carta de la Universidad para el visado).

Allí estudiara con otros estudiantes internacionales de países que a veces hay que buscar en el mapa y que tienen lazos con China. Otros asiáticos de todas las regiones de Asia (coreanos, japoneses, pakistaníes, bangladesíes, indios…)  africanos, de repúblicas exsocialistas soviéticas, rusos, latinos, etc etc.  Un conglomerado cultural rico rico. También con estudiantes chinos que quieren estudiar en inglés. Ella es la única española.

Vivirá en la Universidad, que es gigante. Ponen al alcance de los estudiantes todo tipo de recursos, académicos y deportivos.

Tardará 10 días en llegar como mínimo (porque ni eso se puede saber a día de hoy).

Dos días de vuelos más 8 días de cuarentena aislada en una habitación de hotel en primera escala, y 8 más cuando llegue a destino.

Y seguramente tardará más de dos años en volver, ya que le preocupa no poder volver a entrar en China si sale ( Covid, Covid…) .

Y mi intuición me dice es muy probable que en el futuro vuelva de visita.

Quería escribir esto porque es el único caso que sé de mujer china adoptada que vuelve a vivir en su país de origen. Si alguien conoce de alguien más, me agradaría saberlo.

Es prácticamente imposible que conozca a su familia biológica, pero a su manera ella ha cerrado el circulo.

Vaya por delante – aunque creo que se nota- que la admiro mucho.

¿Eres mi madre?

Encontrar los orígenes, la madre, es un anhelo que comparten muchas personas adoptadas. Es el caso del el fotógrafo Richard Ansett, que fue adoptado a los 6 meses.

En 2003 decidió buscar a su madre biológica: fue al registro de adopción, le dieron su expediente y descubrió el nombre de su madre y la historia de su embarazo. A través de un investigador privado descubrió donde vivía y contactó con ella a través de un amigo. Le escribió una carta pero ella nunca respondió.

“El niño que hay dentro de mí se sintió rechazado otra vez. Me dijeron que ella se había vuelto a casar y que su marido no sabía que había tenido un hijo”.

Viajó a la ciudad de su madre y fotografió a mujeres de su edad que pensó que podrían ser ella. Con esta fotos armó la exposición “¿Eres mi madre?”, con carteles que colgó por toda la ciudad el Día de la Madre. Los  carteles son como los que buscan animales perdidos: en medida A4 metidos en fundas de plástico, colgados en lámparas.

“El objetivo no es necesariamente intentar encontrarla; es más sobre gestionar el hecho de que no he sido capaz de entrar en contacto con ella”.

Esta es la carta que le ha escrito:

Querida mamá, me siento rechazado por no haber recibido respuesta a pesar de las puertas que he abierto.

Una parte de mí es un niño que se siente abandonado otra vez. He leído mi expediente de adopción y me siento cercano a ti al leer tu textos escritos a mano, sabiendo que los has escrito tú.

Aunque no me consume el deseo de encontrarte, no puedo evitar pensar en que habría sido una aventura.

Entiendo que puedes asociarlo con una etapa de tu vida que prefieres no recordar.

Solo puedo intentar adivinar tus sentimientos pero quizás algunas cosas son difíciles de afrontar. Para mí es aún más difícil imaginar que no te importa. Creo que tu pérdida y duelo son iguales a los míos.

En mi expediente hablas de la “tragedia” de tu embarazo, pero me gustaría compartir contigo que mi vida fantástica, llena de amor y confianza y esperanza y complejidad y estoy tan agradecido de estar vivo.

Escogiste darme la oportunidad de tener una vida y la he tomado y estoy haciendo con ella lo mejor que soy capaz.

Al aceptar que nunca nos encontraremos y no te conoceré, debo lidiar con la pérdida de todas las maneras que sé.

He atesorado tu caligrafía y he viajado a tu ciudad natal y he pasado tiempo en la zona donde creo que habrás caminado y comprando y cogido el autobús y tomado una taza de te.

He visto mujeres en la calle e imaginado que podrían ser tú y esto me ha ayudado a gestionar el sentimiento de pérdida del niño que fue apartado de tu lado.

Te echo de menos y te quiero.

Testimonio de una donante de óvulos

Una de las entradas que más de sí ha dado en este blog es la del “Hijo de un donante”. Fue el pistoletazo de salida no solo de otros posts posteriores sino también de una red de hijos e hijas concebidos con gametos de donante que se han organizado para hacer oír su voz y defender sus derechos.

Hace unos días, una lectora compartió a partir de esa entrada un comentario en el que aporta su testimonio no como persona concebida con gametos de donante sino como donante.

Le he pedido permiso para compartirlo aquí:

Yo decidí donar óvulos cuando cumplí 18. Siempre me han gustado los niños y siempre he querido ser madre. Por eso cuando me hice el estudio genético y tuve tan buenos datos pensé en aquellas mujeres que no tuvieran la misma oportunidad que yo y pensé que sería positivo ayudarlas de alguna manera. Mi novio en ese momento no me apoyó, pero era yo quien decidía sobre mi cuerpo. Me explicaron la parte que me daba anonimato absoluto: ni yo podría saber nada de la familia de mis posibles futuros hijos «biológicos» ni ellos podrían saber de mí. Me dio pena que no pudieran saber quién era yo en caso de que les interesara. También pienso que en mayor parte serán las propias madres que los lleven en su vientre las que se sientan inseguras dándole esa información a sus hijos. En cualquier caso decidí hacerme un test en MyHeritage por si alguno de ellos tenía curiosidad en contactar conmigo. Se trata de un banco de información genética, por lo que si se hacen el test podrán encontrarme de inmediato. También me gustaría aclarar que donar óvulos no es como quien dona esperma masturbándose frente al porno, sino que requiere de un riesgo médico. Medicación por pinchazos diarios a mí misma, exprimir en parte mis óvulos y someterme a una operación que me dejó varios días muy mal. Creo que es un gesto que también envuelve amor y que el dinero que pagan a las donantes no es suficiente para el daño físico que provoca, por lo que no creo que pueda considerarse un negocio para las donantes, ya que someterse al proceso más de una vez reduce la fertilidad.