familia monoparental, diversidad familiar y adopción

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Nacer en la oscuridad…

Hace tantos años que empecé a leer a Patricia Margaría (Patri Holmes en las redes), adoptada adulta argentina que lleva más de una década lanzando palabras a la oscuridad para tratar de arrojar luz a su origen. Hace tantos años que no recuerdo el primer texto suyo que leí. Pero la sigo leyendo, y sigue emocionándome como el primer día.

Alguien tendría que hacer alguna vez un estudio sobre el impacto que tiene en una persona enterarse un buen día que no es hijo de los papás que lo criaron…

Cómo duele, más aún si se trata de un adolescente o de una persona adulta, el ocultamiento de la verdad… Es un peso difícil de sobrellevar, sobre todo si naciste en la oscuridad.

Y nacer en la oscuridad no es que no había luz, no. Es que naciste en la casa de una partera por ejemplo, en esos consultorios clandestinos donde se hacían abortos. O en un hospital/clínica donde quien te criaría se internó para simular un parto. Donde modificaron tus datos, se cambió tu fecha de nacimiento y el lugar. Por un acuerdo con un intermediario o un médico que vendió su firma al mejor postor. En un sitio donde no te dejaron cobijarte en los brazos de tu mamá. Con el fantasma de la mentira respirándose en el aire: «fue un varón» (y en realidad fue nena) «murió al nacer» (y en realidad ya lo tengo destinado a otra pareja) «no te preocupes que sos joven mami, ya vas a tener otros» (ninguno será igual)… Sea como sea, voluntariamente o no, el vacío. 

Nacer en la oscuridad… ¿cómo fueron esos primeros minutos? ¿quién te sostuvo? ¿quién decidió la entrega? ¿por qué?

No es algo fácil de pensar… tampoco de escribir. Casi nadie habla de estas situaciones… De lo injusto de estas situaciones. La noche cae pesada como la incertidumbre.

Durante décadas cuando una familia recibía un bebé todo era alegría en su entorno, muy pocos cuestionaban o preguntaban cómo había llegado ese bebé. Tema tabú.

Hoy, 2022, me encuentro a diario con historias que hacen mella en el alma. Embarazos fingidos, viajes intempestivos, mudanzas, búsquedas de ese hijo recién nacido en algún barrio de la periferia… de noche para que no se note, para que nadie vea. Criaturas entregadas por la puerta de atrás. Prohibido hablar.

Nacer en la oscuridad… y aunque luego pudo haber habido amor y luz, algo de esa oscuridad permanece en la mirada de quien busca reencontrarse con su historia. La niebla que no deja ver, el duelo por lo que no fue y por lo que no se cuenta.

Secreto. Silencio. Ausencia. Necesitamos saber.

Sólo la palabra honesta nos ilumina.

Completando mi historia·- Patricia S. Margaría @patriholmes

Aborto y adopción

Es un tópico clásico relacionar aborto y adopción. Por ejemplo, entre las manifestaciones que estos días hemos visto en apoyo a la decisión del Tribunal Supremo de EEUU de suspender el derecho del aborto recogido en la Constitución desde 1973, ha circulado la de esta pareja sonriente que lleva un cartel que dice «Adoptaremos a tu bebé». Como si fuera tan fácil. Como si no saber en qué manos crecerá el bebé que no quieres tener (o imaginarle creciendo en el seno de una familia que te ha forzado a llevar a término un embarazo no deseado) no tuviera peso en la decisión.

A muchas personas adoptadas se les plantea a veces el tramposo – y cruel – dilema, si se manifiestan partidarias del aborto, ¿preferirías que te hubieran abortado? Si somos simples, parece que la respuesta a esta pregunta solo puede ser una; pero la realidad es siempre compleja, como muestra esta reflexión del blog Diary of a Not-So-Angry Asian Adoptee.

No se trata solo del derecho de las mujeres a elegir. La criatura que esa madre se verá forzada a traer al mundo importa también.

Con la anulación de la ley Roe vs Wade, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos no solo ha eliminado la posibilidad de las mujeres de escoger – también han deshumanizado todavía más a las personas adoptadas y nos han demostrado que las pérdidas y traumas que experimentamos no importan.

Puede que ellos vean los nacimientos forzosos de bebés como un regalo, pero la realidad es que el “regalo de vida” puede sentirse como una cárcel para algunas personas adoptadas que han pasado sus vidas enteras en este mundo con el conocimiento de que fueron criaturas no deseadas cuyas conexiones con sus familias, comunidades y culturas de origen han sido cortadas.

Su apoyo y condonación al abandono legalizado a través de las leyes “Refugio Seguro” es un claro mensaje a las personas adoptadas de que lo que nos ha sucedido es correcto – cuando muchos de nosotros nunca lo hemos sentido como correcto.

Al referirse a las criaturas que son obligadas a nacer como “suministro doméstico de bebés”, están promoviendo y apoyando la mercantilización de seres humanos. No solo promueven y apoyan estas prácticas – se aseguran de que el incremento del “suministro doméstico de bebés” ayude a alimentar la demanda de niños y niñas.

Esto nos transmite a las personas adoptadas el mensaje de que no importamos y lo que nos pasa no importa.

Ser pro-vida no significa nada si no te preocupas por las vidas de las personas que ya han nacido.

Una familia adoptiva no hace que el sentimiento de no haber sido deseado desaparezca mágicamente.

La adopción no borra mágicamente la realidad de haber sido abandonados y dejado en una caja o una estación de metro o un refugio seguro. El lugar donde sucede el abandono no hace que el abandono duela menos.

La adopción no lleva mágicamente el vacío de la pérdida de nuestras familias, comunidades y culturas de origen.

La adopción no reemplaza nuestras primeras familias.

La adopción no es una alternativa al aborto.

Que despistado y cruel hay que ser para creer realmente que una criatura puede perder a su primera madre y no recibir el impacto de esta pérdida para siempre. También debemos tener en cuenta y dejar espacio por el impacto a largo plazo de esta decisión en la primera madre de la criatura.

Hoy a las personas adoptadas nos han mostrado, sin ambigüedades, lo poco que nuestras vidas importan después de nuestro nacimiento y lo poco que se conoce y comprende de las pérdidas y traumas que hemos experimentado debido a la separación de la familia.

Las personas adoptadas hemos recibido el mensaje de que nuestras voces seguirán sin ser escuchadas y de que continuaremos sin tener ninguna opinión en las decisiones que se hacen por y sobre nosotras – decisiones que tendrán un impacto profundo y duradero sobre nuestras vidas.

Con el aumento inevitable de criaturas que la decisión del Tribunal Supremo traerá, más niños y niñas verán como sus identidades y sus historias médicas familiares son ocultadas y robadas.

Las personas adoptadas hemos recibido el mensaje de que nuestro derecho a nuestras identidades y las verdades sobre quién somos y de dónde venimos no importarán nunca cómo deberían.

Porque lo único que importa es que los bebés nacerán y las familias que quieren bebés recibirán el suministro que necesitan.

Otra realidad devastadora es que esto forzará también a algunas personas adoptadas a tomar la decisión desgarradora y aparentemente imposible de o bien convertirse en madres a la fuerza (sin que importe si están o no preparadas o tienen los medios para atender las necesidades básicas de una criaturas) o bien crear otra persona adoptada e infligirle a otra criatura el mismo duelo, pérdida, trauma para toda la vida y el sentimiento de no haber sido querido.

Las mujeres no son las únicas que han perdido derechos hoy.

Por favor, comprended que las personas adoptadas también han sido profundamente impactadas por esta decisión.

Graduación de B.

Ya he contado otras veces el primer encuentro con B., la espera en los sofás de la recepción del hotel, el viaje en minibús, verle por primera vez en persona en las rodillas de una de sus cuidadoras, cómo iba pasando de brazo en brazo de los chavales mayores.

Lo que creo que nunca he contado es cómo, cuando nos íbamos de la casa cuna, una docena de chicos mayores nos despidieron en la puerta coreando su nombre. No el de ninguno de sus otros compañeros, mayores, que llevaban más tiempo allí: todos gritaban el nombre de B.

Ese día descubrí el significado de la palabra carisma.

B. tenía carisma. Se acercaba a cualquier grupo de niños que jugaban al futbol y siempre le invitaban a entrar en el juego, nunca tenía que pedirlo; si había una pandilla y querías que hicieran algo, pedírselo a B. era la receta infalible: todo le seguían. Nos reconocían en el barrio porque habían coincidido con él en el parque, en la escuela. Se sentaba en el tren en el otro lado del pasillo (yo solía sentarme con A., más pequeño y apegado) y siempre acababa entablando conversación con el pasajero vecino. Cuando empezó a bajar solo a la calle, los amigos que se lo encontraban nos contaban siempre lo encantador que era, cómo saludaba, cómo ayudaba a quien necesitara algo.

Brillaba con luz propia.

Fotografía: Ethiopian kid, de Eric Lafforgue

Pasaron los años y B. creció, y con él crecieron también algunos problemas: las dificultades aprendizajes, los conflictos en la escuela, las peleas en la familia, los celos, las rivalidades, la adolescencia. No siempre supe enfocarme para encontrar las soluciones, a veces la presión del entorno no me ayudó a mantener la mirada enfocada. Y el carisma de B., su simpatía superlativa, su encanto, se me desdibujó un poco. Dejé de verla.

Ayer B. se graduó, después de 5 años en el mismo centro escolar. Cinco años que no siempre han sido fáciles, pero que le han ayudado a florecer, como brota el bambú.

Estaba deslumbrante cuando subió al escenario, con su traje y su camisa que fuimos a comprar el domingo. Me emocionó su sonrisa emocionada, el abrazo que le dieron sus profesoras, los compañeros que le habían guardado un sitio porque les avisó de que llegábamos tarde. Me emocionó cuando J., el profesor de los tres primeros cursos, se acercó a abrazarme y comentarme que quería intercambiar teléfono con él para mantener el contacto, él que siempre creyó en B., hasta cuando a mí me costaba. Me emocionó ir hablando con distintos profesores y profesoras del centro, que le han tratado estos años, y que solo tenían buenas palabras y los ojos brillantes. Me emocionó que se me acercaran los padres de uno de sus amigos para recordarme lo especial que es, el empuje que tiene, lo lejos que va a llegar.

Me emocionó volver a ser capaz de ver brillar la luz que a pesar de todo, nunca ha dejado apagar.

Más sobre adopción y lenguaje

A propósito de la entrada anterior del blog, me escribió en la página de FB la autora de Tarike para compartir sus pensamientos sobre la pérdida de lenguaje que sufrió su hija nacida en Etiopía al trasladarse a vivir a España.

(Fotografía, again, de Eric Lafforgue)

He reflexionado (y reflexiono mucho) sobre el tema del lenguaje. En nuestro caso, la pérdida del lenguaje materno se produjo cinco años después de la adopción, cuando vinimos a España. Hasta ese momento, mi hija era bilingüe. Seis meses después, tras un periodo de negación suya, ni siquiera recordaba los colores, los días de la semana, canciones que sabía de memoria, expresiones que usaba setecientas veces al día… nada.

¿Mi explicación? El proceso migratorio derivado de adopción internacional es mucho más complejo que un proceso migratorio común. El «olvido» de la lengua materna no es un mecanismo de adaptación (como sí lo es la adquisición de otra lengua), sino un mecanismo de supervivencia, activado de manera inconsciente y, por tanto, incontrolable para la criatura. ¿Conclusión, repito, según mi percepción desde mi mesa camilla? El cambio de país, entorno cercano (familia o institución), cultura, lengua… es percibido íntimamente como una amenaza a la propia supervivencia física, lo que hace que se activen estos mecanismos acordes con la percepción que se tiene de ese riesgo («del tamaño del sapo tiene que ser la pedrada», decían en Guatemala), una percepción que, ni siquiera en nuestro caso (con separación de varios años entre adopción y migración, y migración a un entorno ya muy conocido y acogedor para ella), pude contrarrestar. Mi hija sintió que su supervivencia en este «nuevo» entorno dependía de extirpar drásticamente esa parte (fundamental) de su vida. Y esa percepción fue tan, tan intensa que no pudo controlar la pérdida.

Para mí el gran shock fue tomar conciencia de que, incluso en una situación de cambio más progresivo y con capacidades mayores que otras familias (yo sé el amarico y podía comunicarme con mi hija también en esa lengua, además del conocimiento creo que exhaustivo de su cultura y país de origen) no supe o pude evitarle esa «activación» de mecanismos de supervivencia. La pérdida de su lengua materna, el no volverla a escuchar hablando amarico es, a día de hoy, la mayor de mis nostalgias y, diría, el fracaso que valoro como más duro en este proceso de crecimiento juntas.

Como curiosidad, añado que de manera inconsciente todavía mantiene «cosas» del amárico (forma de ordenar las frases, uso de muchas onomatopeyas al hablar, dificultad de pronunciar la «c» de «cielo», que no existe en amárico, muletillas que son traducción literal, etc).

A mi madre biológica el día de mi cumpleaños

No sé si he hablado alguna vez de Vandita. Es una mujer adulta (pero muy joven), adoptada, a la que conozco solo virtualmente pero que comparte materiales visuales sobre las consecuencias de la adopción super interesantes. Muchos de ellos los he imprimido para intentar lograr algo de comprensión en la escuela… sin demasiado éxito. Pero a mí me resultan muy útiles, una especie de faro para no perder de vista lo esencial.

Pero de esto hablaré en otro momento: hoy quiero compartir un texto que publicó en las redes hace unos días sobre los cumpleaños y la relación con la madre biológica que me pareció precioso y que me ha permitido, generosamente, compartir aquí.

Soy una persona que siempre ha disfrutado con su cumpleaños y no lo han relacionado con su adopción, pero este año te tengo en mente especialmente, digo especialmente, porque de una forma u otra siempre estás presente, quizás porque mis sensaciones corporales y mi cabeza me dicen cosillas y teorizo. No me molestas ni me incomodas, al contrario que lo que la sociedad piensa, ya que a veces siento que a las personas adoptadas nos presionan para estar enfadada con nuestra madre biológica.

A mi hoy me gustaría decirte que espero que estés bien, acompañada, en calma, y con una vida sin muchas complicaciones y si no lo estás lo siento mucho y si ya no estás también lo siento. Quiero decirte que si te has olvidado de mi lo entiendo que seguramente era cuestión de supervivencia, en mi caso no sé ni quién eres, ni cómo es tu rostro, ni tu olor, no te recuerdo conscientemente pero no te olvido, sé que hay cosas que me vendrán de ti, y sé que tú tendrás algo de mi, también me gustaría decirte que en mi casa siempre has estado presente y que he podido hablar de ti, y pensar en ti libremente. Me encantaría decirte que empatizo con el posible dolor o con la sensación de alivio que fue para ti abandonarme, porque no sé si no me querías, si sí que me querías o qué pasó, no te juzgo, y yo que no soy de abrazos y esas cosas, te abrazo un poquito con mis pensamientos. De lo que estoy segura es que cualquier situación que te llevase a abandonarme no fue fácil.

Y esto es lo que te dejo en una pequeña y gran ventana que son las redes sociales, y que tras darle nuchas vueltas a si escribir esto o no, he decidido que sí, porque como te he dicho anteriormente a veces me agota que parece que las personas adoptadas siempre debemos estar enfadada con nuestra madre biológica y eso no es así, además esta ventanita de las redes sociales está planteada para intentar dar otra visión de la adopción, y en nuestro vínculo con la madre biológica hay ratitos para todo, y yo últimamente solo te pienso desde intentar empatizar con tu dolor, fuese cual fuese. El resto nos lo quedamos para nosotras, dos conocidas completamente desconocidas.

Hoy, ayer, mañana, hace tres días, o cuando fuese la fecha exacta de tu parto y mi nacimiento también es tu día, nuestro día.

(Fotografía: Eric Lafforgue, Peregrina feliz de la India).

La historia de Ennatu

En agosto de 2006 pasé 10 días en Addis Abeba para ultimar la adopción de B. Una mañana, cuando salíamos del hotel, B. estaba tumbado en las escaleras del Hotel Ghion y escuché unas voces decir en catalán: “¿Cómo se debe decir en amariña “levántate”?

Eran dos parejas con sus hijas etíopes de 10 años, Ennatu y Banchi, que estaban haciendo el viaje de regreso a los orígenes. No recuerdo si iban a salir hacia el norte o habían regresado de allí; creo que estaban empezando el viaje.

Un año más tarde, cuando B. entró en la escuela, descubrí que una de las niñas, Ennatu, iba a uno de los cursos superiores. No recuerdo si hablé con ella, pero sí tuve muchas conversaciones con su madre, al igual que con la otra madre de un niño nacido en Etiopía que estaba en edad entre Ennatu y B.

Ahora, Ennatu Domingo narra su historia en el libro “Madera de eucalipto quemada”. Regresa a ese viaje, primero de muchos, que ella no quería hacer pero que agradece que sus padres le impusieran. Regresa también a su primera infancia, los primeros 7 años de su vida, tan distintos a los de después, junto a su madre Yamrot y sus hermanos, viajando de un lugar a otro de Etiopía para buscar trabajo y tratar de mejorar su vida. Como tantos niños y niñas etíopes, asumió responsabilidades de mayor, como ayudar a nacer a su hermano pequeño y cuidar de él, cargándole en la espalda, o contribuir al sustento familiar recogiendo algodón. Es desgarrador cómo narra la enfermedad y la pérdida de su madre y su hermano, que murieron con pocos días de diferencia.

Muchas de las cosas que cuenta me son familiares: el omnipresente olor a eucalipto, las sisters de la madre Teresa que tantas criaturas huérfanas han acogido, los lugares del Norte de Etiopía por los que viajó, las imágenes de las mujeres cargando leña y bidones de agua, el extraño encuentro con extraños que acabarán convirtiéndose en tu familia, la conexión con la película «Vete y vive» que tantas veces hemos visto en casa. Pero otras me ayudan a entender lo que B. (mucho más pequeño y por tanto, sin memoria) vivió antes de llegar a mí. La precariedad de su vida en Etiopía y el amor, la fortaleza de su madre, a la que imagino con la cara de la madre de B. El viaje que le llevó hacia el resto de su vida. Las muertes, las pérdidas, inasumibles para un cuerpo tan pequeño. La doble identidad. La desculturización. La pérdida (y posterior recuperación) del idioma.

Las preguntas sin respuesta.

No le dejaré que llore hasta dormirse

Hace 13 años, mis días empezaban en una ciudad ajena, en un apartamento sin calefacción, en el que desayunaba con B. y luego cogíamos un pétit taxi compartido y llegábamos a la crèche dónde A. aún estaba echado en su cuna, en una habitación en penumbra, mirando al techo, sin esperar nada.

Como sabemos, esto no es algo que pasó y ya está, algo que terminó, algo de lo que haya pasado página. Es algo que sigue impregnando su ADN.

Como explica en este blog esta adoptada adulta que hace 8 meses fue por primera vez madre biológica.

Lloraba cuando era bebé. Lloré por horas y horas y horas y horas y horas.

Me pusieron en un armario para que dejara de llorar. Un armario oscuro, húmedo, lleno de inmundicia.

Entonces paré de llorar.

Paré porque nadie vino por mí. Dejaron de venir a por mí. No podían atendernos a todas las 56 criaturas que compartíamos una habitación con un armario y un baño.

No nos podían atender a todos. Así que paramos.

Nos desanimamos.

Aprendimos como bebés que nuestro llanto no era importante.

Aprendimos a hacer ver que nuestra necesidad de nuestras madres, padres, hermanos, etc, no era importante y no era una necesidad.

Esencialmente, renunciamos a la humanidad; solo esperábamos que nuestras necesidad fisiológicas fueran atendidas.

Comida.

Agua.

Un techo sobre nuestras cabezas.

Pero a menudo no nos daban comida.

Recuerdo estar sedienta.

Pero recuerdo que siempre tuve un techo sobre mi cabeza.  

Yams es la mejor versión de mi misma porque no le dejaré que sea lo que yo fui, donde estuve, cómo estuve.

Yo no escogía la experiencia que tuve, pero escogeré una experiencia distinta para mi hijo.

Así que no. No dejaré que llore hasta que se duerma.

La gente me dice que le deje llorar. Y de hecho, entiendo el razonamiento que hay detrás. Pero la mayoría de gente que me recomienda que le deje llorar hasta que se duerma no son conscientes de que yo soy alguien que lloró con la esperanza de que alguien me cogiera.

Nunca vinieron.

¿Para qué llorar si no van a venir?

Cuando mi hijo llora, yo lloro.

No lloro por él.

Sé que va a estar bien. Que estoy a su lado. ¡Siempre!

Lloro por la niña que fui.

(…)

Los adoptados somos unos humanos de otra clase. Somos anomalías. Tenemos experiencias que nadie, dejado solo, ninguna CRIATURA debería tener.

(…)

Por esto cuando los adoptados tienen criaturas, no solo entran en el territorio nuevo en el que todos los padres y madres entran, también ponen sobre la mesa su propia anomalía.

Están poniendo su alma sobre una mesa que no fue creada para su mente, cuerpo, espíritu.

Están desempacando el equipaje que está reventando en la cremallera.

Los adoptados intentan encontrar la manera de equilibrar los niños que fueron cuando les adoptaron / traficaron / robaron con los adultos que son ahora que tienen una criatura.

Así que no.

(…)

No le dejaré que llore hasta dormirse.

Integrar a la madre biológica

No hay duda de que el mundo de la adopción está muchas veces excesivamente profesionalizado, medicalizado, que dejamos muchas (¿demasiadas?) cosas en manos de terapeutas y especialistas. Y tampoco hay duda de que muchos especialistas sostienen cosas que van en contra de nuestra intuición. Especialmente, cuando pretenden separar la biología de la vida, cuando minimizan la importancia de los orígenes y despersonalizan a las madres biológicas. Porque madre solo hay una.

No es el caso de uno de los terapeutas más interesantes a los que he leído y escuchado, Javier Martínez. Así explica la necesidad de integrar a la madre biológica.

Diblings (dermanos)

Muchas veces hemos hablado de donantes, la búsqueda de identidad, los cambios que en este tema ha introducido el análisis genético, los bancos de ADN y las redes sociales, el papel que juega en nuestra vida la gente con la que compartimos genética pero no historia (donantes, sí, pero también las personas concebidas con el mismo material genético)… este testimonio recoge todas estas cosas y da muchos argumentos para reflexionar sobre todo ello.  

Connecting 'diblings': how the law is failing to keep up with modern  families

Estaba dormida cuando mi identidad estalló. Era la mañana de un viernes del año 2019, me desperté en Brooklyn para ver un correo electrónico de un tipo de Florida que decía: “23andMe dice que eres mi media hermana. Estoy muy confundido. ¿Puedes llamarme, por favor?”.

Mientras miraba su foto de perfil, vi que parecíamos gemelos. Incluso teníamos el mismo hoyuelo en la punta de la nariz. Habíamos nacido con un año de diferencia cinco décadas antes. Me había hecho una prueba de 23andMe el año anterior.

Al marcar su número, sabía que no íbamos a empezar con una pequeña charla. De hecho, tardamos medio minuto para empezar, con torpeza, a hacer conjeturas: mi amado padre debió haber tenido una aventura con la madre de este hombre. Sin embargo, a las pocas horas, ambos habíamos hablado con familiares que nos contaron el secreto que habían prometido a nuestros padres llevarse a la tumba: nuestros padres habían sido infértiles, y nosotros habíamos sido concebidos con esperma de un donante. El donante había sido un residente del Hospital de Yale New Haven, donde los científicos eran pioneros en la inseminación intrauterina.

Conocía muchos secretos de mi familia, pero esta vez el secreto era yo. Nada había cambiado, pero todo era diferente. Mi familia seguía siendo mi familia, y mis queridos padres habían fallecido hace tiempo, lo que hacía que esto fuera un poco menos complicado. No obstante, tendría que revisar el manuscrito final de mi vida. Como escritora, no me gustaban los grandes cambios.

Sin embargo, mi nuevo hermano biológico (a quien registré de inmediato en mi teléfono como “HB”) y yo estábamos en contacto constante, chapoteando confundidos en nuestra nueva piscina genética. Con mi crianza como hija única y solitaria, me sentí entusiasmada. Tras unirnos al grupo de Facebook titulado “Nos concibió un donante”, aprendimos el término “dermanos”: hermanos que nacieron de donantes.

No podía explicar por qué este desconocido era digno de mi adoración feroz o de mi mirada atenta, pero mi ADN parecía codificado con instrucciones claras: “Mirar de manera fija. Conectarse. Consolidar”.

Esto era tan absorbente como un nuevo amor, pero esta vez el objeto de mi afecto parecía una foto generada por aquella aplicación que muestra cómo te verías si tu género fuera el opuesto. Nunca había visto mi rostro en el cuerpo de otra persona. Creé un álbum titulado “HB” en mi teléfono y me pasé haciendo acercamientos a su cara durante mis viajes al trabajo.

Puse un sonido de “polvo de estrellas” para sus mensajes, un guiño a la canción de Joni Mitchell que tenía en constante repetición: “Somos polvo de estrellas, somos dorados… Y tenemos que volver al jardín”.

Antes de la aparición mi ‘dermano’, había estado anhelando una conexión, salí a medias con un viudo que conocí por internet. Ahora, enamorada de mi pariente vivo más cercano, no tenía mucho margen para el romance (y resultó que el viudo tampoco).

Cuando HB vino a mi ciudad, la mesera del restaurante donde estábamos almorzando me preguntó si éramos hermanos, y mi corazón dio un vuelco.

El diagrama de la doble hélice es una escalera de caracol codificada por colores con peldaños de base química. Todos los días me subía a ella y me columpiaba, explorando, boquiabierta. Los cromosomas son las cosas más pequeñas y enormes del mundo. Si crees en la teoría de la crianza, no tienen importancia (como proclamaron con seguridad muchas personas inteligentes que me quieren: “¡Solo es esperma!”). Pero si crees en la teoría de la naturaleza, son lo más importante de todo.

Yo creo que son las dos cosas, aunque ya había quedado atrapada en mi propia obsesión cromosomática. Al final, ya no estaba sola; mi nuevo hermano estaba allí.

Enseguida, HB quiso encontrar a nuestro donante, al que nos referíamos como “nuestro padre”. Después de diez semanas de búsqueda genética a través de una línea de primos segundos en 23andMe, HB llegó a nuestro santo grial. Nuestro padre estaba vivo. Era un obstetra retirado que vivía en Nashville. Tenía 79 años y buen aspecto. Su nombre era Frank. Tenía un rostro amable. También se parecía mucho a nosotros. Su nombre bien podría haber sido “Gen”.

Frank estaba casado y tenía dos hijos mayores y una hija. En Facebook, también los observamos con detenimiento.

Decidimos escribirle a Frank una carta conjunta, pero mi corazón se encogió cuando nuestro primer conflicto como hermanos se desarrolló en los comentarios que hicimos en las revisiones de nuestros borradores. Mi enfoque era sincero y detallado; el de HB era alegre y breve. Ambos queríamos lo mismo, una respuesta, pero nos aferrábamos de manera obstinada a nuestras propias estrategias. Cada uno de nosotros temía que el estilo del otro nos llevara al silencio o, peor aún, a una carta de cese y desiste, como suele ocurrir. Un rechazo tan cósmico habría sido intolerable, y yo, de antemano, me puse furiosa con nuestro padre por su posible rechazo.

Finalmente, le dije a HB que se limitara a enviar su versión y no me mencionara.

“No es mala idea”, dijo. “Yo me encargaré del contacto y, si no responde, no puedes tomártelo como algo personal”.

Pero al excluirme de la carta me sentí sola una vez más, culpable por haber abandonado nuestro esfuerzo conjunto, y también aterrada de que HB desapareciera ahora. “Todo esto se desmorona sin él”, dije, sollozando, en el diván de mi terapeuta.

Tres semanas después, HB recibió una carta redactada con atención y esta venía con membrete del buen doctor. Era empática y respetuosa. Decía que estaba abierto a una mayor comunicación, así que él y HB concertaron una llamada.

En cuanto colgaron, HB me llamó.

“Cerré los ojos y dejé que su voz me inundara”, me contó. Como padre primerizo, estaba nervioso de una manera poco habitual. “Fue como cuando los bebés reconocen la voz de sus padres. Como la forma en que reconocen su olor”.

En su conversación, también le habló a Frank de mí.

Cuando Frank y yo hablamos unos días más tarde, oí el mismo timbre de voz masculino en su voz. Con lápiz y papel en mano, le pregunté y me respondió. ¿Sus intenciones? Claro, había querido ayudar a las parejas infértiles y formar parte de la ciencia, pero también necesitaba los 25 dólares por “espécimen vivo”. No, no se había presentado ningún otro vástago. Sí, se había estado preparando para una carta como la de HB, pero aun así le había costado trabajo responder. No, nunca había pensado mucho en los posibles resultados de sus donaciones. No, no habría donado si no hubiera sido anónimo.

De alguna manera, Frank era humilde y estaba lleno de la autoestima de un profesor emérito, pero sobre todo parecía orgulloso de que sus genes se hubieran desarrollado bien. Me gustó su combinación de seriedad y dulzura.

“No hay un plan de acción para esto, pero creo que encontraremos el camino”, dijo.

En mis notas, esa frase merecía un doble subrayado.

Después de colgar, no sabía qué hacer. Hacía calor y había humedad, y me adentré con mis pantalones cortos y mi camiseta en el estrecho de Long Island como si me bautizaran o renaciera, sin tener en cuenta las algas que se pegaban a mi piel. Floté. Me sentí primitiva.

Entonces Frank nos invitó a su casa de Boca Ratón para pasar un fin de semana. HB y yo nos alojamos en el mismo hotel cercano pero, debido a los horarios de viaje, llegué sola un día antes y me reuní con Frank en su departamento. Cuando cruzó la habitación, bronceado y sonriente, sentí la misma atracción magnética que había sentido con HB.

“Bueno, aquí estás”, dijo, con los brazos extendidos. Durante el abrazo más extraño de mi vida, mi cuerpo zumbó y sintió un cosquilleo.

“Aquí estoy”, dije. “Y aquí estás tú”.

“Bueno, aquí estamos entonces”, contestó.

Dio un paso atrás, manteniendo sus manos en mis hombros. “Vaya, eres una persona”, respondí de modo estúpido. Aquí estaba él, en carne y hueso, con su fuerza vital rugiendo a través de mí.

“Hace décadas que no veo la cara de mi madre”, dijo, siendo testigo de cómo sus genes se extendían y expandían hacia el pasado y el futuro.

Nadando en las cálidas olas del Atlántico, aprendimos que compartíamos el mismo patrón de arrugas alrededor de los ojos, la misma extroversión y los mismos juanetes. En un muestrario de pintura, solo un color coincidía con el de nuestros ojos (algo así como “bruma aguamarina”). Mi corazón dio un vuelco de afecto.

Dos años y medio después, ya no estoy tan obsesionada. Frank y yo hemos tenido dos visitas en persona; HB y yo hemos tenido cinco. Mis cuatro hermanastros (y once nuevos sobrinos y cuatro cuñados) y yo estamos construyendo relaciones, alternando lo serio, lo tonto, lo íntimo y lo despreocupado. Nuestra cadena de mensajes de texto en grupo se llama “Familia Extendida” y a veces incluye simpáticos emoticonos de ADN.

No hay mucha sabiduría convencional sobre cómo tratar estas sorpresas de ADN cada vez más comunes, pero todos en nuestra historia parecen creer que la vida y la conexión humana deben celebrarse sin importar lo extraño de las circunstancias. Al fin y al cabo, nuestro progenitor es un nutricionista profesional de la fuerza vital, que ha dedicado su carrera a los embarazos de alto riesgo y a dar a luz a más de 10.000 bebés.

Frank me ha descrito sus sentimientos cuando nacieron sus hijos: “Es como un pudín instantáneo. Añade agua y remueve, y obtienes amor”. Pero con HB y conmigo, es más como: “Añade ciencia y remueve, y obtienes gran afinidad y cariño”.

Nadie ha dicho “te quiero”, al menos no todavía. Pero parece que todos seguimos diciendo “me gustas”, lo que parece más importante en este momento. Al encontrar a Frank y a los demás, HB y yo hemos vuelto al jardín.

Donantes y anonimato

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La recomendación del Comité de Bioética de que las donaciones de gametos dejen de ser anónimas, ha vuelto a levantar todas las alarmas en los grupos de MSPE, compuestos mayoritariamente por mujeres que tienen criaturas concebidas con donante de esperma y en algunos casos, también de óvulos (o de embriones).

Las preocupaciones son las mismas de siempre:

A ver si los donantes adquirirán a partir a de ahora derechos y deberes hacia nuestras criaturas, si dejará de haber donaciones, o si subirá el precio que se paga a los donantes…

Todas las regulaciones que afectan a las donaciones en Reproducción Asistida distinguen perfectamente entre derechos y deberes de los padres y madres (que los tienen) y de los donantes (que no los tienen en ningún caso). Sea la donación anónima o no lo sea.

En los países donde se ha eliminado el anonimato, las donaciones han bajado… temporalmente. Después han vuelto a subir, aunque haya cambiado el perfil: son más conscientes y solidarios, dicen. En cuánto a apelar a que encarecerá el proceso, y que esto lo pondrá fuera del alcance de las personas menos pudientes, me parece una muestra de cinismo, teniendo en cuenta que dentro de la Reproducción Asistida, los gametos son casi el chocolate del loro.

Y en todo caso, si eso sucede, ¿qué? Es como decir que si no se legalizan los vientres de alquiler, habrá familias que se quedaran sin hijos; o que sin el trabajo esclavo, no tendremos fresas baratas. O lo que pasaba cuando los adoptantes empezaron a hacer las primeras denuncias de irregularidades en los procesos adoptivos y otras familias en proceso de adopción se les lanzaban a la yugular porque se iban a quedar sin sus niños. Si eran criaturas robadas, o lo que sea, ya si eso.

El fin nunca, nunca, justifica los medios.

A mí no me importa, yo no quiero saber, si el donante no hubiera sido anónimo no habría optado por este sistema…

Es comprensible, pero también lo es que para muchas personas concebidas con gametos de donante sí es importante; es comprensible que se pregunten sobre parecidos, tomas de decisiones o enfermedades familiares. O que lo puedan hacer en algún momento de sus vidas.

Mi hijo no preguntará, yo le explicaré bien las cosas, yo le educaré para que sepa que no tiene importancia, si yo no le doy importancia, él tampoco se la dará

Y nos olvidamos de que las criaturas, sobretodo cuando crecen, tienen el curioso vicio de pensar por sí mismas y preguntarse cosas, que muchas veces van más allá de lo que se preguntan sus familias. Y la naturalidad, la normalidad y la positividad no están reñidas con acompañarles en ese proceso.

Querer saber no implica que se haya explicado mal, que se busque una familia alternativa, o que haya ningún trauma. Nuestros hijos pueden querer saber / buscar sin que esto implique que tengan carencias.

No es un padre, es un donante

Son nuestros hijos los que, en muchas ocasiones, deciden llamarles «padres», y esto no quiere decir que confundan su función, saben muy bien la diferencia entre los que parentamos y los que han aportado la genética. Como define el diccionario de la RAE en su primera acepción, padre es el “varón que ha engendrado uno o más hijos”. Y esta función, la biológica, está ahí por más que queramos negarla.

La sociedad no está preparada para afrontar este cambio.

En solo medio siglo hemos pasado de ocultar la adopción a exponerla abiertamente. El ADN y las redes sociales hacen que el anonimato sea cada vez más una falacia.

Seguramente la sociedad está tan preparada para la desaparición del anonimato como lo estaba una sociedad de raíces católicas para la eclosión de la Reproducción Asistida, las donaciones de gametos, la aparición de los colectivos de MSPE, las adopciones transraciales… y esto no nos frenó, ¿no?

Los cambios sociales van muy rápido, sobretodo si hay diálogo sobre ello.

Es la decisión que tomé en su momento, no me arrepiento de ella.

Puedes contarle a tus criaturas por qué tomaste la decisión y cómo comprendes que le duelan los límites de la misma, o bien transmitirle que te alegras de que no pueda conocer esta información o que no es lícito que tenga ese interés. Tomamos decisiones con la información que tenemos en el momento, pero cómo las gestionamos marca diferencias.

Igual que sucede en adopción: las familias que adoptaron creyendo que hacían algo que cumplía todos los requisitos legales y éticos y luego han descubierto que no era así, puede tirar balones fuera o bien acompañar a sus hijos en sus duelos y búsquedas e intentar cambiar el sistema que tiene cosas imperfectas.

¿Qué pensarán los donantes, que tomaron esa decisión sabiendo que no serían encontrados, si de repente llaman a la puerta unos chavales contándoles que son sus hijos (biológicos)?

Es posible que nos sorprenda que a muchos no les parezca mal. Aunque no tengan ningún interés en parentar a nuestras criaturas, quizás tienen curiosidad por saber cuántas nacieron y cómo son, qué ha sido de ellas. Quizás no les parezca mal darles un lugar en sus vidas.

Y si no es así, tampoco pasa nada: a diferencia de lo que pasa en adopción, donde la búsqueda puede representar un riesgo para las madres que renunciaron a sus criaturas en determinadas circunstancias o lugares, y donde se pueden encontrar con historias muy duras, es prácticamente imposible que para un donante, que su entorno conozca esta información sea mucho más que una molestia.

Por otra parte, no siempre es muy importante que el donante quiera o no ser encontrado o contactado, porque encontrar respuestas sin entablar contacto puede ser suficiente.

Si hubiera querido que mis hijos tuvieran padre, no habría optado por tenerlos mediante donante

Si no querías que te preguntaran por el donante, ¿por qué usaste esta figura para concebir a tus criaturas?

Si el proyecto de familia incluye un o unos donantes, ¿cuál es el problema de incorporarle(s) a nuestras vidas?

Si se elige una familia creada a partir de las aportaciones de donante(s), se construye una familia en la que esta figura existirá (a nivel simbólico), y existirán las preguntas y las curiosidades hacia esta(s) persona(s).

No es un padre, de acuerdo. Pero tampoco hace falta ser tan taxativo, o padre o nada. Llámale de otra manera. Llámalo cómo quieras, pero nómbralo. Dale un lugar simbólico en tu vida, y sobretodo, en la de tus criaturas.