Diario del año de la peste, entrega 79
Cuando B. era pequeño, convertimos el parque de la esquina en nuestra segunda casa. Estaba en la acera central de un bulevard con grandes árboles que daban sombra a unas y otras zonas del parque, según la hora que fuera, y la época del año. Llegué a pensar que se podría haber un estudio de cómo se mueve el sol según avanzan las estaciones por las zonas de sombra de ese parque, pero nunca lo hice. Sin embargo, sí me aprendí cuáles eran las mejores horas para bajar según fuera primavera, verano, otoño o invierno.
Ahora frecuentamos los parques con menos asiduidad, pero en nuestro patio sucede lo mismo; por la mañanas, el sol baña nuestra mesa, así que es una buena hora para tender y para comer en invierno; cuando hace calor, se puede salir a desayunar si no se ha hecho muy tarde y es ideal para cenar, pero a mediodía es impracticable; y las noches de verano es el lugar más maravilloso del mundo.
Oh, these summer nights, que cantaban Travolta y Olivia Newton John.
Ayer fue nuestra primera noche de patio. Como la iluminación de esa zona sigue siendo tarea pendiente, sacamos por la ventana de la cocina y por la habitación de P. unas lámparas de estudio que tenemos infrautilizadas y cuando las criaturas se fueron a la cama, N. sacó su punto y yo mi libro y nos quedamos en el exterior hasta que nos caímos de sueño.
Oh, these summer nights.
Y la paz y la alegría de esas noches de patio contrastan con lo que leemos en la prensa, en las redes.
Del otro lado del Atlántico llegan dos historias que se han convertido en portada – y que pronto caerán en el olvido – y que son tratadas como acontecimientos aislados aunque ambas responden a un patrón clarísimo.
Por un lado, tenemos la muerte, mejor dicho, el homicidio, de George Floyd, un hombre afroamericano que fue detenido, sospechoso de haber pagado con un billete falso, inmovilizado por un policía contra el suelo con una rodilla en su garganta durante 8 minutos, que no soltó su presa a pesar de sus gritos de que no podía respirar.
Y las manifestaciones, y los disturbios, y Black Lives Matter, y los edificios incendiados, y titulares como «Detenido el policía que presionó con la rodilla el cuello de George Floyd, quien perdió la conciencia y murió minutos después».
Como nos pasa a las mujeres, a las personas racializadas no las matan: se mueren solitas, no se sabe bien por qué.
No solo en Estados Unidos: en nuestras tierras también.
No puedo respirar.
La otra noticia es la del abandono por parte de una pareja norteamericana – youtuber ella, y por esa razón en el ojo del huracán, aunque su marido participó igualmente – de uno de sus 5 hijos, el único adoptado, un niño de origen chino con necesidades especiales. Después de años mostrando – y monetarizando – la intimidad de su hijo, de abogar por la adopción de criaturas con dificultades, de fotos de familia con toda la prole conjuntada, de repente el niño desapareció de su canal, y quedaron solo las cuatro criaturas rubias gestadas en su vientre, engendradas por ellos. Finalmente, un vídeo en el que con ojos llorosos contaban que habían sido engañados, que el niño tenía más dificultades de las que podían gestionar y que ahora estaba en su «nueva familia para siempre». No se pierdan el oximoron.