familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para diciembre, 2015

Y el 2016…

Que, igual que en el 2015...

Queráis y os quieran

Encontréis espacios para la resistencia

Aprendáis de vuestros errores. Que algunas cosas no las aprendáis jamás

Que no os callen la boca

Que encontréis siempre alguien dispuesto a poner el hombro o echar unas risas

Que nos os falten abrazos ni caricias

Que no os dé miedo decir no. Ni decir sí

Que empecéis muchos proyectos nuevos. Que terminéis algunos

Que os sorprendan

Que no os duelan las derrotas, que no os emborrachen los éxitos

Que encontréis rendijas para la alegría

Que veamos cambios, que hagamos cambios

La crianza terapéutica

Llevo días leyendo y releyendo este artículo de María Vergara (a quien, por cierto, conocí por razones profesionales), y publicado en el blog Buenos Tratos, sobre crianza terapéutica.

Una de las primeras cosas que nos contaron cuando hice el cursillo para conseguir la idoneidad, este primer paso que me conduciría hacia la maternidad, es que no nos convertiríamos en simples padres: seríamos padres (y madres) terapéuticos. Nuestro trabajo no sería solo criar, sino reparar, sanar, reconstruir.

A pesar de esta explicación, cuando conocí a B. me costó bastante tiempo asumir que mi maternidad iba a ser tan distinta a la que habría sido si le hubiera parido. Que las instrucciones de los manuales que servían para otros niños, no valían para él. Luego llegó A. muy distinto a B…. y muy parecido en tantas cosas. Ambos están en este texto.

Y también me veo a mí. A quien algunos de los comportamientos de mis hijos hacen saltar como un muelle, reaccionar en vez de responder; y que he tardado tantos años en entender que el tiempo que pase junto a ellos no es nunca suficiente.

Criar a un hijo en mi opinión es la tarea más ardua que un adulto jamás tendrá. El único reto que creo aún mayor es el de criar a un niño que sufrió malos tratos, abusos, carencias severas, o que no dispuso de una figura primaria de apego durante sus primeros años de vida. En estos casos, los cuidadores no comienzan de cero. Cuando llega a sus vidas el niño o la niña tiene una mochila  impregnada de experiencias sensoriales y relacionales altamente tóxicas que han impedido que su sistema nervioso y su mente se organicen.  El reto que deben afrontar los cuidadores es el de construir una base relacional segura sobre la desorganización e inseguridad, en definitiva sobre un déficit de cuyo origen no fueron responsables.

Como una madre me dijo una vez al describir el  último incidente con su hijo: “¡Yo lo que creo es que su cerebro funciona diferente!”. Esta afirmación es sin duda una buena aproximación para comprender lo que le sucedía a su hijo. Existe suficiente evidencia acumulada para afirmar que cualquier clase de malos tratos afecta la formación del cerebro, especialmente cuando se producen durante los primeros tres años de vida.  Un sistema nervioso hipersensible al estrés, dificultades en la auto-regulación de las emociones y las conductas, y unas representaciones mentales teñidas de inseguridad, son algunas de las consecuencias más estudiadas. Los niños con historias de abuso y malos tratos no tienen integrado el sentido de valía personal y tampoco la confianza y seguridad en el otro. De modo que el niño no solamente se estresa fácilmente y reacciona exageradamente, además cuando tiene un comportamiento disruptivo o poco adecuado le embarga un abrumador miedo y la sensación de que causará el rechazo inevitable de sus cuidadores. En ese momento la sensación es tan límite que en muchos casos la única manera de reaccionar es anticiparse a ese rechazo con su propio rechazo a su familia o a sí mismo: “¡Odio esta familia” “Prefiero estar en un centro, o en otro centro!”, son algunas de las verbalizaciones que los cuidadores reciben, especialmente en momentos de descontrol. 

Lo más difícil para estos niños es, precisamente, dejarse cuidar. No soportan sentirse vulnerables, impotentes o que otro tenga  el control, pues todas estas sensaciones están asociadas a las experiencias traumáticas primarias que han vivido. Por tanto cada vez más utilizan la estrategia de intentar tener control de lo que pasa a su alrededor y sobre las figuras significativas para ellos.  Esta necesidad de control se manifiesta en los “pulsos” o en las “luchas de poder” que tiene con sus cuidadores o con las figuras de autoridad. En las situaciones donde se sienten amenazados recurren la mayoría de las veces a ponerse intransigentes, obstinados,  irrespetuosos. Ante la confrontación pueden bloquearse o luchar, es decir, ponerse chulos y sobrepasarse hasta perder el respeto o adoptar actitudes de no asumir ninguna responsabilidad de lo que pasa o de lo que hacen. Otras veces, terminan desbordándose para que los demás cedan a sus exigencias y otras veces lloran ante una situación difícil. Las conductas de complacencia también son estrategias que les proporcionan una pseudo-seguridad pues de esta manera pueden mantener a sus padres/cuidadores cerca y evitar el rechazo. Aún no pueden estar en el mundo sin  tener la necesidad de «comprarlo»  con sus actitudes. Estas estrategias son menos tóxicas y primarias que las agresivas, pero al fin y al cabo son formas de actuar que les complican la vida.

El sufrimiento de estos chicos/as suele ser etiquetado desde otras miradas como trastorno oposicionista, trastorno de conducta, trastorno del espectro autista….etc, aunque lo cierto es que estas etiquetitas poco nos ayudan. Resulta injusto clasificar según diagnósticos puros pues centrarse en un solo síntoma es insuficiente para abordar la complejidad de las consecuencias del trauma temprano. Más bien, hemos aprendido que cuando los niños responden al adulto de esta forma es que no tienen otros recursos para manejar una situación que viven como estresante. En definitiva, muestran poca madurez para solucionar sus dificultades.

Desde mi propia experiencia, he comprobado como  padres y educadores se sienten realmente aliviados cuando obtienen una visión más global, comprensiva y justa con la historia del niño que les permite comprender el origen y curso de sus dificultades. Una buena evaluación permite definir objetivos de trabajo realistas, revisar las expectativas y sobretodo, buscar los apoyos que se correspondan con las necesidades reales de estos chicos. En este punto es cuando los cuidadores reconocen que la complejidad de esta tarea es a menudo mucho más difícil de lo que esperaban. A veces resulta frustrante para los cuidadores ver que no hay grandes cambios a pesar de los  esfuerzos, la dedicación (casi) completa y de todas las ayudas que han ido consiguiendo. A lo largo de estos años de trabajo he sido testigo de que la crianza terapéutica exige mucho a los padres y educadores,  en su faceta de cuidadores y como personas.  Apoyar el  desarrollo de un niño con estas mochilas hace que la crianza requiera más que las habilidades estándares.

Para ilustrar esto me gustaría compartir dos aspectos que aparecen frecuentemente en las sesiones y cursos sobre crianza terapéutica. Por un lado, la disponibilidad como cuidadores es un punto delicado; el drama de los padres modernos. En mi caso, me vendieron la idea cuando me formé (o deformé) como psicóloga que lo importante es la calidad y no la cantidad de tiempo que uno pasa con sus hijos, discurso que encaja estupendamente con el sistema socio-económico en el que vivimos. Los años y los niños nos han enseñado que la cantidad de tiempo que se dedica a la relación padre-hijo es muy importante sobre todo en los primeros años de vida. Y en el caso de los niños con historias de abuso y malos tratos, esta presencia y disponibilidad afectiva (entre otras capacidades) son la herramienta esencial para la reparación del trauma temprano. Es todo un desafío para los cuidadores buscar las formas para dedicarse a la crianza terapéutica sin morir en el intento, y sobre todo, compatibilizar su tiempo para estar con los niños y todas las otras tareas, también importantes, que les permiten ofrecerles una vida de calidad.

El segundo aspecto importante que no podemos dejar de mencionar son los legados familiares, que están muy presentes e influyen de forma consciente o inconsciente en la manera que tienen los cuidadores de relacionarse con los niños. Cualquier crianza, y en especial la crianza terapéutica, no está muy alejada de nuestras historias como hijos y eso toca aspectos muy dolorosos en algunos casos. A modo de ejemplo, acompañamos a padres que tienen muchas ganas de conectar con su hija y poder apoyarla pero en la práctica les resulta difícil pues la desorganización y las dificultades de su hija les gatillan emociones intensas que pertenecen al pasado. O trasladando el ejemplo a contextos de acogimiento residencial, cuando la propia frustración y el cansancio de los educadores provoca respuestas subidas de energía aumenta la espiral de los encuentros desagradables entre cuidador-niño, y se corre el riesgo de que las interacciones sean ejemplos de perfecta escalada donde la situación supera a los adultos. Somos testigos de que estas situaciones requieren de esfuerzos continuos por parte de los cuidadores para que las acciones, decisiones y comportamientos de los niños no los distancien de ellos.

En los párrafos anteriores he tratado de compartir la diversidad de las manifestaciones que tiene el trauma temprano y cómo impactan en los proyectos de crianza de los padres o educadores. Al releer este artículo me da la sensación que la tarea se ha presentado  tan grande que puede llevar al desánimo. Sin embargo, quisiera enfatizar que el reconocimiento del daño es el punto de partida, y no la aceptación de las dificultades sin más. Ahora nos toca sembrar ilusión y decir que hay modos de hacerlo y hacerlo bien.

Si tuviera que elegir qué destacar sobre la crianza terapéutica, me referiría a dos elementos claves que, en mi práctica diaria como terapeuta, observo que tienen un impacto positivo cuando son la base de las intervenciones: la respuesta sintonizada y la consistencia.  De hecho, una de las premisas básicas que guían el acompañamiento en la crianza terapéutica podría resumirse así: Una mente desorganizada puede mejorar el nivel de organización gracias a la relación sintonizada y consistente con otra mente más integrada y conectada.

Respuesta sintonizada: Sintonizar significa conectar con el mundo emocional del niño, reflejar su estado interno y responder de manera apropiada. Es un proceso básico, que en los contextos de buenos tratos ocurre de forma frecuente y consistente unas cientos de miles de veces durante los primeros años de vida. Cuando este proceso ocurre, es más fácil para el niño calmarse y sentirse reconocido en la mente del otro. La sintonía emocional proporciona una comprensión genuina de la experiencia, mientras que las respuestas reflexivas permiten integrar dicha experiencia.  Es por ello que para aprender de la experiencia primero necesitamos conectar y luego reflexionar.

Esta tarea, lejos de ser sencilla, se complica aún más con los niños con historias de deprivación y malos tratos.  Cuando estos niños experimentan sensaciones negativas o incómodas su experiencia sensorial es a menudo desregulada y presenta una intensidad elevada. Además su capacidad de reflexionar y pensar (que debería actuar como regulador cognitivo) está secuestrada por la emoción, por lo que a menudo las emociones se convierten en el gatillador directo de una conducta desproporcionada. En estas situaciones es muy difícil para estos chicos comprender qué es lo que sienten, porqué lo sienten, y sobretodo cómo hacer para sentirse y actuar diferente. Toda esta experiencia emocional caótica puede cobrar sentido cuando es reconocida, y reflejada por el cuidador.  Esto no significa que se ha de acceder a las demandas inapropiadas o inoportunas de los niños, sino todo lo contrario.  La sintonización permite al niño muy frustrado, o enfadado, primero sentirse comprendido, para luego poder aceptar de forma menos amenazante la consecuencia a su conducta. El reflejo de su estado emocional actúa como un bálsamo para su cerebro irritado. Y poco a poco, con tiempo y repeticiones, los niños adquieren mayor capacidad para comprenderse y modularse. La base es aliarse con estos niños contra sus dificultades desde la sintonía. Desde ahí hemos observado cambios increíbles en el funcionamiento.

Consistencia. Se refiere a la habilidad de los cuidadores para mantener respuestas coherentes y firmes ante  las conductas y actitudes de los niños.  Es un concepto sumamente importante pues sólo la repetición permite construir nuevos patrones representacionales y de actuación. Muy probablemente la mayoría de estos niños no tienen integrada la asociación que existe entre sus conductas y sus opciones previas. Para muchos las cosas “simplemente ocurren”. Los comportamientos que el niño tenía en el pasado no estaban relacionados con las acciones dirigidas hacia él en los contextos de abuso y negligencia. Por tanto, la tendencia para sentir protección y seguridad es tener a los adultos controlados, mandar y establecer el clima emocional de las relaciones. ¡La sensación de control es una motivación mucho más poderosa que ningún privilegio! El adulto gana cuando consigue desmontar las estrategias primarias de manipulación del niño al tiempo que consigue que haga la tarea sin recurrir a las amenazas, o la rabia actuada.  El uso de consecuencias lógicas que enseñen por si mismas es un buen recurso para mantener la consistencia: Si no te gustan las consecuencias, eres libre de cambiar las opciones. El adulto mantiene el control y el niño aprende poco a poco a hacer opciones más constructivas. Cuando los niños son  tozudos con todo su oposicionismo (circuitos neuronales primitivos), los cuidadores deberán ser más tozudos todavía con sus intervenciones y con todos aquellos recursos que les permiten no desregularse.

La crianza terapéutica se entiende como un proceso de acompañamiento a los cuidadores, donde las distintas intervenciones se organizan en etapas cada una con sus objetivos y actividades específicas. No es un proceso cerrado, y tampoco un manual de talla única. A veces avanzamos dos pasos y retrocedemos uno y así hacemos el camino. Pues  lo que pretendemos es ofrecer a estos niños contextos de vida que les ayuden a desarrollarse ajustando las intervenciones a sus necesidades reales, a lo que puedan dar y recibir, a sus recursos y dificultades. 

Estoy de acuerdo con ustedes que resulta mucho más fácil leer este artículo que aplicarlo. La crianza terapéutica es todo un arte pues no hay mayor encargo vital que la de ayudar a estos niños. Es un es un largo camino el que tienen que recorrer estas personitas hasta acostumbrarse a estar con otros sin intentar comprarlos ni agredirlos, a comprenderse a sí mismos, reconocer sus estrategias y ser conscientes de ellas para luego poner en práctica otras alternativas de relación más sanas. Son héroes en sus historias, y como tales son en potencia inteligentes y tienen fuerza, sólo que tiene que reconducirla para su bien. Y esto requiere tiempo, dedicación, formación y grandes dosis de paciencia para aquellos que se embarcan en la labor de ser “sus guías”.

Imaginad

El doble de tiempo

Cuando empecé mi aventura adoptiva, recuerdo haber leído repetidamente (y repetido yo a mi vez) que un niño necesitaba el doble de tiempo en casa que el que había pasado institucionalizado para «normalizarse». Un niño adoptado con 3 meses, superaba los problemas derivados de la falta de estímulos a los 9; uno adoptado a los 2 años, empezaba a ser igual que los niños de su edad a los 6. ¿Un niño adoptado a los 10 años se libraría de las secuelas de este hecho a los 30?

Ahora me sorprende incluso haber dado crédito a esta idea. ¿Qué es «normalizarse»? ¿Cómo puede haber una regla fija para «superar» un hecho tan traumático como la adopción? ¿»Superarlo» es realmente señal de salud, o todo lo contrario? ¿Qué nos hace pensar que todos los niños y todas las circunstancias reaccionan igual, no importa si han sido institucionalizados en un sitio sórdido, han vivido en una familia de acogida, han sido cuidados por alguien de su familia, han sufrido negligencia o abusos? ¿Cómo podemos pensar que es sólo cuestión de tiempo, una regla fija, matemáticas?

Ahora estoy en grupos de adopción adultos en los que leo que la adopción es una marca permanente, indeleble, que permanece en tu vida.

Ahora conozco estudios que explican que vivencias traumáticas como las pérdidas inherentes a una separación, la institucionalización, el abuso, la falta de estímulos… dejan marcas indelebles en un cerebro que se está formando, marcas que siguen ahí a pesar de que la plasticidad del cerebro y los buenos tratos posteriores puedan cambiar a mejor muchas cosas.

Ahora, que mis hijos han pasado en casa mucho más tiempo de este «doble de tiempo» entre su nacimiento y su adopción, los miro, los veo avanzar y caerse y dar vueltas a las cosas, y alegrarse y ensombrecerse, y repensar cosas que dábamos por asumidas, y elaborar y aprender, y tener dificultades para aprender, y llorar, y dolerse… y veo que a pesar del tiempo pasado, siguen rezumando adopción por todos los poros.

Otra historia de una madre con una hija con Necesidades Especiales

Cuando el otro día publiqué algunas historias escritas por madres de niños y niñas con Necesidades Especiales, dejó un comentario R. con su historia que no me pude resistir a pedirle. Había pensado colocarla entre las ya publicadas en esa entrada anterior, pero luego pensé que tenía la suficiente entidad para tener su propio espacio. Así de difícil es. Así de ineludible. Así de enriquecedor.

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Y cuando es más de un 33% y sientes que no podrás faltar nunca o que tu herencia será una carga para su hermana que no tuvo opción de elegir… Cuando se “nota” y mucho y quieres normalizar a tu hija pero nunca la invitan… esos bloqueos cuando intentas exigirle por encima de sus posibilidades, porque quieres que llegue a más porque no quieres verlo..

La vida como madre de una hija especial es muy dura… y cuando es adoptada más ya que muchas personas te dicen “tú lo buscaste”, no sienten la misma empatía hacía ti que si fuera un hijo bio, no te puedes quejar o autocompadecer… Han pasado tres años y a mi aún se me saltan las lágrimas cuando mis amigos hablan de los viajes que harán cuando los niños “sean mayores”. Sí, elegí el camino especial, sí sabía que podía ser más de lo que esperaba…NO, no esperaba TANTO más, sí, fue mi elección seguir adelante cuando habría podido renunciar (una vez allí) y Sí puedo con ello! (aunque a veces se me olvida)

A mí me gustaría poder decir a boca llena que yo lo elegí…pero no, me vino de sopetón…y decidí tirar para adelante. Mi hija vino con un diagnóstico no digamos erróneo, mas bien omitieron muchas cosas. En el momento que la vi supe que pasaban más cosas y gordas (soy maestra). Cuando me ofrecía para un hijo con nnee y presenté mi lista ¡que casualidad! una de las nnee de mi hija es de las que le dije a la psicóloga que sería incapaz de aceptar, que no me veía capacitada (y así está recogido en el CI) e, ironías del destino, aquí está ella, con una larguísima lista, con una nee que yo me creía incapaz de afrontar y la estamos afrontando, es duro.

Cuando en el país de origen la ECAI me ofreció renunciar allí mismo, después de meses con su foto, pensé: si fuera bio, ¿la dejaría en el hospital?… y supe que era mía.

Pero aún así en ese momento no tenía ni idea de lo que se me venía encima.

Y NO no cambiaría a mi hija (ni me he arrepentido jamás, cosa que me han preguntado más de una vez) y también hay momentos especiales y fabulosos y AMOR, mucho amor.

Reflexiones de madres de hijos con NNEE

Las familias que tienen hijos con discapacidades psíquicas se sienten desconcertadas, solas, cargadas de dudas. No es fácil saber a quién acudir, o con quién compartir las dudas y los miedos. Estos textos los han escrito madres de niños que tienen distintos diagnósticos de discapacidad.

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33% de discapacidad. Tengo un papel que dice esto bajo el nombre de mi hijo. Y no sé cómo sentirme.

Mi hijo es el mismo que ayer, que hace un año, cuando nos dieron el diagnóstico; que hace 3, cuando empezamos a vislumbrar que había cosas que se salían de las normas; que hace 10, cuando era un bebé recién llegado de su país de origen. 

Pero ahora tengo un papel que dice que tiene un 33% de discapacidad. 

Un papel que nos ayudará a conseguir ayudas y apoyos, que podemos sacar cuando necesitemos y guardar cuando no haga falta. 

¿Por qué me siento tan mal? 

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Tengo mil dudas. Sobre a quien contarlo, como contarlo, si a él le parecerá bien que lo haya contado cuando sea mayor. Si le beneficia, si le perjudica… A veces el tema surge, y se me hace imposible no dar más datos. Otras, sin embargo, soy yo que necesito desahogarme y explicar que nuestra situación es compleja.

Es un dilema continuo y por la noche, cuando lo pienso, se me revuelve el estómago al pensar que quizás hablé más de la cuenta con esta o aquella.

Pienso que puedo no dar explicaciones, como me dijo la EAP que hiciera. Pero entonces, cuando vivimos una crisis o mi hijo tiene alguna actitud «rara» siento que lo juzgan, o quizás soy yo la que me siento juzgada…

¿Soy yo sola, o este es un sentimiento habitual con nuestros niños?

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Ay! Igual la rara soy yo… Pero creo que cuando tienes un hijo se te cambia la vida. Tenga NNEE, o no.
Y mis pensamientos (por suerte!) no han sido muy cercanos a los que se expresan arriba…

Mi reacción ante el diagnóstico en firme fue de liberación! Al fín alguien me confirmaba que mi hija, efectivamente, era distinta! Y que mi instinto no estaba equivocado.

Por fin contaba con un respaldo para poder comenzar a trabajar en sus verdaderas necesidades!

Explicarlo, por supuesto! …siempre que sea natural.

¡Hablarlo forma parte de la normalización de nuestros hijos!

Hay niños muy pequeños… gorditos… muy flacos… hay niños sedentarios y otros que son fans de los deportes… y hay niños que van en sillas de ruedas… y otros tienen dificultades para comunicarse… o para concentrarse… ¡Somos todos diversos!

No es su carta de presentación… pero es verdad que conocer su situación suele generar un plus de empatía en las personas que es de mucha ayuda.
No se me ocurre razón para ocultarlo… 

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Cuando tienes un hijo con NNEE, te ha cambiado la vida, pero toda la vida.

Ha cambiado tu manera de ser y de estar. Tu manera de ver el mundo e interactuar con los seres humanos, viendo su esencia y no su apariencia.

Ese hijo también ha cambiado a sus heman@s, sus parientes cercanos involucrados directamente con el cariño filial.

Ha cambiado el mundo que te rodea y, también el que ni siquiera eres consciente que percibes.

Te conviertes en otra persona más prudente, no quieres dar nunca las cosas por sentadas, todo tiene sus variantes o excepciones. Todo es relativo, todo tiene influencias que fluctúan.

Pero esto a veces no te deja disfrutar de las capacidades de tus otros hijos, casi siempre porque has aprendido unos patrones de comportamiento prudente que te obligan a mantenerte en una posición lineal, en la que el orgullo por el logro de un hijo solo se manifiesta con una ligera sonrisa, por que sientes que eso no es para ti, tú tienes que dar gracias por los logros y gracias por el esfuerzo.

¿¿Alguien es capaz de separar la dualidad de madre de NNEE a madre ordinaria????

Mi hija pequeña se aburre en clase de matemáticas por que la profesora lleva tres días recreándose en un tema porque más de la mitad de la clase no lo entiende…… yo que debiera pensar en que mi hija está atrasando conocimientos por culpa de una seño sensible, me veo diciéndole a mi hija que si hay niños que les cuesta asimilar conceptos, hay que tener paciencia y aguantar.

Yo no sé ser madre dual, ahora ya no. 

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Familia rara

A. Nuestra familia es muy rara, ¿sabes?

Yo. ¿Ah sí? ¿Y eso?

A. ¡¡Somos los únicos de mi clase que todavía no hemos puesto el árbol de Navidad!!