familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para marzo, 2020

Diario del año de la peste, entrega 18

La imagen puede contener: una o varias personas, personas sentadas, calzado y exterior

Yo pisaré las calles nuevamente y volveré a saludar a mis amigos del barrio y me sentaré en una terraza al sol con una cerveza con gaseosa y unas aceitunas.

Volveré a la playa y caminaré sobre la arena húmeda y notaré las olas acariciarme los tobillos y miraré hacia el horizonte y oleré la sal y la crema solar.

Regresaré a mi ciudad y abrazaré a mi familia y cogeré a mi sobrina en brazos si no se ha olvidado de lo que le gustaba ir a coll y pasearé por sus plazas y sus aceras y los parques donde pasé la infancia de mis hijos.

Entraré en mi librería favorita y cogeré los libros por el lomo y leeré la contraportada y pasaré las hojas para que me llegue a la nariz el olor a libro nuevo y negociaré conmigo misma cuáles me llevo y a cuáles renuncio.

Volveré a acompañar a los niños a la escuela, y por el camino nos encontraremos a sus amigos, y les diré adiós cuando vea la fila subir a las clases y luego nos iremos con las otras madres a la cafetería de siempre y desayunaremos. Discutiré con la camarera por cómo quiero el té con leche.

Conduciré el coche de nuevo y lo guiaré por la autopista y me pelearé con el aire acondicionado y con la radio y maldeciré por no encontrar aparcamiento.

Volveré a sentarme en las salas de cine cuando no me asusten las multitudes y chistaré a la gente que habla en alto y lloraré en la última escena.

Organizaremos un año más las fiestas del barrio y la muestra de arte de calle y comidas populares de traje y actividades en el huerto escolar.

Seguiré odiando ir de compras y probarme ropa y escoger qué compro y seguiré usando los mismos vaqueros viejos y las mismas sandalias hasta que se caigan a pedazos.

Bajaré el mercado el sábado y probaré los quesos nuevos de la tienda de quesos y la fruta fresca y las aceitunas y los encurtidos.

Habrá más manifestaciones.

Regresaré al monte y caminaré esquivando ramas y buscaré un riachuelo en el que no me meteré porque el agua estará helada y me sentaré a la sombra y escucharé los pájaros cantar.

Sonará el timbre y será nuestra gente que pasaba por la calle y subieron a saludar y acabarán cenando con nosotros en la terraza tortillas y queso y una botella de vino.

Volverán los madrugones y las prisas y las broncas y los planes sin cumplir.

Nos abrazaremos de nuevo y saldremos y pasearemos y compartiremos un helado y nos lanzaremos besos sin miedo y en una hermosa plaza liberada me sentaré a llorar por los ausentes.

Diario del año de la peste, entrega 17

La imagen puede contener: una o varias personas y texto

Querida escuela:

Las instrucciones que recibimos por vuestra parte son contradictorias. Por un lado, decís que hagan lo que puedan, por otro nos reclamáis la tarea que les mandáis con fecha (y a veces hora) fija.

Algunos de nuestros hijos se pasan sentados en su mesa de trabajo más horas que las que pasan en sus centros escolares cuando hay clase. Hay días que no pueden venir a comer o cenar con la familia, porque están terminando tareas que si no están a una hora determinada, implican un suspenso. A veces son trabajos de grupo, e implican también el suspenso de sus compañeros.

No siempre tenemos un ordenador disponible. O una Tablet. O un móvil. A veces tampoco tenemos el folio en blanco que exigís sin aceptar que pueda ser uno con cuadritos arrancado de un cuaderno, o la pelota de goma con la que tienen que grabarse haciendo ejercicio para la clase de gimnasia.

Nuestros hijos se angustian porque no hay en casa ese folio en blanco o esa pelota y tendrán que hacer el trabajo en una hoja de cuadros distinta a lo que les habéis mandado y no sacaran la nota correspondiente.

En casa hay ordenadores, tablets, wifi. No sucede lo mismo en todas las familias.

Y personas adultas que saben manejarlos y podemos enseñarles a nuestros hijos a gestionar el correo electrónico, las apps, los blogs y los distintos recursos que nos recomendáis. Toda esta parte, la de manejarse con las TICS, también lleva tiempo y esfuerzo. Aunque les llamemos nativos digitales, no están acostumbrados a utilizarlos.

Sabemos de casi todas sus asignaturas, o podemos buscar la información. Sabemos inglés. No en todas las casas saben.

No tenemos impresora: así que todas estas fichas imprimibles que nos mandáis, los niños tienen que copiarlas en sus cuadernos para poder trabajar. Luego tienen que hacer fotos de lo que han hecho en sus cuadernos y mandarlas a vuestras direcciones de correo electrónico.

Nos decís que los niños tienen que ser autónomos. Que tienen que manejarse solos. Que hagan lo que les mandáis y se lo devolveréis corregido. No sé si sois conscientes de que muchas veces necesitan que les expliquemos, les acompañemos, les corrijamos, les explicamos qué han hecho mal, dónde está el error. Recibir dentro de dos días un correo electrónico con tachones rojos no es la mejor forma de aprender.

A veces se distraen, o se despistan. Hay muchos estímulos en su entorno: los hermanos, el gato, cosas que pasan en la calle y se ven desde la ventana, móviles que suenan, las actividades de las personas adultas. Es muy difícil hacerles mantener la atención centrada mientras nos ocupamos de nuestros trabajos, de mantenerlos alimentados, de conservar la salud física y emocional de toda la familia.

En algunas familias, hay personas que no se encuentran bien. O que han perdido sus trabajos y no saben si podrán pagar el alquiler el mes que viene.

Los niños están preocupados por sus abuelos, porque oyen que hay gente muriendo, porque no saben cómo están sus compañeros, porque les echan de menos.

A veces lloran, gritan, se desesperan. A veces nosotras hacemos todas estas cosas.

No es lo mismo hacer un ratito de tarea de algo aprendido ese día en clase que 5 horas de homeschooling en tiempos de pandemia.

Estaría bien que nos hubierais dicho que es más importante hacer bien algunas cosas que hacer todo lo que se manda de cualquier manera.

Les estáis pidiendo que resuelvan ejercicios de temas que no habéis explicado. Les decís que lean los libros de texto o miren videos que explican los temas, pero seguro que sois conscientes de que no es tan fácil: si bastaran los libros y los vídeos de youtube, vuestro trabajo sería superfluo. Además de fuentes de información, necesitan interacción humana.

No solo necesitan escuchar: también ser escuchados.

Entendemos que a los docentes os preocupen las instrucciones de la Consejería, pero vuestra principal preocupación debería ser que el alumnado siga aprendiendo y aprovechando el curso, además de sobrellevando esta situación, que está siendo muy difícil.

A menudo, confundís educar con calificar.

Algunos de vosotros publicáis en las redes mensajes llamando a la calma, diciendo a las familias que nos limitemos a hacer lo que podamos, que nos rebelemos contra la escuela, que no es tan importante la tarea, que no perderán el curso. Sería encomiable que ese tipo de mensajes los dirigierais a vuestros compañeros. Las familias no somos las encargadas de hacer vuestras revoluciones.

En nuestra casa hay material y recursos para poder educar a nuestros hijos: tenemos libros, acceso a Internet, conocimientos y capacidad. Lo que no nos queda es tiempo porque las tareas que mandáis desde todos los centros escolares se lo comen.

Como sabéis, en casa tenemos 4 hijos que van a tres centros escolares distintos, y en todos, el profesorado pretendéis que sigan el curso como si no hubiera pasado nada. Cada día recibimos varios correos electrónicos con tarea para cada uno de ellos.

Sentimos que cada una de las profesoras se dirige a cada alumno como si su situación fuera la ideal: hijos únicos, con apoyo en la familia, recursos tecnológicos a su alcance, y autonomía en sus tareas. Y sin preocupaciones en la cabeza.

Sabemos que estáis haciéndolo lo mejor que sabéis y con la mejor intención, pero es importante que seáis conscientes de que no siempre vuestras peticiones ayudan a hacer esta situación más fácil. A muchas familias nos la complican mucho.

Diario de año de la peste, entrega 16

Parte médico: me siento recuperada del covid-19: llevo tres dias enteros sin fiebre ni malestar, la tos se está reduciendo. Pero… tengo otitis. He hablado con el médico del centro de salud esta mañana y me ha contado que sí, que es una de las consecuencias de la cosa. Que igual que hace neumonías, hace otitis. Así que antibiótico al canto. Me lo han puesto en la tarjeta y lo hemos podido recoger en la farmacia.

El seguimiento telefónico del centro de salud funciona estupendamente. No digo que pueda sustituir el funcionamiento habitual (casi siempre es mejor que nos vean), pero sí creo que deberían aprender de todo lo que se han podido hacer estos días de crisis. Todo lo que nos decían que no se podía hacer…

Yo fui de las que decía que era una simple gripe esto. Así que debe ser el karma.

Día de dolor de oído y pijama y comida al sol del patio. Poca, porque hasta masticar es doloroso. El peso del pelo sobre el oído.

Me he terminado el libro de Mario Vargas Llosa que la madre de N. trajo con una de las compras. Me ha reafirmado en lo que siempre siento cuando leo a este autor: que cuando escribe opinión es de derechas, pero cuando escribe ficción, es siempre de izquierdas. Cuántas cosas se entienden leyendo este libro de lo que sucede en América Latina, aún hoy. Y en otros lugares del mundo.

El arranque con la United Fruit Company poniendo en marcha escuelas y otros proyectos de caridad, pero negándose a pagar impuestos, es de una actualidad trepidante. Muy de aquí y de ahora.

Nuestros adolescentes se han puesto las pilas hoy y han colaborado mucho en casa: han lavado, fregado, recogido, cocinado. Es otra de las secuelas de las situaciones de crisis: hacen crecer a los pequeños. Preferiría que no crecieran a la fuerza, pero, ¡qué fácil ponen lo difícil!

 

Diario el año de la peste, entrega 15

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Facebook me recuerda una foto que colgué hace 7 años.

En ella salen los niños, embelsesados frente a una pastelería en la que hay expuestas monas de chocolate: un león, un barco pirata, un escudo del barça.

Cuando salíamos de paseo, cuando celebrábamos la mona.

Este año la Pascua la pasaremos lejos de la familia de Barcelona, de la tia que todos los años se ocupaba de preparar la mona, de mi sobrina T. que tendrá que esperar un año más a comerla.

Esta mañana habría salido de casa y habría andado hasta la Biblioteca, porque había Club de Lectura. Habría paseado bajo el sol, primero por la calle que lleva hasta la estación del tren, habría cruzado la M-40, habría girado hacia el bulevard que lleva hasta la Biblioteca. Allí me habría encontrado con mis compañeras lectoras de los dos últimos años, y durante una hora y media habríamos comentado el libro que no he podido leer, porque cuando me avisaron de que había llegado a la librería, ya había empezado el confinamiento.

Després habría vuelto, paseando bajo el sol, y quizás habríamos parado a tomar el vermut con amigos y vecinos en el Mercado.

Y habríamos comido en el patio.

Bueno, esto igual lo hemos hecho.

Hoy ha sido sábado, así que nos hemos ahorrado perseguir criaturas y deberes. Ha sido un sábado perezoso de patio y sol, y ahora vamos a ver una película en familia mientras cenamos sándwichs mixtos.

48 horas sin fiebre y los síntomas en remisión.

Diario del año de la peste, entrega 14

 

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Ayer llegamos al día 17 de confinamiento. Yo pensaba que era el número 15, pero C. confesó que marca con una x cada día en el calendario, y que eran 17 ya. Dice que lo primero que hará cuando la dejen salir es ir a la piscina: echa de menos sus clases de natación sincronizada.

A. nos contó un sueño que había tenido: las dos madres moríamos de coronavirus, o quizás no moríamos, pero habíamos desaparecido, y ellos no sabían qué hacer, así que llamaban a mi madre, y ella les decía que en su casa había sitio para todos. Y les recibía con regalos.

Seguimos peleando con las tareas y las ausencias.

Nuestro vecino favorito nos trajo un brownie que había hecho. A los niños les gustó tanto, que por la noche nos acercó otro y nos lo dejó en la mesa del patio.

Nos lo comimos de postre, después de los perritos calientes que prepararon los pequeños para cenar.

P. dijo que lo que le hacía soportable el confinamiento era estar pasándolo con A. Que sin él, se moriría de aburrimiento.

Un día más, un día menos.

Diario del año de la peste, entrega 13

Seguimos encerrados en un piso que parece un híbrido de un hospital de campaña y una escuela rural.

Parte médico: seguimos igual. Sin empeorar pero sin quitárnoslo de encima. Nos llaman cada 48 horas del Centro de Salud, nos preguntan los síntomas y nos dicen que tomemos paracetamol.

¿Es mejor pasarlo y quitárnoslo de encima? ¿Realmente nos lo quitamos de encima? ¿O habría sido más prudente no exponernos? ¿Habría sido posible no exponernos? ¿Cómo se hace una cuarentena con 4 críos en casa? ¿Cómo te aseguras de limpiarlo todo si acabas de limpiar y vuelves a toser, tienes que cocinar, te requieren de todos lados? Si tosemos en las mangas, ¿cada vez tenemos que echar la camiseta a lavar? Qué pasa con los cepillos de dientes? ¿Y con las toallas?

¿Cuánta gente hay enferma en sus casas, sin pruebas, sin contabilizar? ¿Qué sentido tiene que no hagan pruebas, cómo podremos saber si lo hemos pasado realmente y por tanto hemos dejado de correr riesgo? ¿Cómo se pueden hacer estadísticas si solo se cuentan los casos que llegan a los hospitales – y los políticos? ¿Por qué a todos los políticos les han hecho la prueba, tengan sus síntomas la gravedad que tengan, pero los ciudadanos estamos en casa encerrados con paracetamol y un teléfono?

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De todos mis grupos de Whatsapp el más activo es el de los cuidados del barrio: gente que hace compras y otros recados a personas que no pueden salir de casa, gente que pone en contacto a pacientes hospitalizados con sus familias, personas que fabrican viseras protectoras con impresoras 3 D, gente que sabe de química y prepara soluciones hidroalcohólicas, o que cose y hace mascarillas y batas para los hospitales y residencias de la zona; un banco de alimentos para el que no se paran de recibir donaciones de comida y dinero y que está permitiendo comer tres veces al día a familias que se han quedado sin nada; vecinos que pasean perros de gente mayor que no debe salir de casa. Personas que hablan con otras por teléfono.

Gente que se acerca para pedir ayuda, y que se convierten en personas que ayudan a otras.

De cada cual según sus posibilidades, a cada cual según sus necesidades.

Más imparable que el contagio del COVID-19.

Finalmente ayer salió el sol, y volvimos a comer en el patio, sin alejarnos mucho de la puerta de la cocina para preservar a los vecinos. Hemos empezado un par de series nuevas: «Una mujer hecha a si misma» y «Anne with an E». Cosas entretenidas y muy alejadas de distopias y epidemias. A ratos, le leo «El Zoo d’en Pitus» a A. El naranjo que no tuve tiempo de trasplantar ha reverdecido y esta lleno de brotes.

La vida sigue.

 

 

Diario del año de la peste, entrega 12

Nunca he sido una buena enferma, quizás porque he enfermado poco. Nunca he sabido parar y descansar y escuchar a mi cuerpo. Recuerdo una vez que cogí un catarro que me tuvo varios días en cama – me mandaron a casa desde el trabajo, porque me había empeñado en ir – y que tumbada en mi sofá – otro sofá, otro salón, otra ciudad – no podía hacer nada más que escuchar la radio. Si trataba de hacer algo, me agotaba; leía, si veía alguna película, me lloraban los ojos.

(Aún recuerdo algunas cosas de las que escuché aquel día. Como al director de Protección Civil de Valladolid avisar a gritos de la amenaza de que el río Esgueva se desbordara y advirtiendo a los vallisoletanos que salieran con los documentos más importantes encima, como si se avecinara un Apocalipsis; y, más tarde, el alcalde afeándole la alarma. También había alarmas entonces. Y alarmas injustificadas).

Tengo la sensación de que algo parecido nos pasa como sociedad. El coronavirus, el confinamiento, nos ha dicho que paremos, que lo ralenticemos todo, que nos replanteemos la sostenibilidad de nuestro modo de vida. Pero en vez de hacer introspección y reflexión, buscamos cosas para llenar el tiempo: los aplausos, la crítica a los vecinos, leer todos los libros que teníamos pendientes, ver las películas que nos perdimos en el cine, hacer limpieza general, organizar las fotos de los últimos 10 años… por no hablar de todas las cosas que nunca hemos hecho con las criaturas y ahora haremos: cocinar, manualidades, música, hablar con ellos, escucharles.

Y las redes sociales. Nunca había tenido que gestionar tantos whatsapps. Los mails de las 3 escuelas de mis hijos. La conexión con la gente del trabajo. Las amistades a las que no he visto en años pero que de repente echamos de menos.

Le doy vueltas a todos los debates que nos están hurtando. A las restricciones de nuestra libertad. A hasta dónde vamos a aceptar que nos las recorten en nombre de la seguridad, y si hay mucha diferencia entre esta seguridad y otras a las que se apela otras veces para que accedamos a ser un poco menos libres. A la diferencia entre la delación y la denuncia. A por qué el confinamiento de las criaturas parece no ser discutible, pero nadie se plantea el riesgo de que salgan las personas que tienen que pasear a sus perros, de las que van a trabajar, el uso del transporte público… A que se pare el mundo, excepto en lo que tiene relación con producir y consumir. Preguntarnos si minimizar los riesgos implicar dejar de tener mirada crítica. Cuestionarnos por qué hemos dejado de cuestionar las cosas. Plantearnos por qué discutimos algunas medidas y aceptamos otras sin reflexionar, es un buen debate sobre la sociedad en la que vivimos. Pensar en quién va a salir ganando en esta crisis, y si van a perder los de siempre.

 

Diario del año de la peste, entrega 11

La imagen puede contener: cielo y exterior

¡¡Que cierren Madrid!!, leo en uno y otro sitio.

Y cada vez me pregunto a qué se refieren.

¿Poner una muralla alrededor de la ciudad y tirar las llaves? ¿Confinar a los que quedamos dentro, como en las pestes medievales? ¿De verdad piensan que esto les va a proteger de una pandemia del siglo XXI? ¿Qué diferencia hay entre pedir el confinamiento de los madrileños y agredir – o rehuir-  a los asiáticos como se hacía en las primeras semanas del coronavirus? Entiendo que son seguridades emocionales: si la culpa, el estigma, está en el otro, yo me salvo.

Como los que dicen que no pasa nada, que solo afecta a personas mayores, que solo afecta a personas con patología previa.

Lo lanzamos bien lejos y cruzamos los dedos para que no llegue.

El viernes me empezó a doler un oído: no es la primera vez que me pasa, probablemente un tapón de cera, pero, ¿cómo saberlo cuando no se puede ir al médico porque estamos en estado de sitio? Tiré p’adelante y me estoy poniendo las gotas que me recetaron la última vez. No parece haber empeorado. Me preocupa esto, y si el uñero de A. se va a acabar infectando, y estos síntomas que no parecen graves pero tampoco remiten.

Nos encontramos mal, y por primera vez en la vida, no pensamos que se pasará en unos días, y si no nos pasa iremos al médico y nos dará un medicamento, y si el medicamento no funciona nos ingresarán; sino que nos preguntamos si irá más, si dejará secuelas, si moriremos jóvenes. La fragilidad de la vida es algo de lo que solo era consciente en el plano teórico. Creía que en nuestra sociedad estábamos a salvo. Que las leyes, la civilización, nos protegían.

Me resulta difícil pensar que esta vivencia no nos cambie como sociedad. Lo que no sé es si nos cambiara a mejor a o peor.

Gestionar el confinamiento no es difícil: tenemos una casa grande, libros, ordenadores, un patio donde hoy graniza pero otros días hace sol. Lo que se me hace difícil es aguantar la angustia y la incertidumbre. Pensar que si me pongo enferma no me podrán atender. Lidiar con el estrés de los niños, que aseguran que no están preocupados pero mienten, y se mienten, y ni siquiera lo saben todavía.

No paro de pensar en las cosas innecesarias, el tiempo perdido en actividades absurdas, las preocupaciones inútiles.

Recibimos un vídeo con la música de “Resistiré” en playback por parte de los profesores del colegio. Estoy tan blandita que me echo a llorar. ¿Cuántos de nosotros estaremos cuando este termine? ¿Y cómo estaremos?

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No paro de pensar en “The Leftovers”, esta serie que muestra el mundo unos años después de que el 3% de la población desapareciera. Cómo han rehecho la vida los que quedan, cómo ha cambiado el mundo desde esa catástrofe.

Me gustaría haber escrito una entrada chispeante y esperanzadora como el vídeo del cole, como la canción que cada noche a las 8 suena desde la calle de atrás. Pero no me he sentido capaz.

Sigo sin saber si el futuro será mejor o será peor. El presente ya es peor y mejor. Peor, lo que algunos llaman “policía virus”: esta obsesión por mirar desde las ventanas y señalar a los vecinos que no cumplen estrictamente las normas, aunque no sepamos si tienen motivos para no hacerlo, aunque no sepamos si las están cumpliendo.

Mejor, grupos como el de Ayuda del barrio, que recoge comida y medicamentos y los acerca a quién los necesite, que busca maneras de fabricar los suministros necesarios, que ha organizado una caja de resistencia para los que han perdido el trabajo, que llaman por teléfono a los que están solos.

No he necesitado su ayuda y no he podido aún ofrecer la mía. Pero me basta con saber que existe.

Diario del año de la peste, entrega 10

Desde hace días me viene a la cabeza este poema que aprendí de pequeña en la escuela. No sé por qué: a diferencia de ahora, la cuarentena se aplicaba solo a la persona enferma, y fuera, en la calle, la vida continuaba. Ya no hay lecheras ni voceadores de prensa ni aeroplanos ni carreteros, y ya no esperamos cartas. Y quizás lo que añoro no es tanto el mañana como las seguridades y certidumbres de ayer.

La imagen puede contener: 3 personasAra que estic al llit
malalt,
estic força content.
Demà m’aixecaré potser,
i heus aquí el que m’espera:

Unes places lluentes de claror,
i unes tanques amb flors
sota el sol,
sota la lluna al vespre;
i la noia que porta la llet
que té un capet lleuger
i duu un davantalet
amb unes vores fetes de puntes de coixí,
i una rialla fresca.

I encara aquell vailet que cridarà el diari,
i qui puja als tramvies
i els baixa
tot corrent.

I el carter
que si passa i no em deixa cap lletra m’angoixa
perquè no sé el secret
de les altres que porta.

I també l’aeroplà
que em fa aixecar el cap
el mateix que em cridés una veu d’un terrat.

I les dones del barri
matineres
qui travesseen de pressa en direcció al mercat
amb sengles cistells grocs,
i retornen
que sobreïxen les cols,
i a vegades la carn,
i d’un altre cireres vermelles.

I després l’adroguer,
que treu la torradora del cafè
i comença a rodar la maneta,
i qui crida les noies
i els hi diu: -Ja ho té tot?
I les noies somriuen
amb un somriure clar,
que és el baume que surt de l’esfera que ell volta.

I tota la quitxalla del veïnat
qui mourà tanta fressa perquè serà dijous
i no anirà a l’escola.

I els cavalls assenyats
i els carreters dormits
sota la vela en punxa
quje dansa en el seguit de les roderes.

I el vi que de tants dies no he begut.

I el pa,
posat a taula.
I l’escudella rossa,
fumejant.

I vosaltres amics,
perquè em vindreu a veure
i ens mirarem feliços.

Tot això bé m’espera
si m’aixeco
demà.
Si no em puc aixecar
mai més,
heus aquí el que m’espera:

Vosaltres restareu,
per veure el bo que és tot:
i la Vida
i la Mort.

Tot l’enyor de demà, Joan Salvat Papasseit

Ahora que estoy en la cama,
enfermo,
estoy bastante contento.
Mañana me levantaré quizás,
y esto es lo que me espera:

Unas plazas brillantes de claridad,
y unas vallas con flores
bajo el sol,
bajo la luna al atardecer;
y la chica que trae la leche
que tiene una cabecita ligera
y lleva un delantalillo
con unos bordes hechos de encaje de bolillo,
y una risotada fresca.

Y aún aquel chaval que voceará el diario,
y quien sube a los tranvías
y los baja
corriendo.

Y el cartero
que si pasa y no me deja ninguna carta me angustia
porque no sé el secreto
de las otras que lleva.

Y también el aeroplano
que me hace levantar la cabeza
lo mismo que si me llamara una voz desde una azotea.

Y las mujeres del barrio
madrugadoras
que cruzan de prisa en dirección al mercado
con sendos cestos amarillos,
y regresan
desbordando las coles,
y a veces la carne,
y de otro cerezas rojas.

Y después el tendero,
que saca la tostadora del café
y empieza a rodar la manija,
y el que llama a las chicas
y les dice: : -¿Ya lo tiene todo?
Y las chicas sonríen
con una sonrisa clara
que es el bálsamo que sale de la esfera que él hace girar.

Y toda la chiquillería del vecindario
que hará tanto fragor porque será jueves
y no irán a la escuela.

Y los caballos sensatos
y los carreteros dormidos
bajo la vela en punta
que danza en el séquito de las rodadas.

Y el vino que tantos días no he bebido.

Y el pan,
puesto en la mesa.
Y la sopa dorada,
humeante.

Y vosotros amigos,
porque me vendreis a ver
y nos miraremos felices.

Todo esto me espera
si me levanto
mañana.
Si no me puedo levantar
nunca más,
esto es lo que me espera:

Vosotros quedaréis,
para ver lo bueno que es todo:
y la Vida
y la Muerte.

 

Diario del año de la peste entrega 9

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Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve

No paran de venirme canciones a la cabeza

por ejemplo

La calle desierta, la noche ideal

Sábado.

Parecería que no hay diferencia entre los días de diario y el fin de semana en este confinamiento, pero los hay: es sábado y por tanto no hay que hacer tarea escolar, ni yo trabajo.

Me habría levantado pronto y me habría duchado y me habría puesto la ropa que tendría preparada desde anoche, quizás ayer habría pedido hora para teñirme el pelo, y antes de las 9 habría cogido el metro para ir a la estación a coger el ave que me tenía que llevar a la ciudad en la que me han invitado a dar una charla sobre búsqueda de orígenes y redes sociales.

En vez de esto, he copiado y he pegado en el ordenador el enlace que V. me ha pasado por WhatsApp, y después de varias pruebas, he conseguido conectarme. Sin vídeo, porque no he sido capaz de resolver las dificultades técnicas: no se me podía ver pero he podido hablar. Durante algo más de hora y media he explicado historias cercanas de búsqueda de orígenes en adopción para 20 y tantas personas, según me decía la conexión, aunque no les veía ni les oía. No podía comprobar en sus caras si les interesaba, si había que seguir tirando de ese hilo o era mejor pasar a otra cosa, si había que alargar la exposición o dejarla.

Luego por Messenger E. me ha dicho que había ido bastante bien.

Mientras yo hacía esto, han traído la(s) compra(s).

La madre de N. ha ido al súper y nos ha traído para llenar la despensa: pasta, arroz, harina, pizzas, leche, cereales, pan, todas esas cosas que en una casa de 6 duran tan pocos días. Y una cazuela de bacalao con tomate que comeremos mañana.

La fruta y la verdura nos la ha acercado J., un padre de la escuela que ayer descubrí en el grupo de WhatsApp que tiene una parada en el mercado. Se ofreció a traer compra a las casas y le hicimos un pedido.

Vamos a intentar frecuentar menos los súpers y más el mercado y las tiendas del barrio.

Cuando podamos salir, que por ahora no es prudente.

Seguimos tosiendo. No vamos a peor (parece), pero tampoco nos lo quitamos de encima.

Los niños han jugado al lego y después de comer hemos hecho una partida de Catán y hemos visto «Spiderman» mientras detrás de los cristales llueve y llueve.

Y a mí siguen viniéndome canciones a la cabeza:

Yo pisaré las calles nuevamente.