A través de Facebook me llegó unos días atrás esta historia sobre la acogida de una adolescente. El sistema de acogida americano es muy distinto al sistema de protección de menores tal y como lo conocemos en España… pero aún así, estoy convencida de que muchas de las cosas que siente esta chica las sienten los chicos y chicas que están en acogida, e incluso muchos de los que están en adopción. En cualquiera caso, es una historia hermosa sobre cómo acompañar a alguien que nos necesita.
10 de la noche-. “¿Podrías acoger a una adolescente? La única otra opción que tengo esta noche es llevarla a un centro de emergencia. La casa de acogida actual no funciona. No quieren que vuelva. Ni siquiera esta noche. Es una fugitiva y están hartos de ella”.
Esta fue la llamada que Anita recibió, tan precisa como la recuerdo. Tuve que oírla porque, como adolescente, suponen que puedes soportar oír esto, estás acostumbrada. Así que hacen esas llamadas contigo en la habitación. A estas alturas, estaba acostumbrada. Estaba bastante versada en la jerga y en lo que quería decir realmente. “No funciona” quiere decir que eres una sin techo. Otra vez. La cama en la que te levantaste no es la cama en la que dormirás esta noche. Otra vez. “No quieren que vuelva” significa que eres desechable. Otra vez. Ellos tienen elección y tú no. Otra vez.
Seis llamadas se hicieron esa noche. 5 negativas se hicieron esa noche. Mi trabajadora social siguió intentándolo, siguió defendiendo mi caso. “Honestamente, no es mala chica. No ha tenido nunca problemas con drogas o con la ley o con chicos. Sólo se escapa”. Mi trabajadora social dijo que siguió intentándolo porque “creo que hay todavía una oportunidad de colocarte en una familia. No quiero ponerte en un centro de acogida”. Me pregunté entonces, me pregunto ahora… para cuántos chavales se decide que no hay más oportunidades. A veces es tan simple como que hayan tenido o no un buen día, si mereces un esfuerzo extra. Si han ganado o perdido una batalla ese día. Si están cansados o impacientes. O sus propios hijos pueden estar enfermos, así que están distraídos, quieren irse a casa. Los trabajadores sociales son humanos. Cometen errores. Tú los pagas.
Anita dijo que sí. No tengo ni idea de por qué dijo que sí. Ella no “hacía” adolescentes. La mayoría de casas de acogida no los hacen. Ella no “hacía” chicos blancos. Era una mujer negra y sobretodo se ocupaba de niños negros. Por qué me dijo que sí a mí… no tengo ni idea. Me alegro de que lo hiciera.
A lo largo del trayecto, mi trabajadora social intentó explicarme alegremente cómo era de maravillosa Anita y todo lo que sabía de ella. Vi a través de la explicación. No sabía nada de ella más allá de los hechos desnudos. Era el mismo guión, el mismo recital que me habían dado en cada trayecto hacia cada casa de acogida.
Mi habitación era pequeña. Una cama blanca de barco… ya sabéis, con cajones debajo. Un escritorio. Una silla. Una estantería. La ropa de cama era infantil… pensada para una niña mucho más pequeña. Recordad, ella no “hacía” adolescentes. No deshice el equipaje. Tiré mis bolsas de lona en el suelo y me hundí en la cama. Ser desechable es agotador.
No soy capaz de recordar los primeros días. Como chica de acogida, así es como son las cosas… es casi como si tuvieras una cámara funcionando, pero sin película dentro. Estás allí, respiras, existes… pero como no vives, solo existes, y las cosas son cambiantes, no quedan grabadas. Por eso no puedo contaros mucho de las otras casas de acogida. Ni siquiera nombres. No merecía la pena grabar. La cámara en marcha, pero sin película dentro.
Anita entró en mi habitación… no recuerdo por qué, o qué dijo, creo que algo sobre la comida… pero entonces reparó en la ropa de cama y dijo: “Huh, creo que deberíamos conseguirte algo más apropiado a tu edad cuando salgamos a la calle”.
Fuimos a una tienda y me preguntó: “¿Algo que te guste?”. No me gustaba ninguno, pero después de echar una ojeada unos minutos, cogí el que menos me disgustaba. Era ese o nada, ¿verdad? Ella me dijo: “En realidad no te gusta, ¿verdad?” “Oh, no, está bien”. “Es tu cama y tienes que dormir en ella. Seguiremos mirando”.
Fuimos a cuatro tiendas antes de encontrar sábanas que me gustaran. Que me gustaran de verdad y me emocionara tener. En la mayoría de casas de acogida, no tienes opción. Eres temporal, así que vives con lo que ellos han escogido. Si tienes una oportunidad… se termina en la primera tienda. “Compra lo que hay disponible aquí”.
Es curioso que lo recuerde, pero prendió en mí una pequeña chispa de esperanza, como “quizás ella es diferente”. Cuando regresamos y puse mis sábanas nuevas, la habitación se veía distinta. Realmente me gustaba. Algo que yo había escogido. Deshice el equipaje. No había desempacado desde hacía mucho, y definitivamente, no tan pronto. Pero allí, lo hice.
Más allá de las excursiones de un día a Nueva York, más allá de las clases, o las exposiciones que eran cosas “grandes” de Anita… había un montón de cosas pequeñas también. Escoger libros. Escoger la emisora de radio. “¿Qué te apetece cenar esta noche?”. Como niña de acogida, no haces muchas elecciones. Se supone que estás acostumbrada a vivir con las consecuencias de las elecciones que han hecho otros, buenas y malas. Les preguntan a sus hijos biológicos, le preguntan a su marido… Dios, hasta le preguntan al dependiente de la zapatería. Pero la mayoría… no te pregunta a ti.
Anita era diferente, e incluso algo tan simple como poder escoger mis sábanas me lo mostraba. Lo percibimos todo, incluso las cosas pequeñas. De hecho, especialmente las cosas pequeñas… porque en nuestra vida previa, te vuelves perspicaz, sintonizada, a las cosas pequeñas. Es un mecanismo de supervivencia. Pueden representar la diferencia entre un “buen” día y un “mal” día. Los tonos que se usan… los percibimos. Las palabras que se usan, las percibimos.
La verbosidad del sistema de acogida es muy dañina psicológicamente. Recordad, estamos bien sintonizados a las cosas pequeñas. El hecho es que la palabra “respiro” se usa libremente y normalmente en la conversación, y se supone que tenemos que aceptarla como normal, aunque literalmente significa “Un pequeño descanso de algo difícil o desagradable”- Tú. No me preocupa que el respiro exista. Me preocupa que se llame “respiro”. Las palabras importan.
Si se nos discute imparcialmente, en esa medida nos volvemos imparciales. Hacia nosotros mismos. Que nuestros futuros se discutan de forma tan informal. Es nuestro futuro de lo que habláis. Discutir aún otro alojamiento para ti. Pero para el momento en el que lo discuten contigo, está bastante decidido.
Significa que estás en un limbo. Otra vez. Otra escuela nueva. Otra vez. Volverte a sentir incómoda en la casa de alguien. Otra vez. No sentirte lo bastante cómoda para pedir productos de primera necesidad, como artículos de aseo o hacer la colada. Otra vez.
Como adolescente, cargas con un montón de estigmas. Se asume automáticamente que tienes un problema con drogas. Se asume automáticamente que eres promiscua. Se te hacen constantemente pruebas de drogas y pruebas de embarazo. Es degradante. Los adolescentes son aún más desechables. A menudo no estás “bien ajustada”. Te empiezas a ver como desechable también. Hay casi odio hacia los adolescentes en acogida. Empiezas a odiarte. Todos los adolescentes son difíciles, incluidos y especialmente los adolescentes en acogida. Somos difíciles de querer. Y por tanto… la mayoría no. Nos quiere.
Puedo decir honestamente que la mayoría del daño que Anita deshizo, la mayoría de la erosión psicológica y de mi propia imagen que tenía… se me infligió en el mismo sistema de acogida, y no antes. Era una niña rota… y la acogida me rompió más. Era el enfoque clínico, los horarios reglamentados, la terminología. ¿Habéis estado alguna vez en el hospital y habéis escuchado al personal referirse a vuestro estado y condición? ¿Como si no les oyerais? ¿Sabéis cómo recordáis a la enfermera amable porque te dio la impresión de ser humana? Esto es el sistema de acogida. Excepto que en vez de una estancia de dos días, vives allí. Durante años.
Por eso era Anita diferente. No usaba la terminología. No teníamos un horario super reglamentado. Ella, en realidad, pasaba de ser madre de acogida. Era una madre de verdad. No era perfecta. Cometía errores. Se preocupaba por mi futuro. No solo por mi próximo alojamiento. Me llevó a clases de planificación financiera. Clases de habilidades domésticas. De conducir. Me enseñó a escribir un currículum. No estaba ni siquiera cerca de la mayoría de edad cuando estuve con ella, no estaba obligada a hacerlo. Las hizo porque se preocupaba por MI futuro, y creo que también pensaba que no estaba segura que la(s) próxima(s) casas(s) lo hiciera, así que quería asegurarse. Y tenía razón, no lo hicieron. Me habría hecho mayor sin siquiera saber conducir.
Me dejó tener una cita. Ni siquiera recuerdo su nombre, ni nada sobre él, sólo que apestaba y nunca le volví a ver. Pero, eh… me dejó. La gente no deja a las adolescentes en acogida tener citas con chicos. El estigma y el riesgo de que san “malos” es demasiado grande. Así que nos perdemos esta experiencia adolescente normal, la primera cita con el chico sudoroso. Yo la tuve. Porque confiaba en mí. No tengo duda de que ella estaba cerca, probablemente hinchándose de pastel de queso. Pero si lo hizo, no la vi espiarme. Me dio esto. Sentí que confiaban en mí, y así… mantuve esta confianza. Es todo lo que necesitamos.
Se acercó demasiado. Me gritó cuando se asustó con las cosas estúpidas que hacía. Me gritó porque se preocupaba. Tiró los manuales por la ventana y maternó desde el corazón. No siguió un guión o un plan. Me asesoró, me hizo de madre como yo necesitaba. Podría citar los capítulos, las frases, de los manuales. Estas palabras no significan nada cuando te las han recitado en el vacío. Anita me dijo cosas que no había oído antes. Debido a ella, escuché.
Había oído hablar mucho de las «expectativas medidas» en las casas en las que estuve antes. Y en las que estuve después. Traducido, significa «no tengas esperanzas, muchacha». Significa que te has sentido decepcionada y que deberías esperar seguir sintiéndote decepcionada. Y cualquier cosa por encima de eso debería llegar como una sorpresa placentera. Lo siento, pero esto es un mecanismo de supervivencia. No te limitas a sobrevivir a la vida. Anita me enseñó a esperar lo mejor de mí misma, a trabajar por lo mejor, a merecer lo mejor.
Anita me enseñó a seguir adelante viviendo la vida. Viviéndola de verdad,y amándola, no simplemente sobreviviendo. Era una madre de verdad, no una madre de acogida. Las cosas que me dijo, eran las cosas que le había dicho a su propia hija, cuando tenía mi edad. Venían de su corazón y de su experiencia, y de un libro o seminario sobre «como manejarse con niños de acogida». Sentías la verdad que había en ello. Hacía un mundo de diferencia.
Si te estás preguntando por qué una mujer a la que solo traté durante seis meses me afectó tan profundamente como lo hizo, y aún lo hace muchos años más tarde, por qué puedo escribir tanto sobre ella incluso media vida más tarde… es porque no fue la norma en acogimiento. La norma es espantosa. No hablo ni siquiera de los que lo hacen por dinero, porque son pocos y distantes unos de otros. No hay en realidad mucho dinero implicado, y esto mismo es dañino, que conozcamos la cantidad. Son los que te reducen a terminología, conversaciones con guión, garabatos en un cuaderno cuando se ha terminado, no conversaciones reales que no acaban sobre el papel. Vida reglamentada. Que te despoja de todas las elecciones, tan simples (y aún así importantes) como las sábanas, tan determinantes cómo dónde irás después. Si te quedas o te vas. Es la sucesión de todos los que dicen que «no encajas». Que te devuelven. «No encajar», ¿qué significa? Soy una persona, no un par de vaqueros demasiado pequeños. Soy una persona rota… y me estás rompiendo más.
Anita no era la norma. Creo que debería haber más Anitas. Creo que deberían ser la norma.
Diecinueve casas. Diecinueve familias. Y tengo una sobre la que puedo escribir algo bueno. UNA. Pero que buena fue la casa fuera de la norma.
Amo mi vida. No muchos chicos acogidos llegan a decir esto. Gracias a ella.