familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para abril, 2016

Rango

Se nos escapó «Rango», una película del 2011. Es la historia de un pequeño camaleón que sufre un accidente que lo lleva a descubrir que la vida en su pequeño terrario era imaginaria. Que nada era de verdad y que todo se sustentaba sobre cimientos de cartón piedra.

A veces, la vida te pone a prueba simplemente para que compruebes la dureza de los materiales sobre los que fuiste fabricado.
Cruzar el camino, vencer el vértigo de ese primer paso, perderle el miedo a las sombras, llorar como nunca antes y hacerte amigo de la soledad. Ese comienzo siempre amargo que nos lleva a enfrentarnos con la esencia de ese espejo que un día tuvimos que anular…

¿Quién soy?…

Sentirse nadie para descubrirse a uno mismo.

(Fragmentos de «A 456 kilómetros de mí» by Antton Zabala, adoptado adulto)

La religión de nuestros hijos

Hemos hablado en otras ocasiones de respetar el nombre de nuestros hijos, de respetar el lugar de nacimiento… pero no hemos hablado nunca de respetar la religión.

En la primera reunión que hice en la ecai con la que tramité la adopción de B., uno de los adoptantes en ciernes preguntó si los niños estaban bautizados. Me sorprendió la pregunta y se lo dije. Me dijo que dependiendo de si estaba bautizado o no, se sentirían libres para bautizarle ellos… me sorprendió la respuesta.

En aquella época tenía clarísima la separación entre la genética y el entorno, lo aprendido y lo heredado, lo biológico y lo adoptivo. Y la religión era algo que pertenecía al entorno, lo aprendido. A la familia adoptiva.

Mis hijos nacieron en países, y probablemente en familias, donde la religión tenía un peso específico, distinto al que la tiene ahora en el país en el que viven (aunque la tuvo no hace tantos años… echar la vista atrás ayuda a entender muchas cosas). Es posible que si hubieran permanecido en su tierra de origen, en su familia, habrían tenido una educación religiosa igual que habrían hablado otro idioma, aprendido otras costumbres…

…pero es importante recordar que el hecho religioso es tan personal y poliédrico en los países de nuestros hijos como lo puede ser en España. Que en países cristianos, musulmanes, o donde conviven religiones distintas como en un crisol, hay gente más y menos creyente, más y menos practicante. Igual que hay muchas maneras de ser católico (se puede estar bautizado sin ser creyente, ser creyente sin ser practicante, practicar a tu manera)…. también hay muchas de ser musulmán, o cristiano ortodoxo. No todos los musulmanes van a la mezquita ni rezan cinco veces al día, aunque todos conocen los preceptos del Islam.

Pensar lo contrario es pecar de etnocentrismo y superioridad moral…

Transmitir el islam (o cualquier otro aspecto de la religión o la cultura del país de origen de nuestros hijos) como una única realidad, monolítica, sin matices…. a diferencia de la nuestra, que vivimos como flexible, cambiante, diversa…. me parece una forma simplista y negativa de acercarse a esa cultura.

…y sin embargo, sí es cierto que de crecer en sus países de origen, en sus familias de origen habrían conocido una o más religiones que se practican allí e impregnan muchas cosas del día a día…

…y abrirles la puerta de este conocimiento, en la medida de lo posible, sí me parece importante.

 

Mi familia de nacimiento espera de mí…

Aunque no todos los adoptados quieren buscar, la búsqueda (incluso la decisión de no buscar) es una parte crucial en la vida de muchos de ellos. Pero, ¿Y qué pasa después? ¿Qué pasa cuando el adoptado ha encontrado a su familia biológica? ¿Cuáles son las expectativas de esta familia? Así lo cuenta una adoptada:

A veces me enfado porque estoy confusa sobre mi rol como adoptada a los ojos de mi familia biológica. He estado pensando en esto bastantes días y finalmente me he dado cuenta de que mi familia biológica está batallando por entender la diferencia entre salida involuntaria y salida voluntaria.

  1. Salida involuntaria significa que un bebé, niño o adolescente deja la familia y se traslada a vivir con personas a quien no conoce. No tiene NINGUNA DECISIÓN en ello. Esta gente desconocida se convierte en su familia y su cerebro empieza a remodelarse para pensar que la familia “actual” es la más importante o la única que necesitará. Estos niños y adolescentes NO son responsables de “devolver nada” a sus familias biológicas.
  2. Salida voluntaria significa que un adulto decide dejar el país sea a través del matrimonio, el trabajo, u otra oportunidad. El adulto se traslada a otro país donde puede encontrar un empleo, ganar bastante dinero, y mandarlo a su familia para dar apoyo a los que viven en otro país.

Hay una gran cantidad de culpa que viene con ser adoptado.

La culpa de la familia de nacimiento. Fueron coaccionados y descubrir que todas las promesas eran MENTIRAS les hace sentir culpables. Les dijeron que hacían lo “correcto”.

La culpa del adoptado superviviente – Sentimos que debemos algo a nuestra familia de nacimiento Y a nuestra familia adoptiva porque de algún modo “lo conseguimos” y por eso deberíamos estar “agradecidos” por la nueva vida que tenemos.

La culpa de los padres adoptivos. El hecho de haber caído en la trampa que se les ofrecía y de haber fracasado en mantener viva la herencia de sus hijos les hace sentir culpables. El hecho de que quizás no “salvaron” realmente al adoptado les hace sentir  culpables. El hecho de que quizás el amor no era “suficiente” crea culpa.

¿Y qué hacemos con esta información?

  1. Los adoptados no deben a sus padres biológicos NADA.
  2. Los adoptados no deben a sus padres adoptivos NADA.
  3. Los adoptados se lo deben TODO a si mismos, y los padres adoptivos y los padres de nacimiento deben proveerles con todo lo que saben para ayudarles a crear un adoptado más fuerte.

Mi hermano biológico estuvo disgustado conmigo durante un año porque le hice muchas preguntas. Me dijo que TODO LO QUE QUERÍA era información.

Sí. Quería información. ÉL TENÍA TODA LA INFORMACIÓN y yo no tenía NINGUNA.

Así que se disgustó conmigo, diciéndome que yo no quería ser parte de la “familia”; que yo solo quería saber, saber, saber.

Que le den.

Lo decidí cuando la gente se guarda información sobre ti y después te culpa por no querer ser parte de ELLOS. No se merecen TU tiempo. Que les den!

Por tanto, padres adoptivos, si ocultáis información a vuestros hijos adoptados, NO SOIS MERECEDORES DE SU TIEMPO: Que os den!

Familia de nacimiento, si escondéis información sobre la vida que podríamos haber llevado (porque os avergonzáis, o pensáis que podéis herirnos), entonces, NO OS MERECÉIS NUESTRO TIEMPO. Que os den!

Mi familia de nacimiento espera que yo deje la vida que tengo, y coja una vida que nunca he conocido, mientras me esconden información que nunca supe que existía.

Idealizar la adopción y el encuentro: el cuento de hadas que en realidad no lo es

Durante muchos años, se ha pensado en los adoptados como una tabula rasa, alguien cuya vida empieza al llegar a su familia adoptiva… Aún hay gente que piensa así, aunque cada vez son menos. Aunque falta camino por recorrer, cada vez más, los adoptados, los adoptantes, y la sociedad en la que viven, acepta la curiosidad por los orígenes, la necesidad de buscar, la posibilidad de establecer una relación con la familia biológica… pero aún hoy parece que este encuentro, este instante de colisión, es el final feliz del cuento. Esta adoptante americana explica una historia muy distinta.

La foto de arriba se tomó durante los primeros días en Corea que pasé con mi Omma, cuando finalmente me encontré con ella en 2009… 34 años después de que renunciara a mí en 1975.

Es la clase de foto que todo el mundo quiere ver, porque es el tipo de foto que hace que todo el mundo se sienta tan cómodo y feliz y bueno respecto la adopción. Pero es precisamente el tipo de foto que puede ser tan engañosa, porque muestra un único instante. Deja fuera toda la angustia y dolor y pena que precedió al encuentro y todo el que seguirá en los años que seguirán a esta reunión.

Cuánto más conozco e interactuo con adultos adoptados, y en particular, con adultos adoptados que se reencuentran, más he empezado a reconocer una experiencia común entre nosotros. He empezado a llamar esta experiencia “la disonancia del encuentro”.

Esta disonancia causa una angustia psicológica y un conflicto intensos.

Es básicamente la disparidad que experimentamos los adoptados que nos reencontramos entre cómo los otros perciben nuestras historias y cómo nosotros experimentamos nuestras realidades post-reunión (los adoptados que no se reencuentran y también nuestras madres y padres originales experimentan también este tipo de disonancia, pero siendo como soy una adoptada que se ha reunido, me centraré en la perspectiva de la experiencia del reencuentro del adoptado).

Los que ven y oyen nuestras historias sin duda no pueden evitar idealizar nuestras adopciones y nuestros encuentros. Nuestras adopciones y encuentros se han convertido en cuentos de hadas modernos en las mentes de las masas uniformadas. No pueden evitar idealizar nuestras historias porque en la narrativa que aún es dominante en la cultura de la adopción (a pesar de años de adultos adoptados desafiando está narrativa) que idealiza, casi idolatra, el acto de la adopción.

La gente observa nuestras historias de encuentro y sus ojos se llenan de lágrimas, les toca las fibras de su corazón, y aún así no comprenden nada en absoluto. En vez de utilizar las lágrimas y la angustia que sienten para entender el  profundo dolor, pérdida, ,desesperación, confusión, agitación, que los adoptados experimentamos, se alejan de nuestras historias diciéndose y demandándonos que seamos los “afortunados”. Nos insisten en que la adopción nos ha salvado, y que la reunión nos ha completado. Así que, últimamente, cualquier dolor o daño se vuelve nulo cuando permite que la adopción siga siendo el héroe incuestionable.

Es el final feliz que todo el mundo quiere.

Pero no es un final feliz para los adoptados que se han reunido. Mientras todo el mundo nos dice que felices y en paz, cómo de completos, cómo de sanados y enteros nos sentimos, nosotros experimentamos bastante lo contrario. Aunque no pretendo hablar por todos, sé sin duda que hablo por algunos. Y sobretodo, hablo por mí misma.

Y aunque he experimentado felicidad y paz, resolución y terminación, sanación e integridad en determinados puntos post-reunión, he experimentado igualmente, si no más, desesperación y caos, irresolución y vacío, sufrimiento y división.

Puede ser una grave disonancia, una incongruencia dolorosa para el adoptado – constantemente manejando las percepciones que los demás tienen de nosotros de que “vivimos un cuento de hadas”, mientras nosotros experimentamos un sufrimiento psicológico muy real y un conflicto que puede ser adormecedor y aislante hasta el punto de que deseamos no haber nacido.

La gente nos trata como personajes encantadores en una película de Disney, mientras que en la privacidad de nuestras mentes y hogares somos adultos experimentando una pena profunda y una confusión que pocos pueden soportar.

La gente observa nuestras historias y nos dice: tenéis tanta suerte de ser adoptados… es una bendición que os hayáis reunido… tenéis lo mejor de los dos mundos… tenéis una historia hermosa… tenéis que sentiros tan queridos… ahora podéis sentiros completos… habéis encontrado paz.

Parad. Por favor. Parad.

Parad de decirnos cómo se supone que debemos sentirnos. Parad de retorcer nuestras historias para que os plazcan. Parar de convertir en eufemismos nuestro dolor real, nuestras pérdidas irreparables, nuestra disonancia irreconciliable.

Nuestras historias no son una postal del Hallmark. Nuestras historias no son cuentos de hadas. Nuestras vidas reales, crudas, no son algo para que empaquetéis en un paquete bonito y limpio.

Después de la reunión, la vida se vuelve más complicada. El encuentro es sólo el principio. No es el final. Desafíos que nunca habíamos imaginado nos superan. Emociones que no sabíamos que podríamos sentir nos engullen. La confusión que creíamos haber domesticado empieza a golpear tan fuerte que nos deja inconscientes.

Incluso en las circunstancias más “ideales”, la reunión precipita un dolor complejo y nuevo. Saca a la superficie emociones que te pueden engullir hasta que solo ves oscuridad.

La reunión no trae un cierre.

Es más bien como una bola de demolición que echa abajo la vida que habías construido con tanto cuidado, meticulosidad, protección, la convierte en una montaña de escombros que lentamente te das cuenta de que nunca podrás volver a juntar.

En lugar de esto, te quedas plantado en medio de las ruinas teniendo que tomar una decisión tras otra como si intentarás reconstruir desde los cimientos o simplemente te alejaras de todo, porque el proceso de reconstrucción es mucho más desalentador y abrumador, implacable y eterno, de lo que jamás podrías haber anticipado.

Y entonces, antes de saber qué está pasando, tú mismo empiezas a agrietarte y romperte en pedazos, hasta que no eres más que polvo arrastrado irremediablemente a sitios innombrables que ni siquiera sabías que existieran, que no puedes percibir, que nunca conseguirás encontrar o ver.

La reunión adoptiva es un proceso constante de contradicción y acuerdo, adaptarse y mantenerse firme, separación y unificación, dolor y alegría, sufrimiento y curación. Nunca se vuelve fácil, más bien se convierte en una nueva “normalidad” dolorosa que debes aprender a aceptar a menos que quieras volverte loco absolutamente. Te acostumbras a vivir en un limbo. Te acostumbras a manejar las disparidades, los sentimientos de culpa, deslealtad, traición, división. Aprendes a sobrevivir y quizás a prosperar a ratos, pero no porque vivas un sueño o un cuento de hadas o un final feliz, sino porque aprendes a salir adelante a pesar de la adopción y el reencuentro.

No hay ningún punto al que llegues a menos que sea llegar a una destinación para pasar a la siguiente.

Pero cuando hacemos este viaje y nos parece que nos arrastramos hacia el Monte Mordor con la carga del anillo lastrándonos el cuello como si fuera el peso del mundo entero mientras todo el mundo a a nuestro alrededor piensa que estamos dando un paseo por alguna tierra lejana y exótica llena de belleza y felicidad -esta disonancia nos tritura y enloquece. Empiezas a pensar que no eres otra cosa que un loco.

Pero no estamos locos.

Lo que es una locura es que vivamos en un mundo tan lleno de miopía hedonística e hipocresía ignorante que afirma que somos tontos de afligirnos y llorar por todo lo que hemos perdido y todo lo que seguimos perdiendo a pesar de cada laborioso esfuerzo que hacemos para encontrarnos a nosotros mismos y reclamar los que siempre han sido los nuestro.

Lidiar con la disonancia del encuentro adoptivo es agotador, gravoso y doloroso. Puede convertir el proceso de construir una identidad en algo increíblemente desalentador y confuso para los adoptados. También puede atrofiar, obstaculizar o ralentizar nuestra habilidad para de sanar y hacer frente a las cosa de una manera saludable. Nos asalta con sentimientos de confusión, culpa, desesperación.

Y la parte molesta, frustrante, es que no tiene por qué ser así. Si tan solo la gente escogiera aceptar que la adopción, la búsqueda y el encuentro son procesos que duran toda una vida con emociones complejas que el adoptado no puede simplemente «superar», que no hay una manera correcta o incorrecta, y que no son cuentos de hadas con finales inequívocamente felices.

Y aún así, desafortunadamente, la base sobre la que la adopción ha sido construida en América, irónicamente apoya y mantiene esta disonancia destructiva en la que se espera que los más directamente afectados por la adopción sintamos y nos comportemos de maneras que contradicen nuestras realidades.

Pero nunca me rendiré, No importa cuantas veces tenga que recoger los escombros. No importa cuántas veces deba llorar y gemir y desgarrarme. Sé que este proceso no terminará nunca. Estoy empezando a aceptar esta dura realidad.

Saber que el final no va a llegar sino más bien sentir, saber, encontrar la verdad – y en este contexto particular, aceptar que la pura verdad sobre la adopción y todas sus complejidades son incertezas – de que al final, nuestras historias, no son cuentos de hadas modernos. No lo han sido nunca y nunca lo serán.

Nuestras historias son nuestras vidas.

Y nos pertenecen – no a vosotros para juzgar y para escudriñar – nos pertenecen a nosotros.

A nosotros solos.

 

 

Karyn Purvis

Todos necesitamos lo mismo: necesitamos saber que importamos, que estamos conectados, que estamos a salvo, que alguien oye nuestro llanto. Esta es la materia de la que está hecha la humanidad.

Ha muerto Karyn Purvis, de cuyo libro «El niño adoptado» hablamos aquí .

C., madre adoptiva de una niña nacida en Rusia y seguidora de esta autora, ha querido compartir una de las lecciones que aprendió en una conferencia suya.

El concepto de la REGULACIÓN en un concepto relativamente nuevo que se utiliza para definir la capacidad que tiene una persona para responder a las exigencias de experimentar la gama de emociones de una forma socialmente tolerable y suficientemente flexible para permitir tanto reacciones espontáneas como para demorar reacciones espontáneas cuando es necesario. Llamamos desregulación a la respuesta pobremente modulada a esas mismas exigencias.

Hemos aprendido con la Dra. Purvis los conceptos de REGULACIÓn POR MEDIO DE OTROS, CO-REGULACIÓN Y AUTOREGULACIÓN. Por dar unos ejemplos diremos que:

LA REGULACIÓN POR MEDIO DE OTROS: cuando un bebé llora, los adultos acuden para regularle. Le acunamos, le alimentamos, le cambiamos el pañal. El bebé no tiene que ayudar en la regulación, nosotros lo regulamos.

LA CO-REGULACIÓN: cuando un niño pequeño dice que tiene hambre, está comunicando su necesidad y la llenamos dándole algo para comer. Si dice que tiene frío, le cubrimos con una manta, si tiene miedo le aseguramos que no está en peligro. La regulación se logra con nuestra ayuda, el peque inicia el proceso de regulación y nosotros le ayudamos a que culmine.

LA AUTOREGULACIÓN: Un niño más grande o un adulto tiene frío o hambre y busca una abrigo y se lo pone o va a la refrigeradora y se hace un bocadillo. Está enojado, o frustrado, o asustado y lo habla con alguien o aprieta los puños, o respira hondo para calmarse. Acude a un amigo o a su madre y le cuenta sus problemas, oye consejos, sopesa las opciones.

Muchas veces lo que intentamos es enseñarle a nuestros hijos a autoregularse. Les damos diferentes técnicas, ideas o estrategias para que lo puedan lograr. El problema es que muchos de nuestros hijos, niños que vienen de pasados traumáticos nunca pasaron por estas etapas!! No fueron regulados por otros y no saben co-regularse….. menos aun pueden autoregularse aunque les demos miles de estrategias. Aquellos nenes que pasan de 1 a 100 en la escala del enojo en dos segundos, que explotan sin que sepamos por qué, que una vez que están desregulados tienen muchísima dificultad para volver a un estado de regulación, lo que realmente necesitan estos peques es regresar emocionalmente al estado de REGULACIÓN POR MEDIO DE OTROS y de CO-REGULACIÓN. Muchos ni siquiera pueden verbalizar qué les ocurre, no saben por qué están desregulados.

Si volvemos a llenar esas necesidades que no se llenaron en su primera infancia y empezamos a regularles NOSOTROS hasta que puedan avanzar hacia la co-regulación podremos lograr que lleguen a desarrollar la capacidad autoregularse más adelante.

El precio de la adopción (3)

He hablado en otras ocasiones del documental “Adoptionens pris” (“El precio de la adopción”), que narraba la tremenda historia de Masho, una niña adoptada en Etiopía junto a su hermano pequeño a pesar de tener familia allí, una familia que ha sido informada por médicos de que tienen SIDA. Para asegurar el futuro de sus hijos más pequeños deciden ponerlos en adopción antes de que alguno de ellos muera. Los niños son adoptados por una pareja de Dinamarca. Debido a varios malentendidos, los padres etíopes piensan que seguirán en contacto con sus hijos, pero la familia adoptiva piensa que será una adopción cerrada y rompe los lazos con la familia biológica. De los dos niños adoptados, la niña mayor, Masho tiene problemas para adaptarse a la nueva familia y sufre terriblemente. Los nuevos padres se sienten sobrepasados por la situación y ya que carecen de experiencia buscan ayuda con profesionales de la adopción. Pero todo sale mal, y en lugar de ayudar a la niña, quien debería ser la mayor preocupación, finalmente la remueven de la familia y entra en el sistema de acogida de Dinamarca soportando un nuevo abandono en su vida y sufriendo probablemente daños irreversibles. En Etiopia, los padres biológicos en lugar de la muerte predecida, siguen vivos y bien, pero con sus corazones completamente destrozados.

En su día, a muchos nos conmocionó, nos asqueó, esta historia, que a mi parecer, es paradigmática de lo que es la adopción internacional en Etiopía: familias biológicas que quieren y cuidan pero que renuncian a sus hijos después de ser convencidas o engañadas, o con la esperanza de darles una vida con más oportunidades; diferencias en las legislaciones y la cultura que hacen que la familia biológica y la adoptiva tengan un concepto de la adopción diametralmente opuesta; las dificultades de adaptación a una realidad totalmente distinta de la esperada tanto por los adoptantes como por los adoptados. El fracaso de la adopción, y en este caso, la ruptura.

Pero esa historia tiene un capítulo más:

Un tribunal etíope ha anulado la adopción de Masho, así como la de Amy Steen, otra niña también adoptada en Dinamarca con una historia similar. Adoptada igualmente junto a una hermana menor, sus padres adoptivos la reabandonaron, pasó a una familia de acogida y su caso se hizo famoso (en Dinamarca) cuando se hizo público el vídeo en el que se veía cómo se la arrancaba a la fuerza de su hogar de acogida para llevarla a una institución. Y no solo en Dinamarca suceden estas cosas: también en Holanda hay una historia similar, la de Betty Demoze, que fue adoptada junto a una hermana pequeña y maltratada durante dos años, hasta que una de sus maestras la ayudó a salir de casa y se convirtió en su acogedora. También su adopción ha sido revocada por un tribunal etíope.

Estos tres son los primeros casos que conozco de adopciones internacionales revocadas por los tribunales, pero estoy convencida de que no serán los únicos. ¿Cuántas Mashos, Amys y Bettys hay en el mundo? ¿Cuántas niñas arrancadas de una familia competente para ser emplazadas en un entorno de maltrato e incomprensión? ¿Cuántas de ellas conseguirán salir, buscar ayuda, y reencontrarse con sus familias biológicas – sus familias? ¿Podrán reintegrarse a sus familias después de años de ausencia, de vivir en un país distinto, de crecer en una cultura distinta, de olvidar su primer idioma, su idioma materno? ¿Hay alguna manera de recuperar el tiempo perdido? ¿Quién, o qué, las compensará del precio que han pagado por su adopción?

P.D. ¿Y qué sucede con los hermanos pequeños que había en los tres casos, que también fueron adoptados y a los que la familia adoptiva no renunció como si fueran mercancía dañada? ¿Si una adopción es revocada por ilegal, no deberían serlo también las otras?

Niños mercancía

Esta foto es de los años 60: el avión que trasladaba de Vietnam a Estados Unidos niños destinados a adopción.

Esas ocasiones en las que una imagen vale más que mil palabras.

¿Podrías acoger a una adolescente?

A través de Facebook me llegó unos días atrás esta historia sobre la acogida de una adolescente. El sistema de acogida americano es muy distinto al sistema de protección de menores tal y como lo conocemos en España… pero aún así, estoy convencida de que muchas de las cosas que siente esta chica las sienten los chicos y chicas que están en acogida, e incluso muchos de los que están en adopción. En cualquiera caso, es una historia hermosa sobre cómo acompañar a alguien que nos necesita.

10 de la noche-. “¿Podrías acoger a una adolescente? La única otra opción que tengo esta noche es llevarla a un centro de emergencia. La casa de acogida actual no funciona. No quieren que vuelva. Ni siquiera esta noche. Es una fugitiva y están hartos de ella”.

Esta fue la llamada que Anita recibió, tan precisa como la recuerdo. Tuve que oírla porque, como adolescente, suponen que puedes soportar oír esto, estás acostumbrada. Así que hacen esas llamadas contigo en la habitación. A estas alturas, estaba acostumbrada. Estaba bastante  versada en la jerga y en lo que quería decir realmente. “No funciona” quiere decir que eres una sin techo. Otra vez. La cama en la que te levantaste no es la cama en la que dormirás esta noche. Otra vez. “No quieren que vuelva” significa que eres desechable. Otra vez. Ellos tienen elección y tú no. Otra vez.

Seis llamadas se hicieron esa noche. 5 negativas se hicieron esa noche. Mi trabajadora social siguió intentándolo, siguió defendiendo mi caso. “Honestamente, no es mala chica. No ha tenido nunca problemas con drogas o con la ley o con chicos. Sólo se escapa”. Mi trabajadora social dijo que siguió intentándolo porque “creo que hay todavía una oportunidad de colocarte en una familia. No quiero ponerte en un centro de acogida”. Me pregunté entonces, me pregunto ahora… para cuántos chavales se decide que no hay más oportunidades. A veces es tan simple como que hayan tenido o no un buen día, si mereces un esfuerzo extra. Si han ganado o perdido una batalla ese día. Si están cansados o impacientes. O sus propios hijos pueden estar enfermos, así que están distraídos, quieren irse a casa. Los trabajadores sociales son humanos. Cometen errores. Tú los pagas.

Anita dijo que sí. No tengo ni idea de por qué dijo que sí. Ella no “hacía” adolescentes. La mayoría de casas de acogida no los hacen. Ella no “hacía” chicos blancos. Era una mujer negra y sobretodo se ocupaba de niños negros. Por qué me dijo que sí a mí… no tengo ni idea. Me alegro de que lo hiciera.

A lo largo del trayecto, mi trabajadora social intentó explicarme alegremente cómo era de maravillosa Anita y todo lo que sabía de ella. Vi a través de la explicación. No sabía nada de ella más allá de los hechos desnudos. Era el mismo guión, el mismo recital que me habían dado en cada trayecto hacia cada casa de acogida.

Mi habitación era pequeña. Una cama blanca de barco… ya sabéis, con cajones debajo. Un escritorio. Una silla. Una estantería. La ropa de cama era infantil… pensada para una niña mucho más pequeña. Recordad, ella no “hacía” adolescentes. No deshice el equipaje. Tiré mis bolsas de lona en el suelo y me hundí en la cama. Ser desechable es agotador.

No soy capaz de recordar los primeros días. Como chica de acogida, así es como son las cosas… es casi como si tuvieras una cámara funcionando, pero sin película dentro. Estás allí, respiras, existes… pero como no vives, solo existes, y las cosas son cambiantes, no quedan grabadas. Por eso no puedo contaros mucho de las otras casas de acogida. Ni siquiera nombres. No merecía la pena grabar. La cámara en marcha, pero sin película dentro.

Anita entró en mi habitación… no recuerdo por qué, o qué dijo, creo que algo sobre la comida… pero entonces reparó en la ropa de cama y dijo: “Huh, creo que deberíamos conseguirte algo más apropiado a tu edad cuando salgamos a la calle”.

Fuimos a una tienda y me preguntó: “¿Algo que te guste?”. No me gustaba ninguno, pero después de echar una ojeada unos minutos, cogí el que menos me disgustaba. Era ese o nada, ¿verdad? Ella me dijo: “En realidad no te gusta, ¿verdad?” “Oh, no, está bien”. “Es tu cama y tienes que dormir en ella. Seguiremos mirando”.

Fuimos a cuatro tiendas antes de encontrar sábanas que me gustaran. Que me gustaran de verdad y me emocionara tener. En la mayoría de casas de acogida, no tienes opción. Eres temporal, así que vives con lo que ellos han escogido. Si tienes una oportunidad… se termina en la primera tienda. “Compra lo que hay disponible aquí”.

Es curioso que lo recuerde, pero prendió en mí una pequeña chispa de esperanza, como “quizás ella es diferente”. Cuando regresamos y puse mis sábanas nuevas, la habitación se veía distinta. Realmente me gustaba. Algo que yo había escogido. Deshice el equipaje. No había desempacado desde hacía mucho, y definitivamente, no tan pronto. Pero allí, lo hice.

Más allá de las excursiones de un día a Nueva York, más allá de las clases, o las exposiciones que eran cosas “grandes” de Anita… había un montón de cosas pequeñas también. Escoger libros. Escoger la emisora de radio. “¿Qué te apetece cenar esta noche?”. Como niña de acogida, no haces muchas elecciones. Se supone que estás acostumbrada a vivir con las consecuencias de las elecciones que han hecho otros, buenas y malas. Les preguntan a sus hijos biológicos, le preguntan a su marido… Dios, hasta le preguntan al dependiente de la zapatería.  Pero la mayoría… no te pregunta a ti.

Anita era diferente, e incluso algo tan simple como poder escoger mis sábanas me lo mostraba. Lo percibimos todo, incluso las cosas pequeñas. De hecho, especialmente las cosas pequeñas… porque en nuestra vida previa, te vuelves perspicaz, sintonizada, a las cosas pequeñas. Es un mecanismo de supervivencia. Pueden representar la diferencia entre un “buen” día y un “mal” día. Los tonos que se usan… los percibimos. Las palabras que se usan, las percibimos.

La verbosidad del sistema de acogida es muy dañina psicológicamente. Recordad, estamos bien sintonizados a las cosas pequeñas. El hecho es que la palabra “respiro” se usa libremente y normalmente en la conversación, y se supone que tenemos que aceptarla como normal, aunque literalmente significa “Un pequeño descanso de algo difícil o desagradable”- Tú. No me preocupa que el respiro exista. Me preocupa que se llame “respiro”. Las palabras importan.

Si se nos discute imparcialmente, en esa medida nos volvemos imparciales. Hacia nosotros mismos. Que nuestros futuros se discutan de forma tan informal. Es nuestro futuro de lo que habláis. Discutir aún otro alojamiento para ti. Pero para el momento en el que lo discuten contigo, está bastante decidido.

Significa que estás en un limbo. Otra vez. Otra escuela nueva. Otra vez. Volverte a sentir incómoda en la casa de alguien. Otra vez. No sentirte lo bastante cómoda para pedir productos de primera necesidad, como artículos de aseo o hacer la colada. Otra vez.

Como adolescente, cargas con un montón de estigmas. Se asume automáticamente que tienes un problema con drogas. Se asume automáticamente que eres promiscua. Se te hacen constantemente pruebas de drogas y pruebas de embarazo. Es degradante. Los adolescentes son aún más desechables. A menudo no estás “bien ajustada”. Te empiezas a ver como desechable también. Hay casi odio hacia los adolescentes en acogida. Empiezas a odiarte. Todos los adolescentes son difíciles, incluidos y especialmente los adolescentes en acogida. Somos difíciles de querer. Y por tanto… la mayoría no. Nos quiere.

Puedo decir honestamente que la mayoría del daño que Anita deshizo, la mayoría de la erosión psicológica y de mi propia imagen que tenía… se me infligió en el mismo sistema de acogida, y no antes. Era una niña rota… y la acogida me rompió más. Era el enfoque clínico, los horarios reglamentados, la terminología. ¿Habéis estado alguna vez en el hospital y habéis escuchado al personal referirse a vuestro estado y condición? ¿Como si no les oyerais? ¿Sabéis cómo recordáis a la enfermera amable porque te dio la impresión de ser humana? Esto es el sistema de acogida. Excepto que en vez de una estancia de dos días, vives allí. Durante años.

Por eso era Anita diferente. No usaba la terminología. No teníamos un horario super reglamentado. Ella, en realidad, pasaba de ser madre de acogida. Era una madre de verdad. No era perfecta. Cometía errores. Se preocupaba por mi futuro. No solo por mi próximo alojamiento. Me llevó a clases de planificación financiera. Clases de habilidades domésticas. De conducir. Me enseñó a escribir un currículum. No estaba ni siquiera cerca de la mayoría de edad cuando estuve con ella, no estaba obligada a hacerlo. Las hizo porque se preocupaba por MI futuro, y creo que también pensaba que no estaba segura que la(s) próxima(s) casas(s) lo hiciera, así que quería asegurarse. Y tenía razón, no lo hicieron. Me habría hecho mayor sin siquiera saber conducir.

Me dejó tener una cita. Ni siquiera recuerdo su nombre, ni nada sobre él, sólo que apestaba y nunca le volví a ver. Pero, eh… me dejó. La gente no deja a las adolescentes en acogida tener citas con chicos. El estigma y el riesgo de que san “malos” es demasiado grande. Así que nos perdemos esta experiencia adolescente normal, la primera cita con el chico sudoroso. Yo la tuve. Porque confiaba en mí. No tengo duda de que ella estaba cerca, probablemente hinchándose de pastel de queso. Pero si lo hizo, no la vi espiarme. Me dio esto. Sentí que confiaban en mí, y así… mantuve esta confianza. Es todo lo que necesitamos.

Se acercó demasiado. Me gritó cuando se asustó con las cosas estúpidas que hacía. Me gritó porque se preocupaba. Tiró los manuales por la ventana y maternó desde el corazón. No siguió un guión o un plan. Me asesoró, me hizo de madre como yo necesitaba. Podría citar los capítulos, las frases, de los manuales. Estas palabras no significan nada cuando te las han recitado en el vacío. Anita me dijo cosas que no había oído antes. Debido a ella, escuché.

Había oído hablar mucho de las «expectativas medidas» en las casas en las que estuve antes. Y en las que estuve después. Traducido, significa «no tengas esperanzas, muchacha». Significa que te has sentido decepcionada y que deberías esperar seguir sintiéndote decepcionada. Y cualquier cosa por encima de eso debería llegar como una sorpresa placentera. Lo siento, pero esto es un mecanismo de supervivencia. No te limitas a sobrevivir a la vida. Anita me enseñó a esperar lo mejor de mí misma, a trabajar por lo mejor, a merecer lo mejor. 

Anita me enseñó a seguir adelante viviendo la vida. Viviéndola de verdad,y amándola, no simplemente sobreviviendo. Era una madre de verdad, no una madre de acogida. Las cosas que me dijo, eran las cosas que le había dicho a su propia hija, cuando tenía mi edad. Venían de su corazón y de su experiencia, y de un libro o seminario sobre «como manejarse con niños de acogida». Sentías la verdad que había en ello. Hacía un mundo de diferencia. 

Si te estás preguntando por qué una mujer a la que solo traté durante seis meses me afectó tan profundamente como lo hizo, y aún lo hace muchos años más tarde, por qué puedo escribir tanto sobre ella incluso media vida más tarde… es porque no fue la norma en acogimiento. La norma es espantosa. No hablo ni siquiera de los que lo hacen por dinero, porque son pocos y distantes unos de otros. No hay en realidad mucho dinero implicado, y esto mismo es dañino, que conozcamos la cantidad. Son los que te reducen a terminología, conversaciones con guión, garabatos en un cuaderno cuando se ha terminado, no conversaciones reales que no acaban sobre el papel. Vida reglamentada. Que te despoja de todas las elecciones, tan simples (y aún así importantes) como las sábanas, tan determinantes cómo dónde irás después. Si te quedas o te vas. Es la sucesión de todos los que dicen que «no encajas». Que te devuelven. «No encajar», ¿qué significa? Soy una persona, no un par de vaqueros demasiado pequeños. Soy una persona rota… y me estás rompiendo más. 

Anita no era la norma. Creo que debería haber más Anitas. Creo que deberían ser la norma. 

Diecinueve casas. Diecinueve familias. Y tengo una sobre la que puedo escribir algo bueno. UNA. Pero que buena fue la casa fuera de la norma. 

Amo mi vida. No muchos chicos acogidos llegan a decir esto. Gracias a ella.