He hablado en varias ocasiones con mujeres que han sido madres con gametos de donante. Esperma, en muchos casos, y óvulos, en otras. En mayor o menor medida, todas tienen curiosidad por quién y cómo son las personas que hicieron posible su maternidad… casi siempre las adornan con el adjetivo «generoso/a», pero tienen pocos datos (a menudo tampoco desean tener más) y no suelen ahondar en sus motivaciones.
Me he topado con este relato de una mujer que fue donante. Los y las donantes casi nunca tienen voz en este proceso… pero, leyendo este texto, es inevitable darse cuenta que, al menos para algunos, el acto de donar va más allá de un simple acto médico.
Tenía 24 años cuando decidí donar mis óvulos. Pensaba que lo sabía todo, estaba segura de tener mi vida planificada. Con la donación vi una oportunidad de ayudar a parejas con problemas para concebir mientras aligeraba la deuda de mi préstamo estudiantil. Parecía una decisión tan fácil en ese momento.
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Las donaciones de óvulos y esperma se hacen casi siempre de forma anónima. Los donantes nunca saben más que unos pocos detalles sobre las familias que reciben sus donaciones, y mientras estas familias pueden recibir información como nombres de pila y fotos, los detalles identificativos sobre los donantes suelen mantenerse también en secreto. La mayoría de agencias os dirán que es para proteger a todas las partes implicadas.
Hasta donde a mí me concernía entonces, esto era razonable entonces. La biología era una parte inconsecuente de la ecuación. Yo no tenía relación con mi propia madre y con algunas de las personas a quien me sentía más unida no compartía lazos biológicos. Nunca cruzó mi mente considerar qué significaba que otra persona criara a mis óvulos, permanecer completamente ajena a en quién se convertirían mis óvulos. Porque una vez evolucionaran y dejaran de ser óvulos, lo sabía – dejarían de ser míos. Pertenecerían a la mujer que los gestaba, a la familia que los amaba.
Doné a dos familias. La primera terminó concibiendo gemelos, un niño y una niña que probablemente han empezado primer curso este año. Me dijeron que la segunda familia no tuvo éxito en su primer intento, pero no supe nada más. Es posible que consiguieran concebir con mis óvulos congelados en un intento posterior.
Los donantes no siempre saben las respuestas a estas preguntas. No siempre reciben información respecto al resultado de sus donaciones.
Muchas cosas han cambiado para mí en los 7 años que han pasado desde que doné. Perdí mi capacidad de concebir y adopté a una niña que me aporta más alegría de la que nunca conocí antes de ella – un acto que por un lado ha confirmado mi creencia previa de que la biología no es necesaria para amar, pero que también contradice mi postura de que no tiene ninguna importancia.
Ya veis, observo a mi hija y sé que no podría quererla más. Todo lo que tiene que ver con ella es perfecto para mí. Es mi hija. Incluso el hecho de que otra madre la gestara, no puede sacudir mi creencia de que estamos hechas la una para la otra. Pero, cuando la veo con esta otra mujer, soy consciente de cuán sustancial es su conexión. No puedo seguir negando que la biología significa algo cuando las veo juntas.
Tenemos una adopción muy abierta, que incluye a la mujer que trajo a mi hija al mundo y a sus hermanos y familia biológica extensa. El parecido entre ella y las personas que comparten sus genes es misterioso. Incluso los manierismos son idénticos a veces. Y mientras esto me hace afrontar que no es solo mía, también me hace feliz saber que siempre va a tener acceso a la gente de la que viene. Agradezco tener acceso yo también, un hecho que ha sido útil en más de una ocasión cuando he tenido preguntas sobre asuntos como el historial médico.
Sin embargo, esta experiencia me hace pensar a menudo en mis donaciones. La verdad es que cuando escogí ser donante, no entendía del todo qué representa cortar estos lazos biológicos. No sabía qué estaba firmando cuando acepté el anonimato.
Y hoy, aunque me niego a arrepentirme de mi decisión de ser donante, no puedo evitar preguntarme por estos niños que están potencialmente paseando por ahí con mis ojos, mi nariz, mi risa, mi torpeza y mi placer por narrar historias.
No puedo evitar preguntarme cuanto hay en ellos de mí.
Pienso en ellos a menudo. Ciertamente, más de lo que habría imaginado. No en el sentido de reclamarlos o creer que son míos, porque no me veo de ninguna manera como una figura parental en su vida. Pero está curiosidad está ahí. Quizás magnificado porque nunca tendré hijos biológicos, me cuestiono si los niños que no he tenido se les habrían parecido.
¿Y si el anonimato solo crea una división que no debería existir?
Me pregunto a veces si sus padres también piensan en mí. Recibí noticias de ellos una vez, un correo electrónico enviado a través de la agencia agradeciéndome lo que les había dado. Me contaron algunas cosas de sus hijos e incluso me ofrecieron una foto, si me interesaba. Contesté a la agencia inmediatamente que sí, pero nunca volví a tener noticias. La agencia dejó de responder a mis preguntas y aún no sé qué sucedió. Quizás cambiaron de idea. O quizás la agencia intervino, como me han dicho que pasa en casos como el mío. Parece que a estas agencias realmente les gusta el anonimato. Les gusta que la línea esta clara, quizás porque piensan realmente que esto protege a todas las partes implicadas.
Me pregunto si aún estáis ahí. Si pensáis en mí y os preguntáis cómo me ha ido la vida. Me pregunto si miráis a vuestros hijos a veces y os imagináis cuáles de sus peculiaridades son vuestras y cuáles son mías. Y si pensáis incluso en cómo habría sido sin el anonimato.
¿Me mandaríais felicitaciones de Navidad con sus fotos? ¿Os sentiríais cómodos llamando por teléfono si surgiera una pregunta relacionada con el historial médico?
¿Querríais saber de mí? Sobre mi hija y nuestra vida y cómo nunca me he arrepentido de ser donante, a pesar de la subsiguiente pérdida de mi propia fertilidad. Sobre cómo algunos días casi quiero daros las gracias, porque he llegado a creer que fueron estas donaciones las que de alguna manera me llegaron hasta mi hija. Y no cambiaría tenerla en mi vida por nada.
Quizás estáis leyendo esto ahora. Quizás os preguntáis qué quiero de vosotros. Y quizás esto os da pánico, porque tenéis vuestra vida y vuestros hijos y todo ha marchado exactamente cómo soñasteis y esto no era parte del trato.
Lo pillo. Pillo que cuando firmé para convertirme en donante, prometí conformarme con estar lejos – fuera de la vista y fuera del pensamiento. Pero me temo que no sabía realmente qué significaba cuando accedí a donar mis óvulos. Y ahora, siento a menudo curiosidad por las personas en quién mis óvulos se han convertido.
Me pregunto si vosotros, o ellos, teneis una curiosidad parecida por mí.
No quiero quitaros nada. No quiero entrometerme en vuestras vidas o haceros sentir incómodos. Sólo quiero conoceros. Y quiero saber cualquier cosa que queráis compartir sobre los niños que estáis criando.
Considerad esto mi intento de romper el anonimato. Doné una vez en California en el verano de 2007, y otra en Boston en invierno de 2008. Si recibisteis mis óvulos, habéis visto fotos mías. Habéis leído un informe larguísimo antes de seleccionarme. Sabéis que os estoy hablando a vosotros.
Me gustaría conoceros.
¿Quién sabe? Quizás podríamos hasta ser amigos.