familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para septiembre, 2021

Pedagogías alternativas y clase

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Leo esta entrevista con la pedagoga Ani Pérez, que tiene cosas que me parecen interesantes (y me resuenan familiares): «hay otras formas de segregación. Los mecanismos se vuelven más invisibles y, cuando estas pedagogías no directivas entran en la escuela pública, privatizan de alguna manera la pública».

Esto lo viví yo en Barcelona con la escuela que me gustaba y en la que mis hijos (entonces solo B.) no entraron. Era la escuela con la pedagogía que yo quería, la más parecida a la escuela a la que yo había ido: sin libros de texto, sin deberes, sin exámenes, que trabajaban por proyectos y según los intereses del alumnado. No tuvimos suerte en el sorteo y entró en otra escuela, igualmente pública pero mucho más convencional. Y me di cuenta de que la diversidad a todos los niveles (raza, clase social, capacidades…) que había en nuestra escuela, no estaba en la otra. Que de alguna manera, con el proyecto que tenía, expulsaba a todas las familias que no respondían estrictamente al modelo de familia de la escuela.

Me di cuenta cuando una amiga cuya hija, también negra, sí había entrado en esa escuela, me dijo que «que pena que no haya entrado B., así mi hija no sería la única niña negra de la escuela». Entonces me fijé (las dos escuelas estaban muy cerca y compartíamos plaza, además tenía dentro a varias familias amigas) y me di cuenta de que con la excepción de algunas (pocas) criaturas adoptadas, no había alumnado racializado. Apenas familias migrantes. Probablemente nadie que no tenga una biblioteca regular en casa.

También es cierto que hay muchas experiencias de «pedagogías (más o menos) alternativas» que parten de centros públicos en barrios humildes con poblaciones muy marginales. Por ejemplo, la escuela de mis hijos en Madrid, que modificó el proyecto para integrar, activamente, a población absentista (sobretodo gitana y de poblado chabolista). Para ello, hicieron un proyecto muy chulo, entonces la escuela se «gentrificó», atrayendo a la población menos marginal del barrio, y estas familias (y el cambio del equipo directivo por el fallecimiento de la directora que había empujado el proyecto) fueron convencionalizando la escuela. Que mantiene cosas chulas, pero nada que ver con el proyecto original.

E igual que en su día pasó en la mía, ha pasado en otros centros, a los que ante la depauperación académica y social con la que se han encontrado se les ha permitido poner en marcha proyectos innovadores que han revitalizado el centro y el barrio en el que están.

Siempre me he preguntado por qué, si estos proyectos pedagógicos que huyen de las clases magistrales, la verdad única de los libros de texto y el vómito en el examen son los que más demanda tienen, no se implementan estos modelos en más centros; pero también creo que es importante la reflexión sobre por qué este tipo de proyectos expulsan a determinadas familias, sobre qué hay que hacer para llegar a todo el alumnado potencial y sobre si la escuela pública puede permitirse este tipo de segregación.

No eres español si no eres blanco

No pasarán': "Madrid tiene que dejar de ser la ciudad franquista por  excelencia para convertirse en referente de la lucha por la libertad" |  Público

«No eres español si no eres blanco», gritaban este fin de semana los nazis en la manifestación nazi de Chueca. La frase parece (es) muy bestia, pero de otras maneras (algo) más sutiles es lo que se les está diciendo a las personas racializadas todo el tiempo: cuando se les pregunta de dónde son (y si dicen una ciudad de este lado de la frontera, se les repregunta), cuando nos sorprendemos de lo bien que hablan castellano – o catalán – o cuando les hablamos lentamente, dando por hecho que no entienden lo que decimos, cuando se les pide el pasaporte o el NIE para hacer un trámite porque asumimos que no van a tener DNI, cuando les para la policía para pedirles la documentación (y no se la piden a las personas blancas), cuando justificamos la necesidad o la intrascendencia de que se les pida la documentación (y no se les pida a las personas blancas), cuando en las series españolas salen institutos donde el alumnado es homogéneamente blanco… 

 “Fuera maricas de nuestros barrios”, gritaban este fin de semana los nazis en la manifestación nazi de Chueca. Con este grito se apropiaban de las consignas antifascistas y hacían suyo un barrio en el que no son bienvenidos. También gritaban “fuera sidosos de Madrid”, utilizando una expresión que mis criaturas nos decían esta mañana con extrañeza que no habían escuchado nunca. No, ya no decimos “sidosos”, pero yo recuerdo, hace no tanto, manifestaciones de madres y padres de familia de todos los colores políticos que se negaban a llevar a su prole a la escuela si no echaban (¿a la calle? ¿A otra escuela donde se manifestarían otras familias?) a criaturas con VIH.  

La homofobia solo existe en la cabeza de la izquierda, aseguraba Ayuso hace unos días. Y que si te llaman fascista, estás en el lado bueno de la Historia.  

En Madrid nadie te pregunta de dónde eres, aseguraba Begoña Villacís.  

Tres años y tres días

Puede ser un dibujo animado

Tres años y tres días. No es una condena sino el tiempo que separa las fechas en las que celebramos los cumpleaños de B. y A.

La de B. no es la fecha oficial, que es un mes más tarde y que tuve que inventarme yo el día que me llegó la asignación, sino la real, la que nos dio su madre cuando conseguimos contactar con ella. La de A. sí es la que consta en sus documentos, pero no sabemos si corresponde al día en el que realmente nació.

Durante años estuve observándolos cuando llegaban estos días para intentar descifrar si sufrían; y sí, parecían más estresados, pero no de forma distinta a cómo les ocurre en otras celebraciones con gente, ruido, regalos, expectativas altas. Ahora parecen disfrutar de la fecha, aunque sigo atenta.

Cuando iban a infantil, C., su maestra, les cantaba a las criaturas una canción preciosa el día de sus cumpleaños. Se cantaba al ritmo del “Cumpleaños feliz”, pero la letra decía: “El temps passa volant/ els petits es fan grans/ sembla ahir que ens vam conèixer / i ara ja tens xx anys” (“El tiempo pasa volando/ los pequeños se hacen mayores/ parece ayer que nos conocimos/ y ahora ya tienes xx años”). Me parecía un guiño que hablara no de cuando nacieron sino de cuando les conocimos y me fascinaba lo bien que retrataba lo rápido que pasa el tiempo.

Qué sabía yo entonces.

Ha pasado más de una década desde que estaban en infantil, celebrábamos las fiestas en los parques con toda la clase y el pastel de donettes, y el regalo estrella era una bici. Ahora prefieren regalos tecnológicos, hacen planes adolescentes con sus amigos y no se resisten a la tarta de queso o la de tres chocolates.

Y sí, ha pasado volando.

La invisibilidad de las monoparentales

Las familias monoparentales somos invisibles. No existimos cuando queremos acudir al sistema público de Salud y nos excluyen de la reproducción asistida; o cuando queremos adoptar y nos desaniman con el argumento de que “siempre será mejor una familia con cuatro manos que con dos”; no existimos cuando vamos al Registro Civil y nos preguntan por el padre; o cuando nos cogemos una baja de maternidad que es la mitad de la que hay en las familias biparentales; no existimos en los impresos de la escuela; no existimos apenas en los cuentos ni en las series; ni en las gestiones informáticas de los trámites que hacemos para nuestras criaturas, donde a menudo nos impiden avanzar si no llenamos los datos del padre inexistente; ni en la escuela, que se empeña en seguir celebrando el Día del Padre y cuyos libros de textos están plagados de familias formadas por padres que conducen y madres que cocinan.

Esta invisibilidad en la que estamos las familias con una sola persona progenitora, se multiplica cuando hablamos de mujeres monoparentales. Me lo hace notar mi amiga A. a propósito de la foto que ilustra un artículo sobre ayudas a las familias monoparentales:

Me sorprende que teniendo en cuenta que siempre que se habla de familias aparece una pareja heterosexual con uno o dos hijes (niño/niña) muy heteronormativos, o si se habla de tener hijes salen mujeres en las imágenes q ilustran las noticias, no salen nunca hombres solos… Va y para ilustrar una noticia sobre familias monoparentales que casi el 90% somos mujeres, va y ponen a una persona con pelo en el pecho, más parecida a lo que sería un hombre…

(Y hacen apología de la subrogación, que sigue siendo ilegal en España…. porque un hombre monoparental con un recién nacido en el pecho, en España no lo ha adoptado).

Pones monoparental en Google y en las imágenes, ¡va y hay paridad de géneros!

Para ilustrar la definición de familia monoparental ponen hombres, ¿será que pensarán que como pone pariente se trata de solo padres? Hasta cuando se habla de carnets hay bastantes hombres… ya si se trata de viajar u ocio, hombre seguro. En cambio, cuando se trata de ayudas, problemas, cosas que faltan en una familia monoparental… ilustración de mujer…

El 86% de hogares monoparentales en España están encabezados por una mujer… 1 de cada 10… pero para ilustrar una noticia sobre familias monoparentales vamos a poner a un hombre, que no nos digan que discriminamos.

Claro que hay que visibilizar todos los modelos familiares, pero es que esto nos invisibiliza, como mujeres y como mujeres a la cabeza de una familia monoparental.

A ver si lo del borrado de las mujeres va a ser eso.

Diario del año de la peste, entrada 291

Puede ser una imagen de al aire libre

Además de lluvia, septiembre nos está trayendo un goteo de regresos. El martes volvió B. a su escuela, y regresó con la noticia de que le han separado de su mejor amigo, que ahora irá a la otra clase; pero aún así está contento porque tendrán más espacio operativo en el patio y podrá jugar al futbol todos los días. P. arrancó su primer día de instituto, del que volvió algo mohíno porque no conoce a nadie; espero que su vida social se incremente exponencialmente como lo hizo la de A. y C. en su primer curso de instituto. A. ha empezado hoy: apenas unos minutos para conocer al tutor y recoger la agenda, y ya hasta el lunes; y C. empieza mañana.

De esta nueva etapa en la que ya son todos adolescentes, me sorprende echar de menos la escuela. Paso por delante y pienso que, después de tantos años de ser uno de los centros neurálgicos de la vida familiar, de repente, ya no es nada nuestro. Ya no vamos a llevarles por la mañana ni recogerles por la tarde, no entraremos para gestiones y reuniones ni nos encontraremos con las familias amigas por la tarde en el patio, no volveremos a hablar – salvo encuentros fortuitos – con el profesorado y la gente de dirección, que tanto peso ha tenido en nuestras vidas durante tantísimos años.

Como pasó con los parques, aunque no hubo un día en el que dijimos: es el final, no vendremos más; y además, en los parques aún podemos entrar aunque ya no lo hagamos casi nunca.

Yo he vuelto ya del todo al trabajo presencial. La redacción ya está llena de vida, aunque alguna gente se han incorporado a medio gas, y el aparcamiento se ha vuelto a poner difícil.

Del trabajo presencial echaba de menos la vida social: las conversaciones sobre cosas cotidianas, las anécdotas y las fotos de las criaturas, las discusiones sobre dilemas vitales, los pequeños roces que se liman y las alegrías particulares que se comparten. Echaba de menos salir al mundo, ver el mundo, moverme.

Pero ahora echo de menos el tiempo, que tanto cundía cuando trabajaba en casa. El tiempo de los desplazamientos – y de buscar aparcamiento. Lo que cundían las horas de trabajo cuando te podías sentar de madrugada, aún en pijama, sin necesidad de ducharte, vestirte, desayunar, preparar el tupper de la comida. Los tiempos muertos entre las zonas de trabajo productivas que aprovechabas para sacarte de encima pequeñas tareas domésticas o tomar el desayuno en el patio. El tiempo que ahorrabas en gestiones y recados cuando todo estaba en la esquina de casa y no a una hora de distancia. El tiempo de presencia en casa, en la que aunque la interacción familiar estuviera limitada por las obligaciones laborales, las criaturas sabían que estabas ahí.

Diario del año de la peste, entrega 290

Puede ser una imagen de 1 persona, carretera y texto que dice "Welcome to Texas"

En esta distopía no ficcional en la que parece estar convirtiéndose el mundo post-pandemial, nos llega desde Texas la noticia de la promulgación de una ley que cercena de hecho el derecho de las mujeres a decidir sobre sus embarazos y sus cuerpos.

Y no he podido resistirme a compartir este texto que escribió Ursula K Le Guinn hace algunos años, antes de que esto sucediera, pero cuando ya estaba empezando a suceder.

Me piden que les cuente cómo era tener 20 años y estar embarazada en 1950 y cuando le decías a tu novio que estabas embarazada, él te contaba sobre un amigo suyo del ejército al que la novia le dijo que estaba embarazada, así que todos sus compañeros fueron  y dijeron “Todos nos la hemos tirado, así que quién sabe quién es el padre?”, y se ríe de lo bueno que es el chiste.

Cómo era, si estabas planificando ir a la universidad y sacarte un título y ganarte la vida para poderte hacer cargo de ti misma y hacer el trabajo que te gustaba – cómo era ser una estudiante en Radcliffe y embarazada y si dieras a luz a esta criatura, la criatura que la ley te obligaba a tener, y al que llamarían “ilegal”, “ilegítimo”, esta criatura a quien su padre negó… ¿Cómo era?

Era así: si yo hubiera abandonado la universidad, arrojado a la basura mi educación, dependido de mis padres… si hubiera hecho todo esto, que era lo que los antiabortistas querían que hubiera hecho, habría tenido una criatura para ellos… las autoridades, los teóricos, los fundamentalistas… habría tenido una criatura para ellos, su criatura.  

Pero no habría tenido mi propio primera criatura, ni la segunda, ni la tercera. Mi prole.

La vida de este feto habría evitado, habría abortado, otros tres fetos… las tres criaturas deseadas, las tres que tuve con mi marido – a quién, si no hubiera abortado el no deseado, nunca habría conocido. Habría sido una “madre soltera” de una criatura de tres años en California, sin trabajo, con media educación, viviendo de sus padres.

Es a estas criaturas a quien debo volver, mis hijos Elisabeth, Caroline, Theodore, mi alegría, mi orgullo, mis amores. Si no hubiera roto la ley para abortar esa vida que nadie quería, ellos habrían sido abortados por una ley cruel, fanática, sin sentido. Nunca habrían llegado a nacer. Esto es lo que no puedo soportar.

¿Cómo era, en los Años Oscuros en los que el aborto era un delito, para la chica cuyo padre no podía pedir dinero prestado, como pudo hacer mi padre? ¿Cómo era para la chica que ni siquiera se lo podía contar a su padre, porque se habría vuelto loco de vergüenza e ira? ¿Que no se lo podía contar a su madre? ¿Qué tenía que ir sola a esta habitación asquerosa y poner su cuerpo y su alma en las manos de un delincuente profesional? Porque esto eran los médicos que practicaban abortos, tanto si eran extorsionadores como si eran idealistas.

Sabes cómo era para ella. Lo sabes tú y lo sé yo; es la razón por la que estamos aquí. No vamos a volver a los Años Oscuros. No vamos a dejar a nadie en este país tener esta clase de poder sobre ninguna chica o mujer. Hay grandes poderes, fuera del Gobierno y dentro, intentando legislar el regreso a la oscuridad. Nosotras no tenemos grandes poderes. Pero somos la luz. Nadie nos puede apagar.