familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para octubre, 2018

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Eppur si muove

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Pesadilla

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Cuando era pequeña, en mi casa le decían a mi hermana que a ella la habían encontrado en la calle, por esto no se parecía a nadie de la familia.

A todos nos daban risa los cabreos que se cogía, lo indignada que terminaba. No entendíamos que no se riera con la broma.

Han pasado los años y he descubierto que la «broma» de «te encontramos en la calle» (en un cubo de basura; te regalaron unos gitanos) es una «broma» que se ha hecho en otras muchas casas, en otras familias, siempre con reacciones idénticas a las que tenía mi hermana.

Cabreo, desconsuelo, shock, resistencia, miedo.

Y es algo que también está reflejado en la literatura popular: los cuentos están llenos de niños perdidos, abandonados en el bosque, encontrados, que aparecieron debajo de una col o que alguien regaló a la madre que no podía tener hijos.

Ser robado por otros o haber sido «encontrados» (y por tanto, pertenecer a otra familia) es una de las pesadillas recurrentes de la Humanidad. Pero queremos que los adoptados lo acepten sin reproches y con agradecimiento.

El problema con el que vivimos

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1.

Probablemente ya han visto el vídeo. Un hombre negro está sentado en un tren de cercanías, se le acercan varios vigilantes y le piden el billete. A nadie más, solo al hombre negro. Él les dice que no se lo enseña: que no están autorizados a pedirlo, no es su trabajo. Que llamen a un revisor. Le insisten, de forma bastante agresiva, y él muestra por qué sabe que no están autorizados: él es también vigilante de seguridad.

Quizás porque se sienten humillados al hallarse en evidencia, los vigilantes no se calman. Lo agarran entre varios, lo bajan al andén, lo sujetan contra el suelo. El tren sigue sin el pasajero negro.

Varias personas gritan su indignación, una chica graba la escena (interpelada por los vigilantes, que le exigen que deje de grabar). Otras, en cambio, jalean la escena racista.

Renfe no ha pedido disculpas al joven agredido, que se llama Jesús Ndong.

Cientos de personas racializadas se encuentran cada día en situaciones similares, y la mayoría, la mayoría de veces, se resignan: enseñan el billete aunque sepan que el que se lo pide no tiene potestad para ello, sacan la documentación una vez más, no levantan la voz, no se enfrentan, porque saben que les va la vida en ello.

¿Por qué este hombre, Jesús Ndong, ha decidido no hacerlo esta vez? No callarse, no resignarse, no mostrar la documentación que le piden y seguir con su día. No indignarse en silencio. Hacer evidente, y público, el racismo cotidiano. Me ha hecho pensar en lo que hizo Rosa Parks cuando se negó a levantarse en el autobús.

2.

Este otro vídeo muestra a otro hombre negro, d’Arreion Toles, cuando intenta entrar en el edificio en el que vive. Una vecina blanca intenta impedirle la entrada por todos los medios. Le bloquea el paso, le cuestiona, le exige que se identifique y le persigue para ver dónde va. No le grita, no le toca, no llama a la policía, pero la escena es de una gran violencia. Lo tremendo es como está ella de convencida de tener la razón, de ser la parte agraviada. Este «Are you kidding me?» cuando él consigue esquivarla y entrar al edificio es muy sintomático.

Lo más dramático es que, como me hace notar L., ella no parece tener miedo realmente a que sea un ladrón. Si tuviera miedo, o bien cerraría la puerta al principio, o saldría a la calle, llamaría a la policía… desde luego, no se subiría al ascensor con él. ¿Por qué lo hace, entonces? Sabe, o intuye, que él vive allí, o que está allí por razones legítimas, pero quiere ponerse por encima de él, obligarle a demostrarlo, a rendirle cuentas. Está «poniéndole en su lugar».

3.

El fin de semana nos invitó a merendar mi tía R. Vive en un barrio de extrarradio desde hace casi 50 años, en la primera casa en la que vivió cuando se separó: la tiene igual que en mi infancia, las mismas fotos de su hijo, los mismos jarroncitos, los mismos platos colgados en la pared. En un momento de la tarde, B. salió al balcón a tomar el aire. Unos minutos más tarde, llamaron a la puerta. Era uno de los vecinos, que venía a ver si pasaba algo “he visto un chico negro en el balcón, te he llamado y no cogías el teléfono”.

“Los vecinos me protegen”, dijo mi tía R.

“Es racismo”, le dije yo.

Porque no, no lo habría hecho si hubiera sido C., una chica blanca, la que hubiera estado en el balcón.

4.

Salimos de casa de mi madre, en el centro de la ciudad.

B. y A. están discutiendo: dos hermanos adolescentes hablándose alto, empujándose.

Racializados ambos.

La pareja que pasa por la acera se alejan. La mujer cambia el bolso de brazo.

5.

Le enseñamos a los chicos el vídeo de Atocha, les explicamos lo que pasó.

B: ¿Pero a un adolescente no se lo harían no? ¿A un adolescente, la gente le ayudaría?

6

Edito para añadir el último vídeo viralizado: El de una mujer blanca que llama a la policía para denunciar que un niño de ¡¡9 años!! le ha tocado el culo. Las cámaras de seguridad demuestran que no era cierto. Nuestros hijos son vistos como delincuentes y personas sexualmente activas desde muy pequeños. No sé si esto responde a la pregunta de B.

Seguimos aquí

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Hace 8 años, B. tenía 6 y A. 3. Y yo no era consciente de lo pequeños que eran. Vivíamos en otra ciudad y no imaginábamos siquiera que acabaríamos arraigando en otros barrios, otros afectos, ni menos aún que veríamos crecer nuestra familia hasta convertirse en el doble de grande (y 200 veces más compleja).

Hace 8 años trabajaba en la misma empresa pero tenía otros compañeros, iba andando al trabajo todos los días (excepto cuando llovía mucho) y necesitaba las extraescolares para completar mi jornada laboral.

Hace 8 años, mi vida social era exclusivamente infantil, pasaba los fines de semana en parques y plazas, había dejado de ir al cine y apenas arañaba una o dos horas al día para leer. Casi siempre novela policíaca, cosas que me ayudaran a evadirme y desconectar.

Hace 8 años vivía en un lugar donde el agua del grifo no podía beberse y en octubre íbamos en manga corta y cuando nos daba la gana nos íbamos a pasear a la playa. Casi nunca nos daba la gana, la verdad.

Hace 8 años, A. me dijo: ¿Por qué no escribes un blog? Y no solo me dijo esto sino que lo creó, lo diseñó y le puso un lazo para regalármelo.

Han pasado 8 años, 1.175 entradas, con 18.697 comentarios, han pasado por aquí más de 700.000 personas.

Y nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Pero aquí seguimos.

Nada que celebrar

Un año más…

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Elogio de las madres jóvenes

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Es un lugar común en las conversaciones sobre la maternidad hacer de menos a las madres jóvenes. Inexpertas, incapaces, con la cabeza en otras cosas, se pierden lo importante de la vida. Se joden la vida.

Han leído menos, han pensado menos, saben menos.

Y sin embargo…

Creo que saber menos, haber leído menos, haber pensado menos… puede ser un plus. Un plus que te permite afrontar la maternidad con alegría y espontaneidad,

Creo que ser madre joven, incluso adolescente, no tiene por qué joderte la vida, si tienes apoyo familiar, aunque obviamente sí te la cambia. Sin duda, influye en esta visión el hecho de que soy hija de madre y padre jóvenes, que tuvieron muchísimo apoyo familiar, abuelas muy jóvenes, primos y sobrinos fuertes y bien dispuestos a echar una mano.

Y la energía de los 20 años… Recuerdo en mi infancia acompañar a mi madre a la facultad a buscar notas, o sentarme en un rincón con un libro en sus entrevistas de trabajo, hacer la tarea en una mesa del despacho de mi padre, o las cenas con amigos, hasta las tantas. Acababa dormida en el sofá, llevada en brazos al coche. O las tardes de playa a la salida del colegio.

Cuando sus amigas más tardías tuvieron hijos a los 30 y muchos, segundos hijos a los casi 40, mi madre siempre decía que no sabía cómo tenían fuerzas para hacerlo todo.

Y, con 30 y pocos, mis padres tenían hijas crecidas, independientes, justo en una edad en la que podían hacer muchas cosas: optar a cambios y promociones profesionales, viajar (porque a diferencia de a los 20, tenían trabajo y dinero), estudiar otra vez (yo ya trabajaba cuando mi madre leyó su tesis doctoral), reinventar su vida familiar con otras parejas, otros entornos…

Mis padres tuvieron en su parentalidad jovencísima muchas más posibilidades de hacer cosas sin hijos que las que he tenido yo en mi parentalidad «madura», buscada y meditada, y tuvieron en su madurez profesional muchas más posibilidades de trabajo y ocio de las que he tenido yo en mi madurez cargada de criaturas pequeñas.

En cualquier caso, no perdamos de vista que la crianza es corta… pero la vida es larga.

¿Y tú por qué eres negro?

 

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¿Qué es este libro? Me pregunta B. ¿Soy yo el niño de la portada? Y luego: Me lo voy a leer. Antes de que tú te lo leas.

¿Y tú por qué eres negro?, de Rubén H. Bermúdez.

Imprescindible para la supervivencia.