familia monoparental, diversidad familiar y adopción

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El precio de la adopción

En la cuenta de Twitter Sobre l’adopció (que comparte siempre libros y películas que necesito ver aunque no me da la vida para ello), he descubierto a Mi OK Song Bruining, una mujer que nació en Corea y fue adoptada a los 5 años, en 1966, por una familia norteamericana. Es psicóloga, poeta y dibujante y ha dedicado parte de su obra a reflexionar sobre su condición de adoptada.
Como este dibujo

y este poema:

A Betty, mi madre adoptiva, le encantaba
compartir la historia
de cuánto había costado a mis padres.

La tarifa de mi adopción fue de 1.500 dólares
en 1966: el mismo precio
que una camioneta Ford Country Squire nueva.

Esta máquina de ensueño estaba completamente cargada,
blanca, con paneles laterales de falsa madera,
con asientos de polipiel azul
y los asientos plegables de la tercera fila.

Betty se lamentaba
de que ella y mi padre tuvieron que esperar
hasta el año siguiente
para poder comprar el coche de sus sueños.

El año después de mi llegada,
convertida en un miembro de pleno derecho de mi familia,
blanca, suburbana, americano-holandesa,
de clase media alta
monté en esa camioneta,
torturada
con las ganas de vomitar.

Vivía el sueño americano,
con nausea y vómito
cada vez que montaba
en este yate terrestre
hacia la parentela, la iglesia, el centro comercial, a hacer recados
y a nuestra casa de verano de Nueva Inglaterra,
cuatro horas de agonía hacia el Norte
desde nuestra casa de Nueva Jersey.

Recuerdo esa camioneta
con los ojos vidriosos y llorosos,
un sudor frío y la tez verde.

En algún momento superé el mareo al ir en coche,
sin embargo, sigo estallando
en un sudor frío,
cada vez que
veo una camioneta Ford Country Squire.

¿Eres mi madre?

Encontrar los orígenes, la madre, es un anhelo que comparten muchas personas adoptadas. Es el caso del el fotógrafo Richard Ansett, que fue adoptado a los 6 meses.

En 2003 decidió buscar a su madre biológica: fue al registro de adopción, le dieron su expediente y descubrió el nombre de su madre y la historia de su embarazo. A través de un investigador privado descubrió donde vivía y contactó con ella a través de un amigo. Le escribió una carta pero ella nunca respondió.

“El niño que hay dentro de mí se sintió rechazado otra vez. Me dijeron que ella se había vuelto a casar y que su marido no sabía que había tenido un hijo”.

Viajó a la ciudad de su madre y fotografió a mujeres de su edad que pensó que podrían ser ella. Con esta fotos armó la exposición “¿Eres mi madre?”, con carteles que colgó por toda la ciudad el Día de la Madre. Los  carteles son como los que buscan animales perdidos: en medida A4 metidos en fundas de plástico, colgados en lámparas.

“El objetivo no es necesariamente intentar encontrarla; es más sobre gestionar el hecho de que no he sido capaz de entrar en contacto con ella”.

Esta es la carta que le ha escrito:

Querida mamá, me siento rechazado por no haber recibido respuesta a pesar de las puertas que he abierto.

Una parte de mí es un niño que se siente abandonado otra vez. He leído mi expediente de adopción y me siento cercano a ti al leer tu textos escritos a mano, sabiendo que los has escrito tú.

Aunque no me consume el deseo de encontrarte, no puedo evitar pensar en que habría sido una aventura.

Entiendo que puedes asociarlo con una etapa de tu vida que prefieres no recordar.

Solo puedo intentar adivinar tus sentimientos pero quizás algunas cosas son difíciles de afrontar. Para mí es aún más difícil imaginar que no te importa. Creo que tu pérdida y duelo son iguales a los míos.

En mi expediente hablas de la “tragedia” de tu embarazo, pero me gustaría compartir contigo que mi vida fantástica, llena de amor y confianza y esperanza y complejidad y estoy tan agradecido de estar vivo.

Escogiste darme la oportunidad de tener una vida y la he tomado y estoy haciendo con ella lo mejor que soy capaz.

Al aceptar que nunca nos encontraremos y no te conoceré, debo lidiar con la pérdida de todas las maneras que sé.

He atesorado tu caligrafía y he viajado a tu ciudad natal y he pasado tiempo en la zona donde creo que habrás caminado y comprando y cogido el autobús y tomado una taza de te.

He visto mujeres en la calle e imaginado que podrían ser tú y esto me ha ayudado a gestionar el sentimiento de pérdida del niño que fue apartado de tu lado.

Te echo de menos y te quiero.

Construir a Pinocho

Una de las personas de quien más he aprendido sobre casi todo es Alicia Murillo, una mujer a quien no conozco en persona pero a quien sigo, leo, a veces discuto, siempre escucho y de quien siempre aprendo. Es actriz, música, activista, pensadora, creadora. Entre sus creaciones está la Sala Mera, un espacio en Sevilla en el que enseña música a niños y niñas, muchos de ellos en riesgo de exclusión social. Y no solo música. Les enseña a sentirse queridos, a saberse importantes. Cueste lo que cueste, como relataba ayer en este texto:

Ayer vi un vídeo (que ahora no encuentro) en el que se reivindicaba el derecho del profesorado a no ser violentado en el aula. Me hizo pensar mucho.

La cuestión es que, desde hace unos años, ya no doy cabida ni a la más mínima falta de respeto en mis relaciones. Bien, pues ni en esta etapa de intransigencia contra cualquier cosa que no sea buen trato explícito, se me pasó por la cabeza que la autodefensa incluía a mi alumnado.

Yo he vivido cosas muy fuertes con los adolescentes de #becasLaCajaDeMúsica, hasta agresiones físicas. En general debo decir que, a penas llegan a la sala, se transforman, no os voy a engañar. No suelen tener conductas disruptivas allí, pero a veces ha pasado.

El problema que debemos asumir en Sala Mera es, más bien, el absentismo y el abandono del programa. Mi sensación es la de que les da vergüenza portarse mal allí. Educadores, tutores/as, psicólogas me avisan: «Lo han expulsado ya de tres centros, es un caso perdido». Y en clase de música, son alumnos ¿modélicos?

El buen trato se pega, el buen trato engancha, el buen trato evidencia el mal trato. A mí no me da miedo que un alumno me agreda o me insulte, asumir eso es parte de mi trabajo. A mí me da miedo que le dé tanta vergüenza lo que ha hecho que no sepa perdonárselo y se quede para siempre en ese lugar de odio. Eso es para mí un fracaso didáctico.

Hacer salir a un/a adolescente del personaje de malote/a cuando lleva toda su vida sin recibir buen trato es muy difícil.

Nuestra profesión exige recibir maltrato, suena fuerte, pero es así. Si eres un buen profesional debes tener herramientas para afrontar ese tipo de situaciones y nuestra obligación es justo reconducir lo disruptivo. Negar esta obviedad es como si un bombero no quisiera entrar en una casa en llamas y reivindicara el derecho a trabajar en lugares seguros y sin fuego.

Y si no somos capaces de entenderlo, quizás es que no tenemos vocación

Nacer en la oscuridad…

Hace tantos años que empecé a leer a Patricia Margaría (Patri Holmes en las redes), adoptada adulta argentina que lleva más de una década lanzando palabras a la oscuridad para tratar de arrojar luz a su origen. Hace tantos años que no recuerdo el primer texto suyo que leí. Pero la sigo leyendo, y sigue emocionándome como el primer día.

Alguien tendría que hacer alguna vez un estudio sobre el impacto que tiene en una persona enterarse un buen día que no es hijo de los papás que lo criaron…

Cómo duele, más aún si se trata de un adolescente o de una persona adulta, el ocultamiento de la verdad… Es un peso difícil de sobrellevar, sobre todo si naciste en la oscuridad.

Y nacer en la oscuridad no es que no había luz, no. Es que naciste en la casa de una partera por ejemplo, en esos consultorios clandestinos donde se hacían abortos. O en un hospital/clínica donde quien te criaría se internó para simular un parto. Donde modificaron tus datos, se cambió tu fecha de nacimiento y el lugar. Por un acuerdo con un intermediario o un médico que vendió su firma al mejor postor. En un sitio donde no te dejaron cobijarte en los brazos de tu mamá. Con el fantasma de la mentira respirándose en el aire: «fue un varón» (y en realidad fue nena) «murió al nacer» (y en realidad ya lo tengo destinado a otra pareja) «no te preocupes que sos joven mami, ya vas a tener otros» (ninguno será igual)… Sea como sea, voluntariamente o no, el vacío. 

Nacer en la oscuridad… ¿cómo fueron esos primeros minutos? ¿quién te sostuvo? ¿quién decidió la entrega? ¿por qué?

No es algo fácil de pensar… tampoco de escribir. Casi nadie habla de estas situaciones… De lo injusto de estas situaciones. La noche cae pesada como la incertidumbre.

Durante décadas cuando una familia recibía un bebé todo era alegría en su entorno, muy pocos cuestionaban o preguntaban cómo había llegado ese bebé. Tema tabú.

Hoy, 2022, me encuentro a diario con historias que hacen mella en el alma. Embarazos fingidos, viajes intempestivos, mudanzas, búsquedas de ese hijo recién nacido en algún barrio de la periferia… de noche para que no se note, para que nadie vea. Criaturas entregadas por la puerta de atrás. Prohibido hablar.

Nacer en la oscuridad… y aunque luego pudo haber habido amor y luz, algo de esa oscuridad permanece en la mirada de quien busca reencontrarse con su historia. La niebla que no deja ver, el duelo por lo que no fue y por lo que no se cuenta.

Secreto. Silencio. Ausencia. Necesitamos saber.

Sólo la palabra honesta nos ilumina.

Completando mi historia·- Patricia S. Margaría @patriholmes

Aborto y adopción

Es un tópico clásico relacionar aborto y adopción. Por ejemplo, entre las manifestaciones que estos días hemos visto en apoyo a la decisión del Tribunal Supremo de EEUU de suspender el derecho del aborto recogido en la Constitución desde 1973, ha circulado la de esta pareja sonriente que lleva un cartel que dice «Adoptaremos a tu bebé». Como si fuera tan fácil. Como si no saber en qué manos crecerá el bebé que no quieres tener (o imaginarle creciendo en el seno de una familia que te ha forzado a llevar a término un embarazo no deseado) no tuviera peso en la decisión.

A muchas personas adoptadas se les plantea a veces el tramposo – y cruel – dilema, si se manifiestan partidarias del aborto, ¿preferirías que te hubieran abortado? Si somos simples, parece que la respuesta a esta pregunta solo puede ser una; pero la realidad es siempre compleja, como muestra esta reflexión del blog Diary of a Not-So-Angry Asian Adoptee.

No se trata solo del derecho de las mujeres a elegir. La criatura que esa madre se verá forzada a traer al mundo importa también.

Con la anulación de la ley Roe vs Wade, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos no solo ha eliminado la posibilidad de las mujeres de escoger – también han deshumanizado todavía más a las personas adoptadas y nos han demostrado que las pérdidas y traumas que experimentamos no importan.

Puede que ellos vean los nacimientos forzosos de bebés como un regalo, pero la realidad es que el “regalo de vida” puede sentirse como una cárcel para algunas personas adoptadas que han pasado sus vidas enteras en este mundo con el conocimiento de que fueron criaturas no deseadas cuyas conexiones con sus familias, comunidades y culturas de origen han sido cortadas.

Su apoyo y condonación al abandono legalizado a través de las leyes “Refugio Seguro” es un claro mensaje a las personas adoptadas de que lo que nos ha sucedido es correcto – cuando muchos de nosotros nunca lo hemos sentido como correcto.

Al referirse a las criaturas que son obligadas a nacer como “suministro doméstico de bebés”, están promoviendo y apoyando la mercantilización de seres humanos. No solo promueven y apoyan estas prácticas – se aseguran de que el incremento del “suministro doméstico de bebés” ayude a alimentar la demanda de niños y niñas.

Esto nos transmite a las personas adoptadas el mensaje de que no importamos y lo que nos pasa no importa.

Ser pro-vida no significa nada si no te preocupas por las vidas de las personas que ya han nacido.

Una familia adoptiva no hace que el sentimiento de no haber sido deseado desaparezca mágicamente.

La adopción no borra mágicamente la realidad de haber sido abandonados y dejado en una caja o una estación de metro o un refugio seguro. El lugar donde sucede el abandono no hace que el abandono duela menos.

La adopción no lleva mágicamente el vacío de la pérdida de nuestras familias, comunidades y culturas de origen.

La adopción no reemplaza nuestras primeras familias.

La adopción no es una alternativa al aborto.

Que despistado y cruel hay que ser para creer realmente que una criatura puede perder a su primera madre y no recibir el impacto de esta pérdida para siempre. También debemos tener en cuenta y dejar espacio por el impacto a largo plazo de esta decisión en la primera madre de la criatura.

Hoy a las personas adoptadas nos han mostrado, sin ambigüedades, lo poco que nuestras vidas importan después de nuestro nacimiento y lo poco que se conoce y comprende de las pérdidas y traumas que hemos experimentado debido a la separación de la familia.

Las personas adoptadas hemos recibido el mensaje de que nuestras voces seguirán sin ser escuchadas y de que continuaremos sin tener ninguna opinión en las decisiones que se hacen por y sobre nosotras – decisiones que tendrán un impacto profundo y duradero sobre nuestras vidas.

Con el aumento inevitable de criaturas que la decisión del Tribunal Supremo traerá, más niños y niñas verán como sus identidades y sus historias médicas familiares son ocultadas y robadas.

Las personas adoptadas hemos recibido el mensaje de que nuestro derecho a nuestras identidades y las verdades sobre quién somos y de dónde venimos no importarán nunca cómo deberían.

Porque lo único que importa es que los bebés nacerán y las familias que quieren bebés recibirán el suministro que necesitan.

Otra realidad devastadora es que esto forzará también a algunas personas adoptadas a tomar la decisión desgarradora y aparentemente imposible de o bien convertirse en madres a la fuerza (sin que importe si están o no preparadas o tienen los medios para atender las necesidades básicas de una criaturas) o bien crear otra persona adoptada e infligirle a otra criatura el mismo duelo, pérdida, trauma para toda la vida y el sentimiento de no haber sido querido.

Las mujeres no son las únicas que han perdido derechos hoy.

Por favor, comprended que las personas adoptadas también han sido profundamente impactadas por esta decisión.

Integrar a la madre biológica

No hay duda de que el mundo de la adopción está muchas veces excesivamente profesionalizado, medicalizado, que dejamos muchas (¿demasiadas?) cosas en manos de terapeutas y especialistas. Y tampoco hay duda de que muchos especialistas sostienen cosas que van en contra de nuestra intuición. Especialmente, cuando pretenden separar la biología de la vida, cuando minimizan la importancia de los orígenes y despersonalizan a las madres biológicas. Porque madre solo hay una.

No es el caso de uno de los terapeutas más interesantes a los que he leído y escuchado, Javier Martínez. Así explica la necesidad de integrar a la madre biológica.

Diario del año de la peste, entrega 250

Me hace llegar esto M. Hay que grabárselo con cincel:

Cuando debates con alguien un tema que les afecta más que a ti, recuerda que implica mucho mayor peaje emocional para ellos que para ti. Para ti puede ser como un ejercicio académico, para ellos es poner al descubierto su dolor, solo para que hagas de menos su experiencia e incluso su humanidad. El hecho de que tú seas capaz de conservar la calma bajo esas circunstancias, es consecuencia de tu privilegio, no una muestra de tu objetividad. Sé humilde.

Diario del año de la peste, entrega 79

Cuando B. era pequeño, convertimos el parque de la esquina en nuestra segunda casa. Estaba en la acera central de un bulevard con grandes árboles que daban sombra a unas y otras zonas del parque, según la hora que fuera, y la época del año. Llegué a pensar que se podría haber un estudio de cómo se mueve el sol según avanzan las estaciones por las zonas de sombra de ese parque, pero nunca lo hice. Sin embargo, sí me aprendí cuáles eran las mejores horas para bajar según fuera primavera, verano, otoño o invierno.

Ahora frecuentamos los parques con menos asiduidad, pero en nuestro patio sucede lo mismo; por la mañanas, el sol baña nuestra mesa, así que es una buena hora para tender y para comer en invierno; cuando hace calor, se puede salir a desayunar si no se ha hecho muy tarde y es ideal para cenar, pero a mediodía es impracticable; y las noches de verano es el lugar más maravilloso del mundo.

Oh, these summer nights, que cantaban Travolta y Olivia Newton John.

Ayer fue nuestra primera noche de patio. Como la iluminación de esa zona sigue siendo tarea pendiente, sacamos por la ventana de la cocina y por la habitación de P. unas lámparas de estudio que tenemos infrautilizadas y cuando las criaturas se fueron a la cama, N. sacó su punto y yo mi libro y nos quedamos en el exterior hasta que nos caímos de sueño.

Oh, these summer nights.

Y la paz y la alegría de esas noches de patio contrastan con lo que leemos en la prensa, en las redes.

Del otro lado del Atlántico llegan dos historias que se han convertido en portada – y que pronto caerán en el olvido – y que son tratadas como acontecimientos aislados aunque ambas responden a un patrón clarísimo.

Por un lado, tenemos la muerte, mejor dicho, el homicidio, de George Floyd, un hombre afroamericano que fue detenido, sospechoso de haber pagado con un billete falso, inmovilizado por un policía contra el suelo con una rodilla en su garganta durante 8 minutos, que no soltó su presa a pesar de sus gritos de que no podía respirar.

Y las manifestaciones, y los disturbios, y Black Lives Matter, y los edificios incendiados, y titulares como «Detenido el policía que presionó con la rodilla el cuello de George Floyd, quien perdió la conciencia y murió minutos después».

Como nos pasa a las mujeres, a las personas racializadas no las matan: se mueren solitas, no se sabe bien por qué.

No solo en Estados Unidos: en nuestras tierras también.

No puedo respirar.

La otra noticia es la del abandono por parte de una pareja norteamericana – youtuber ella, y por esa razón en el ojo del huracán, aunque su marido participó igualmente – de uno de sus 5 hijos, el único adoptado, un niño de origen chino con necesidades especiales. Después de años mostrando – y monetarizando – la intimidad de su hijo, de abogar por la adopción de criaturas con dificultades, de fotos de familia con toda la prole conjuntada, de repente el niño desapareció de su canal, y quedaron solo las cuatro criaturas rubias gestadas en su vientre, engendradas por ellos. Finalmente, un vídeo en el que con ojos llorosos contaban que habían sido engañados, que el niño tenía más dificultades de las que podían gestionar y que ahora estaba en su «nueva familia para siempre». No se pierdan el oximoron.

Otra vez los mismos patrones repetidos, y las mismas justificaciones por parte de las familias adoptivas, «no se puede juzgar, nadie sabe por lo que ha pasado esta familia». Otra vez la misma empatía peligrosísima con las familias que reabandonan a los hijos que prometieron cuidar y proteger. Curiosamente, muchos son a la vez incapaces de empatizar con las familias biológicas que abandonaron a sus criaturas; y lo que es más grave, tampoco empatizan con los niños y niñas, que ya han sufrido como mínimo una pérdida y que no tomaron ninguna decisión; pero nunca dejan de intentar comprender y justificar a los adoptantes que les han convertido en mercancía de usar y tirar. 
No puedo respirar.

Más sobre el control de calidad

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La entrada anterior encendió el debate en la página de Facebook de este blog. Algunos de los comentarios eran testimonios de familias que habían aceptado asignaciones que sobre el papel no habían previsto, y que habían asumido las consecuencias, en forma de terapias, gastos, peleas con la escuela, rebaja de expectativas.

Otros, en cambio, cuestionaban lo que se decía en la entrada. Algunos de los cuestionamientos creo que merecen una reflexión larga.

Cuando yo me inicié en el camino de la adopción, decía muchas de las cosas que he leído en esos comentarios. Decía que quería una criatura sana, como la querría si estuviera embarazada; que igual que si estuviera embarazada, me haría las pruebas pertinentes para descartar determinadas discapacidades o síndromes, perfilaba mi certificado de idoneidad para ser la madre normal de una criatura normal.

Quería garantías.

Garantías que llegaron, o ese pensé, en forma de un certificado médico que describía someramente a mi primer hijo, y que descartaba algunas enfermedades graves.

Han sido los años y el camino que he transitado desde esa maternidad soñada e imaginada (e idealizada) las que me han hecho cuestionarme y replantearme muchas cosas.

Por ejemplo, que no es lo mismo un aborto que un rechazo. Que no es lo mismo que una criatura no llegue a formarse y nacer que rechazar y abandonar a una criatura que, hagas lo que hagas, seguirá en este mundo.

Por ejemplo, que no hay garantías. Que las criaturas sanas enferman, que las cosas que no se detectan en la primera infancia, dan la cara después, que es difícil distinguir entre los efectos de la institucionalización – y de la separación de la madre – de síndromes y condiciones que afectan a la criatura y a la familia en muchos sentidos.

Por ejemplo, que mucha gente asume los argumentos que te pueden llevar a rechazar la adopción de criaturas con discapacidades gravísimas y necesidades enormes para justificar el rechazo de patologías menores. Como la sordera de la niña que no se convirtió en la hija de M; o los anticuerpos de hepatitis de la niña que no se convirtió en la hija de R; o la psoriasis del pequeño que compartía crèche con A. y que decidió dejar allí la familia que viajó después que yo; o la discapacidad visual que tenía la que sí fue la hija de D. O la pluridiscapacidad de la segunda hija de Z, que ahora es una adolescente funcional y feliz. Situaciones que lógicamente precisan de una intervención y dan más trabajo del que daría tener hijxs sin estas circunstancias. Pero que, a mi entender, no justifican un rechazo.

Por ejemplo, que la adopción es buscar familias a las criaturas que lo necesitan. Mi opinión personal es que algunas negativas y rechazos te hacen poco idóneo para adoptar, no solo a las criaturas con determinadas características, sino a cualquier criatura.

Es de rigor que te informen de qué le pasa a la criatura que te vas a ahijar. Pero para saberlo y afrontarlo, no para rechazarlo. Las personas que paren criaturas con discapacidad, síndromes o enfermedades (o que adquieren estas en enfermedades o discapacidades a posteriori) tampoco están preparadas para ello. No es ser un padre o madre mejor, es simplemente, lo que hay. Te atas los machos y sigues adelante.

No es lo mismo asumir en tu certificado de idoneidad determinadas situaciones que rechazar una asignación de una criatura concreta, a la que conoces, a la que pones cara y nombre.

Volvimos a ver “La Adopción” y me volvió a revolver cada expediente apartado, algunos con cosas muy difíciles de asumir, otros que habrían merecido una segunda mirada; me volvió a revolver que haya familias que sean capaces de someter a exámenes médicos a criaturas a las que ya han abrazado, y en función de lo que salga, seguir adelante o buscar otra criatura que les convenza más. Como quien escoge cabezas de ganado.

Los niños dormían mientras vimos la película. Y pensé en cómo les explicaría a ellos una historia como de la película, si hubiera pasado por ella; cómo les explicaría cómo les seleccioné para que pasaran el control de calidad.

Y sí, sé que no tiene que ser una decisión fácil rechazar una asignación. Que tiene que generar dudas profundas y sentimientos encontrados.

Pero también sé que para las criaturas que son rechazadas esto implica mucho más daño. Porque en algunos casos, serán asignados a otra familia, quizás mejor, más preparada, más adecuada; pero en otros, permanecerán más tiempo en orfanatos que agravarán su condición y su desconexión, y en algunos casos, les obligará a permanecer en él.

Quizás podría empatizar con las familias que han tenido que tomar esas decisiones, si no quisiera a criaturas que consideran tan legítimo rechazar. Y si no conviviera con las consecuencias de esos rechazos.

Es difícil saber qué haríamos si nos encontráramos en esta situación, dicen. Quizás reaccionaríamos mucho peor de lo que deseamos imaginar, quizás mucho mejor de lo que habríamos pensado. Son las decisiones que tomamos en circunstancias difíciles las que dan la medida de lo que somos. Si tenemos suerte, no viviremos guerras ni dictaduras que nos pongan a prueba. Solo nos ponen a prueba este tipo de tomas de decisiones.

Niños que no pasan el control de calidad

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Me llega esta historia durísima sobre una madre que pensaba dar a su hija en adopción pero se quedó con ella después de que los «padres» adoptivos desparecieran al descubrir que la niña nació con un problema de salud. Obviamente, la niña no respondía a sus expectativas… La madre biológica también debía tener la expectativa de tener una hija sana… pero la madre adoptiva (y el padre) creen que pueden desentenderse de la niña. Que no es nada suyo.

¿Qué opinión nos merecen estos «padres» adoptivos que se largaron al ver que la niña no respondía a sus expectativas? ¿Les veis mucha diferencia con las madres y padres que no aceptan según qué asignaciones?

Es algo que en adopción pasa mucho y se «tapa». ¿Qué es el rechazo de una asignación o la elección de una criatura como vimos en la película «La adopción»? ¿Qué es el rechazo de un niño con una patología leve bajo el argumento de que «yo quiero ser madre, no hacer caridad»? ¿O el de una patología menos leve bajo el argumento de «no estoy preparada, estará mejor con una familia que sí lo esté»? 

Hay rechazos por problemas de salud graves y los hay por problemas de salud leves. Ambos existen… y ambos se justifican.

Se justifican desde la necesidad de evitar confundir adopción con caridad. Se justifican desde la idea de que el bien superior de este menor es estar con una familia más preparada.

Se justifican desde el hecho de que también hay familias biológicas que rechazan a sus hijos con problemas de salud o con discapacidades.

Pero para mí hay dos diferencias:

1. Yo he visto rechazos en adopción que estoy segura que no se habrían dado de ser sus hijos biológicos. Niños sordos, con pie zambo, con hepatitis b, con una enfermedad parecida a la psoriasis… niños «demasiado grandes» o del sexo «equivocado». Cosas que no habrían hecho que sus madres abortaran, y mucho menos que se negaran a aceptarlos de manos del obstetra.

2. La consideración social que reciben no es la misma. Una madre que abandona a un recién nacido enfermo o discapacitado es una mala madre, un monstruo, antinatura… una madre o un padre que rechaza una asignación recibe la comprensión de muchos.

Pero para el niño no hay ninguna diferencia. Es el niño el que se queda abandonado, el que no ve cubiertas sus necesidades, el que crece en un orfanato de mierda.

Es muy duro rechazar una asignación, me dicen los que lo han hecho, los que conocen a gente que lo ha hecho.

Y sí, seguro que lo es.

Pero puedes escoger ponerte en el lugar de los adoptantes que rechazan o del niño que es rechazado. Y el lugar que escoges te define.