familia monoparental, diversidad familiar y adopción

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La banalidad del mal

La filósofa alemana (y luego norteamericana, y siempre judía) Hannah Arendt publicó en 1963 el libro “Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal”, después de seguir durante la primavera de 1961 el proceso contra el nazo Adolf Eichman, responsable de la logística para la organización y distribución de los campos de concentración.

En este libro, Arendt se planteó una pregunta fundamental: ¿por qué Eichamn no parecía malvado si había contribuido al genocidio más espantoso de la Historia reciente? Y en respuesta acuñó el concepto de “la banalidad del mal”. Un concepto que explica cómo un sistema político puede trivializar el exterminio de seres humanos convirtiéndolo en un procedimiento burocrático ejecutado por funcionarios que se limitan a cumplir órdenes, sin pensar si lo que hacen está bien o mal o qué consecuencias tienen sus acciones.

Es inevitable pensar en la banalidad del mal cuando ves “La zona de interés”, una película que retrata la vida cotidiana de la familia de Rüdolf Höss en su casa adosada al campo de Auschwitch.

Los niños juegan en el jardín y se bañan en la piscina, las criadas sirven el te o remiendan prendas de ropa, el jardinero rastrilla, las calabazas crecen en el huerto, los soldados cortan flores – y son castigados si estropean la planta en la que crecen. Hay besos, regalos de cumpleaños, se fuma, se llama por teléfono, se reciben visitas, se leen cuentos por la noche. Y de fondo, al otro lado del muro, la humareda, los gritos amortiguados, los golpes, algún disparo, los objetos que algún día conformaron la vida cotidiana de personas que ya no son consideradas humanas.

Esto pasaba a 1.239 kilómetros de aquí, hace 80 años, mientras miles de ciudadanos europeos lo ignoraban, o miraban hacia otro lado.

Igual que hacen ahora, cuando algunos de los descendientes de los judíos que entonces fueron asesinados en los campos de exterminio ejecutan miles de personas, muchas de ellas criaturas, y les niegan la humanidad que un día se negó a sus ancestros.

Las abarcas desiertas

(Este poema lo escribió Miguel Hernández en 1937, en plena guerra civil, cuando estaban recogiendo donativos para que todos los niños tuvieran un juguete).

#YNoPasaNada

A los potentísimos hashtags con los que las mujeres hemos denunciado el acoso (El #MeToo que nos hizo ver que no estábamos solas, el indignadísimo #SeAcabó de las futbolistas este verano), se suma ahora el #YNoPasaNada, un hashtag con el que la madre de una niña neurodivergente ha empezado a denunciar las malas prácticas docentes en relación a las criaturas con necesidades educativas especiales.

Criaturas que no han pisado jamás el aula de referencia, que no han podido participar en las excursiones escolares, a las que se niegan las adaptaciones, o se les hacen adaptaciones que se limitan a darles fichas o libros 3 o 4 años por debajo de su edad; madres a las que dicen que sus hijos no tienen autismo (o tdah o la etiqueta que toque) sino que les faltan límites, que no saben, que están ciegas, que están locas; chiquillería a los que se da plastilina o se pone delante de un ordenador para que no molesten mientras sus compañeros aprenden; chavales a los que se aparta para la foto de grupo, a quienes no se protege del bullying, a quienes se exige que les mediquen, se les amenaza con castigos, expulsiones o repetición de curso, se les llama tontos, inútiles o retrasados, se les aparca o se insiste en recomendarles que en otro centro estarán mejor.

Familias que sienten que la maestra, el curso, el aprendizaje, es una especie de lotería a la que vuelven a jugar todos los años.

Todas esas historias del hashtag #YNoPasaNada me han desbloqueado recuerdos de la vida escolar de mis hijos que había sepultado y me están removiendo mucho.

Año, tras año, esa sensación de jugar a la lotería, este ver la diferencia con el trato que reciben otras criaturas sin dificultades ni diferencias notables, este peregrinaje de reuniones, adaptaciones, tutorías, partes, discriminaciones, exabruptos, consejos paternalistas, desconfianzas, esta angustia cada vez que arranca el curso, cada vez que suena el teléfono y es el número de la escuela. Esta sensación de suelo que se tambalea y de impotencia.

#YNoPasaNada. Excepto todas las secuelas que ha dejado en nuestras almas.

La mala costumbre

Una novela que empieza diciendo “Vi caer como ángeles terminales a una generación entera de muchachos” no hay más remedio que seguir leyéndola. Y a eso dediqué mi sábado: fui al mercado y cociné pescado y por la tarde acompañé a B. al cine pero no hacían la película que queríamos ver, y regresamos; y entre mercado y recoger al cocina y regresar del cine, me leí de un tirón en mi galería “La mala costumbre”, de Alana S. Portero.

Cuando empecé hacía sol y cuando me quedaban dos páginas para terminar el libro, tuve que levantarme a cerrar la ventana por la que entraba un aire frío que anunciaba una lluvia que no llegó a caer.

He leído ensayo pero donde he aprendido las cosas importantes es en las novelas. Y esta es una de esas novelas que te sumerge en un mundo tan cerca y tan lejos que lo reconoces y desconoces a la vez. Duele. Quieres abrazar a los personajes y decirles que todo irá bien, aunque tú misma no tienes ni idea de si irá bien.

“Los obreros nunca fueron vistos por el franquismo de otra forma que como bestias de carga que estabular en la periferia. Ese abandono generó una conciencia de clase en el barrio que las autoridades de la Transición democrática decidieron atajar a finales de los 70 y durante toda la década de los 80 con jeringazos de heroína casi regalados. La droga fue la última forma de ejecución sumarísima de disidentes de un régimen que había encontrado la forma de perpetuarse”.

Que bien describe el barrio: la violencia intramuros, solidaridad de las mujeres, la ternura clandestina de (algunos) hombres, la resistencia de las disidentes, las jeringuillas como banderillas a la rebeldía de extrarradio. La necesidad de huir y la inevitabilidad de terminar regresando.

Que bien describe la diferencia: “Que una acabará siendo mujer lo descubre a través de los ejemplos que tiene cerca, de la sed de referentes, de la necesidad de participar de las herencias que unas mujeres se dejan a otras y que es ajena a los hombres”.

“Mi experiencia trans y marica me obligaba a observar con detenimiento obsesivo cualquier habitación en la que ponía los pies: en cuanto entraba asimilaba la posición de los muebles, los cuadros o fotografías que hubiera, las posibles entradas y salidas, las ventanas y, sobre todo, procuraba memorizar, interpretar y contabilizar cada rostro humano que me encontrase dentro, así como sus expresiones, su forma de reír, de estar serios o de sorprenderse”.

Que duras y bellas y solitarias y esperanzadoras todas esas vidas en los márgenes de lo permitido. Que hermoso que la vida siempre se abra camino. Que siempre haya un lugar donde ser una misma.

Lo de Vinícius

Les resumo la polémica del día: el jugador del Real Madrid, Vinícius Jr, negro, brasileño, estalló en un partido contra el Valencia mientras una buena parte de la afición contraria le gritaba frases racistas. Se paró el partido. Se reanudó. Vinícius recibió una tarjeta roja y fue expulsado.

«No era la primera vez, ni la segunda, ni la tercera. El racismo es normal en LaLiga. La competición cree que es normal, la Federación también y los adversarios la alientan. Lo siento. El campeonato que alguna vez fue de Ronaldinho, Ronaldo, Cristiano y Messi hoy es de los racistas. Una hermosa nación, que me acogió y a la que amo, pero que accedió a exportar al mundo la imagen de un país racista. Lo siento por los españoles que no están de acuerdo, pero hoy, en Brasil, España es conocida como un país de racistas. Y desafortunadamente, para todo lo que sucede cada semana, no tengo defensa. Estoy de acuerdo. Soy fuerte y llegaré hasta el final contra los racistas. Aunque sea lejos de aquí», escribió en sus redes sociales.

Y a partir de este momento, reacciones de todo tipo: solidaridad de sus compañeros, especialmente los racializados; manifestaciones de autoridades y políticos, algunos condenando el racismo, pero otros mucho negándolo, minimizándolo; incluso gente acusándole a él de provocador.

Es que llevaba minifalda.

¿Dónde queda aquello de que no existe el racismo, lo que existe es – como dicen los pijos para no hablar de clases – aporofobia, cuando vemos domingo tras domingo los insultos y burlas a los jugadores negros?

Nada nuevo bajo el sol, como sabemos bien las que tenemos cerca jóvenes racializados.

En los campos de futbol, como en la escuela, el racismo no se ve, no se escucha, no se percibe; se niega, se discute, se minimiza. Se asume cuando hay un conflicto en el que están implicadas criaturas racializadas que son ellos, el chico negro o el magrebí, quien ha empezado el conflicto. Se les castiga más y con más fuerza.

Reciben comentarios e insultos racistas como un goteo de mala leche (sin mencionar la ausencia de referentes, los estereotipos, la ignorancia sobre sus lugares de origen) y un día estallan y entonces, tarjeta roja y para casa.

Construir a Pinocho

Una de las personas de quien más he aprendido sobre casi todo es Alicia Murillo, una mujer a quien no conozco en persona pero a quien sigo, leo, a veces discuto, siempre escucho y de quien siempre aprendo. Es actriz, música, activista, pensadora, creadora. Entre sus creaciones está la Sala Mera, un espacio en Sevilla en el que enseña música a niños y niñas, muchos de ellos en riesgo de exclusión social. Y no solo música. Les enseña a sentirse queridos, a saberse importantes. Cueste lo que cueste, como relataba ayer en este texto:

Ayer vi un vídeo (que ahora no encuentro) en el que se reivindicaba el derecho del profesorado a no ser violentado en el aula. Me hizo pensar mucho.

La cuestión es que, desde hace unos años, ya no doy cabida ni a la más mínima falta de respeto en mis relaciones. Bien, pues ni en esta etapa de intransigencia contra cualquier cosa que no sea buen trato explícito, se me pasó por la cabeza que la autodefensa incluía a mi alumnado.

Yo he vivido cosas muy fuertes con los adolescentes de #becasLaCajaDeMúsica, hasta agresiones físicas. En general debo decir que, a penas llegan a la sala, se transforman, no os voy a engañar. No suelen tener conductas disruptivas allí, pero a veces ha pasado.

El problema que debemos asumir en Sala Mera es, más bien, el absentismo y el abandono del programa. Mi sensación es la de que les da vergüenza portarse mal allí. Educadores, tutores/as, psicólogas me avisan: «Lo han expulsado ya de tres centros, es un caso perdido». Y en clase de música, son alumnos ¿modélicos?

El buen trato se pega, el buen trato engancha, el buen trato evidencia el mal trato. A mí no me da miedo que un alumno me agreda o me insulte, asumir eso es parte de mi trabajo. A mí me da miedo que le dé tanta vergüenza lo que ha hecho que no sepa perdonárselo y se quede para siempre en ese lugar de odio. Eso es para mí un fracaso didáctico.

Hacer salir a un/a adolescente del personaje de malote/a cuando lleva toda su vida sin recibir buen trato es muy difícil.

Nuestra profesión exige recibir maltrato, suena fuerte, pero es así. Si eres un buen profesional debes tener herramientas para afrontar ese tipo de situaciones y nuestra obligación es justo reconducir lo disruptivo. Negar esta obviedad es como si un bombero no quisiera entrar en una casa en llamas y reivindicara el derecho a trabajar en lugares seguros y sin fuego.

Y si no somos capaces de entenderlo, quizás es que no tenemos vocación

Aborto y adopción

Es un tópico clásico relacionar aborto y adopción. Por ejemplo, entre las manifestaciones que estos días hemos visto en apoyo a la decisión del Tribunal Supremo de EEUU de suspender el derecho del aborto recogido en la Constitución desde 1973, ha circulado la de esta pareja sonriente que lleva un cartel que dice «Adoptaremos a tu bebé». Como si fuera tan fácil. Como si no saber en qué manos crecerá el bebé que no quieres tener (o imaginarle creciendo en el seno de una familia que te ha forzado a llevar a término un embarazo no deseado) no tuviera peso en la decisión.

A muchas personas adoptadas se les plantea a veces el tramposo – y cruel – dilema, si se manifiestan partidarias del aborto, ¿preferirías que te hubieran abortado? Si somos simples, parece que la respuesta a esta pregunta solo puede ser una; pero la realidad es siempre compleja, como muestra esta reflexión del blog Diary of a Not-So-Angry Asian Adoptee.

No se trata solo del derecho de las mujeres a elegir. La criatura que esa madre se verá forzada a traer al mundo importa también.

Con la anulación de la ley Roe vs Wade, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos no solo ha eliminado la posibilidad de las mujeres de escoger – también han deshumanizado todavía más a las personas adoptadas y nos han demostrado que las pérdidas y traumas que experimentamos no importan.

Puede que ellos vean los nacimientos forzosos de bebés como un regalo, pero la realidad es que el “regalo de vida” puede sentirse como una cárcel para algunas personas adoptadas que han pasado sus vidas enteras en este mundo con el conocimiento de que fueron criaturas no deseadas cuyas conexiones con sus familias, comunidades y culturas de origen han sido cortadas.

Su apoyo y condonación al abandono legalizado a través de las leyes “Refugio Seguro” es un claro mensaje a las personas adoptadas de que lo que nos ha sucedido es correcto – cuando muchos de nosotros nunca lo hemos sentido como correcto.

Al referirse a las criaturas que son obligadas a nacer como “suministro doméstico de bebés”, están promoviendo y apoyando la mercantilización de seres humanos. No solo promueven y apoyan estas prácticas – se aseguran de que el incremento del “suministro doméstico de bebés” ayude a alimentar la demanda de niños y niñas.

Esto nos transmite a las personas adoptadas el mensaje de que no importamos y lo que nos pasa no importa.

Ser pro-vida no significa nada si no te preocupas por las vidas de las personas que ya han nacido.

Una familia adoptiva no hace que el sentimiento de no haber sido deseado desaparezca mágicamente.

La adopción no borra mágicamente la realidad de haber sido abandonados y dejado en una caja o una estación de metro o un refugio seguro. El lugar donde sucede el abandono no hace que el abandono duela menos.

La adopción no lleva mágicamente el vacío de la pérdida de nuestras familias, comunidades y culturas de origen.

La adopción no reemplaza nuestras primeras familias.

La adopción no es una alternativa al aborto.

Que despistado y cruel hay que ser para creer realmente que una criatura puede perder a su primera madre y no recibir el impacto de esta pérdida para siempre. También debemos tener en cuenta y dejar espacio por el impacto a largo plazo de esta decisión en la primera madre de la criatura.

Hoy a las personas adoptadas nos han mostrado, sin ambigüedades, lo poco que nuestras vidas importan después de nuestro nacimiento y lo poco que se conoce y comprende de las pérdidas y traumas que hemos experimentado debido a la separación de la familia.

Las personas adoptadas hemos recibido el mensaje de que nuestras voces seguirán sin ser escuchadas y de que continuaremos sin tener ninguna opinión en las decisiones que se hacen por y sobre nosotras – decisiones que tendrán un impacto profundo y duradero sobre nuestras vidas.

Con el aumento inevitable de criaturas que la decisión del Tribunal Supremo traerá, más niños y niñas verán como sus identidades y sus historias médicas familiares son ocultadas y robadas.

Las personas adoptadas hemos recibido el mensaje de que nuestro derecho a nuestras identidades y las verdades sobre quién somos y de dónde venimos no importarán nunca cómo deberían.

Porque lo único que importa es que los bebés nacerán y las familias que quieren bebés recibirán el suministro que necesitan.

Otra realidad devastadora es que esto forzará también a algunas personas adoptadas a tomar la decisión desgarradora y aparentemente imposible de o bien convertirse en madres a la fuerza (sin que importe si están o no preparadas o tienen los medios para atender las necesidades básicas de una criaturas) o bien crear otra persona adoptada e infligirle a otra criatura el mismo duelo, pérdida, trauma para toda la vida y el sentimiento de no haber sido querido.

Las mujeres no son las únicas que han perdido derechos hoy.

Por favor, comprended que las personas adoptadas también han sido profundamente impactadas por esta decisión.

La perversidad de las mujeres

Estos días me resuenan dos historias que aparentemente no tienen nada que ver.

Una de ellas es el juicio que enfrenta a Johnny Depp y Amber Heard, que se puede seguir casi a tiempo real. No solo seguir lo que ellos dicen (y hacen, sus expresiones, sus gestos): también las interpretaciones que otras personas hacen de lo que está pasando.

Lo que está pasando es que él, que ha sido condenado por maltratarla a ella hasta en 12 ocasiones, la ha arrastrado a ella a varios juicios que la comprometen financieramente, que la exponen de forma descarnada a la opinión pública, que pone en juego su reputación.

La reputación de las mujeres, siempre tan frágil.

Se habla de problemas de salud mental, perdiendo de vista que el hecho de que a ella se le atribuyan trastornos mentales y a él no ya es una cuestión de género. Lo de meter a las mujeres que no cumplen el mandato en el manicomio también es un clásico. Y considerar el trastorno causa y no consecuencia.

(Este artículo explica muy bien las dinámicas que llevan a una gran mayoría de la gente a creerle a él y no a ella; algo que solo se puede analizar con perspectiva de género).  

La otra, es la historia de María Salmerón, la mujer más veces indultada en España por el mismo delito: negarse a entregar a su hija a su maltratador, negarse a desproteger a su hija que reclamaba no querer ir con su padre, que había maltratado a su padre y la maltrataba a ella. A pesar de que él tiene una  condena  por maltrato nunca ha entrado en la cárcel; es más, le llegaron a dar a él la custodia amparándose en el inexistente Síndrome de Alienación Parental (que al parecer solo ejercemos las madres: como la propia niña dice, para alienación, la tortura a la que la sometían el padre y su familia hablándole mal de su madre). Más de dos décadas después de divorciarse para huir del maltrato, María Salmerón se encuentra enferma, arruinada – lleva años con el suelo embargado para pagar las multas por no haber entregado a la hija a su padre maltratador, y está en riesgo de perder la casa donde vive – y a punto de entrar en la cárcel que el maltratador convicto nunca ha llegado a pasar.

En ambos casos, las mujeres juzgadas públicamente por lo que hicieron o lo que dejaron de hacer. En ambos casos, su palabra vale siempre menos que la del hombre. En ambos casos, hagan lo que hagan se juzga que hacen mal: y si sale mal, la culpa será suya.

Se dice a la vez que si no se defendió, es que no sería maltratada; y que si se defendió, la maltratadora era ella. Es lo que nos sucede, inevitablemente, a las mujeres.

Es increíble que haya tanta gente capaz de pensar que las mujeres mienten cuando explican los maltratos, violaciones, violencias… cuando es dificilísimo hablar de estos temas y cuando hablando de ellos, pierdes más que ganas: revictimización, pérdida de reputación, de dinero, del trabajo, amigos… a veces incluso de la libertad (o la custodia de las criaturas cuando las tienen), y en cambio, nunca se planteen que el maltratador /violador mienta cuando los motivos para hacerlo son obvios.

La dinámica de la «mujer perversa», que tan bien explica este artículo, que habla de un caso que también fue mediático, controvertido y donde también hubo un linchamiento contra las mujeres implicadas (aunque se acabó archivando; esto ya no llegó a las portadas de la prensa)

Una dinámica que se repite en multitud de casos: Juana Rivas, Rocío Carrasco, Mia Farrow… incluso Britney Spears… mujeres locas / perversas que se inventan mentiras de abusos /maltratos para hundir a los pobres e inocentes hombres (aunque en algunos de esos casos, estos hombres han sido incluso condenados por maltrato o abuso) .

Hasta que las matan, o matan a sus criaturas si tienen, ellas son las malas; después continúan siendo las malas, porque no han protegido a las criaturas. Como dice P., tan sabia: La opinión pública con respecto a la violencia de género funciona como la caza de brujas, si sobrevive a la tortura es una bruja, si muere asesinada, era inocente, pobretica.

No le dejaré que llore hasta dormirse

Hace 13 años, mis días empezaban en una ciudad ajena, en un apartamento sin calefacción, en el que desayunaba con B. y luego cogíamos un pétit taxi compartido y llegábamos a la crèche dónde A. aún estaba echado en su cuna, en una habitación en penumbra, mirando al techo, sin esperar nada.

Como sabemos, esto no es algo que pasó y ya está, algo que terminó, algo de lo que haya pasado página. Es algo que sigue impregnando su ADN.

Como explica en este blog esta adoptada adulta que hace 8 meses fue por primera vez madre biológica.

Lloraba cuando era bebé. Lloré por horas y horas y horas y horas y horas.

Me pusieron en un armario para que dejara de llorar. Un armario oscuro, húmedo, lleno de inmundicia.

Entonces paré de llorar.

Paré porque nadie vino por mí. Dejaron de venir a por mí. No podían atendernos a todas las 56 criaturas que compartíamos una habitación con un armario y un baño.

No nos podían atender a todos. Así que paramos.

Nos desanimamos.

Aprendimos como bebés que nuestro llanto no era importante.

Aprendimos a hacer ver que nuestra necesidad de nuestras madres, padres, hermanos, etc, no era importante y no era una necesidad.

Esencialmente, renunciamos a la humanidad; solo esperábamos que nuestras necesidad fisiológicas fueran atendidas.

Comida.

Agua.

Un techo sobre nuestras cabezas.

Pero a menudo no nos daban comida.

Recuerdo estar sedienta.

Pero recuerdo que siempre tuve un techo sobre mi cabeza.  

Yams es la mejor versión de mi misma porque no le dejaré que sea lo que yo fui, donde estuve, cómo estuve.

Yo no escogía la experiencia que tuve, pero escogeré una experiencia distinta para mi hijo.

Así que no. No dejaré que llore hasta que se duerma.

La gente me dice que le deje llorar. Y de hecho, entiendo el razonamiento que hay detrás. Pero la mayoría de gente que me recomienda que le deje llorar hasta que se duerma no son conscientes de que yo soy alguien que lloró con la esperanza de que alguien me cogiera.

Nunca vinieron.

¿Para qué llorar si no van a venir?

Cuando mi hijo llora, yo lloro.

No lloro por él.

Sé que va a estar bien. Que estoy a su lado. ¡Siempre!

Lloro por la niña que fui.

(…)

Los adoptados somos unos humanos de otra clase. Somos anomalías. Tenemos experiencias que nadie, dejado solo, ninguna CRIATURA debería tener.

(…)

Por esto cuando los adoptados tienen criaturas, no solo entran en el territorio nuevo en el que todos los padres y madres entran, también ponen sobre la mesa su propia anomalía.

Están poniendo su alma sobre una mesa que no fue creada para su mente, cuerpo, espíritu.

Están desempacando el equipaje que está reventando en la cremallera.

Los adoptados intentan encontrar la manera de equilibrar los niños que fueron cuando les adoptaron / traficaron / robaron con los adultos que son ahora que tienen una criatura.

Así que no.

(…)

No le dejaré que llore hasta dormirse.

Sobre lo de Rocío

Documental: ¿Está Rocío Carrasco embarazada? | El Correo

Nunca habría pensado que vería T5. 

Sí, yo también he caído en la serie documental de Rocío Carrasco, no el primer día, pero tampoco mucho más tarde (vi el primero dos o tres días más tarde. Por prurito profesional, ya sabéis), y desde entonces estoy enganchada a este relato como una yonki, es un programa con el que ahora mismo no puede competir ni la mejor ficción. 

Lo primero que pensé de Rocío Carrasco es que se había hecho un master en Derecho. Después, que se lo había hecho también en Psicología.

Por no hablar de la capacidad comunicativa que tiene: envidiable. El equilibrio entre la emoción y la reflexión… la espontaneidad y la documentación… los tempos del relato… la construcción del relato. 

Siempre había pensado que esta mujer vivía a costa del nombre de su madre; hoy pienso que quizás si no hubiera tenido la madre que tiene se le habría permitido brillar con luz propia. 

Hay un antes y un después a muchos niveles de esta docuserie. Cambiará la televisión, cambiará nuestra percepción de la violencia de género, de hecho lo ha hecho ya. Ha puesto un montón de debates encima de la mesa. Ha abierto los ojos a muchas personas sobre lo que es la violencia de género, el maltrato. 

Algo que no se puede resumir, que hay que contar con tiempo, con espacio, porque algunos maltratos solo se entienden con el goteo de situaciones a lo largo de los años, con la acumulación de capas unas encima de otras para ir dando densidad a la historia. 

El maltrato físico, el psicológico, el aislamiento, el maltrato familiar, el judicial, el mediático. 

25 años de machaque a la luz pública por parte de animales televisivos sin escrúpulos ni ética profesional. 

Se podría hacer un análisis del discurso en las facultades de comunicación, de verdad que me parece redondo a todos los niveles.

Una de las cosas que me indigna, por la parte que me toca, es que se llamen periodistas personas que no cumplen ni lo más básico de ser periodista; investigar y contrastar la información que emiten.

Hablan de «cómo nos engañaron», como si fueran víctimas y no actores del engaño. 

Y entiendo que hay una parte de «deshumanización» del material del que hablan, estos seres que se dedican al (me niego a llamarle periodismo) corazón. Si vieran a esa gente de la que habla como personas humanas, si empatizaran lo más mínimo con ellas, no podrían ejercer este trabajo

Por otra parte, como hija, me remueve hasta los cimientos esta historia. 

Puedo entender a Rocío Carrasco y no por eso deja de dolerme su hija: una criatura dañada, abandonada, maltratada, negligida, utilizada. 

A quien nadie pudo (¿quiso?) contener en su adolescencia, y que esta falta de contención tiene mucho que ver con la adulta en la que se ha convertido. 

 Dañada por un padre que la usó como arma y por una madre a la que las circunstancias: la presión mediática, el maltrato recibido, el acoso de medios, familia y gente de la calle, los temas judiciales, la depresión, la posición de parte de la familia, la falta de sus padres… no la dejaron maternar cómo debería haberlo hecho. Igual que diríamos, por ejemplo, que en una guerra no se ha podido maternar bien: no es un juicio a ella sino un reconocimiento de las circunstancias que vivió.

Igual que somos capaces de ver el maltrato sistémico que ha sufrido la madre, debemos ser capaces de ver el maltrato sistémico que ha sufrido la hija.