A vueltas sobre el bullying
Vuelvo una y otra vez la historia de las criaturas adolescentes de Sallent que saltaron por la ventana porque sufrían bullying. Por ser migrantes; por ser una de ellas transexual; en cualquier caso, porque les hacían la vida imposible.
Vuelvo sobre esta historia porque me parece el paradigma del bullying: la xenofobia, lo lgtbiq, la esencia de la diferencia, de la alteridad; de no ser, como suele decirse, “como uno”.
Leía ayer en un titular de la Vanguardia que aseguraban las amigas que le hacían bullying y castigaban a la víctima: “Porque eran pequeñas, recién llegadas y nada populares. Y porque Alana no se callaba, les plantaba cara, se defendía y al final siempre la acababan castigando a ella”.
Y además de los castigos y expulsiones, ¿qué más hicieron en el instituto? Cambiar a la víctima de clase, cambiar a la víctima de patio de recreo, negando que hubiera una situación de acoso, y en última instancia, prohibiendo “que tratemos el tema con periodistas”.
O sea, resumiendo, lo que suelen hacer en las escuelas, en los institutos: mirar hacia otro lado, en el mejor de los casos. Tolerar el acoso, en otros. En algunos, incluso alimentarlo.
Poner la carga sobre la víctima. “No les hagas caso”; “no les provoques”.
Y es que las personas adultas, el profesorado, las familias, también son parte del bullying.
Las criaturas que sufren bullying suelen ser criaturas que se salen de la norma, por uno o varios lados. Por el fenotipo, su lgtbiqidad, sus diferencias corporales, la discapacidad o una inteligencia que despunta, porque su comportamiento no se ajusta a lo establecido. Suelen ser sospechosas, antipáticas, raras; también para los adultos que las rodean, para las madres y padres de sus compañeros, para el profesorado.
No hay mecanismos que funcionen para atajar el bullying; al revés, los mecanismos son para borrar las diferencias y las disidencias. Para hacernos volver al redil. Para que no nos salgamos de las normas sociales que compartimos.
Si no fuera tan doloroso (incluso criminal), es muy interesante el fenómeno del bullying. permite entender las jerarquías de los centros, el lugar que ocupa cada uno, y cómo ve la sociedad todas las exclusiones y disidencias.
Los padres de las víctimas suelen ser gente sin poder en el entorno escolar. Personas migrantes, madres trabajadoras que no pueden participar en el AMPA, familias que se relacionan poco con otras (porque no quieren, porque no pueden, o porque no les aceptan), y muchas veces miradas con desconfianza y prejuicio por otras familias y por el equipo docente. Muchas veces también disidentes a nivel familiar, familias divorciadas o monoparentales.
La escuela no deja de ser un reflejo y un espejo de la sociedad en la que está inserta; a veces, un lugar peor, porque es obligatorio estar en él hasta los 16 años, sin posibilidad de instalarte en un entorno alternativo, seguro.
Y si piensas que en tu escuela no pasa, es posible que seas (o tus hijos) el agresor.