Corría el año 2010, cuando descubrí que las Familias Monoparentales con dos hijos – yo lo era desde un año atrás – sufríamos una discriminación flagrante en el contexto de las Familias Numerosas; mientras ellos tenían esta consideración y una serie de beneficios con 3 criaturas (es decir, una ratio menor a la mía de criaturas por adultx, incluso en el caso de que todos sus hijos e hijas fueran comunes), nosotras quedábamos excluidas. No solo eso: si eras monoparental por viudedad – y por tanto, probablemente cobrabas en casa prestaciones por orfandad y/o viudedad – también eras Familia Numerosa. Si no había habido un padre legal en ningún momento, no.
Hubo cierto debate en esa época, en la que me sentí muy incomprendida: el discurso generalizado era, o bien que tener 2 hijos no se podía considerar una familia numerosa, o bien que las monoparentales no viudas habíamos escogido tener criaturas solas, o bien, por parte de los colectivos monoparentales, que el hecho de tener dos hijos no marcaba ninguna diferencia: que lo realmente importante era ser una sola persona adulta.
Y entonces descubrí un comunicado de la Asociación de Madres Solteras por Elección, que recogía todos y cada uno de los puntos que me preocupaban. Y aunque no soy muy de asociarme, me apunté. Y allí conocí a un puñado de mujeres que tenían conmigo muchas más cosas en común que la monoparentalidad: también maneras de ver la vida, preocupaciones, miedos, expectativas, logísticas. No con todas, claro: era un grupo heterogéneo con ideas e ideologías muy distintas, pero sí unas cuantas. Y había una que, cada vez que entraba en los foros que compartíamos y veía su nombre, leía, convencida – nunca me decepcionó – de que estaría de acuerdo en todo lo que decía, de que me aportaría reflexiones interesantes.
Era N.
Entonces no sabía que era ella quién había escrito el texto que me llevó a la Asociación; ni sabía, claro está, que acabaríamos compartiendo vida, casa, proyectos, maternidad, logísticas.
Nuestras criaturas han crecido y, aunque conservamos amistades y afectos, nuestra relación con la Asociación de MSPE se ha diluido mucho, excepto una vez al año: en la Asamblea Anual. Durante un fin de semana nos encontramos con decenas de mujeres de todo el Estado para definir objetivos y luchas comunes.
Excepto este año, claro.
Este año hemos seguido la asamblea a través del Zoom. Sin el calor del encuentro, las charlas después de la cena, los reencuentros con las que viven lejos, el café de media mañana, los manolitos de la merienda, las risas de las criaturas en las actividades por la granja, las carreras por las literas, los carritos de los bebés en el pasillo de la sala.
Después, los pequeños se fueron a casa de G. para el cumpleaños de M. comieron allí, pasaron la tarde, se quedaron a dormir.
N. y yo decidimos dejar a los mayores con barra libre de Netflix y palomitas y salir a cenar. Llamamos al restaurante de delante de casa. Llamamos al restaurante hipster del barrio. A la hamburguesería guay. Al restaurante delicatessen del barrio vecino. A otros restaurantes menos guays.
En ningún sitio tenían mesa.
La gente reserva con varios días de antelación, nos dijeron.
Me sorprendió, igual que cuando el día anterior me contaron que el campamento deportivo del barrio estaba ya lleno. Como nosotras apenas hemos salido, me llama la atención que tanta gente salga a hacer tantas cosas.
Finalmente encontramos una mesa en un bar del barrio, un sitio nuevo que no estaba nada mal.
Siempre se dice que la de Sant JOan es la noche más corta del año, pero no es cierto: la más corta ha sido esta noche pasada, que ha durado 8h, 49 minutos y 48 segundos.
Y luego ha llegado el verano. El del calendario, y el meteorológico.
Y el final de Estado de Alarma: El paso al solsticio de verano marca el paso al inicio de la nueva normalidad.