Diario del año de la peste, entrega 48
Hace un año estábamos cargando las últimas cajas desde el anterior piso a la casa nueva. Decidiendo dónde colocábamos los muebles. Barriendo y fregando el polvo que habían dejado las obras y colocando ventanas. Vivimos entre cajas bastantes semanas, y aprovechamos para hacer limpieza: tiramos muchas cosas, o las vendimos en Wallapop, o se las regalamos a los amigos. I. se ha hecho una biblioteca con libros de espurgo (que no estaban mal, pero eran demasiados) y los que no quiso, se fueron a la Biblioteca del barrio.
Nunca llegamos a hacer la inauguración. Entonces era todo demasiado provisional, luego llegó el verano y después había pasado demasiado tiempo.
No pasa nada, pensamos: podemos hacer una fiesta informal cuando se cumpla un año de que nos instalamos.
Va a ser que no.
Después de 3 días, los niños remolonean cuando toca salir. Es cuestión de salud, les decimos: salir, movernos un poco, que nos dé el sol y el aire, mirar a más distancia que las cuatro paredes de la habitación o las fachadas de la acera de enfrente.
Finalmente salimos y vuelven cargados de energía.
Nosotras también, el día que nos toca (nos alternamos).
Después de muchas semanas de confinamiento, N. descubrió que nuestra vieja impresora se puede conectar al ordenador nuevo. No solo esto: la reconoce, ¡e imprime!
Esto nos ha facilitado bastante el trabajo escolar, que ahora se ahorran copiar ejercicio por ejercicio. Por otra parte, a medida que han avanzado las semanas y se han organizado (y presumo que también gracias a nuestros correos de queja), las maestras de nuestros hijos nos envían la tarea mucho más ordenada y en un volumen razonable.
Los niños van aprendiendo a manejarse con las webs, las plataformas y el correo. Y si a algo no llegan ellos ni nosotras, ahí está C., nuestra adolescente, que nos da 20 vueltas a todxs y es a quien recurrimos cuando nos vemos en apuros tecnológicos.
Las escuelas reabrirán en septiembre, aunque hay globos sonda anunciando que podría hacerse, parcialmente (para las familias que lo necesiten, para los más pequeños) antes.
Por ejemplo, para las familias monoparentales, que se encuentran no solo frente a una crisis económica sin precedentes: también en una situación sin medidas de conciliación, con las escuelas cerradas y los abuelos inaccesibles por ser grupo de riesgo. Lo que hace difícil teletrabajar y prácticamente imposible hacerlo fuera de casa.
A nivel personal, estoy dividida sobre la vuelta a la escuela. Por una parte, creo que la escuela aporta muchas cosas, desde conciliación a vida social, pasando por cierta igualdad de oportunidades, además de descargarnos a las familias de impartir ciertos conocimientos, que aunque los tengamos (o no), no necesariamente sabemos transmitir.
Por otra, creo que esta «cura de colegio» les está viniendo muy bien a los míos en concreto.
En una sociedad sin momentos de pausa como el Ramadán o la Cuaresma, esta ralentización de los estímulos y los ritmos que ha representado esta Pandemia (si le quitas todo el dolor, la enfermedad, la muerte y la angustia, que no es fácil), no nos viene nada mal.