familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para May, 2011

En el autobús

Este fin de semana, mi hijo mayor me decía: ¿Te acuerdas de aquella señora del autobús? ¿La racista?

 El episodio de la racista sucedió un verano, volviendo de la piscina. Mi hijo mayor entró el primero en el autobús, le siguió mi amiga M., con el carrito de su hijo, y en último lugar entré yo con el carrito del pequeño.

 Y me encontré con una escena alucinante: M. gritándole, amenazadora, a una mujer que tampoco se quedaba corta.

 El conductor se levantó, se acercó a M., y le dijo:

– No te pongas a su altura.

  M. y yo atamos los carritos de los niños a las correas de sujeción y le pregunté que había pasado.

 –  Esta tipa, que cuando B. ha entrado y se ha sentado, ha dicho: «este negro, ¡¡que se levante!!»

  Me acerco a la mujer, y le pregunto:

 – ¿Usted ha dicho esto?

  Y la mujer responde:

 – No.

 Y entonces, la chica que estaba sentada delante de ella, interviene:

 – ¡¡Sí lo ha dicho, sí lo ha dicho!!

 Un hombre se levanta y le espeta:

 – Es una racista, ¡¡fuera del autobús!!

  Otro hombre se acerca a mi hijo B. y le da un caramelo. Otra mujer se acerca y nos dice que no está de acuerdo con la mujer racista (que sigue gritando, indignada, que ella no es racista «porque vivió en Brasil»).

Mi hijo está sentado en un rincón, asustado, pensando, sin duda, «tierra, trágame».

Me siento a su lado, le pregunto si quiere que le explique qué ha pasado y cuando me dice que sí le explicó qué es el racismo, cómo se manifiesta y cómo podemos responder.

 Sale del autobús asustado, y durante muchos días, sigue preguntando por «la racista» cada vez que subimos al autobús.

 Me da tristeza, y rabia, ver su miedo. Pero también creo que es bueno, que es bueno que se dé cuenta de que el racismo es algo que da miedo. Algo peligroso. Que puede dañarle.

 Han pasado dos años, y alguna vez, como este fin de semana, aún pregunta por la racista del autobús.

La Copa

Nunca me ha gustado el fútbol, aunque mi hijo mayor está obligándome a ponerme al día.

Vimos el partido del sábado, juntos.

Y no me emocionó ver a Abidal levantando la Copa. Me emocionó ver la emoción de  mi hijo al ver a otro negro levantando la Copa.

Sólo uno

Mi hijo mayor ha estado de colonias, y he podido ejercer de madre de sólo un niño. Hemos tenido tiempo de charlar, de jugar, de hacer mimos… de sacar la ropa de verano (y guardar la de invierno) y de reorganizar la casa.

He estado tan tranquila que… me siento hasta culpable.

Hace algún tiempo, una amiga se quedó un fin de semana con mi hijo pequeño, y el mayor y yo fuimos a hacer «cosas de mayores». Fuimos al cine, cenamos fuera… tuvimos conversaciones casi adultas.

No puedo parar de pensar en lo facil que sería mi vida con un solo hijo (fuera cual fuera de los dos).

Claro, también sería más fácil sin hijos…

…pero aunque soy perfectamente capaz de imaginarme sin hijos ahora, soy incapaz de pensarme sin hjos en el futuro.

Y tampoco puedo imaginarme a mis hijos sin hermanos en el futuro.

Consideraciones (personalísimas) sobre el 15-m

1. Da gusto ver que un grupo de gente grande, heterogéneo y cambiante es capaz de organizarse para estar durante muchas horas de forma ordenada, pacífica y limpia (en el sentido literal de la palabra… y en el figurado también) sin necesidad de líderes, autoridades o policías. Muchas actividades organizadas por administraciones públicas, o por empresas, deberían aprender de esto. La pregunta es hasta qué nivel, hasta qué escala, es factible la autogestión.

2. La democracia, tal y como la conocemos, ha quedado anticuada. En el siglo XX, podía tener sentido que nuestro cometido fuera limitarnos a votar una vez cada 4 años… en el siglo XXI, con las tecnologías y las posibilidades comunicativas que dan Internet y las Redes Sociales, la participación, el debate… son posibles a otros niveles. El movimiento del 15-m es una buena demostración de esto.

3. Tengo la impresión de que la fortaleza y la debilidad de este movimiento radican en la misma cosa: la horizontalidad, la organización asamblearia, la falta de líderes o siglas. Ver si esto puede convertirse en algo más grande sin desnaturalizar su esencia es el gran reto que hay hoy.

Y 4. Para mí lo más gratificante de 15-M es que por fin tengo la sensación de que alguien le da voz a todas mis dudas, recelos, incomodidades. Alguien no: nosotros. Es nuestra voz, mi voz.

Hace mucho tiempo que, como tantos, tengo la sensación de que estamos en el final de una era. Que hemos vivido en un mundo-burbuja donde todo estaba al alcance, para despilfarrarlo… que se acaba la época del usar y tirar, que esto no da para más.

La gran duda que me asaltaba es hacia dónde iremos: ¿Hacia un mundo más justo, más limpio, más participativo… donde racionalicemos y repartamos – y compartamos, y reciclemos- lo que hay? ¿O hacia todo lo contrario, un mundo donde unos pocos apliquen la ley del más fuerte para quedarse con los recursos escasos?

Esta movida me da, por primera vez en mucho tiempo, esperanzas.

El orden de los hermanos

Muchas de las «normas» que hay en los procesos de adopción están basadas en buscar parecidos con la maternidad biológica.

Por ejemplo, la diferencia máxima de edad entre adoptantes y adoptados, que está alrededor de los 45 años; el tiempo de espera antes de empezar una adopción posterior (entre 9 meses y un año). O el orden de llegada de los niños a casa.

El niño que llega tiene que ser siempre menor que los que hay en casa.

Cuando escuchas a los técnicos en adopción, parece que vayan a suceder grandes catástrofes si llega a una familia un niño mayor y el mayor de los que hay pierde su primogenitura. Y se empecinan en esta idea a pesar de las muchas experiencias que hay en sentido contrario: La de R., y su marido, que adoptaron a dos niñas de 9 y 10 años cuando su primer hijo era un bebé; la de la familia de M., que incorporó a una niña de 7 años cuando ya tenían otros 3 menores de 5; la de P., que se ahijó el hermano mayor de 9 años de su hijo de 3…

El argumento sigue siendo el mismo: no es lo natural. Los niños tienen que llegar a casa en el orden correcto.

Siendo el orden correcto el que se daría si los hijos fueran biológicos… niños nacidos consecutivamente con al menos un año de diferencia entre unos y otros.

Pero la idea en la que se basa esta norma es tan anticuada que no es ni verdad con la parentalidad biológica… lo era hace algunas décadas, quizás, pero no ahora, que tantas familias se forman a partir de familias «previas»: Si yo ahora me caso con un señor, pongamos, que tenga un hijo de 10 años y otro de 7, resulta que mis hijos ganan un hermano mayor y, mi hijo mayor, un falso gemelo.

No sé si deberían revisarse los paralelismos entre parentalidad biológica y adoptiva. Sí que sé que deberían revisarse muchas de las ideas que tenemos sobre lo que son las familias. Una realidad cambiante que no se ajusta casi nunca a los esquemas previos.

70 años y un día

Ayer estuve todo el día pensando cuál era mi canción favorita de Bob Dylan… sin duda, «Don’t think twice, it’s allright». No tiene mucho que ver con el contenido de este blog, pero me apetecía compartirla:

Aunque… llamadme cursi, mi primera versión de esta canción, y la mejor para mí, es la que escuchaba en el disco de vinilo de Peter, Paul and Mary que tenían mis padres:

Devoluciones

Hay una expresión que se utiliza mucho en adopción: «devolver al niño».

Devolver, ¿dónde? ¿a quién?

Devolver es un eufemismo para abandonar. O reabandonar. No hay ninguna diferencia entre abandonar a un hijo biológico y «devolver» a un hijo adoptado.

O quizás sí: un segundo abandono es probablemente más de lo que puede soportar un niño que ya ha sido abandonado. La estrategia segura para que nunca jamás vuelva a confiar en nadie. Darle la razón cuando piensa que no es «querible». Que es malo. Que no merece una familia.

¿No pensáis que el lenguaje dice mucho de cómo somos en realidad? ¿Que el hecho de vivir en una sociedad que utiliza sin rubor – y a menudo sin comillas – la palabra devolución, indica lo que pensamos de la adopción, y de los niños adoptados?

¿No los estamos tratando como mercancías?

Yo lo haré mejor, a mí no me pasará

 

Como soy una neurótica peligrosa, había leído muchísimo sobre adopción ya antes de adoptar (y durante, y después). Y estaba convencida de que los malos rollos, los problemas de vínculo, las dificultades importantes… se daban por culpa de padres incompetentes.

Cuando leía en foros, en blogs, en artículos, a madres (y algún padre) desesperadas porque no conseguían que su hijo les hiciera caso, que cesaran las rabietas, que se redujeran los niveles de agresividad… Pensaba:

«Yo lo haré mejor, a mí no me pasara».

Al fin y al cabo, había niños adoptados que no eran así, ¿no? Señal de que la «culpa» era de los padres.

Al fin y al cabo, yo era una canguro estupenda, la amiga de los niños, la que se ocupaba de ellos en todos los encuentros de amigos, y siempre era capaz de reconducir la situación.

Lo que no sabía es que nada es más fácil que ser madre cuando los hijos son de otros, que de los tuyos no te puedes desconectar nunca, son tu responsabilidad 24 horas sobre 24, que las cosas que siempre te han funcionado dejan de funcionar, que a veces se te terminan los recursos…

Convertirme en madre, y en madre de un hijo como B., fue un descalabro. Sacó de mí lo peor, la parte más oscura, la más vulnerable… todos los miedos que creía superados… todos mis fantasmas.

También lo mejor, la fuerza, la necesidad de re-explorarme, de re-pensarme… De sacar recursos de dónde no hay cuando los has agotado todos.

Si mi único hijo fuera mi hijo pequeño, tan «fácil», seguiría convencida de que los problemas de los niños adoptados derivan de la competencia de los padres. De que soy una madre estupenda.

Aunque probablemente, la madre imperfecta que he descubierto en mí es mucho mejor madre que la que sería entonces.

Pesadillas

 

Entre mis pesadillas recurrentes, hay dos que destacan por encima de las demás: me olvido de las gafas (o las lentillas empiezan a crecer y no hay forma de ponerlas en el ojo), y salgo a la calle sin ver nada; o me llaman de la universidad porque me falta una asignatura para acabar la carrera, y se me había olvidado.

Antes de tener hijos, un par de veces soñé que los tenía y los olvidaba en algún sitio: en una tienda, por ejemplo, una de las veces.

No he vuelto a soñar nada parecido desde que mis hijos llegaron. Supongo que porque sería tan raro como olvidarme un brazo.

¿Mayo del 68 o Plaza Tahrir?