En el autobús
Este fin de semana, mi hijo mayor me decía: ¿Te acuerdas de aquella señora del autobús? ¿La racista?
El episodio de la racista sucedió un verano, volviendo de la piscina. Mi hijo mayor entró el primero en el autobús, le siguió mi amiga M., con el carrito de su hijo, y en último lugar entré yo con el carrito del pequeño.
Y me encontré con una escena alucinante: M. gritándole, amenazadora, a una mujer que tampoco se quedaba corta.
El conductor se levantó, se acercó a M., y le dijo:
– No te pongas a su altura.
M. y yo atamos los carritos de los niños a las correas de sujeción y le pregunté que había pasado.
– Esta tipa, que cuando B. ha entrado y se ha sentado, ha dicho: «este negro, ¡¡que se levante!!»
Me acerco a la mujer, y le pregunto:
– ¿Usted ha dicho esto?
Y la mujer responde:
– No.
Y entonces, la chica que estaba sentada delante de ella, interviene:
– ¡¡Sí lo ha dicho, sí lo ha dicho!!
Un hombre se levanta y le espeta:
– Es una racista, ¡¡fuera del autobús!!
Otro hombre se acerca a mi hijo B. y le da un caramelo. Otra mujer se acerca y nos dice que no está de acuerdo con la mujer racista (que sigue gritando, indignada, que ella no es racista «porque vivió en Brasil»).
Mi hijo está sentado en un rincón, asustado, pensando, sin duda, «tierra, trágame».
Me siento a su lado, le pregunto si quiere que le explique qué ha pasado y cuando me dice que sí le explicó qué es el racismo, cómo se manifiesta y cómo podemos responder.
Sale del autobús asustado, y durante muchos días, sigue preguntando por «la racista» cada vez que subimos al autobús.
Me da tristeza, y rabia, ver su miedo. Pero también creo que es bueno, que es bueno que se dé cuenta de que el racismo es algo que da miedo. Algo peligroso. Que puede dañarle.
Han pasado dos años, y alguna vez, como este fin de semana, aún pregunta por la racista del autobús.