familia monoparental, diversidad familiar y adopción

Archivo para octubre, 2014

Lo confieso…

Este año he caído.

Entre la ilusión por disfrazarse… la presión del cole… la propuesta de los amigos de ir de casa en casa gritando «truco o trato»… la lejanía de los panellets y las castañas…

Esto sí… prometo seguir prefiriendo los Reyes Magos a Santa Claus.

La ecología de los buenos tratos a la infancia y adolescencia

La ecología de los buenos tratos a la infancia y adolescencia. Así se llama la conferencia de Jorge Barudy a la que acudió A., la autora del blog Chiquita Adorada. No he podido resistirme a pedirle permiso para copiar este extracto de la misma, que compartió.

Conviene no olvidarnos que muchas veces, nuestros hijos, pertenecen al segundo grupo:

Los niños con experiencias positivas, buenos tiempos familiares y que graban en sus memorias emocionales estos buenos recuerdos, van conformando su representación sobre sí mismos como seres queribles y no sólo queridos, con capacidades y habilidades, inteligentes, listos, guapos, etc., porque la autoestima se construye en el día a día de la interacción con ese entorno familiar cargado de una sana afectividad.

Sin embargo, los niños que no han contado con este entorno nutritivo presentan una gran dificultad para poder contar con una imagen positiva de sí mismos; su autoestima negativa o pobre emerge sin duda de una ausencia o carencia de buenos tratos. Estos niños han internalizado la creencia de que son malos, no queribles, fuente de frustración y no de gratificación para los adultos. Por tanto, intentarán protegerse de las adversidades y agresiones del mundo adulto intentando muchas veces compensar esta baja autoestima con conductas omnipotentes, controladoras, oposicionistas y con una búsqueda de control constante sobre su medio y sus relaciones interpersonales.

 

This is how it all began

From: 30 de agosto de 2012 15:01,

From: Madredemarte:

Date: 30 agosto 2012

Subject: Nos vamos a Madrid

To: N@… ; S@…; P@…;

Hola chicas!

Voy a Madrid en octubre, me han invitado a una conferencia, es un viernes y me estoy planteando la posibilidad de llevarme a los niños y pasar el finde.

El problema? Mis números rojos… estoy mirando si la gente que conozco en Madrid (o sea, vosotras) me podría ofrecer alojamiento un par de noches (o 3) a mi y a mis fieras.

¿Lo veis factible? Con el mismo morro que tengo yo para pedirlo, me podéis decir sin problemas ni manías que no tenéis espacio o lo que sea…

Besos

M.

 

From: N.

Date: 3 septiembre 2012

Subject: Nos vamos a Madrid

To: Madredemarte

que llevo cuatro días sin ver el correo y no lo había leído…

naturalmente que seréis recibidos y acogidos con los brazos abiertos.

La casa no es muy grande pero hay sitio para todos. Me hace muchísima ilusión que vengáis y creo que a los niños también les puede gustar la experiencia, tanto a los grandes como a los peques…

Vamos que menos mal que tenéis números rojos si nos dan la oportunidad de compartir unos días con la autora de unas de mis escasas lecturas de los últimos tiempos.

Un beso,

N.

 

 

 

From: N.

Date: Mon, 29 Oct 2012 11:08:38 +0100

Subject: lunes de vuelta

To: Madredemarte

 

Hola,

espero que llegaseis bien…nosotros estábamos cansados…así que vosotros no quiero ni imaginarme…

te mando la dirección, que lo de la postal nos hará muuuucha ilusión:

Se quedaron en casa tanto los libros como el certificado de haber participado en la mesa redonda. Si quieres os lo enviamos por correo, o como te he tomado la palabra os lo llevamos a Barcelona.

Ayer decía P. que mejor hoy también quedábamos para jugar con A. y B. Creo que él tiene la idea de que ayer nosotros nos cogimos un metro a casa y vosotros otro, de otra línea…A todos nos ha encantado conoceros y «convivir» estos días.

Un besazo para todos (a repartir, eh!),

 

 From: Madredemarte

Date: Mon, 29 Oct 2012 14:18:28 +0100

Subject: lunes de vuelta

To: N.

Absolutamente muertos!! han dormido hasta las 7 de hoy, y como teníamos la revisión médica de B. a las 9:40, hemos aprovechado para tomárnoslo todos con calma en el desayuno, el vestir…

Ay!, los libros los olvidé de verdad, eh?, pero no me corre ninguna prisa tenerlos, cuando nos volvamos a ver me los pasas.

nosotros nos ha encantado también esta «convivencia» de tres días (que parecen muchos más!!), está claro que hay que repetir… Hoy les preguntaba qué les ha gustado más del viaje (lo hago siempre) y me decían «¡¡todo!!, ¡¡todo!!»… La verdad es que ha sido un viaje redondo.

Muchas gracias por todo, por el alojamiento, los churros y la compañía… creo que no podríamos haber estado más a gusto en ningún otro lugar.

Muchos besos (así tocáis a más, ale!)

Vías de agua

Una de las cosas que tenía clarísimas cuando adopté, es que no les “medicalizaría” nada más llegar, fueran cuáles fueran sus comportamientos. La pérdida, el duelo, el abandono, los cambios, la adaptación, las novedades… todas eran cosas que quería tiempo. Y les iba a dar tiempo: nada de psicólogos, psiquiatras, logopedas, profesores particulares.

No de entrada, al menos.

Recuerdo haber preguntado al pediatra y a la maestra de la escuela infantil por las dificultades de habla de B., al poco de llegar, y ambos me reafirmaron en mi idea: sólo había que darle tiempo.

Cuando, año y medio más tarde, se vio que los problemas de habla eran más complejos, que necesitaba intervención médica, que le habría ayudado un logopeda… bueno, no era tarde, pero habíamos perdido mucho tiempo.

Y no es el único aspecto en el que me sentí yendo tarde.

Una de las cosas que lamento respecto a mis hijos es no haber pedido ayuda antes. Pensé: va mejorando, con tiempo, paciencia, cariño, trabajo en casa… todo irá superándose… y al cabo del tiempo me di cuenta de que sí mejorábamos comportamientos concretos, pero salían otras cosas, por otros lados… era como estar en una barca que tiene agujeros por los que entra agua, tapas uno y se abren otras vías…

Muchos de nuestros hijos son supervivientes, muchas veces aparentan estar bien, alegres, adaptados… esta capacidad de adaptación la han necesitado para sobrevivir, y la tienen muy desarrollada. Pero esto no impide que «debajo» haya muchas cosas a resolver, desde la autoestima (muchas veces, los niños que más seguros y chulitos parecen esconden un gran problema de inseguridad), el miedo al abandono, las dificultades para tolerar la frustración, la rabia que les secuestra el razonamiento cuando hay algún contratiempo… Todo esto que está ahí, ellos aprenden a maquillarlo, a taparlo… pero si está, está, y es muy difícil que se «resuelva solo».

De comuniones y escuelas

Unos días atrás discutíamos en un foro integrado por familias transraciales sobre el asunto del árbol genealógico y otros trabajos del colegio que ponen en cuestión nuestras familias, distintas a la tradicional.

Una persona comentó lo difícil que le había resultado resolver un trabajo que le habían mandado a su criatura, en el que tenía que contar su vida “desde el nacimiento hasta la primera comunión”. La dificultad venía por la falta de datos de los primeros años de vida… pero a mí me llamó la atención que se considerara la primera comunión un hito ineludible en la vida de una persona.

Estamos hablando de un colegio público, en un país aconfesional como es España.

Al parecer, a nadie en el colegio le había llamado la atención, nadie había protestado… Igualmente, en el foro, rápidamente se dividió la gente en dos grupos: los que lo considerábamos un escándalo y los que lo consideraban una anécdota. ¿Prueba de que las Dos Españas de Machado siguen exigiendo?

Yo – y otros conmigo – teníamos claro que jamás habríamos permitido a nuestros hijos hacer un trabajo como este, que atenta contra los derechos constitucionales (la libertad de culto es uno de ellos). Y que al colegio le habría caído una buena denuncia…

Los otros pensaban que no tenía más importancia: que bastaba con hacer el trabajo “desde el nacimiento hasta el mes de mayo de tal año”.

Y no entendían que no tiene nada de anecdótico un trabajo que excluye a una parte de los niños, que toma la parte por el todo, que deja claro, implícitamente, que hay una manera correcta de funcionar: haciendo la comunión.

Y yo me pregunto:

¿Qué diferencia hay entre quitarle importancia a esto y quitársela al color carne o a que nuestros hijos les llamen negritos?

Perdido (y encontrado)

Esta semana, B. ha vuelto por primera vez solo de su extraescolar de futbol.

Lo primero que nos contó al llegar fue que se había perdido.

¿Y qué hiciste?

Entré en una tienda de chinos y pregunté por el Ayuntamiento. Me indicaron y cuando llegué al paseo ya supe llegar.

C. dice:

Yo también sabría orientarme si llegara al Ayuntamiento, o a la Iglesia… pero nunca me atrevería a preguntarle a un desconocido.

B. responde:

¿Por qué no? ¡No pasa nada! Hay que preguntarle a un señor un poco viejo y con buena pinta. Nunca a uno de 20 años, con gorra y que bebe red bull.

Ahí queda esto.

Cuatro años no son nada

Por la mañana había dejado de llover.

Los niños y yo hemos desayunado en la cocina, pan que hizo anoche N. con mantequilla o aceite (en el caso de P., con ambas cosas), leche y te.

Le han salido flores a la tomatera y al calabacín.

C. y B. se han peleado por una goma.

A. y P. han salido vestidos ambos de existencialistas franceses: pantalón negro, zapatos negro, jersey de cuello vuelto negro.

Dientes y cara y mano y peines y mochilas y mandarinas y prisas.

Leer Leer Lolita en Teheran en el tren con destino al trabajo. Se me acerca una chica para decirme: “Este libro es superbonito, ¿verdad?, pero yo traté de encontrar los libros de los que habla, me hice una lista, y no he encontrado casi ninguno, están todos descatalogados”. Le digo que sí, que hace que te apetezca releer Lolita y El Gran Gatsby y mirarlos con otros ojos.

Y me acuerdo de lo que me dijo E. hace años, “eres la clase de persona con la que los desconocidos hablan”.

Me arrebujo en el abrigo, cruzo el descampado, la carretera, paso la tarjeta por la puerta.

Saludo a mis compañeras, la correspondencia, el agua, la organización del día.

Enciendo el ordenador y me doy cuenta de que cuatro años no son nada.

Y son un universo en si mismos.

Feliz aniversario.

Rol paterno

Me reúno en el colegio con una orientadora que tiene que valorar a B. para ver si necesita apoyos académicos.

Es la segunda reunión. En la primera, estuvimos N. y yo, presentándonos como familia. En esta voy sola.

La mujer saca su cuestionario, me pide que le ayude a hacer un organigrama de la familia. Me pide datos como nombres, apellidos, edad, profesión, lugar de trabajo, horarios…

Me sorprende cuando veo que apunta los datos de N. en el epígrafe “padre”, sin modificar nada.

A criaturas de 10 años les chirría el salto de género, pero a la orientadora no.

Sigue preguntando. Pregunta por las redes, por la familia extensa.

– La madre de N. vive en el barrio.

Lo apunta: “abuela paterna en el barrio”.

Sigue preguntando por la adaptación de los niños, las relaciones entre ellos… los roles familiares…

– ¿Quién de las dos hace el rol de padre?

Me la quedo mirando, estupefacta.

– Nadie hace el rol de padre… las dos hacemos el rol de madre.

– Mmmmh… mejor pongo que los roles aún están por definir.

Le digo que sí, que ponga esto. Estoy convencida de que intentar explicarle cualquier otra cosa será un desperdicio de tiempo, energía y sentido común.

P.D.: para compensar, lo sensato que nos han parecido los papeles que hay que rellenar en el AMPA. En la primera línea pone: Madres/ Padres / Tutores legales. Y luego, dos casillas, y en cada una de ellas: nombre, apellidos, teléfono, D.N.I…. contempla todos los modelos de familia: tanto las formadas por padre y madre como las homoparentales, las monoparentales, o aquellas en las que los adultos no son los padres. Y además, ¡permite poner a los miembros de la familia en el orden que se decida!

Rosa

En los últimos tiempos he leído en varias ocasiones textos que narran las dificultades de niños o niñas que han decidido romper con los estereotipos de género. Niñas que quieren practicar deportes considerados masculinos o llevar el pelo corto, o niños, como es el caso del de este artículo, que han elegido como su color el rosa.

Como bien retrata este (y otros) artículo, para muchos niños es una lucha titánica enfrentarse con los estereotipos de género asociados a su sexo. Y a menudo, también los padres tienen que vencer muchas resistencias cuando sus hijas se niegan a ir con el pelo largo, o sus hijos les piden una Barbie… o se emocionan con el color rosa.

Pero, ¿cuándo empezó el rosa a ser el color omnipresente para las niñas?
Aunque cuando yo era pequeña ya existía esta división del rosa para niñas, azul para niños, sobretodo para bebés (no siempre ha sido así: durante siglos, el rosa ha sido un color asociado a los chicos), yo no recuerdo que ninguna de mis compañeras tuviera este color como favorito cuando yo era pequeña. Habría alguna, seguro, pero recuerdo que la mayoría adorábamos el rojo, otras preferían el amarillo, otras el violeta, y alguna, muy atrevida, ya reivindicaba el color rojo.

Ni el rosa ni este lila pálido que ahora adoran todas las niñas estaban entre los colores favoritos de mi infancia. Las habitaciones no eran rosas, ni lo eran, por aquel entonces, todos los juguetes destinados a niñas, aunque por supuesto, había juguetes destinados sólo al género femenino y costaba convencer a los abuelos de que para los Reyes querías un coche, un balón o un geiperman.

Tengo la sensación de que en casi todo hemos avanzado al pasar de los años, que aunque siguen siendo grandes, las diferencias entre hombres y mujeres van reduciéndose, de que hoy damos por sentadas montones de cosas por las que tuvimos que luchar con uñas y dientes… y sin embargo, quizás porque el consumismo se ha exacerbado, el mundo de las niñas y el de los niños están a cada vez mayor distancia estética.

Conozco familias que tienen una hija mayor y un hijo pequeño y se encuentran con que el hermano no puede heredar prácticamente nada de ropa o de juguetes… porque todo lo que tienen es “de niña”. Los patines, las bicis, las camisetas, las zapatillas de deporte, los chándals. Rosa, o lila, y a menudo adornado con dibujos cursis, corazones, florecitas, volantes, lentejuelas.

Aunque los padres quieran reutilizar estas prendas, la mayoría de los niños se resisten. ¿Cómo van a llevar algo “de niña”?

(B. tuvo a los 2 años como color favorito el lila. Me resultaba difícil encontrar prendas de este color que no fueran extremadamente femeninas, pero finalmente, en una tienda de segunda mano, encontré una camiseta de chico de color lila oscuro por muy poco dinero. Le iba un poco grande y pensé que la guardaría para el verano siguiente… al verano siguiente, con casi 4 años, me dijo que él no se ponía esto: “es de niña”. Afortunadamente, pudo aprovecharla A., que también ha tenido manías, pero algo más tarde).

¿Qué objetivo, qué finalidad tiene dividir el mundo en dos grupos cromáticos?

¿Es más absurdo que el mundo de las niñas carezca de colores que no sean el rosa o el lila o que a los niños les estén vetados estos colores?

(El padre de X., la mejor amiga de A., escribió hace un par de años una carta a familiares y amigos con instrucciones para regalos de Navidad. Había 4 puntos que reivindicaban: “¡Viva los colores!” – “Sí, ¡viva los colores!” – “Todos juntos gritemos con fuerza: ¡Viva todos los colores!” –“ (por si todavía no lo habéis pillado, BASTA DE COSAS SOLO ROSAS, GRACIAS)”.

¿Por qué es más fácil para una niña asumir juguetes, ropas, juegos… habitualmente asociados a los chicos? ¿Por qué nadie piensa que una niña con pantalones o que juegue al futbol es ridícula y un niño que pretende llevar vestido o pida una Barbie a los Reyes es estigmatizado – e igual les pasa a sus padres? ¿Es sólo porque lo masculino tiene más prestigio?

¿Qué postura tenemos que tener los padres respecto a la división cromática del mundo infantil? ¿Debemos intentar que nuestros hijos lleven colores “no reglamentarios” o solo aceptarlo cuando lo deciden ellos (o incluso advertirles de los riesgos de no ajustarse a los estándares?

Trata a un niño…

«Trata a un hombre tal como es, y seguirá siendo lo que es; trátalo como puede y debe ser, y se convertirá en lo que puede y debe ser».

J. W. Goethe